Caso Tehuel de la Torre: un año sin saber nada

Hoy (26 de marzo) Tehuel cumple 23 años. Probablemente en la casa de su papá hoy habría sonrisas y un fuego prominente escalando los ladrillos del patio. En la casa de la familia De la Torre cada 26 de marzo el festejo es doble. Cumple Tehuel y también su hermana Ailen. Sin embargo, la fecha encuentra a la familia sumida en la incertidumbre, el desconocimiento y el desamparo más inhumano que una sociedad puede padecer. Sin saber a quién recurrir, a quién preguntar, a dónde más denunciar, qué pared nueva tapar con el rostro de Tehuel. ¿A quién recurrir cuando el Estado Nacional, el que debería proteger y resguardar, silencia la desaparición de una persona? ¿Habrá que recorrer cada cementerio y comisaría como la familia de Luciano Arruga? ¿Habrá que agarrar la pala y comenzar a cavar cada descampado, campo o baldío como la familia de Carlos Painevil? ¿Habrá que recorrer cada reducto de cemento del conurbano bonaerense (y del país) donde se explota sexualmente a mujeres y niñas secuestradas? ¿A quién se recurre cuando el Estado Nacional es el que silencia la búsqueda de una persona? ¿A quién se recurre cuando es el mismo Estado Nacional el cómplice de la desaparición de una persona?

Hoy Tehuel cumple 23 años. Debería estar comiendo una torta de chocolate con su hermana, sintiendo el calor de los leños en la cara, pisando una pelota de fútbol con la punta de los botines. Hoy Tehuel debería estar recibiendo un regalo, un pellizcón en los cachetes, una visera nueva. Hoy su papá lo debería estar abrazando, diciéndole que lo quiere, cebando unos mates, bromeando porque están lavados (los mates). Hoy Tehuel debería estar bailando cumbia, tirando los pasos prohibidos, deliberando la alegría en medio de la noche.

La literatura no humaniza porque los verdugos no leen. No quieren saber nada sobre quien padece. Todo lo contrario: el verdugo no contiene, produce dolor por placer, para acumular poder en sus músculos, en su hombría ficticia, en su garrote impune.

Ya pasaron exactamente 365 días desde la desaparición de Tehuel. La luna dio trece vueltas completas hasta cambiar el ciclo y volver a comenzar. Nuevamente las hojas y todas las formas de la vida del territorio comienzan a prepararse para resguardarse, para protegerse del frío que asoma. Está más que claro, se puede ver en perspectiva y a la distancia, sobre los charcos de agua que comienzan a congelarse: el Estado Nacional no quiere ni pretende buscar a Tehuel. Mientras que su hermana, sus hermanos y su propio padre comienzan a vislumbrar una especie de capa de dolor irreversible, como un callo en los dedos, en las manos, en la espalda, en el espíritu, existe en la calle una forma negativa, como una figura anómala, que actúa deliberadamente para profundizar ese dolor, esa marca. Eso que dice existir para cuidarte, fue creado para desaparecer personas.

Mientras se dibuja una huella de dolor en la memoria, el Estado no busca, no reacciona, no sabe, no contesta. No puede. Porque encubre, porque oculta, porque calla, porque dice hacer, pero no hace.

El Estado no te cuida, el Estado te desaparece. Fue creado para cumplir esa función. Desde 1800 hasta la actualidad. Que se corra la voz, que se entienda. Para que se sepa, que nadie está a salvo, que el Estado ni es amigo, ni es empático. Mucho menos sincero. El Estado miente y encubre. Le hace creer a las familias que está de su lado, que ayuda, que coloca todos sus esfuerzos en la búsqueda, pero no busca. ¡No hay nada! En el caso de Tehuel no hay nada. Ni pruebas, ni huellas, ni testigos. Ni siquiera existen  teorías del caso, lugares posibles dónde podría estar. Todo queda en el imaginario, en la especulación constante, sin fundamentos ciertos, concisos, irrebatibles.

¿Qué tendrá que hacer la familia para reencontrarse con Tehuel? ¿Buscarlo ellos mismos? ¿Perseguir la propia huella del dolor? ¿Padecer la enfermedad de la ausencia en sus manos, los huesos y el recuerdo?

El caso de Tehuel no es el primero, ni el único. El Estado Nacional argentino tiene un largo historial de casos en los se muestra indiferente, silencioso, cómplice, verdugo. En cada una de esas causas se arremolina una idea en común, un destello de verdad, una realidad palpable e irreductible, un principio de existencia: nadie descansa hasta que aparezca la persona que falta.

“Te vamos a encontrar como sea”, afirma Ailen en su muro de facebook, como si estuviera mirando el cuadro que ilustra el comedor de la casa (y esta nota) de Andres (su papá), donde Tehuel y ella, con un año de vida, antes de caminar, sobre un parque de césped, delante de un árbol, hacen equilibrio en el aire y disfrutan de las texturas de la tierra.

Reformulo. Aunque se dibuje una huella de dolor en la memoria, nadie descansa hasta que aparezca la persona que falta.