Entrevista a Alicia Ñancu: el testimonio inexpugnable de una abuela mapuche que convive con el rostro del racismo y la corrupción.

 

Neuquén, WallMapu. Nombres, sociedades anónimas, explotación laboral, tráfico de influencias, extorsión, usurpación, violaciones sexuales, complicidades. El silencio perpetuo de una comunidad aparentemente intocable. La isla de la impunidad es un monumento al crimen organizado que ostenta cínicamente ser uno de los barrios más respetados y pudientes de la ciudad de Neuquén. Con casas valuadas en los diez millones de pesos el barrio Rincón Club de Campo mantiene silenciada una red de hechos delictivos que hoy se ponen en evidencia a través del relato oral y los documentos que presenta una sobreviviente del genocidio en la Argentina.

Introducción

En esta investigación aparecen vinculados los nombres de Omar Gutiérrez (gobernador de la provincia de Neuquén), Jorge Cervi (presidente del consorcio del barrio Rincón Club de Campo y dueño de la reconocida empresa frutícola Cervi e hijos), Gastón Basilio (vicepresidente del consorcio Rincón Club de Campo) y Mariano Villareal (apoderado del mismo consorcio). Además en esta lista de vínculos aparecen los nombres de Fernando Conté Mc Donell (ex director de ceremonial y protocolo del municipio de Horacio Quiroga), Nicolás Princz (producción frutícola), Federico Zacheri (ingeniero agrónomo y ex presidente de la cámara de productores del Alto Valle), José Luis Matousek (miembro de la Sociedad Rural de Junín de los Andes) y Diego Alippi de la inmobiliaria Alippi Hermanos. Todas y cada una de estas personas, desde sus roles sociales, políticos y empresariales, de una forma u otra, por omisión, decisión o asociación aportaron y siguen aportando para desalojar de su pequeña parcela de tierra a una abuela que dedicó su vida entera, al igual que su padre y madre, a la cría de ganado (chivos) y la agricultura, como forma de subsistencia, en la ciudad de Neuquén.

Kiñe | Uno

Lo que esconde la Universidad del Comahue: el pasado próspero de la agricultura y la actividad de los crianceros en la ciudad de Neuquén que no se enseña en las cátedras humanísticas

Alicia Ñancu vive sobre las bardas, justo detrás de la Universidad Nacional del Comahue, en uno de los espacios territoriales linderos al río Negro más codiciados de la ciudad de Neuquén. La casa de Alicia está surcada de plantas, frutos y cactus. Es un lugar verde, apacible, con una entrada de madera y un pasillo de tierra húmeda que se extiende hasta su casa (ubicada en el centro del terreno). Por último, se puede divisar dentro del terreno de Alicia, una casa en construcción, pegada a la barda, que pertenece a uno de sus hijos, Gabriel Contreras. En paralelo al terreno se extiende un canal de riego, uno de los únicos que queda en la ciudad. Del otro lado del canal, entre las plantas de choclo y caña colihue, se pueden ver las casas ostentosas del barrio privado Rincón Club de Campo

Entrada de la casa de la lof Ñancu. La casa que se ve en el fondo corresponde a la entrada del barrio Rincón Club de Campo. Foto Gustavo Figueroa

“Es una lucha que llevo desde que tengo uso de razón. Era chiquita. Sin embargo, me acuerdo como mi papá trabajó con mi mamá. Y el sacrificio que era, porque es un sacrificio vivir en el campo. No es tan fácil. Es lindo, pero te demanda cosas que a lo mejor la gente que no lo puede soportar se va de los lugares, pero nosotros resistimos. Yo por lo menos, y mis hijos también, porque ellos después que crecieron se pudieron haber ido. Sin embargo, eligieron quedarse.”

