Por Daniel Giovanaz / Brasil de Fato
Traducción de Pressenza

El director del Instituto para la No Violencia y Acción Ciudadana por la Paz analiza el legado anticapitalista del líder indio

La incapacidad del capitalismo mundial para responder a las necesidades de la población, mantiene vigentes las ideas de Mahatma Gandhi, el líder de la independencia de la India, 72 años después de su asesinato. Este es el análisis del economista Óscar Useche, director del Instituto de No-Violencia y Acción Ciudadana por la Paz (Innovapaz) de Bogotá, Colombia. Habló con Brasil de Fato en el aniversario de la muerte del pacifista indio, recordado este jueves (30).

La mirada latinoamericana de Useche ayuda a hacer evidentes las aproximaciones entre las doctrinas gandhianas y las formas de vida de los pueblos tradicionales del continente. Más que recordar la independencia de la India en 1947, el economista analiza el mundo posterior a la Guerra Fría y destaca la relevancia del legado de Gandhi para las comunidades que intentan sobrevivir al avance capitalista.

Según un informe publicado por las Naciones Unidas en 2019, unos 1.300 millones de personas de 101 países analizados, son considerados «pobres multidimensionales»; además de medir la pobreza por ingresos, el documento incluye indicadores como la salud precaria, la calidad del trabajo y la amenaza de violencia. Este año, Oxfam Internacional informó que 22 multimillonarios concentran más riqueza que todas las mujeres africanas.

Siguen los mejores momentos de la entrevista:

–¿Cómo se aplican las propuestas de Gandhi a la economía? ¿Existe alguna similitud con las tradiciones de organización productiva de los pueblos indígenas de los Andes, que dieron origen a la idea del «buen vivir» que conocemos en América Latina?

–Para Gandhi, la comunidad era el campo de relaciones por excelencia para la no violencia. Apostó por las bases habituales de solidaridad y esfuerzo conjunto que circulaban a través de conexiones subterráneas, afinidades construidas hace siglos, lazos de sangre y lingüísticos que habían permitido la supervivencia de los indios en sus territorios. En este contexto, vislumbró el «bienestar» de todos, que llamó Sarvodaya.

Los pueblos indígenas de los Andes americanos también recuerdan sus experiencias con los sistemas ancestrales de producción y las actualizan para revalorizar las tradiciones de organización social y productiva que dieron lugar al «buen vivir».

En el caso de las comunidades andinas, el «buen vivir» implica la propiedad colectiva de la tierra. La economía gandhiana no reconoce ninguna propiedad privada fuera de la que, reconocidamente, contribuye al bienestar general, aunque la doctrina no excluye la regulación legal de la propiedad y el uso de la riqueza.

Para Gandhi, la aplicación del Swadeshi (autonomía de las comunidades) implicaba que los seres humanos pudieran satisfacer sus necesidades básicas bajo el criterio de la autosatisfacción, sin un espíritu de acumulación y enriquecimiento, en un nivel de igualdad y respeto. Es desde esta perspectiva que en 1941 Gandhi formuló su «Programa de Construcción de la India», que se ajustaría cuatro años más tarde.

Gandhi emprendió una lucha de profundo contenido simbólico anticolonial, para exaltar el trabajo en las ruecas para hacer ropa de algodón, así como para generalizar el khadi (tela rústica hilada a mano), lo que dio lugar al fortalecimiento de la industria artesanal familiar. El khaddar (procesamiento doméstico del algodón) simbolizó el comienzo de la libertad y la igualdad económicas, tal como las concebía el gandhismo.

Por otro lado, el «buen vivir» de las sociedades indígenas andinas gira en torno a la afirmación de condiciones adecuadas para el surgimiento y reproducción de lo común, integrando la dinámica de su relación con la naturaleza, la producción de conocimiento, la acción política y el trabajo colectivo. Hoy en día, la subsistencia de la mayoría de estas poblaciones depende de su capacidad para resistir, para reavivar tradiciones.

–Uno de los aspectos más controvertidos del pensamiento de Gandhi es su visión del sistema de castas. A diferencia del jurista Babasaheb Ambedkar, por ejemplo, Gandhi consideró que el sistema no debía ser abolido (aunque era contrario a tratar a los dalits como «intocables»). ¿Cómo se refleja esto económicamente? ¿Es posible afirmar que la persistencia del sistema de castas es un límite para el avance de la democracia y la autosuficiencia económica de las comunidades en la India?

Defender el espíritu de amistad de todos los indios hacia los Harijans («intocables», que Gandhi prefería llamar Hijos de Dios) era una cuestión de principios. ¿Con qué autoridad moral exigirían los indios una relación de igual a igual con los colonizadores, si dentro de sus comunidades habían naturalizado que algunos eran impuros o descastados?

Gandhi y Ambedkar, en 1931, durante su participación en la segunda de una serie de tres mesas redondas organizadas entre el congreso indio y el gobierno británico para discutir las reformas constitucionales en la India. Foto: Wikimedia Commons.

El problema de los intocables estaba presente en la posición negociadora del Gandhismo contra los ingleses. Gandhi dejó claro que la intocabilidad debería desaparecer.

En la Conferencia de Londres, los intocables estuvieron representados por Babasaheb Ambedkar, que había trabajado con Gandhi en algunas ocasiones, pero expresaba dudas de que el Partido del Congreso pudiera incorporar las reivindicaciones de los marginados: las castas superiores no abandonarían fácilmente sus privilegios.

