Por Sarah Fernandes/Revista do Brasil, RBA. Traducción de Pressenza

Para el profesor de la Universidad de Coimbra, la lucha entre ideales democráticos y capitalismo en crisis llevará a rupturas del calibre de las revoluciones de comienzos del siglo XX. “Esperemos que menos violentas”.

Poca gente en el planeta observa la geopolítica mundial con la lucidez de Boaventura de Sousa Santos. Catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra, Portugal, y profesor emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos, Boaventura es también profundo conocedor de la realidad del Brasil, donde pasó a ser más conocido a comienzos de este siglo al organizar y participar en ediciones del Fórum Social Mundial y donde estuvo recientemente para lanzar su nuevo libro, “La difícil democracia” (Editora Boitempo).

Al analizar el complejo escenario político y económico global, el profesor considera incompatible la coexistencia de la democracia y las modernas sociedades capitalistas. Para él la democracia, limitada al nivel de sistema político, siempre sucumbe –en la práctica­– a los tres modos de dominación de clases: capitalismo, colonialismo y patriarcado. El resultado, con alguna variación de tonos aquí y allá, es la prevalencia de un fascismo social. Véase el caso brasilero en el cual, según Boaventura, la democracia tenía más intensidad antes del “golpe parlamentario-mediático-judicial”, de lo que tiene ahora. Ahora la simple composición del gobierno muestra cómo la democracia es más capitalista, colonialista y patriarcal. ¿Y eso que tiene que ver con el fascismo social?

Su definición de las situaciones en que el fenómeno ocurre, sonará familiar: cuando una familia tiene comida para dar a sus hijos hoy pero no sabe si la tendrá mañana; cuando un trabajador desocupado se ve obligado a aceptar las condiciones ilegales que el patrón impone; cuando una mujer es violada camino a casa o asesinada en casa por su pareja; cuando pueblos indígenas son expulsados de sus tierras o asesinados impunemente por capangas al servicio de latifundistas; cuando jóvenes negros son víctimas de racismo y de brutalidad policial en las periferias de las ciudades.

“En todos estos casos las víctimas son formalmente ciudadanos, pero no tienen realmente ninguna posibilidad de invocar eficazmente derechos de ciudadanía a su favor”, define el profesor. Las víctimas de fascismo social, por lo tanto, no son consideradas plenamente humanas, como él resume. Boaventura ve también en los planes del actual gobierno, un potencial devastador de debilitamiento de la democracia y de aumento brutal del fascismo social. Lea a continuación la entrevista completa, concedida a la Revista do Brasil.

¿Es posible que una democracia plena funcione en un sistema capitalista globalizado, neoliberal y con medios oligopólicos?

En las sociedades capitalistas en que vivimos y que, por cierto, además de ser capitalistas son colonialistas y patriarcales, no es posible una democracia plena porque ésta sólo opera (y aun así con muchos límites) al nivel del sistema político, mientras las relaciones sociales directamente resultantes de los tres modos de dominación –capitalismo, colonialismo y patriarcado, o sea las relaciones patrón/trabajador, blanco/negro o indígena, hombre/mujer– sólo pueden ser democratizadas muy marginalmente a partir del actual sistema político. Es más: se torna virtualmente imposible cuando el propio sistema político es dominado por patrones, por hombres y por blancos. Al dejar un vasto campo de relaciones sociales por democratizar, la democracia es siempre de baja intensidad. Pero obviamente hay grados de intensidad y los grados cuentan mucho en la vida de las personas. La democracia brasilera tenía más intensidad antes del golpe parlamentario-mediático-judicial, de la que tiene ahora. La simple composición del gobierno muestra cómo la democracia es ahora más capitalista, colonialista y patriarcal.

Foto Lia de Paula, Ministério da Cultura, RJ.

Foto Lia de Paula, Ministério da Cultura, RJ.

¿Cómo sería la democracia del futuro? ¿En qué necesitará romper con la democracia que tenemos hoy?