Escuchar a Alicia Ñancu es como leer un libro de historia regional, pero un libro de historia regional que no se lee ni se dicta en escuelas, ni en universidades. Escuchar el relato oral de Alicia Ñancu es como leer un libro que no está escrito. Y a la vez, escuchar a Alicia Ñancu significa, entender que muchos agentes nacionales se han encargado de que no se escriba esta historia que relata Alicia con rigurosa precisión. ¿Por qué una ciudad extractiva y un país como Argentina estaría tan preocupado y obsesionado en que no se escriba la historia de una abuela mapuche? El relato de Alicia Ñancu no es parte de la historia oficial. Todo lo contrario. Su madre y su padre no están dentro de los hombres y mujeres que forjaron a este país. Para la historia oficial la familia de Alicia es foránea, usurpadora y poco digna de ser respetada. Sin embargo, a pesar de estas injurias y desplantes históricos Alicia continúa recordando, asumiendo su rol dentro de la comunidad y resignificando todo lo que tuvo que hacer su familia para conservar un lugar que representa mucho más que un espacio económico y físico.

“Mi papá fue perdiendo la salud lentamente. Éramos pocos. Éramos mi hermano y yo. Mi papá también tenía compañeros de trabajo que lo ayudaban. Él trabajaba de albañil. Aparte de hacer todo el trabajo de la huerta, trabajaba en una empresa que hizo la usina vieja que está a orillas del río, la cárcel (U9), el hospital Castro Rendón y las casas de los militares (en el alto de la ciudad de Neuquén). Las casas de los militares están todas con ornamentos de piedra laja. Eso lo hacía mi papá. Sacaba la piedra laja de la cantera de la barda. Tuvo una vida sacrificada, pero a la vez linda. Nunca nadie nos regaló nada, ni le pedimos nada a nadie. Ni siquiera al gobierno. Todo lo que se hacía se pagaba. Mi mamá trabajaba también. Fue una hermosa vida. No reniego. Si tuviera que volver a vivir esa vida la viviría. Quizás, no sería tan inocente, sería más brava, más luchadora. Pelearía más.”

Desde fines de la década del 40’ que Alicia tiene una visión y un testimonio fidedigno de lo que era la ciudad en esos años. El relato de Alicia representa un relato austero e inédito para una sociedad y un país que ha construido, a fuerza de balas y destierro, una historia oficial que sólo reconoce una identidad patriótica aparentemente europea y un pasado cercano inferior a los 250 años.

“Zapallitos, melón, papa, cebolla, ajo. ¡Viñedos! Hasta azafrán comercializaba mi papá. Lo vendía al Hotel Confluencia –que era el hotel más grande de Neuquén– y a los comerciantes de acá, de los primeros habitantes, cuando comenzó a gestarse la ciudad. Y después, cuando a mi mamá le entregan en los años 60 un lote con animales que le correspondía, en Catan Lil, ella trajo las cabras y los chivitos para acá. Acá los empezamos a cuidar en corrales cerrados. Se pastoreaba. Los llevábamos a comer a la isla (lo que hoy se conoce como Rincón Club de Campo). Y como mi papá tenía permiso, le otorgaron una cantidad de espacio para pastorear los animales. Tenía hasta el comando (la universidad no estaba) de los militares, ahí había gente también con chivos. Había mucha gente acá que tenía animales. Estaba la familia Huentecol, Zalazar, Muñoz, Zapata, Millaman, don Relmu Mariluan. Como había espacio, estaba el río, los llevábamos a comer a lo que hoy se conoce como Cañadón de las Cabras, a Rincón de Emilio al fondo, cuando no había nada, sólo una chacra, la de Moño Azul. Entonces mi papá y mi mamá, hicieron una producción de chivitos para venderle a la gente que quisiera comer un asado. Se hizo un restaurante que se llamó ‘Rancho el puntano’, porque mi papá era puntano, de San Luis. Los sábados se hacían tarjetas y mi hermano, algunos compañeros de la escuela y yo las salíamos a vender. Si, por ejemplo, un jefe de YPF quería comer un asado con su familia a la orilla del río, se le hacía la comida, un chivito o dos. Se hacían empanadas, pan casero. Y se vendía a todas esas personas. Diez, doce, quince personas. Venían personas muy importantes. Yo me acuerdo que venían incluso profesores del colegio San Martín. Venía Ferraciolli. Era una vida de sacrificio, de trabajo, pero muy linda.”

