Bariloche: el testimonio de las Presas Políticas Mapuche

Kiñe | Uno
Kallfulikan

Apenas ingresé al patio de la ruka mapuche de Bariloche lo busqué a Kallfulikan para saludarlo. Estaba parado dentro de una pelopincho junto a su hermano y varios primos. Eran todos niños. Kallfulikan tenía los ojos rojos de tanto bañarse. La pileta era chica para él. Le llegaba un poco más abajo de las rodillas. Sin embargo, ese artificio azul que simulaba ser un río representaba una de las únicas cosas bellas del arresto domiciliario forzado que tenía que transitar Kallfulikan junto a su madre, Luciana. Nos dimos la mano con Kallfulikan, mientras desde una ventana nos miraba su mamá, con quien más tarde mantendría una extensa charla debajo del sol de verano sureño.

Después de todo lo que ha padecido y la forma en que conocí a Kallfulikan es difícil no mencionarlo. Está y aparece en muchas crónicas que he escrito, aunque esta vez trate de resguardar un poco más su imagen. Kallfulikan un día (si es que ya no lo es) se convertirá en un gran weichafe, en un lonko valiente e importante para su comunidad y generación.

La generación de los “nuevos” mapuche cargan con una decisión y experiencia que las generaciones anteriores no portaban: se han tenido que ver obligados a aprender y formarse en un ámbito sumamente hostil, urgente, cambiante y racista (quizás tan racista como la época colonial).

Kallfulikan hoy extraña a su padre (forzado a vivir en clandestinidad), padece la distancia del territorio y debe vivir el hacinamiento y el consumismo de la ciudad. “Ahora, por esta situación, ellos conocieron la ciudad. Vieron cosas de la ciudad y quieren tener y comprar cosas de la ciudad”, me confiesa Luciana anunciando uno de los tantos aspectos de la detención que vamos a abordar en nuestro encuentro.

Epu | Dos
“Miraban a nuestros bebés con asco y desprecio”

La primera conversación que mantuve apenas ingresé a la ruka mapuche fue con la machi Betiana Colhuan Nahuel. Me contó muchas cosas. Hablamos sobre la influencia de los medios en la causa. Lo que sucedió durante los primeros días de la detención y como la difusión de la noticia por parte de los medios de información, provocó un acompañamiento masivo. Y que en cambio, después del primer mes, al perecer como noticia, ya no se acercó tanta gente ni se recibió tanta ayuda. Hasta esta última instancia: la mesa de diálogo, donde nuevamente se ha colocado en agenda su arresto domiciliario, cumpliéndose ya 140 días desde la detención perpetrada el 4 de octubre de 2022.

Es innegable el vínculo comunicacional con los fallos jurídicos e institucionales en la Argentina. La maquinaria de estigmatización que repliega titulares indignos y racistas se ampara en los fallos jurídicos, siempre sesgados y antropocéntricos, incapaces de ver la relación entre personas y territorio. A su vez los fallos se amparan en la campaña mediática. Un círculo efectivo y perpetuo.

Betiana me habla con mucha tranquilidad, mientras el resto de las hermanas mapuche detenidas escuchan atentas. Estamos separados por una mesa. Su tono es bajo, pero el silencio de la habitación me permite escuchar. “¡Miraban a nuestros bebes con desprecio!”, recuerda Betiana en relación a la detención en Buenos Aires y a las penitenciarias que las custodiaban. “Lo único que me tranquilizaba en ese lugar, encerrada, era poder abrazar a mi bebe”. En ese momento el hijo de Betiana estaba durmiendo. En cambio, Romina y Celeste caminaban en círculo, alrededor de la mesa, haciendo dormir a sus respectivos niños, recién nacidos, con una diferencia de tiempo de tan sólo un mes. Al terminar de conversar con la machi, Luciana me mostró un video donde se veía como habían quedado sus rukas el día de la represión. En el video se pueden ver un montón de maderas apiladas, algunas quemadas, otras cortadas con motosierra. Sólo quedó en pie un atrapasueños rojizo que colgaba de un árbol. “Se llevaron todo. No nos dejaron nada. Se llevaron hasta la motosierra que la habíamos comprado hace poco. ¡Siempre hacen lo mismo! Se llevan hasta nuestras herramientas y nunca más las devuelven”, se queja Luciana.