La democracia que tenemos no tiene futuro, porque las fuerzas sociales y económicas que actualmente la dominan y manipulan están poseídas de tal voracidad de poder, que no pueden aceptar los resultados inciertos del juego democrático cuando éstos no les convienen. La manipulación mediática y el fraude electoral (constitutivo en el caso de los Estados Unidos) van a acabar sacándole cualquier vestigio de credibilidad a la democracia. En estas condiciones, en el futuro próximo la lucha por el ideal democrático implicará una ruptura del mismo calibre que el de las revoluciones de la primera mitad de siglo XX. Esperemos que menos violenta. Será una democracia de nuevo tipo que buscará garantizar el máximo de autonomía del sistema político en relación a los tres modos de dominación ya mencionados –para lo que será necesaria una Asamblea Constituyente originaria– para, a partir de ese sistema político: a) presionar hasta el límite la dominación capitalista en nombre de la igualdad socioeconómica, por vía de la redistribución de la riqueza, de los derechos laborales, del acceso a la tierra, de impuestos progresivos, del reconocimiento de otras formas de propiedad además de la privada y b) presionar hasta el límite la dominación colonialista y patriarcal en nombre del reconocimiento de la igual dignidad de las diferencias raciales, etnoculturales y de género. Al contrario de lo que sucede hasta ahora, las dos presiones son igualmente importantes y tienen que ser simultáneas. En la medida en que tengan éxito, las dos presiones irán dejando surgir otra matriz social y política que muchos llamarán socialismo, si por socialismo entendemos democracia sin fin.

¿Y eso cómo será posible?

El sistema político tendrá que combinar democracia representativa y participativa, el pluralismo económico será el otro lado del pluralismo político, la ecología será la medida del crecimiento económico y no lo contrario como sucede ahora, y la educación será la prioridad de prioridades, orientada a democratizar, desmercantilizar, descolonizar y despatriarcalizar las relaciones sociales. Las condiciones para la ruptura son imprevisibles y pueden implicar mucho sufrimiento humano injusto. Lo importante es tener ideas para ponerlas en práctica cuando llegue el momento y convicciones para distinguir las rupturas, de los nuevos disfraces de la continuidad. Hasta ahora, las ideas de ruptura están por venir de la derecha y no de la izquierda, como bien ilustra la elección de Donald Trump y el crecimiento de la extrema derecha en Europa. El sistema se disfraza de antisistema para profundizar su dominio y su capacidad de exclusión.

En el libro La difícil democracia, usted observa que tenemos una democracia de baja intensidad y que “vivimos en sociedades políticamente democráticas y socialmente fascistas”. ¿Qué impactos causa eso en el funcionamiento de la sociedad y por qué llegamos a este punto?

Las situaciones de fascismo social suceden siempre que personas o grupos sociales están a merced de las decisiones unilaterales de aquellos que tienen poder sobre ellos. Ejemplos de fascismo social: cuando una familia tiene comida para dar a sus hijos hoy pero no sabe si la tendrá mañana; cuando un trabajador desocupado se ve en la contingencia de tener que aceptar las condiciones ilegales que el patrón impone, para poder sustentar a su familia; cuando una mujer es violada camino a casa o asesinada en casa por su pareja; cuando pueblos indígenas son expulsados de sus tierras o asesinados impunemente por capangas al servicio de agronegociantes o latifundistas; cuando los jóvenes negros son víctimas de racismo y de brutalidad policial en las periferias de las ciudades. En todos esos casos estoy refiriéndome a situaciones en que las víctimas son formalmente ciudadanos, pero no tienen realmente ninguna posibilidad de invocar eficazmente derechos de ciudadanía a su favor. La situación se agrava cuando se trata de inmigrantes, refugiados, etc. Por ejemplo, la situación de trabajo esclavo de miles de inmigrantes bolivianos en las fábricas de San Pablo. Las víctimas de fascismo social no son consideradas plenamente humanas por quien las puede agredir o explotar impunemente.

Pero el fascismo no tiene únicamente una cara violenta. También tiene la cara benévola de la filantropía. En la filantropía, quien da no tiene deber de dar y quien recibe no tiene derecho de recibir. En tiempos recientes, la clase alta y media alta de Brasil se molestó mucho porque las empleadas domésticas o los choferes ya no precisaban del favor de los patrones para comprar una computadora a sus hijos o para hacer un curso. Les molestaba el hecho de que sus subordinados se hubieran liberado del fascismo social. Cuando más amplio es el número de los que viven en fascismo social, menor es la intensidad de la democracia.