En Londres, los ingleses ofrecieron a Ambedkar la posibilidad de un círculo electoral separado, que permitiría a los intocables construir su propio proyecto político, lejos de las maniobras clientelares tradicionales que los subordinaban a las castas superiores. Gandhi comprendió que esto podría ser una fisura en el movimiento de independencia, además de legalizar un «apartheid» que segregaría todavía más a los intocables.

Gandhi organizó uno de sus ayunos más radicales para evitar la consolidación de ese acuerdo. Al final, Ambedkar y su grupo acordaron renunciar, en parte porque no querían cargar sobre sus hombros la responsabilidad de la muerte por hambre del Mahatma.

El Pacto de la Poona garantizó a los harijans y a otras castas inferiores algunas bancas en las filas del Partido, y Ambedkar fue reconocido como el líder de los intocables.

No estaban de acuerdo con el optimismo de Gandhi de que se produciría un cambio en las castas superiores, que extenderían sus brazos amistosos para tratar con igualdad a los marginados.

Los intocables eran un contingente esencial para el éxito de la desobediencia civil y la expansión de la no violencia, pero su rama más politizada se alejó del hinduismo y millones, incluyendo Ambedkar, se convirtieron al budismo.

–A pesar de las contribuciones de Gandhi, la India sigue siendo un país extremadamente desigual y dependiente, con altas tasas de pobreza. ¿Es correcto decir que no se avanzó lo suficiente en la aplicación práctica de sus ideas, o simplemente no pasó el tiempo suficiente para que este legado diera por resultado mejores condiciones de vida para la mayoría de los indios?

–Hay un legado indeleble de Gandhi en la India y en todo el mundo. En su larga lucha, observó que gran parte de la sociedad había sido absorbida por la lógica colonial, incluida parte del movimiento nacionalista. De ahí su dedicación para que surgieran nuevas políticas del inmenso mundo de lo tradicional, de lo local, de la comunidad.

El gran temor de Gandhi era que las prácticas económicas y sociales de los habitantes de una pequeña isla [Inglaterra] penetraran en la India sin resistencia.

Las luchas de Gandhi no fueron suficientes. La India y muchos otros países que a mediados del siglo pasado eran rurales y estaban desindustrializados, con un consumo industrial moderado, entraron en el proceso de mercantilización mundial presionando aún más para aumentar la producción de energía, materias primas, alimentos elaborados y todo tipo de artículos preparados industrialmente.

El 15 de agosto de 1947, dos estados soberanos fueron proclamados simultáneamente: India y Pakistán. No fue un final feliz. Se acercaban tiempos turbulentos porque la división territorial no respetaba los procesos culturales y sociales con los que se habían construido lazos indisolubles y otras territorialidades. Era un tipo de violencia cultural y religiosa que sólo podía traer una doble violencia, un odio profundo, una venganza sin historia.

Lo que siguió fue una verdadera guerra civil, con connotaciones religiosas que enfrentaron musulmanes contra hindúes y sijs [minoría religiosa]. Más de seis millones de musulmanes huyeron al territorio del nuevo Pakistán y desde allí 4,5 millones de hindúes y sijs emigraron a la India. Mientras tanto, el horror no se detuvo.

Gandhi, Jawaharlal Nehru (el primer jefe ejecutivo de la historia de la India) y otros líderes, intervinieron personalmente en las zonas más afectadas por la violencia para abogar por la paz. Antes del mes de la formalización de la independencia, Gandhi emprendió el ayuno de Calcuta. La no-violencia, proclamó, es perdón y reparación, y esto debe buscarse en el alma de cada uno. Al cabo de cinco días, se le informó que representantes de las comunidades religiosas habían firmado un pacto para interrumpir el enfrentamiento y proteger a la población.

El 30 de enero, cuando Gandhi iba a una reunión interreligiosa, un extremista hindú que lo culpó de la división de la India y de su amabilidad con los musulmanes, lo asesinó.

El trágico final de Gandhi parecía el anuncio de la dramática historia que tendría que atravesar la recién fundada India: la guerra indo-pakistaní por Cachemira y la división de Bengala para el surgimiento de un nuevo país (Bangladesh).

La militarización de los dos países dio lugar a una carrera de armamentos que los convirtió en potencias nucleares. Ambos quedaron atrapados en la Guerra Fría, con Pakistán del lado de los EE.UU. y el socialismo «no alineado» de la India, más cerca de Moscú.

Tras la caída del Muro de Berlín, los dos países, y con mayor aceleración la India, entraron en la era del capitalismo global y salvaje.

Gandhi es llevado al jardín de su casa en Nueva Delhi después de un ayuno de cinco días en enero de 1948. Foto: Wikimedia Commons.

–¿Cómo reaccionaría Gandhi a la situación política y económica de su tierra natal hoy en día?

–Sin duda seguiría su camino de búsqueda de la verdad y proclamaría una vez más el espíritu del ahimsa (no herir al otro para no herirse uno mismo).

La verdad es que muchos pueblos y millones de personas asumieron su legado y hacen posible que Mahatma se reencarne, en todo momento, en la resistencia no violenta.

Hoy existe un flujo de economistas, ambientalistas y científicos sociales que reivindican no sólo un freno al crecimiento de la producción y el consumo capitalistas, sino que se ha producido un franco descenso.

Cabe señalar que los economistas clásicos de hoy no ridiculizan tan impunemente estas tesis –muchas de ellas en sintonía con los argumentos presentados por Gandhi en su momento–, presionados como están por el rotundo fracaso de este modelo.

Esto es lo que Gandhi entendió claramente, promoviendo la creación de un campo de resistencia, articulando los deseos religiosos de la población, su vocación comunitaria, su tradición en la producción de bienes materiales y su deseo de independencia.

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