El juicio contra los albatros: los testigos presenciales

Los tres disparos certeros fueron prácticamente simultáneos. Primero lo recibió Gonzalo Coña en el codo. Luego Rafael, en un glúteo. Por último, Joana en el hombro. Joana estaba al lado de Rafael. Joana lo vio caer, vio como Rafael comenzó a quedarse sin aire, tendido en el suelo. Rafael tenía sed y frío. Rafael había retrocedido para ayudar a su prima que se había quedado atrás, sola, recibiendo una lluvia de plomo por la espalda. Rafael la esperó primero y la alentó después. La arengó. Por unos segundos, flotó en el bosque, entre una inmensa nube de pólvora, un afafán milenario. El espíritu de Rafael se había desprendido de su cuerpo. Una revelación: incluso en esa situación de extrema tensión y peligro, Rafael respondió con empatía, consideración, compromiso y respeto. No atentó contra nadie, no detonó ni un sólo disparo. La antítesis de los prefectos. La historia de la Argentina: cinco soldados de una fuerza especial intentando convencer a tres jueces que se enfrentaron a un poder guerrillero incontrolable —que escapaba prácticamente descalzo—, negando rotundamente que dispararon más de 130 percusiones, movilizados por el odio, el prejuicio y el innegable miedo que les corría por la espalda, como si hubieran visto un gran caballo blanco desaparecer ante sus ojos vidriosos.

Kiñe | Uno

«Estoy acá para que los papás de Rafael sepan cómo murió su hijo»

El descreimiento de las personas que padecen causas judiciales armadas no es infundado y no puede quedar recluido exclusivamente a las fronteras de su calvario particular. Saben que existe una decisión política para llevar adelante estos costosos procesos, sabiendo de antemano el resultado de los mismos. Hay pretensiones muy concretas sobre los territorios. Pretensiones que tienen proyección hacia un futuro extractivo y especulativo; una proyección que mantiene cada uno de los candidatos presidenciales. El «respostero», Sergio Massa, ya confesó querer convertir la cordillera en una torta.  El «pichón de dictador» de Milei, ya admitió estar dispuesto a contaminar los ríos que sean necesarios en beneficio de las «inversiones» privadas–extranjeras. Y Patricia Bullrich mantiene concretamente acciones activas en el sur del país y es la ideóloga del Comando Unificado Patagónico. En ese contexto desfavorable, represivo y extractivo, las personas implicadas en esta clase de causas tienen asumido que tendrán que lidiar con nuevos procesos, novedosos montajes que intentarán borrarlos del mapa especulativo y financiero, que incluso puede alojarlos, durante muchos años, en celdas de reclusión. El pueblo mapuche lo sabe y aun así no se resigna. No sé irá nunca de los territorios de sus antepasados. En esa dicotomía de posiciones se encamina la militarización de los territorios.

La tía de Rafael, María Nahuel, también es consciente de esto. Por eso no duda en afirmar que ella «no cree en la justicia winka». Y es contundente en aclarar: «¡Nosotros no somos terroristas! ¡No andamos con armas!»

El compromiso con los procesos judiciales es otro, es saber que este es un caso testigo de otros que vendrán, junto a la contaminación de los acuíferos de agua dulce. Los cuerpos comprometidos saben que el poder jurídico no responde por los intereses de las comunidades. ¿Cómo el poder jurídico nacional va a responder por personas que ni siquiera reconoce? No es casual que a María y a Fausto el presidente de jueces, Pablo Díaz Lacava, no les permitiera hablar en mapudungun en la sala de audiencia. No se trata de protocolos, se trata de una nueva forma de no reconocimiento o mejor dicho el protocolo judicial es no reconocerlos. Como tampoco es casual, ni un capricho rebelde, que Lautaro se haya mantenido en la clandestinidad previo al inicio del juicio. ¿Qué es lo que aseguraba que un poder judicial como el argentino, que ni siquiera permite que las personas mapuche pronuncien un mínimo y respetuoso mari marí (hola) en una audiencia, los someta a procesos carcelarios injustos, como lo está padeciendo en este momento Yesicca Bonnefoi (una mujer mapuche, encarcelada, acusada de rasguñar a una mujer policía)?