Kvla | Tres
La prioridad del Estado 

La prioridad del Estado es el propio Estado. Y en las antípodas de esa prioridad se encuentran los derechos internacionales de los pueblos preexistentes, dado que estos últimos disputan el mismo territorio que un día usurpó el Estado Nacional para constituirse como tal. Por lo tanto, cada vez que un mapuche, un hermano aymara o una luchadora qom, dice tener incidencia, pertenencia o derecho a habitar un territorio determinado, el Estado despliega, como “gato panza arriba”, distintas estrategias jurídicas y comunicacionales para legitimar su propia postura y poder: “¡Estos no son indios!” “¡Son usurpadores!” “¡Terroristas!” “¡Sólo quieren vivir a costa del Estado!” “¡Están financiados por capitales extranjeros!” “¡Reciben apoyo de organizaciones terroristas internacionales!” “¡Son unos delincuentes!”

Romina Rosas, presa política mapuche, obligada a parir encarcelada.. Foto de Gustavo Figueroa

Pero a diferencia de otras épocas, el poder jurídico, el Estado Nacional y sus instituciones han generado jurisprudencia en base a causas armadas contra mapuche. Lo vimos primero con la familia Huala, luego con las supuestas células terroristas mapuche y ahora, más cercano en el tiempo, con la persecución empecinada contra una machi y su lofche (comunidad).

En este sentido, resulta paradójico que se le deba pedir –y sentarse en la misma mesa– al Estado Nacional que se apiade de una situación particular que ellos mismos crearon adrede y con toda intencionalidad, abusando de su poder, apelando a discursos y acciones negacionistas, estigmatizantes y racistas. Colocando todas sus artimañas, artilugios y privilegios para mantener detenidas a cuatro mujeres mapuche junto a sus hijos, como si verdaderamente fueran criminales peligrosos e intratables.

Meli | Cuatro
La parabola del agua

El agua inunda la cocina, el calzado, la ropa, los muebles de madera. Las huellas de las zapatillas con barro se ven en toda la ruka. Sin embargo, “no hay agua caliente”, informan las lanmgen al recibir una visita. En verano se sobrelleva. Las infancias pasan todo el día en la pileta. Pero ¿en invierno? ¿Cómo se sobrelleva el invierno, en Bariloche, sin tener agua caliente? El termotanque está pinchado. Las conexiones de electricidad saltan o mejor dicho la térmica salta cada vez que se conecta cualquier aparato electrónico. Las puertas y algunos vidrios de la ruka están rotos. Ya se aproxima el mes de marzo. Pronto llegarán las primeras nevadas. Y las respuestas se dilatan, hacen piruetas, no llegan nunca a destino.

La parábola del agua comienza cuando llegas a la ciudad. El agua que sale de la canilla no es potable, fácilmente carcome las paredes, levanta los pisos, se abre paso entre el concreto. Provoca una laguna o un gran incendio. El agua en la ciudad se convierte en un mal: o está contaminada o se transforma en fuego. ¿Cómo contener el agua de un río con una pared de concreto?

Los niños y las niñas mapuche tienen que bañarse en una pileta de plástico, dentro de un espacio reducido, lejos de un árbol, mientras el sol pega sobre el lomo sin contemplación. Tienen que habitar esta forma de encierro y reducción, cuando deberían estar a orillas de un lago, bañándose sobre agua transparente, fría de deshielo.

¿Quién puede afirmar sinceramente que en la ciudad se vive bien, saludablemente, tomando agua contaminada, comiendo alimentos envenenados, lejos del agua de una cascada y las huertas lozanas de hortalizas y frutas?

Kechu | Cinco
“A mi hija de nueve años los milicos le disparan mientras escapa corriendo” 

Celeste tiene la piel oscura. ¡Bien oscura! Más oscura que el resto de sus compañeras. Sin embargo fue la última persona en darse cuenta o tomar conciencia de su verdadera identidad. Fue en un viaje a Chile donde una amiga le advirtió “¡Vos sos lanmgen (una hermana mapuche)!” A veces algunas verdades y realidades son necesarias que te las digan al oído, con cierta ternura y empatía, pero decirlas al fin, para que no queden dudas, para que uno/a quede en evidencia y, de esta forma, nunca más se pueda dar vuelta la hoja atrás. De esa confesión / advertencia no se vuelve. Celeste nunca volvió.

