La pandemia tiene al mundo patas arriba. En Chile también estamos afectados. Sus estragos económicos, sanitarios, sociales siguen vigentes al igual que el cansancio y la incertidumbre, a pesar de que ya han hecho su aparición las vacunas.

Respecto de los comportamientos de gobiernos y de las personas, es difícil identificar a aquellos países con resultados que podríamos calificar como exitosos en su batalla contra covid19. Quienes parecieran haber contenido en alguna instancia la pandemia, cantando victoria antes de tiempo, por una u otra razón, no han podido evitar rebrotes.

En Chile ya llevamos poco más de un año con la pandemia a cuestas y no se ven signos de que amaine, sino que todo lo contrario. Todo ello no obstante que ya tenemos vacuna, que está en marcha un exitoso programa de vacunación que nos tiene en buen pie en términos de la cantidad de personas vacunadas. Los contagios y los muertos por covid19 persisten, al igual que la velocidad de propagación del virus.

Preocupante además porque la primera línea de los equipos de salud, si bien siguen vivamente comprometidos con dar batalla, muestran signos de agotamiento; también de decepción al observar que una alta proporción de la población incumple los protocolos establecidos para enfrentar la pandemia. El personal de salud –médicos, paramédicos, y de apoyo- se empiezan a preguntar si vale la pena poner en riesgo su salud y privarse de descansos al observar que la tasa de ocupación de camas está alcanzando niveles críticos, mientras la población es habilitada para concurrir a gimnasios, cines o casinos.

Hay algo que no calza, indicio de que no lo estaríamos haciendo bien y que debemos mejorar sustancialmente. Las autoridades de gobierno han gestionado bien y oportunamente el proceso de compra de la vacuna. El sistema de salud primario se ha lucido en el proceso de vacunación. Hasta ahora se observa pleno respeto a las prioridades de vacunación, a diferencia de lo que se ha dado en otros países, donde altas autoridades se han saltado la fila –véase los casos de Perú y Argentina-.

La pregunta que debemos hacernos es ¿en qué estaríamos fallando? Aventuraría dos hipótesis.

La primera, a nivel poblacional, un comportamiento que raya en la irresponsabilidad más absoluta por parte de no muchos, pero que incide. Las aglomeraciones, al igual que la participación en fiestas clandestinas, y el incumplimiento de los aforos y protocolos establecidos, son solo algunos ejemplos que están obstruyendo el abatimiento de la pandemia. Un exitoso proceso de vacunación no basta si va acompañado de un relajamiento en las conductas. Estos son los momentos claves que exigen aperrar para enfrentar la pandemia, dejarla atrás cuanto antes y que afecte al menor número de personas.

La segunda, a nivel gubernamental, de autoridades, la adopción de decisiones que no se entienden. Bajo el esquema de paso a paso, periódicamente vamos pasando de una fase a otra sin que se sepa cuáles son los criterios bajo los cuales se toman tales decisiones. Esta falta de transparencia no invita precisamente al acatamiento de las decisiones que se adoptan, las que finalmente se presume que obedecen a presiones de grupos de interés. Alguien sabe ¿cuál fue el criterio aplicado para el otorgamiento de los permisos de vacaciones? ¿cuál es la lógica que está tras la decisión para que una comuna pase de una fase a otra? ¿por qué dos vecinas contiguas, fuertemente comunicadas, estén en distintas fases? Si tales criterios existen, no se conocen, y por tanto habría una falla en la política de comunicación. En tal sentido los mensajes que se transmiten son equívocos. No se entiende que se promueva un relajamiento cuando los indicadores de contagios y/o de ocupación de camas alcanzan niveles críticos.

Si se mejoraran estos aspectos, cabría esperar una positiva reacción por parte de la población con miras a remar todos juntos para el mismo lado y de este modo dejar cuanto antes atrás esta maldita pandemia.

 

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