Mucho se escribe hoy sobre la posverdad, sobre relatos mediáticos intencionales cuya misión no es informar o esclarecer, sino torcida- y escabrosamente, defender la visión del poder. Relatos y guiones que son escritos por usinas financiadas por el mismo poder y divulgadas con apenas algún matiz local por pedantes figurones de utilería periodística. Una especie de plantilla preconfigurada – como las que solemos utilizar los legos en computación – en las que se repiten motivos y argumentaciones, cambiando tan sólo los nombres y escenarios coyunturales – como en las novelas o películas trilladas.

A dichas matrices responde, por ejemplo, el sarampión pseudomoralista de las derechas contra la corrupción, habilitando así la cacería institucional en los juzgados. La casta judicial, fácilmente manipulable, corrompible y extorsionable, pasa entonces a cumplir tareas antes reservadas a cuerpos de seguridad en décadas anteriores. La intención de tales ataques es perfectamente legible y apunta, en el corto plazo, a ensuciar la imagen de líderes sociales a ojos de la opinión pública, desmoralizando a potenciales seguidores o votantes; El otro objetivo, de mucho mayor calado, es torpedear la confianza en la política y la organización colectiva como modalidad de posibles transformaciones, dejando así el camino expedito al mantenimiento del poder corporativo empresarial sobre el todo social.

Aún cuando la palabreja “posverdad” suene a novedad posmoderna, y contenga aires futuristas escondiendo intenciones retrógradas, tales construcciones de sentido no son nuevas. En todas las épocas los detentores de privilegios debieron elaborar argumentos para consumo de los oprimidos a fin de justificar lo injustificable. El emperador o rey descendiente o elegido por los dioses es una reliquia propagandística cuasi insuperable. Pero también las estratificaciones sociales, con sus respectivos estigmas de capacidad e incapacidad son muestra cabal de antiguas “posverdades”.

Podríamos continuar con otros ejemplos. Sin embargo, el motivo de las presentes líneas no es la idea de abundar en el desenmascaramiento de falsedades que, a suficiente distancia histórica, parecen pueriles y sin embargo, en el esplendor de su respectiva época, fueron verdades absolutas, irrefutables, irremediables y eternas.

A su vez, los cambios, las revoluciones también requirieron de potentes relatos e imágenes, utópicas primero, posibles luego, evidentes después. Sin tales narrativas, las corrientes humanas no hubieran logrado remover los escombros de los mundos en crisis, más allá de toda situación objetiva de deterioro social o moral.

¿Cuáles son las épicas revolucionarias adecuadas al presente momento histórico? ¿Cuál es el nuevo Edén, la Roma de ciudadanos libres, la docta Alejandría, la refinada Bagdad, la exuberante Babilonia? ¿Cuál es el camino a la comunidad armónica, el pueblo ilustrado, la sociedad sin clases? ¿Cuál el modelo de Hombre Nuevo, cuál la vibrante utopía? ¿Con qué material se modela, se templa, se pule? ¿Cuál es el Norte del Sur y el Sur del Norte?

No parece posible asentar las nuevas narrativas revolucionarias en un racionalismo cartesiano, lento, dubitativo, finalmente inerme en su complejidad ante el embate de acuciantes necesidades e irracionales emotivos de gran poder convocante.

Tampoco la ilustración parece proveer las respuestas adecuadas. El sueño enciclopedista de concentrar y liberar conocimiento para beneficio general, parece hoy verse cumplido gracias a la red de internet… si no fuera por las empresas monopólicas que la desfiguran. Más allá de ello, cantidad no es calidad y el aluvión informativo, lejos de movilizar o producir automáticamente indignación y rebeldía, da también paso al aturdimiento, la depresión, desilusión, resentimiento o retraimiento, y hasta cinismo, desolación, desesperanza, todos estados enemigos de la revolución. La información, elemento imprescindible para la comprensión, no es por sí sola motivación determinante para la acción.

Tampoco las fórmulas materialistas emprendidas siglos posteriores a la Ilustración, dieron los frutos automáticos que auguraban. El mundo positivista del cual emergieron sufrió la debacle de sus estructuras de ideación a manos del relativismo cuántico, emergiendo un existencialismo que también fracasó asfixiado y desviado por el egocentrismo. La incipiente conciencia sobre el rol de la subjetividad para la revolución todavía espera el despliegue de sus alas de comunidad.

Ante los intentos rebeldes, el relato conservador corre con la ventaja de lo conocido y la desventaja de lo histórico.

¿Cómo acuñar entonces lo nuevo? ¿Cómo entenderlo, socializarlo, extenderlo? ¿Acaso las revoluciones no son animadas siempre por el mismo espíritu de liberación? ¿Qué hay de renovado entonces en sus relatos?

Situarnos en el corazón de la época y su protagonista humano es sin embargo imprescindible para desarrollar una épica acorde al momento actual, lanzando la imaginación a la posibilidad de vivenciar el futuro.

¿Qué pasa hoy?