Usted clasifica como izquierda un conjunto de teorías y prácticas que resistieron al capitalismo y a la creencia en un futuro post capitalista pero justo, centrado en la satisfacción de las necesidades de los individuos y de la libertad. ¿Cuánto se aproxima la izquierda de hoy a ese concepto?

Desde la caída del muro de Berlín, la izquierda mundial perdió la memoria y la aspiración de una sociedad post capitalista. En América Latina los movimientos indígenas trajeron a la agenda política –sobre todo en la primera década del siglo XXI– una alternativa vibrante al socialismo, el buen vivir (sumak kawsay en quechua) de los pueblos andinos como matriz de desarrollo no capitalista. Esa nueva matriz fue consagrada en las constituciones del Ecuador de 2008 y de Bolivia de 2009. Infelizmente, la práctica contradijo la Constitución. En el fondo, la izquierda latinoamericana fue siempre muy eurocéntrica y a veces racista, sobre todo con relación a los pueblos indígenas y quilombolas. El problema de la izquierda en este momento es no tener una respuesta progresista para la crisis del neoliberalismo que se aproxima. La elección de Donald Tump y el crecimiento de la extrema derecha en Europa, muestran que las fuerzas de derecha están mejor posicionadas para imponer una respuesta reaccionaria.

Foto Lia de Paula, Ministério da Cultura, RJ.

Foto Lia de Paula, Ministério da Cultura, RJ.

¿Por qué afirma usted en su libro que Cuba se transformó en un problema para la izquierda?

Cuando en la primera década del nuevo milenio se comenzó a discutir en el continente el socialismo del siglo XXI –algo inédito a nivel mundial–, muchas voces (la mía incluida) advirtieron que tal discusión sólo tendría sentido si primero discutíamos los errores del socialismo del siglo XX. Sucede que Cuba era uno de los socialismos del siglo XX y había que incluirlo en la crítica. Muchos compañeros creyeron que esa crítica terminaría haciendo más vulnerable aun, la valerosa lucha del pueblo cubano ante la agresión del imperialismo norteamericano y el infame embargo. El capítulo del libro al que se refiere, fue escrito a partir de una perspectiva socialista y solidaria con la lucha del pueblo cubano. El texto fue muy bien recibido en Cuba por intelectuales que respetamos mucho, pero la publicación fue embargada por órdenes superiores. ¿Cómo va a reaccionar la izquierda si Cuba se encaminara hacia una solución de capitalismo de Estado a la china o a la vietnamita? Pero más problemático aún es cómo la izquierda reaccionará frente a algo que ha venido queriendo desconocer: ¿cómo reaccionar al hecho de que en varios países de la Europa Oriental los sondeos de opinión revelaran repetidamente que la mayoría de la población de esos países considera que vivía mejor en tiempos del socialismo de Estado?

El Brasil de la era Lula es citado como nueva potencia “benévola e inclusiva”. ¿Cuáles fueron los límites de ese modelo? ¿Cómo puede ser clasificado el Brasil ahora?

El Brasil de Lula fue el producto de una coyuntura que difícilmente se repetirá en los próximos tiempos. Se trató del alza de los precios de recursos naturales y agrícolas impulsados por el desarrollo de China (y también por especulación). Permitió que se realizara una notable disminución de la pobreza sin que los ricos dejaran de enriquecerse, sin que el sistema político y la práctica política fueran democratizados, sin que se hiciera reforma tributaria, del sistema financiero y de los medios de comunicación. Y sin que se pusiera en tela de juicio, sino más bien se profundizara, un modelo de crecimiento asentado en la desindustrialización, la destrucción del equilibrio ecológico del país y la imposición de sufrimiento injusto e ilegal (a la luz del derecho interno e internacional) a los pueblos indígenas, los campesinos y las poblaciones costeras. Todas esas omisiones fueron los límites del modelo del período Lula, un modelo tan brillante en los éxitos de corto plazo, como imprudente en el descuido de sus condiciones de sustentabilidad. El Brasil de hoy es políticamente una sociedad más capitalista, más colonialista y más patriarcal de lo que era antes del golpe, y por eso menos democrática y con más fascismo social.