“¡Sentí muy fuerte el racismo en mi infancia! Y la negación. Me acuerdo de una vez en la escuela, cuando pregunté qué quería decir mi apellido (Huenumil), me dijeron que era francés. Ahora de grande me río mucho de eso, porque siempre hubo un ocultamiento, más que nada en las instituciones educativas que fueron parte de la colonización, de negar nuestra historia. Hasta que yo fui grande, no descubrí mi identidad. Nunca supe lo que significaba mi apellido. Huenumil viene del cielo dorado. Cuando descubrí eso fue hermoso. Poder descubrir el significado y la procedencia de mis abuelos y de mis abuelas. Después de eso empecé a investigar más. Me encontré con los linajes familiares (maternos) de Paillallef, Manquetruz, Huenumil. Entonces, cuando empecé a conocer el significado que tenía nuestro mapudungun, fue algo muy bonito, encontrarme realmente con quién soy, quién es mi familia. Así que, particularmente, me llevó muchos años entender todo lo que significaban nuestros apellidos. Y esta historia que tenemos nosotros como pueblo, que marca a cada uno de nosotros, la diversidad, el mestizaje”.

Celeste Huenumil en elarresto domiciliario en Bariloche. foto Gustavo Figueroa

Antes del encuentro–advertencia con su amiga de Chile, Celeste Huenumil se dedicaba a hacer malabares en la ciudad y recibir elogios por su color de piel, como si fuera un paisaje. Pero el color de piel no es un paisaje. Celeste ya lo sabe. Y no tardó mucho tiempo desde esa frase pronunciada por una amiga, en tomar una decisión importante: acompañar una reivindicación territorial mapuche. Un proceso que todo mapuche consciente debe hacer, acompañar, seguir, observar, reconocer.

“Mi puñem, Liencura, justo el día de la represión, cumplía un mes de recién nacida. Nosotras pudimos tener nuestro parto en la ruka, en el lelfun, en la comunidad. Me acuerdo que se produjo con mucha tensión. El winka preparó el escenario mucho antes. Como siempre contamos: no es un hostigamiento que comenzó ahora el 4 de octubre, sino en el 2017. Hace cinco años que lamentablemente el winka nunca termina con su maldad, con su cizaña. Vienen a tirar tiros, realizan un acting. Por ejemplo, Diego Frutos que se auto-secuestró. Recuerdo que esos días antes de tener el parto, ya se podía ver cómo se estaba preparando el escenario para lo que hoy nosotras estamos viviendo, de entrar al territorio, de prender fuego, de tirotear, o queriendo la policía entrar. Diciendo que quería hacer peritajes. Ellos quieren entrar con esa excusa, pero lo que quieren es molestar, romper con la armonía y el equilibrio de la comunidad”.

Los medios de comunicación masiva rápidamente publicaron imágenes de las hermanas mapuche junto a sus hijos e hijas sobre la ruta 40. Pero pocas imágenes y discusiones se mostraron sobre el antes (durante la represión) y el después (sobre la detención en Buenos Aires). Las filmaciones de las detenciones y/o el operativo siempre se pierden o no aparecen o están alterados o les falta un fragmento. Siempre el sonido, en el momento de los insultos, el bastardeo y las frases racistas, es silenciado.

