Nuevos hallazgos arqueológicos desarman las teorías evolutivas hasta ahora aceptadas, y develan que venimos de la hibridación sostenida entre diferentes especies homínidas durante decenas de miles de años.

Por Carlos Sánchez

Desde el surgimiento de la teoría darwiniana de la evolución, la ciencia ha estado sumergidos en una creencia absoluta e indiscutible, casi un mito: La lucha, el dominio y la aniquilación del más fuerte sobre él más débil, es la forma natural de relación entre las diferentes especies que habitan el planeta, y por extensión, de los homínidas que nos precedieron.

Así, documentales científicos han llevado a la parrilla cultural de la televisión escenificaciones donde, en una cueva del sur de España, una familia de homo Neandertal (especie humana «extinta», previa y coetánea al horno Sapiens), vivía con tristeza, hace veinte mil años, el final de su linaje. Y esto se argumentaba por la llegada a Europa del gran Homo Sapiens, procedente de África y mejor adaptado por su intelecto más grande (sospechosa manía la de verse siempre como lo mejor dotado).

Pero esta escena televisiva resulta difícil de creer. Que una familia Neandertal del sur de España, en aquella época, supiese lo que les pasaba a otras familias en la actual Polonia o Israel, y por lo tanto, consciente de la extinción de su especie, es poco probable. Además, ya sabemos que la capacidad y desarrollos Neandertal y Sapiens eran muy parecidos. Recientes descubrimientos cerca de Berlín (Revista Science) y Málaga (Revista Nature) muestran grabaciones en piedra, pintura abstracta, arte y simbología Neandertal en las paredes de las cuevas que habitaron. Por lo tanto, la superioridad, y por añadido, la aniquilación, no es tan evidente.

Hicimos el amor y no la guerra

Desde el año 2014 se sabe que la población europea y sus descendientes guardan en su código genético hasta el 20% del genoma Neandertal, y cada persona de linaje europeo tiene una carga Neandertal de entre un 1,5 y un 3 por cierto en sus genes. Se demostró, por tanto, que hubo hibridación, (Libray of Medicine y Revista Science) aunque esto no fue suficiente para desmontar el mito de la superioridad sapiens,o dicho de otro modo, del “ego” de especie.

Por suerte, unos pocos centímetros de cráneo, de mandíbula y una muela de un homínida que vivió hace ciento veinte mil años, cerca de Nesher Ramla, en Israel, han salido a la luz para terminar de enterrar las viejas teorías biológicas y evolutivas.

Según el nuevo estudio publicado en la revista Science:

“Nuestra comprensión del origen, distribución y evolución de los primeros humanos y sus parientes cercanos se ha afinado en gran medida con nueva información reciente».

«Estas evidencias muestran que estos homínidos, Nesher Ramla Homo, eran eficientes cazadores de caza mayor y menor, usaban madera como combustible, cocinaban o asaban carne y mantenían fuegos. Habían dominado completamente la tecnología que hasta hace poco estaba vinculada al Homo sapiens o a los neandertales».

«Estos hallazgos proporcionan apoyo arqueológico para las interacciones culturales entre diferentes linajes humanos durante el Paleolítico Medio … una noción también respaldada por su tradición tecnológica compartida. Este escenario es compatible con la evidencia de un flujo genético temprano (desde hace 400.000 a 200.000 años) entre los humanos modernos y los neandertales».

Ciencia contra Humanismo

En una época de racionalismo absoluto la ciencia se ha erigido como la única fuerza capaz de crear verdades absolutas. Y esto lo ha entendido bien el capitalismo, desde donde se ha potenciado las ideas que plantean a la competencia y la aniquilación, como la forma natural de relación entre especies, y por extensión, entre los seres humanos de hoy en día.

El darwinismo biológico y social justifica la violencia hacia otros seres humanos como lucha por la supervivencia. Estas ideas darwinianas no distan mucho de otras donde la pobreza se entiende por disposición divina, y la guerra, es santa. Entonces, pobreza, guerra y violencia se disculpan tanto del lado de la religión fanática como del lado del evolucionismo inhumano. Ciencia radical y religión extremista caminan de la mano, o dicho de otro modo, la política y el interés mutuo hacen extraños compañeros de cama.

Así, en un mundo con un excedente anual de miles de toneladas de alimentos, veinticuatro mil personas mueren al día de hambre, dieciocho mil de ellas niñas y niños. Cada 3,6 segundos, una nueva muerte . Entre 45 y 50 muertes en el tiempo que se lee este artículo. Y esto sin contar muertes por guerras o enfermedades con cura, ni gasto en armamento o lujo. Y ante tal esquizofrenia, las religiones, callan, y la ciencia antihumanista, justifica, y nos presenta al león de la sabana como modelo de comportamiento.

Por suerte, la inspiración humana no tiene límite, y sobrevuela por encima de las verdades absolutas y creencias del momento. Nuestra mente es como el agua de lluvia, que, aunque encuentre obstáculos, inventa nuevos cauces para llegar al mar. Esta vez, canalizada por los diminutos huesos de una persona que habitó hace ciento veinte mil años, un ser que vivió su momento, con mayor o menor dificultad, pero que seguro, nunca pudo imaginar el gran aporte que nos haría: al mostrar, con sus huesos, que no estamos atados a la violencia por una ley natural.

 

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