Si el futuro de la izquierda no será una continuación lineal de su pasado ¿cómo será ese futuro?

Estamos en un período de bifurcación política, una coyuntura altamente inestable que puede encaminarse en una de dos direcciones opuestas: o el fascismo social se expande y se transforma en fascismo político; o las fuerzas democráticas prevalecen anticipándose a las fuerzas de derecha que se posicionan para “resolver” la crisis del neoliberalismo que se avecina –una crisis que ellas mismas crearon con la colaboración activa de alguna izquierda rendida a la “evidencia” del pensamiento único. La izquierda sólo tiene futuro en el segundo caso, y para eso tiene que refundarse en una doble creencia: los grandes empresarios, los banqueros y los medios corporativos a su servicio nunca aceptarán la “paz y amor” con las fuerzas de izquierda. Quien gobierna a la derecha tiene no sólo el control del gobierno, sino también el del poder social, económico y político en su sentido más amplio. Quien gobierna a la izquierda sólo tiene el control del gobierno y lo tiene que usar para neutralizar los otros poderes fácticos. Frente a esa asimetría, gobernar a la izquierda es siempre gobernar contra la corriente, con tolerancia cero con la corrupción y dando prioridad a la reforma del sistema político de modo de hacerlo lo más autónomo posible con relación a los poderes que reproducen la dominación capitalista, colonialista y patriarcal. Los líderes adecuados a esa izquierda tendrán que ser muy distintos de los actuales, centrados en ampliar y mantener autónomas y activas las organizaciones de ciudadanos y ciudadanas según mecanismos de democracia participativa. El poder político de las fuerzas de izquierda será tanto mayor cuando más ampliamente sea compartido por quien no se considera “político”.

Hay también un reflujo del neoliberalismo en toda América Latina. ¿Cómo reaccionará la izquierda a ese contexto?

La izquierda latinoamericana perdió una gran oportunidad histórica. En la primera década del nuevo milenio el neoliberalismo estaba a la defensiva en el continente debido a la guerra de Irak. Los gobiernos de izquierda hicieron sonoras declaraciones contra el neoliberalismo y el imperialismo, pero no se involucraron con entusiasmo (sobre todo los países mayores como Brasil) en la implementación de políticas regionales que blindaran el continente después de la exultante victoria de lucha continental contra el Alca, y convirtieran la solidaridad regional en una práctica consistente. Organizaciones como el ALBA, Unasur y Banco del Sur fueron paulatinamente descuidadas, como el propio Mercosur.

Foto Lia de Paula, Ministério da Cultura, RJ.

Foto Lia de Paula, Ministério da Cultura, RJ.

¿Los errores de la izquierda explican la recuperación neoliberal?

Hoy el neoliberalismo en América Latina tiene dos nombres: el imperialismo norteamericano y el imperialismo de la Unión Europea. La izquierda latinoamericana no está preparada para combatir eficazmente ese peligro para las fuerzas progresistas. Desde que la Teología de la Liberación fue prácticamente eliminada por papas reaccionarios, la izquierda dejó de saber dónde viven los desgraciados, condenados, excluidos, silenciados, resentidos del continente. Y si supiera dónde viven, no sabría cómo hablar con ellos. Parafraseando a un gran marxista de este continente, José Carlos Mariátegui (pensador peruano), el pecado capital de la izquierda latinoamericana es haberse olvidado de los desgraciados y desgraciadas del continente, llevada por el espejismo de la conquista de supuestas clases medias que en el continente siempre estuvieron al lado de las oligarquías.

¿Cuáles pueden ser los impactos de una medida que limita los gastos públicos por 20 años para la democracia brasilera y para la sociedad?*

Devastador. Anuncia un brutal aumento del fascismo social y el consecuente debilitamiento de la democracia. Se trata de una medida provocadora, destinada a mostrar a las clases populares que ya no podrán creer en las promesas de la izquierda y que lo poco que podrán esperar del Estado es lo que les sea dado por la derecha. Espero que los brasileros y brasileras hagan el país ingobernable para los poderes que los quieren gobernar con tales medidas.


* Referencia a la Enmienda Constitucional recientemente aprobada por el Congreso Brasilero, que congeló los gastos públicos por ese periodo.

El artículo original se puede leer aquí