“El 4 de octubre fuimos las primeras en ser detenidas. Me acuerdo que fueron cinco milicos. Empezaron a disparar. Y nos dijeron: ‘tírense al suelo o las matamos’. Yo inmediatamente me tiré al suelo con mi nena del medio y mi bebé que la llevaba en una bebesit (una especie de mochila). Estaba conmigo mi otra nena más grande, de nueve años. Ella, por instinto, salió corriendo. Y mientras ella corría, y yo la veía por el camino, ellos le disparaban. Después, estas cinco personas se acercan. Y me empezaron a preguntar: ‘¿tenés algo para lastimarnos?’ Me empezaron a preguntar: ‘¿qué tenés ahí?’ Porque yo andaba con otra mochila. Me hicieron tirarla al suelo. Comenzaron a acercarse. Me preguntaron varias veces: “¿qué tenés ahí?” Y mientras lo hacían, me pateaban la mochila donde estaba el bebé. Entonces yo intentaba calmarlos.’¡Calmense! Acá tengo a mi bebé’, les decía. ‘En la mochila no tengo nada. Solamente tengo pañales. Ropa de mi bebé’. ‘¿Qué tenes acá?”, insistían. “¿Qué tenés acá?” Y ahí mi nena del medio les abrió el cierre del bebesit y les dijo: ‘¡está mi hermanita!’ Y ahí cuando vieron a la beba llorando los tipos bajaron. Ellos mismos comenzaron a dar marcha atrás. ¡Les impactó! Y también cayeron un poco a la tierra, porque estaban muy cebados”.

Una de las formas más precisas y evidentes del racismo en la Argentina se muestra cuando las personas (los verdugos) se autoconvencen que está bien golpear y maltratar a determinadas personas de la sociedad; cuando se autoconvencen que las víctimas se merecen el dolor y la humillación que se les infringe. Estos verdugos responden a una práctica histórica e institucional que determina injustamente que sus víctimas son peligrosas, un mal extirpable. Lo hacen a pesar de que la realidad tangible y concreta demuestra lo contrario. Los verdugos siguen en ese plan sin chistar, se autoceban, porque entienden que esa es la mejor forma para no ver que lo que tienen enfrente son mujeres embarazadas y niños. Sucede en las villas de emergencia, con los migrantes latinoamericanos, con los integrantes de pueblos preexistentes habitando la ciudad. Sucedió con los asesinos de Cuesta del Ternero, quienes se permitieron disparar a dos personas, en un mismo escenario, a plena luz del día, sin ocultar las armas, teniendo un retén policial a pocos metros de distancia. Por supuesto, ese permiso no se lo toman con jóvenes blancos, rubios y de clase pudiente. Se lo permiten con personas específicas que históricamente, en la Argentina, están definidas como seres inferiores. “No nos miran como personas; no miran a nuestros hijos como personas”, exclama Celeste. El racismo está ahí, como una bala, esperando ser disparada, sin que exista aparentemente, un escudo social para contrarrestarlo.

“Y en ese momento, mientras ellos estaban conmigo, yo estaba a medio metro de la ruka de la machi. Entró otro grupo de policías y tiró un gas lacrimógeno dentro de su casa. Lo tiraron al lado de la salamandra e hizo una explosión muy grande. Y largó un fuego. Se ve que algo se prendió. Se escucharon gritos. Se escuchó a la lanmgen machi. Les explicó que estaba con sus hijos. Le pidió que la dejarán cambiar a sus hijos. Mientras todos escuchábamos eso, ella los sacó afuera. Empezó a gritar. Ella gritaba porque no veía a su otro hijo. Lo nombraba y buscaba. Y en eso uno la tira al suelo y le empieza a decir un montón de cosas. ‘Si a ustedes les gusta estar tiradas en la tierra’. ‘¿No es que a ustedes les gusta estar en la intemperie?’ Cosas así. Boludeces. Para provocarnos y humillarnos”.

El daño espiritual es una de las instancias y espacios personales (y comunitarios) más difíciles de reconocer y dimensionar para el Estado Nacional y el poder jurídico argentino. No tienen una figura que pueda representar tal dimensión. No pueden (o no les conviene) reconocer la figura de una machi y la de un rewe mapuche, mucho menos van a reconocer el vínculo virtuoso y especial que tienen los niños con los cerros y los lagos. Sin embargo, en esa diversidad convive la clave de la discusión en este “conflicto”: entender que la relación de las personas es con un único lugar. Y que esa relación, como ya he anunciado en otras crónicas, es intransferible, vital e inmodificable. Las comunidades no pueden ser trasladadas a un lugar «alternativo». Y su salud entra en riesgo cuando un grupo determinado de personas (una comunidad) es expulsada o forzada a salir de su territorio; se trata del mismo espectáculo horroroso y lamentable que podemos presenciar cuando alguien retira un pez del agua y lo deja morir ante la vista de todos, con ese mismo sentimiento de desesperación, padecimiento y agonía.