Agabito Fernández (a la derecha, de bigote) junto a Silvio Ferraciolli (bigotes con chaleco y corbata) en el “Rancho el Puntano”. Foto Gustavo Figueroa

“Yo me acuerdo que mi papá cosechaba en este espacio, las papas y las cebollas en bolsa. Y después las vendía. Las llevaba él a caballo. Tenía caballos. En cambio, mi mamá hacía el quesillo, la manteca. Con el cuero hacíamos quillango. La lana se la vendíamos a una señora. Con los cerdos se hacían jamones. Con el viñedo mi papá hacía vino patero, vino casero. Tenía las piletas para hacer el vino casero. Mi papá hacía las casas completas de adobe. El barro lo hacíamos nosotros. Cortábamos el adobe. Él hacia las casas. Como él era carpintero, él hacía los marcos, las sillas, las mesas. Todo hacía mi papá. ¡Él era tan didáctico! Aparte era músico. Tocaba la guitarra, cantaba, lei partituras.”

Epu | Dos

La isla de la impunidad

Pero está realidad fructífera comenzó a encontrar fisuras y enemigos históricos. Primero llegaron los militares, en la década del 70’. Luego se instaló en la isla el poder empresarial y la sociedad rural de la zona. Por último, llegó el poder político y judicial. Y fue en esta última etapa en que los apoderados del barrio Rincón Club de Campo y el municipio de Neuquén comenzaron a hostigar y amenazar a Alicia Ñancu y a sus dos hijos. Ambos han tenido que alterar su vida para permanecer atentos y alertas, padeciendo la persecución judicial y el abandono social. En este contexto es que la comunidad Ñancu se anima a señalar cada una de las formas de violencia que estos agentes y organismos ejecutan impunemente contra la familia. Al respecto, Hernán Contreras, el mayor de los hijos de Alicia, expone su impresión de los años posteriores a la ocupación de la isla.

“De un día para otro, cuando tuve conciencia o uso de razón, estaba hecho el canal ese. Pusieron un alambrado de siete hilos. ¡La típica! Era la época de los militares. Se escuchaban los redobles de tambores, la fanfarria y los movimientos que hacían allá atrás. Hacían prácticas de tiro. Estábamos en las vísperas de Malvinas. Los abuelos no hablaban de eso, pero todos sabíamos que algo pasaba allá atrás. Hay lugares específicos, a la altura de la universidad, donde había un zanjón. Por acá se habla de que ahí tiraban a los cuerpos. Ahí los fueron tirando a los desaparecidos.”

Hernán Contreras reconoce que uno de los primeros en instalarse en la isla fue la familia Lacava, específicamente un militar que instaló en la isla una caballeriza donde se adiestraban caballos para salto hípico. Fue así que los militares y los empresarios se apuraron en preparar la tierra para lo que vendría: la usurpación de la isla convirtió la tierra en una mercancía fastuosa, inalcanzable, en donde hoy cada metro cuadrado tiene un valor en dólares incalculable.

“Acá estaba mi abuelo. En una extensión de siete hectáreas. Después del juicio, de un tiempo para otro, se instaló la caballeriza de los Lacava –que era un militar– y sus socios: Vertossi, Dovio, D’llcha. Yo laburé en el club de golf y conozco bien de cerca los tejes y manejes que tenían. Obviamente habrían cosas de las que no se hablaban, porque supondrían que yo podía escuchar. Ellos eran conscientes de que yo vivía acá. Yo trabajé hasta los 20 años ahí. Una vez me dijo uno de los administradores, que era el más chanta de todos, un tal Conte: ‘tenés un porvenir, pero tenemos que arreglar el tema de la tierra con tu mamá’. Eso yo lo entendí. Era un pendejo, pero lo entendí. Él me estaba coaccionando. Quería que yo pusiera mis intereses por encima de los de mi familia. Si era por lo inmobiliario, y hubiera sido tan chanta como otros, habríamos vendidos hace tiempo.”