Hoy las poblaciones experimentan a su alrededor rasantes cambios en la modalidad de vida desplazando paisajes vividos anteriormente y colocando a grandes conjuntos en una fuerte inestabilidad. Las mutaciones afectan la vigencia de valores en las que se sustenta la identidad colectiva. El lazo valórico resquebrajado da paso a una creciente disolución del tejido social. Ante ello, en muchos casos se produce en las personas y conjuntos una respuesta mecánica, involutiva, pretendiendo detener las transformaciones y regresar a situaciones conocidas. Ése es el núcleo de la regresión conservadora y del fundamentalismo que vemos crecer en el planeta.

El sistema alienta además una lógica individualista, atomizadora, competitiva y excluyente que aumenta el grado de segmentación y un emplazamiento mental donde la felicidad aparece ligada al éxito, la fama y la singularidad. El ideal es ser diferente, aunque todos crean exactamente lo mismo. La verdad común es reemplazada por verdades particulares, en las que entronca el aparato publicitario, el misil teledirigido de la posverdad a medida. La generalización es pecaminosa y fútil, lo “cool” es lo específico y especial. Todo ello debilita las opciones colectivas, sobre todo, las asentadas en pertenencias y permanencias orgánicas, que hoy son reemplazadas por el vaivén de mareas sociales huracanadas pero impermanentes.

A su vez, el mejoramiento sanitario y las tecnologías médicas alargan la vida, mientras que el modo de vida urbano, la liberación femenina y las nuevas constelaciones familiares hacen decrecer la natalidad.  Resultante de ello es el envejecimiento de la pirámide poblacional. Coexisten – y opinan – en una misma época, mentalidades vetustas y jóvenes que necesitan modificar la situación de presión que sufren.

La economía se volatiliza y automatiza, la producción es global y tecnológica, pero la distribución es ineficaz e insolidaria. La concentración capitalista ahoga cualquier posibilidad de existencia digna para las mayorías. La exclusión objetiva incumple la promesa de abundancia y la desigualdad requiere que la niebla argumental y publicitaria sea aún más espesa. El engaño repetido produce alejamiento de la estructura tradicional, genera indignación, pero también descreencia, desactivación social, apatía y abstencionismo.

¿Qué narrativa podría insuflar nuevos bríos a la esperanza replegada? ¿Cuál es el relato emocionante que alimente la insumisión?

Las nuevas narrativas revolucionarias

Los nuevos mensajes, las nuevas narrativas de la revolución siempre se insinúan antes de abrasar y ser abrazadas por los corazones valientes. Están ahí, ocultadas con sutileza o brutalidad por la mentirosa y agresiva publicidad decadente.

La posibilidad cierta de perder el control hace que el poder muestre sus fauces. Cuando el sopor de la manipulación no es suficientemente efectivo, actúa la represión violenta – preludio evidente del final de un statu quo debilitado.

Ante la amenaza de extenderse de manera grosera y despiadada la violencia, aniquilando todo avance social progresivo, la Paz aparece como elemento crucial de las nuevas banderas.

Pero no es una falsa paz la que se reclama, una paz envenenada de inequidad y conflicto. Se aborda la paz desde la lucha por superar las contradicciones. Por ello, se acoplan de manera inescindible a la agenda de paz, la igualdad de oportunidades (como realización de derechos) y la opción efectiva a la elección diversa (como realización de una libertad  teórica).

Frente a la exclusión – intrínseca (y no accidental) del esquema de acopio y concentración propietaria – se despliega la narrativa de la Inclusión. Al igual que sucede con la falsa paz, ésta no es sólo defendida como factor de moderación de una flagrante inmoralidad apropiativa, sino como radical rechazo a la lógica de la supervivencia del más fuerte y la insensibilidad meritocrática.

Enfrentando la disolución social, es posible ensayar el argumento de la Complementación (o complementariedad), rebatiendo el impiadoso absolutismo de la diferencia. Intentando frenar con acercamiento fraterno a la soledad. Haciendo comunidad desde la diversidad. Frente a la imposición, se exigen garantías de Horizontalidad. El sueño de los iguales reaparece en el horizonte de la reivindicación.

Ser Con el otro, no contra otro, como otro o sin el otro, parece constituir un sendero existencial a explorar. Sin descartar lo diverso, remontar la navegación desde la particular subjetividad de situaciones no elegidas para llegar al encuentro, a la convergencia de construcciones comunes, queridas, no impuestas, es una promesa de revolución. Un título que augura un nuevo estado de humanidad.

Ciertamente, las proclamas constitutivas de las nuevas narraciones incluirán apartados referidos a la participación popular para refundar la democracia, los bienes comunes para acometer nuevos caminos en la economía, la ciudadanía universal y la redefinición del equilibrio medioambiental para evitar la depredación irracional.

Un mundo sin guerras, sin hambre, sin violencia ni discriminación. Un mundo donde la producción esté al servicio de la necesidad, donde el conocimiento sea un fin en sí mismo y sea compartido libremente. Un mundo en el que existir dignamente esté plenamente garantizado. Un mundo plural, incluyente, de subjetividades abiertas, cálidas, solidarias y convergentes.

¿Utopía? Eso es precisamente de lo que se trata.