Luciana, Romina, Celeste y Betiana Colhuan Nahuel ingresando a firmar el parte semanal, al Gabinete de Criminalística de Bariloche, que se encuentra pegado a la ruka mapuche. Foto de Gustavo Figueroa

“Particularmente mi bebé se quedó asustada ante cualquier ruido que escuche, porque los disparos todo el tiempo estuvieron muy cerca de nosotros. Cuando se produjo la explosión estábamos muy cerca de la ruka de la machi. Y también cuando estuvimos en la PSA (Policía de Seguridad Aeroportuaria), donde se escuchó todo el tiempo el paso de los aviones, entrando y saliendo. Era como que (los bebés) descansaban, pero todo el tiempo estaban exaltados. Esto, obviamente, trae un montón de kvtran, enfermedad para los pichis, porque fueron maltratados con mucha violencia. Y a veces uno, ante eso, no tiene explicación. A los mismos niños que escaparon para el monte, les iban disparando. Entonces, obviamente, algo quedó de todo eso. Por lo tanto, espiritualmente sí afecta, porque ellos también tienen una conexión muy fuerte con el territorio y con el rewe. Y hoy estando en este contexto de encarcelamiento y de hacinamiento, donde al lado de la ruka donde cumplimos la prisión domiciliaria, hay una escuela de policías. Ellos estuvieron viendo durante tres meses como entrena la policía, como hacen simulacros. La forma en la que practicaban con sus armas para disparar, apuntando en dirección a la ruka. Viendo como los cabos humillaban a los ingresantes que están entrenando. Todo el tiempo diciéndoles cosas. Es decir, nuestros niños nunca dejaron de vivenciar qué es una represión y qué es la violencia policial y estatal. Todo el tiempo nos hacen sentir eso. Hasta el día de hoy. Estamos en prisión domiciliaria con nuestros hijos y claramente ellos hoy viven ese desarraigo de su territorio, de su espiritualidad. ¿Quién puede quedar bien después de todo eso? Aunque, por otro lado, tampoco podemos caer en la victimización. La realidad es que para nuestro pueblo siempre es la misma metodología: siempre son balas. Siempre son golpes y humillación. Siempre es la represión. Y hoy, a pesar de que hablamos de un Estado de derecho, derechos a las infancias, derechos a las mujeres, claramente para nosotras no hay nada eso. Y eso duele. Pero tratamos igual de que (los pichis) se sientan bien”.

El mapuche no es un extraterrestre. El camino de reconocimiento identitario de estas cuatro jóvenes mujeres mapuche representa un caso testigo de miles de otras mujeres (y hombres) en la Argentina que aún no pueden hablar, ver, ni problematizar su propia identidad originaria – ancestral – milenaria. Sin embargo, esas identidades están ahí, latentes, como un volcán dormido, esperando un pequeño movimiento, un poco de calor, el tiempo prudencial para su ebullición definitiva. Por lo tanto, cuando hablamos mediáticamente del ser mapuche en la Argentina no se lo debería presentar como actor político alienado, extranjero, foráneo, desconocido, indómito, abstracto. El ser mapuche habita la urbanidad. Circunda la estepa, los valles, los cerros y las montañas. Está por todos lados. Trabajando en los hospitales, transitando arriba de los medios de transportes públicos del país, asistiendo a los colegios públicos de cada provincia, trabajando en las obras (como albañiles, plomeros, gasistas, carpinteros), desempeñándose históricamente como servidumbre, mano de obra barata (muchas veces esclava). Dentro de los supermercados, haciendo la limpieza de las casas de familias de la clase aristocrática, sirviendo los desayunos en los colegios primarios de cada pueblo del sur de Argentina. El ser mapuche no es una figura ínfima, aislada, retraída. El ser mapuche ocupa cargos en los municipios, las intendencias, tiene gente a su cargo, administra locales, maneja camiones, dicta clases, escribe libros. La única distinción / diferencia entre estos últimos y las presas políticas mapuche es que ellas decidieron hacerse cargo de su identidad, en un país racista que impide y destruye cualquier camino que se intenté construir para restituir y recuperar las identidades preexistentes negadas, invisibilizadas, violentadas en la Argentina. El círculo entre el reconocimiento y el silencio para sobrevivir es palpable e impune. Sin embargo, ante las trabas y los fallos jurídicos, ese camino de reconocimiento ya ha comenzado (de forma tangible e intangible) y no existe ninguna fuerza (de seguridad) capaz de detener semejante proceso, necesario, vital y fundamentalmente justo.