Existen dentro del caso y la familia Ñancu dos realidades que se repiten histórica y dramáticamente en muchas familias mapuche despojadas de sus tierras. Por un lado, las mismas familias mapuche son las que terminan haciendo labores mal pagas para aquellos que les usurpan la tierra. Una realidad que se puede ver en muchas ciudades de la cordillera como Bariloche o San Martín de los Andes en donde los hijos y las nietas mapuche trabajan haciendo la servidumbre y los oficios mal pagados en las estancias, hosterías, comercios y hoteles. Por otro lado, son las mismas comunidades preexistentes las acusadas de usurpación por parte de familias con una marcada tradición familiar europea. Tanto Alicia, como Gabriel y Hernán no escapan a esta realidad y reconocen haber trabajado para distintas personas dentro del barrio Rincón Club de Campo.

“Yo he trabajado también ahí”, me cuenta Gabriel mientras estamos refugiados del calor en el patio, al aire libre, alrededor de una mesa. “Yo era barrendero, piletero, por dos mangos. Y yo lo tenía que hacer porque necesitaba el dinero. Estudiaba. Hubo una época de los 90’ donde no había trabajo. Teniendo la fuerza de trabajo y las ganas de trabajar, no tenía posibilidad de un acceso. En definitiva, si tenía  que ir a destapar un caño de cloaca lo hacía. La necesidad de tener que conseguir los recursos económicos para poder hacer lo que uno necesita te lleva, te obliga. El sistema económico neoliberal potencia estas cosas, y crea pobres y con muchas necesidades para que poca gente con mucho dinero pueda dominar a gusto y placer. El sistema es algo mucho más grande que una problemática regional.”

Retrato de Alicia Ñancu y su hijo Gabriel Contreras, mientras me muestran un álbum familiar. Foto Gustavo Figueroa

Alicia reconoce también que trabajó en el barrio Rincón Club de Campo. Alicia Ñancu es cocinera y recuerda el trato miserable que recibió en su paso por el barrio privado, que fue durante mucho tiempo la huerta de su padre. “Una vez le pedí el aguinaldo a una de mis empleadoras. ¿Sabes que me respondió? Que como a ella no le pagaron el aguinaldo, no correspondía que ella me lo pagará a mi”. De la misma forma, durante el tiempo que estuvo en contacto con el barrio, Alicia reconoce la constante convivencia entre la explotación laboral y el abuso sexual sobre niñas y jóvenes que son traídas desde el norte del país para que sirvan en las distintas residencias. Un caso concreto es el del reconocido ginecólogo Guillermo Focaccia, que a pesar de tener varias denuncias por abuso en su contra, sigue gozando de libertad conviviendo con gobernadores, intendentes y jueces, demostrando que estos últimos no tienen ningún tipo de responsabilidad social con respecto el comportamiento individual de sus “vecinos”.

“Cuando hacía dormir al nene, le ofrecía tener sexo con él. Como él era ginecólogo podía hacer pasar como que era virgen todavía, para que nadie se de cuenta. Eso le decía. Eso le dijo la piba a su madre. Mi madre le respondió: ‘sáquela madrina, no la deje laburar ahí’. Es una hijaputez lo que hacen, pero así viven. Con todos los juicios que le han hecho no lo han ensuciado. Lo tienen protegido. La otra vez, cuando le iban a hacer juicio, andaba por Italia. Tuvieron que esperar que llegue de vacaciones.”

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Reducción territorial: el ninguneo, las amenazas y el intento de despojo constante

La familia Ñancu reconoce que vive en estado de alerta constante. Alicia rememora hechos concretos que tuvieron que padecer en la lof. Desde la presentación de Florentina Barbero Gonzalo como dueña del lugar, pasando por la irrupción de un ex administrador del barrio, hasta llegar a las circulares judiciales y el amedrentamiento constante por parte de un guardia de seguridad privada (Rogero, personal de seguridad hostigando a la lof Ñancu).