«Yo me entregué y acepté un juicio abreviado, reconociendo que nos enfrentamos con los prefectos. Y lo hice porque tengo tres hijos y mi compañera ya no podía más sola. Pero cuando hablé de enfrentamientos, me refería a que nosotros nos defendíamos con piedras y ellos con armas con munición de plomo».

Fausto Huala realizando un afafán al concluir su declaración.

Este testimonio de Fausto Huala habla también de otro mecanismo utilizado en ngulumapu (Chile): la confesión bajo tortura o coerción, una práctica que ha colocado en el ojo mediático a pocas víctimas, pero que se espera, ante este nuevo mapa extractivo, profundizar en su utilización extorsiva.

Epu | Dos

Destapar el trofeo para regocijarse en silencio

Lautaro y Fausto estuvieron esposados al lado de Rafael Iem (fallecido) durante casi tres horas. En ese lapso de tiempo, cada vez que llegaba un grupo de alguna fuerza especial, realizaban el mismo ritual: destapar el trofeo, para regocijarse en silencio. Rafael estaba boca arriba, tapado con prendas de vestir. Distintos hombres pertenecientes a las fuerzas de seguridad nacional no dudaron (ni encontraron resistencia alguna) en levantar la ropa para verle la cara al «indio». El último signo de dignidad fue vulnerado, manoseado por al menos cinco personas diferentes, más los prefectos que lo recibieron. El resultado: una cadena de custodia contaminada.

Declaración de Lautaro González frente a los jueves.

El mismo gesto invasivo y racista mantuvieron con Fausto Huala y Lautaro González. Por un lado, a Lautaro le sujetaron las manos con precintos. Dos veces. Mientras que, por su lado, a Fausto le colocaron en dos ocasiones diferentes esposas de metal. Por último, seis horas después, arriba de una camioneta de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA), les tomaron las huellas para las pruebas de pólvora. Una vez más, otra pericia contaminada.

Kvla | Tres

Ampliación de testimonios: las lanzas y los «disparos psicológicos»

Ante esta contundencia de pruebas, lo único que atinaron a hacer los prefectos —por lo menos los dos que ampliaron su declaración en la última audiencia— es exagerar la agresión que recibieron. Subvertir el peligro. Intentar convencer infructuosamente al jurado que la capacidad de fuego la tenían los mapuche y no ellos, armados con fusiles de asalto. «Si no fuera por Pintos, una lanza me hubiera arrancado un ojo», indicó el prefecto Juan Obregón. Las lanzas a las que hace referencia Obregón fueron exhibidas en el juicio: se trata de cañas colihues, utilizadas ceremonialmente. No son armas, no tienen esas características. Ni esa letalidad.

El prefecto e imputado Sergio Garcia, junto a su abogada defensora.

Por su parte, Sergio García hizo referencia a la dirección de su arma, indicando que él hizo «disparos psicológicos» en contra de los árboles para que los mapuche «dispongan su retirada».

El croquis dibujado por el prefecto Juan Obregón.

Ya Obregón había realizado un planteo psicológico. Realizó un croquis, que prácticamente no aprobaría ningún estudio preocupacional. Juan Obregón dibujó tres figuras fálicas sobre un pizarrón para indicar que ellos tuvieron que resguardarse detrás de tres árboles y que desde esa posición defensiva, él pudo ver a una persona empuñando un arma de fuego. «Se podía ver los fogonazos de los disparos». Obregón también reconoció movimientos militares en bloque, como si estuviera ante ellos una guerrilla paramilitar: “hacían saltos por pelotón”.

Lautaro González trabaja el cuero y toca la guitarra. Payador sureño. Fausto Huala es plomero–gasista. Delantero: un siete desbordante y habilidoso.

Meli | Cuatro

«Rafael volvió porque me iban a matar»

Joana Colhuan Nahuel me contó, mientras me mostraba su rostro, como se brotó toda la piel al enterarse que tenía que venir a Fiske Menuko desde Bariloche, para declarar. «Yo no había hablado nunca de todo esto. Recién hoy, con usted, decidí contarlo». Joana Colhuan Nahuel declaró lo concreto de la causa, junto a una psicóloga que la acompañaba de cerca. Afuera de la audiencia, Joana me contó muchos aspectos de la vida cotidiana de Rafael (casi siempre, anecdóticos para la justicia y los medios de comunicación).