Kayu | Seis
Las cámaras nunca dejaron de filmar

A Romina, Celeste y Betiana (la machi) las filmaron, durante su detención en la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) de Bariloche, mientras se cambiaban, se bañaban e iban al baño. Lo hacían, cámara en mano, hombres y mujeres. Las cámaras no pararon nunca de filmar. En otros momentos, las despertaban en la madrugada y las requisaban. Les tiraban todo. Las pocas cosas que tenían se las rompieron y tajearon. Las obligaron a desnudarse y colocarse en cuclillas. Lo hicieron, durante los pocos días que estuvieron detenidas, todas las veces que pudieron. El fin: humillarlas, doblegarlas, esperar que con ese maltrato se quiebren para que hablen. «¡Quieren un wentru (hombre)!», me advierte Luciana. “Quieren que entreguemos un wentru!”

Es difícil pensar que dentro de un penal puede haber un trato diferencial, pero sí quedó en evidencia que contra las cuatro mujeres mapuche se desplegó, por parte de los penitenciarios, todo el racismo que la institución policial puede desplegar. “Nos hacían la psicológica: venía una milica y nos basureaba. Nos trataba de la peor forma. Se iba. Y después venía otra. Se hacia la amiga. Decía que nos entendía. Nos decía que hablemos, que digamos donde estaban los hombres, que entreguemos a uno de los hombres, así se terminaba todo”, explica Romina Rosas, por momentos con un tono de bronca, por otros con una leve sonrisa en el rostro, mirando a la distancia todas las veces que las hicieron desnudar, solo para humillarlas.

Romina y Luciana antes de iniciar la entrevista en el patio de la ruka mapuche. De fondo la ciudad de Bariloche. Foto de Gustavo Figueroa

Yo estaba de 40 semanas y viví todo ese maltrato psicológico (también espiritual). ¡Eso no tiene que quedar callado! De alguna manera nosotros sabemos que tenemos una gran fuerza como mapuche y que somos capaces de sostenernos conversando, dando la palabra y sin denigrar a nadie, porque nosotros no le hicimos mal a nadie. Siempre dicen que nosotros somos los malos, pero la maldad no la traemos nosotros. Acá nosotros vivíamos en paz. Nosotros fuimos desmembrados de la Lof Lafquen Winkul Mapu. Asumimos eso: seguir firmes. ¡Seguir firmes! Con esa firmeza. ¿Por qué darles el gusto? ¿Por qué darles el gusto a ellos?»

Es evidente el proceso de dilatación que propone el Estado Nacional. Lograr que las cuatro personas detenidas se cansen para denunciar a sus compañeros, o aceptar las propuestas más miserables que la justicia argentina pretende proponer. Pero las hermanas mapuche saben que luego de esta causa el Estado Nacional va a insistir y generar nuevas causas, va a proponer la militarización, la permanencia de las fuerzas de seguridad en el territorio. En este sentido, Luciana me aclara: “Todas las causas anteriores en donde estamos denunciadas por hechos similares, siguen abiertas. No estamos absueltas en ninguna. El miedo es que junten todas esas causas”.

«¡A mí me podrían haber matado! O a mi bebé. Yo llegué con contracciones al hospital de Bariloche, porque me redujeron hombres y mujeres. Me cerraron las puertas en las piernas para que entrara en la camioneta. Me doblaron las manos. Fueron los del Comando Unificado. Desde ahí me llevaron a la PSA. Y una vez adentro me tuve que aguantar todo el verdugueo de la gente, que me desnudaba a cada rato para el forense. Las cámaras estuvieron las 24 horas del día prendidas. Todo fue impune. Llevarme al baño y tener que ir con las dos testigos al baño, para hacer las necesidades. La verdad, muy impunes. Impunes todo lo genocida que son, lo genocida que son los Estados. Nosotros queremos una respuesta y una solución política ya».