“Ellos han mandado a administradores. Un día estaba todo abierto. Él entra con su camioneta y me dice: ‘señora, sabe que he venido a hacerle una propuesta. Yo pertenezco al consorcio del club y le quiero comprar el terreno donde vive. ¿Cuánto considera que esto vale? ¿A cuánto me lo vende?’ ‘¡Ésto yo no lo vendo!, le respondí. ‘Mire que yo le pago todo. Si tiene que pagar las declaraciones. Yo se las pago’, insistió.”

El lof Ñancu nunca pudo acceder a los expedientes, ni a las denuncias, mucho menos a los planos del terreno en discusión. Tampoco han logrado regularizar su situación. El poder judicial y la municipalidad de Neuquén no se lo ha permitido. Si han sido efectivos el municipio y la Subsecretaria de Tierras de Neuquén en adjudicarse las tierras y enviar notificaciones intimidatorias a la comunidad como la que se envió en octubre del 2014. En cambio, la lof Ñancu, en todos estos estos años, sólo logró reunirse dos o tres veces con un abogado (Martín Herrera) que rápidamente los engañó ofreciendo una “propuesta superadora” a la inmobiliaria Alippi.

Circular presentada desde la Municipalidad de Neuquén, explicitando la denuncia de los “vecinos” sobre la comunidad Ñancu. Captura de pantalla.

“Siempre hubo como una nube, porque nosotros, los que vivimos acá, vamos a catastro y pedimos información y los tipos te la niegan abiertamente, rotundamente te la niegan. Quiero el plano tal y no tienen nada. No tienen información para nosotros. No sé si el abogado habrá podido recabar información, porque parece ser que está vedado eso. Es algo que no se puede ver, no se puede acceder. Y como te digo, recorriendo todas las intendencias los tipos hicieron siempre lo que quisieron, desde la época de Jorge Sobisch, Roca Jalil hasta llegar a Horacio Quiroga. Todos entraron en algún momento en esta embarrada de cancha.”

Gabriel Contreras hace un recuento de las instancias judiciales, la presión que ejerce en la actualidad la inmobiliaria Alippi y el ninguneo judicial que se puede reconocer inclusive en el último boletín oficial del día 3 de diciembre de 2020: se decreta otorgar, por un plazo de veinte años, 8 hectáreas municipales al barrio Rincón Club de Campo. Además, en el artículo 6 del mismo decreto figura la otorgación en venta de 12 hectáreas más en beneficio del barrio. Aunque sí se le exige al barrio que “deberá construir, a su exclusiva costa, el muro y/o cerco perimetral de subdivisión entre el espacio publico y privado”. ¿Costa exclusiva? Este documento fue firmado por el intendente Mariano Gaido, el Secretario de Coordinación e Infraestructura, Alejandro Nicola, el Secretario de Gobierno, Juan Martín Hurtado, Jorge Cervi (presidente del consorcio Rincón Club de Campo), Gastón Basilio (vicepresidente del consorcio) y Mariano Villarreal (administrador del consorcio).

“En el 2008 cuando comenzó la prescripción, se entregaron unos planos que, claramente, eso lo dibujó y trazó un agrimensor que casualmente es la misma persona que le hace los planos de agrimensura a ellos. ¡Es muy obsceno lo que están haciendo! La misma persona que hace el plano de agrimensura les hizo el plano a la señora que cedió los derechos (Florentina Barbero). No se lo puede denunciar, porque esa persona murió tres años después. Era del municipio. Ricardo Barbosa. Y cuando hace la presentación del plano, no es caprichosa esta presentación. Toma un punto en donde todo esto en donde estamos ahora, no aparece, dando pie a que ingresen las otras personas, concediendo los derechos.”

Más de una vez hemos escuchado en la provincia cómo el gobernador Omar Gutiérrez, en actos públicos, se rasga las investiduras en nombre de crianceros y críanceras que realizan la trashumancia de sus animales (#orgullo neuquino). Sin embargo, aquí, dentro de este relato histórico, a Omar Gutiérrez no sólo no le importó escuchar la historia de la familia Ñancu, sino que además se animó a ser parte del clan “los usurpadores de la isla”. ¿Con qué necesidad?, se podría preguntar cualquier persona corriendo el riesgo de caer en una inocencia pasmosa, aunque Alicia, después de perderlo casi todo, logra responder con mucha lucidez. “No es que no se pueda luchar contra ellos, pero siempre van a tratar de quitarte lo poco que tengas. Poco o mucho, te lo quieren quitar.”