«Rafael volvió porque me iban a matar. Rafael volvió porque me había quedado atrás». Cuando cayó, yo estaba al lado. Inmediatamente armamos una camilla (improvisada) y lo subimos, pero se tiraba de ella. Lo subíamos y él se volvía a tirar. Decía que no quería que lo llevemos, que no quería que nos retrasemos con él. Bajarlo significaba que alguien o varios se iban a tener que «entregar», con un destino incierto, quizás mortal, como le pasó a Santiago Maldonado. Rafael fue consciente hasta sus últimos segundos de vida. No dej´p a nadie tirado. No se olvidó de nadie, mucho menos de su prima, con la que había caminado tantas pendientes.

«Nadie nos obliga a ser como somos. Nosotros también pensamos. Seremos ‘indios’, seremos mapuche, seremos para ellos ignorantes porque capaz ignoramos lo que para ellos es importante: la plata y la codicia. Pero Rafa no era tonto. No era un chico que no sabía pensar. A pesar de nacer así, en un barrio carenciado, él pudo ver las cosas, que muy pocos pudimos ver. Porque él sabía pensar. Él pensaba sus cosas. A él nadie lo manejaba, de ninguna manera. Él iba por una conciencia, por un cariño para su gente y por cariño a él también, porque él también quería vivir mejor. No quería que lo maten. Esto es así porque el Estado es así. El Estado fue así con todos nosotros.  Nosotros no andamos buscando que nos maten».

Con Joana estuvimos hablando más de una hora, en las afueras del Juzgado Federal de Fiske Menuko. Joana me describió el contexto en el que vivía Rafael. «Muchas veces yo lo iba a visitar, y por ahí no tenía leña ni para hacer un mate. Tenía que quemar algún cajón de fruta, porque en Bariloche la leña es muy cara. Y muchas personas no tienen acceso a ella».

Joana, luego de finalizada su declaración, abrazada a su hermana machi Betiana Colhuan.

También Joana me contó que Rafael llevó, en distintas ocasiones, a ceremonias mapuche, a varios de sus amigos del barrio, jóvenes mapuche también, en casi todos los casos atravesados por la miseria, el consumo problemático, la depresión, los problemas con la ley, el racismo. Rafael quería salir de ese contexto, pero no quería salir solo. Quería llevarse a sus amigos con él, quería poder tener un día una familia, un pequeño campo donde criar sus caballos y gallinas. ¡Dignidad! Rafael quería poder tener un poco de dignidad, vivir como mapuche, lejos de la miseria y el hacinamiento. Quería poder realizar una ceremonia todas las mañanas, a la orilla del fuego, mirando hacia el puel (este). Quería poder tener agua potable para él y sus animales. Quería poder construir una ruka (casa) que no se lloviera y que pudiera ser un refugio del frío y el racismo sureño.

Joana me confesó que no puede andar sola por las calles de Bariloche, ni ella ni sus hermanas. No pueden andar vestidas como mapuche porque los ultranacionalistas las persiguen, las acosan, las insultan. No tienen límites. Pueden y son tan peligrosos como las propias fuerzas especiales. Se coluden. El peligro las acecha. «Es la primera vez que aparezco hablando. No hay imágenes mías en ningún lado», me responde Joana, al ver el material audiovisual que salió después de entrevistarla. Este es uno de los únicos videos donde Joana aparece hablando.

Rafael volvió en la memoria de su prima, en el relato de sus hermanos, en las anécdotas de los pibes del barrio Virgen Misionera. Rafael volvió o mejor dicho nunca se fue: su espíritu sigue estando, recorriendo el hielo, las huellas de los senderos angostos que conducen hacia la autonomía de los pueblos, hambrientos de dignidad y kimvn (conocimiento). Rafael volvió en forma de metawe (vasija), en el barro espeso que cubre las heridas, en las semillas que se esparcen cada primavera en las periferias del Willimapu. Rafael volvió en el rakizuam (pensamiento) de Joana, en el kuzaw (trabajo) de Lautaro, en el newen (fuerza) de Fausto. Rafael vuelve cada vez que un hermano mapuche logra presentarse en mapudungun, realizar un pichi nguillantun (pequeña ceremonia), tocar un trompe en la madrugada, al despertar las aves, que buscan algún reparo ante la avanzada destructiva del asfalto y el «progreso winka».


Fotos de Gustavo Figueroa