Luciana Jaramilla, una de las detenidas en el Penal de Ezeiza. Foto de Gustavo Figueroa

Regle | Siete
“Vamos a tener siempre el mismo pensamiento: que nuestros hijos anden libres en su territorio”

“¡Nosotros tenemos exigencias! Todos estos meses que hemos estado con la prisión domiciliaria, hemos analizado mucho lo que tiene que ver con nuestra detención, con el análisis que hacemos como puel mapu. Estamos exigiendo: primero, que sea devuelto el rewe al pueblo mapuche. Segundo: estamos exigiendo la disolución del Comando Unificado. ¿Por qué la disolución? Porque nosotros no sólo queremos que desmilitaricen nuestra comunidad, sino que no queremos que el Comando Unificado entre a ninguna lof, queremos que eso no exista más. Tercero: queremos que cese la persecución a kom pu lanmgen que hoy día tienen que estar en los winkul. Queremos que dejen de perseguirlos. Y cuarto: por último, nuestra libertad, la libertad de nuestra machi, con toda su lof, porque nosotros como lofche, cada uno desempeña un rol, un rol espiritual dentro de la lof, por lo mismo exigimos eso: el retorno de nuestra machi al rewe«.

El rewe es un espacio de salud, bienestar, equilibrio y conexión con las demás formas de vida. El rewe es un espacio ceremonial vivo, que permite la vida en comunidad de este grupo familiar (Lof Lafken Winkul Mapu), pero también de otras comunidades cercanas que habitan el mismo espacio Y que llegan, desde distintos puntos del país (y países vecinos) a curarse de algún malestar. Incluso llegan personas que viven en la ciudad, que no se reconocen mapuche, pero que empiezan a percibir que la medicina tradicional no puede hallar una cura real contra sus malestares: depresiones, ansiedad, problemas en la sangre, infecciones, dolores óseos, enfermedades crónicas. ¿Por qué un Estado Nacional mantendría como política estatal destruir un espacio que permite mejorar la salud de cientos de personas?

“Nosotros vamos a volver al territorio para que la machi vuelva a su rewe. Y eso se va a producir. Nosotros sabemos que se va a producir. Y no vamos a descansar hasta cumplir ese objetivo. Así nosotras estemos presas 20 años, no nos interesa. Nosotros vamos a tener siempre el mismo pensamiento: que nuestros hijos anden libres en su territorio. No queremos nada más. La desmilitarización del territorio también. Eso es importante. Son nuestras demandas. Y no vamos a descansar, no vamos a bajar los brazos. Porque es nuestra responsabilidad como mapuche acompañar a Betiana Colhuan Nahuel en su proceso como machi. Y también eso, alentar a toda la gente joven, a todas las autoridades, que acompañen a su machi, que acompañen este proceso. Y agradecer también de corazón a toda la gente que sacó su palabra, que sacó su llellipun, que sacó su conciencia”.

La postura de las presas políticas mapuche detenidas en la Argentina excede su propia individualidad, representa una ventana para ver hacia el interior de la existencia, para problematizar las prioridades del país en tiempos en donde se habla de “cambio climático”, “emergencia hídrica” y “soberanía energética”. Entender en profundidad la situación actual de las presas políticas mapuche en la Argentina nos debería permitir pensar la posibilidad de la existencia de una perspectiva integral de salud, en equilibrio con todas las formas de vida, reinvindicando la idea de comunidad en y con el territorio (lejos de las perspectivas antropocéntricas dominantes). Colocando en relevancia las identidades preexistentes, los saberes ancestrales y la batalla que significa enfrentar todos los días cualquier gesto, práctica artificial, utilitarista y consumista; prácticas que sólo pueden beneficiar al gran sistema capitalista y sus múltiples formas de extractivismo. La batalla de las presas políticas mapuche en la Argentina representa el resguardo de todas las formas de vida, frente a un sistema que todo devora y que sólo valora aquello que posee una capacidad de cambio y transacción; un sistema que todo pretende apropiarse y perimetrar. Entender en profundidad la situación de las presas políticas mapuche en la Argentina significa, en el mismo ejercicio, comenzar a desarmar y desandar la cabeza del winka que nos habita, que todo invade, que todo pisa, que todo enferma, que nada ve, que todo convierte en cemento y pulcritud insípida.