“Las campanas de palo, en boca de pobre, no suenan. A mi papá le reconocían todos los derechos. Él nunca fue usurpador. Él siempre estuvo sujeto a la ley. Todo lo pagó. El permiso municipal que le otorgaron, el permiso de comercio, la guía de ganado porque los animales estaban atendidos por veterinarios. Las ventas de las maderas que hacía. Y todo eso quedó registrado. También está el registro de catastro que dice que la señora Catalina Ñancu habitaba este lugar, da un expediente con el número de lote.”

Sector deportivo apropiado por la Universidad del Comahue. Foto Gustavo Figueroa

A la familia Ñancu nunca se la tuvo en cuenta para nada. Nunca se hicieron las consultas pertinentes señaladas en el artículo 6 del convenio 169 (“consultar a los pueblos interesados, mediante procedimientos apropiados y en particular a través de sus instituciones representativas, cada vez que se prevean medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectarles directamente”) para advertirles sobre la construcción e instalación de un gasoducto dentro la barda lindera a su casa, que implicó que la comunidad durante mucho tiempo no pudiera movilizarse libremente por el territorio. Tampoco se tuvo en cuenta a la lof cuando, recientemente, la Universidad Nacional del Comahue se apropió de una parcela importante de tierra para la construcción de una cancha deportiva, que se encuentra, en la actualidad, perimetrada y en estado de abandono. Mucho menos se tuvo en cuenta a la comunidad, como ya he desarrollado, en la construcción de todos los barrios circundantes (curiosamente otro de los barrios privados cercano mantuvo el nombre mapuche Boca Hue. Un barrio que hace treinta años fue desalojado con el argumento de que las familias nativas vivían bajo tendido eléctrico de alta tensión). Peor aún, como uno de los últimos actos de violencia, la inmobiliaria Alippi instaló un tráiler sobre el terreno de la comunidad, con el fin de seguir apropiándose y presionando para que la comunidad Ñancu, finalmente, se vaya de su territorio.

Tráiler instalado por la inmobiliaria Alippi sobre la comunidad Ñancu. Foto Gustavo Figueroa

“Decir que vos sos mapuche, adscribirse o decir que vos pertenecés a una etnia –porque el mapuche es una etnia de las muchas que tiene el territorio argentino– no tiene nada de beneficioso. ¿Cuál es el beneficio de decir socialmente que sos mapuche, si estás continuamente discriminado? Tampoco me voy a dejar llevar por lo que digan los diarios o personas públicas. Yo me siento bien. El problema existe cuando hay como un cierto conflicto armado, creado, del enemigo interno. Hay una idea de que el mapuche es chileno o viene de territorio foráneo que llegó para invadir…”

El caso de la familia Ñancu resulta un caso testigo, no sólo por ser una de las pocas comunidades mapuche urbanas que han logrado resistir al avance de los capitales de terratenientes extranjeros, militares y la propia sociedad rural argentina, sino que además resulta un caso testigo por el historial de violencia que padecen en la actualidad demostrando con hechos concretos que la Campaña Expedicionaria del Desierto nunca concluyó y que la reducción territorial y la criminalización hacia familias mapuche siguen siendo parte de una metodología institucional vigente que permite mantener de forma latente el principio nacional de “repoblar la Argentina”.

Antes de concluir esta crónica le comuniqué a la comunidad Ñancu que los ejes de la noticia giraban, a mi entender, en dos titulares bien concretos. Por un lado, “La isla de los impunes”. Y por otro lado, “Omar Gutiérrez, el usurpador”. En este último caso, Gabriel Contreras me respondió, vía mensaje telefónico, en un tono reflexivo, que me permitió definir el titular de esta investigación: “el gobernador es parte de una relación de poder que busca no resignar ‘privilegios’. No hay posibilidad de romper el status-quo con esta casta gobernando”.

El artículo original se puede leer aquí