Un equipo médico registra, por accidente, la actividad cerebral de una persona durante el periodo previo y posterior a su muerte.

Por Carlos Sánchez

Es un día como otro cualquiera en el hospital. Los sanitarios se disponen a realizar la prueba de medición de ondas cerebrales a un hombre de 87 años, que había tenido ataques de epilepsia tras un accidente. No sabían que se encontraban a las puertas de un hallazgo asombroso.

Durante el encefalograma, el paciente sufrió un paro cardíaco y falleció. Pero las máquinas, con un frío desinterés por lo inesperado, siguieron en funcionamiento y grabaron su actividad cerebral.

La evidencia

Según el estudio publicado por el equipo médico en la revista Frontiers in Aging Neuroscience:

«Después del paro cardíaco, las potencias delta, beta y alfa se redujeron, pero se observó un mayor porcentaje de potencia relativa gamma (…) incluso después del cese del flujo sanguíneo cerebral». «Nuestros datos proporcionan la primera evidencia del cerebro humano moribundo en un entorno clínico (…) y defienden que el cerebro humano puede poseer la capacidad de generar actividad coordinada durante el proceso de muerte».

En una entrevista en la BBC, el Dr. Ajmal Zemmar, neurocirujano (Universidad de Louisville, EEUU) y coautor del estudio, afirma:

«Es la primera vez en la historia que se graba la actividad de un cerebro humano desde el estado de vivo a fallecido (…) encontramos ciertos patrones rítmicos en las ondas cerebrales, que son los que suceden en el cerebro de los seres humanos cuando tenemos rememoración de recuerdos, meditación, concentramos la atención o en sueños (…) ocurre antes y después de que el corazón haya dejado de latir».

En un plano más subjetivo, el Dr Ajmal.comparte sus ideas: «Parece que esta nueva fase de la muerte se inicia cuando la persona está a punto de fallecer (…) esto nos lleva a la intrigante especulación de que aquí tenemos el correlato neurofisiológico a esas experiencias cercanas a la muerte (ECM) que repetidamente testimonian personas (…) y que relatan tener una rememoración de su vida».

El Plan

Tras la publicación del estudio, muchos artículos de prensa han anunciado el hallazgo de la base científica de las ECM. En concreto, de la experiencia «la vida te pasa por delante, como una película» que describen personas que estuvieron clínicamente muertas, pero sobrevivieron. Esta conclusión podría ser cierta, pero centran el debate en sí el nuevo descubrimiento médico es una prueba fehaciente o no de tales vivencias.

Lo que resulta asombroso es el hecho en sí mismo, fascinante, sin necesidad de más pruebas, de que algo ocurre en nuestro cerebro tras morir. Tenemos instalado un comportamiento para el proceso de fallecimiento, incluso sin ritmo cardíaco.

Cuando nacemos, venimos con numerosos reflejos, que permanecen activos durante el primer año de vida: aprehender con las manos, succionar con la boca, tensar en el cuello y estirar un brazo si nos colocan boca abajo (para no ahogarnos), etc. Y todos ellos tienen justificación en nuestra supervivencia

Entonces surge la pregunta: ¿Para qué le serviría a la evolución darwinista un mecanismo cerebral en el proceso de muerte y con el corazón parado? En ese estado ya no podemos competir con nuestros iguales, cual león de la sabana. Y es evidente que no vamos a reproducirnos, no estamos para esas lides. Entonces, ¿a qué viene que tengamos programada una actividad en nuestra mente, con las últimas briznas de energía, incluso para después de la muerte clínica? ; ¿No será que el plan de la evolución y la vida, es otro?

Porque la creencia dominante se emborracha de decirnos que aquí se viene a competir entre iguales, a un pisoteo continuo con otros seres humanos, para acumular poder, y que nuestros genes sean los que consigan el futuro. Un ego inflado no solo en vida sino por los siglos de los siglos. Además, estamos rodeados por el comportamiento de especies animales prestas a justificar tal conclusión.

Pero un programa cargado en nuestro código genético espera paciente, sin prisa, a que llegue su momento, justo antes de morir. Como si fuera un virus informático. Quizás está programado para facilitar, durante el fallecimiento, que veamos la esencia de lo que fue nuestra vida. Quizás nos quiera ayudar a develar algo que nuestra conciencia solo pudo rozar en nuestra existencia. Quizás sea el reflejo genético de la la frase «la real sabiduría está en el fondo de tu conciencia como el amor verdadero está en el fondo de tu corazón».(Silo, «La curación del sufrimiento», 1969)

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