Por Gloria Muñoz Ramírez

A cuatro mil metros de altura se hace y deshace la historia en Bolivia. Desde el teleférico, de La Paz hacia El Alto, la ciudad se muestra clara y apacible; el nevado de Illimani al fondo y los barrios de las laderas semivacíos. Los pasajeros van viendo videos de las protestas en sus celulares. Comentan que Evo Morales está en México ¿y por qué no en Cuba o Venezuela?, se preguntan en voz alta. Todos hablan de política. Al acercarse a su destino final se asoma el río sin fin de indígenas y campesinos que se dirigen a La Paz. Es la movilización andina en marcha, con destino aún desconocido.

Este lunes La Paz amaneció sitiada por octavo día consecutivo. El Movimiento al Socialismo (MAS) continuó mostrando músculo en El Alto, uno de sus bastiones, de donde partieron miles de indígenas y campesinos partidarios del ex presidente Evo Morales, para exigir la renuncia de la presidenta interina de facto Jeanine Áñez. La movilización pacífica exigió justicia para las víctimas de la represión ejercida en el contexto de la crisis política que se vive a partir del cuestionado resultado electoral en el que Morales buscó reelegirse por cuarta ocasión consecutiva.

Jesusa Mamani, indígena de 56 años, vende Wipalas, la bandera andina de siete colores que inunda las calles de la capital boliviana. Hasta hace una semana vendía ropa en un local callejero, pero ahora se suma a las protestas y de paso consigue dinero para sus gastos. Sin partido ni contingente en la marcha, exige la salida inmediata de la autoproclamada presidenta Áñez, al tiempo que pide a Evo Morales que no regrese a Bolivia, pues esto, dice, ocasionaría “mayor violencia”.

Las aguerridas mujeres de pollera inundan las calles. Las consignas a lo largo de lo kilométrica movilización son de repudio a la presidenta interina. “Áñez, asesina, el pueblo no te quiere”, “¡Añez, renuncia!”, “La pollera se respeta, carajo”, y “¡Guerra Civil!”, son algunos de los gritos.

La gente de La Paz recibe dividida a la marcha. Por un lado se forman filas de personas para ofrecer agua y naranjas a los aymara. Por otro, una señora que lleva a su hijo de la mano, les dice: “ojalá se mueran todos. Espero que los maten”. Lo dice en voz baja, pero se escucha, al igual que otras expresiones de un racismo creciente.

El Palacio de gobierno se encuentra resguardado por el ejército y la policía. Nada es normal en La Paz, donde se empiezan a agotar los suministros, se encarece la comida y escasea la gasolina. La basura se amontona en las calles, muchos comercios están cerrados, al igual que las escuelas.

El diálogo entre el gobierno de facto, el MAS y el poder legislativo auspiciado por la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea y la iglesia, inició este lunes teniendo como punto central las condiciones y tiempos para la organización de nuevos comicios presidenciales.

La Plaza Murillo, a donde confluyen las marchas que llegan de los distintos puntos a La Paz, se encuentra rodeada por la policía, mientras miles de indígenas y campesinos aguardan en los alrededores. Aquí es donde todos los días celebran su cabildo.

En La Paz hay de todo. Vecinos se organizan para retomar actividades como si no pasara nada. Otros restauran predios y edificios destruidos en días pasados durante las movilizaciones. No son la ultraderecha. Tampoco masistas, sino gente común y corriente que también exige un nuevo proceso electoral.

De Cochabamba llegan las imágenes de un nuevo episodio de represión a los cocaleros movilizados. Los gases lacrimógenos inundaron la avenida Villazón, donde los manifestantes mostraron casquillos de balas de armas de fuego.

En la marcha masista se impugna al unisono al líder cívico ultraconservador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho y al ex candidato a la presidencia por la oposición Carlos Mesa. Los indígenas no perdonan la quema de whipalas y exigen justicia para los más de 20 muertos y más de un centenar de heridos durante las protestas post electorales.

El reproche a la prensa recorre también la movilización. “¿Dónde está la prensa?”, se preguntan a gritos, pero cuando aparece un medio de comunicación lo increpan. Nada es gratuito.

El 20 de noviembre se cumple un mes de las elecciones presidenciales. Las tres primeras semanas las calles estuvieron tomadas por miles de personas que protestaron por el cuestionado proceso electoral que obligó a Evo Morales, como primera reacción a la movilización, a la anulación de las elecciones y a la conformación de una Corte electoral. Después la Central Obrera Boliviana le pidió la renuncia y momentos después fueron las fuerzas armadas las que le “sugirieron” que se fuera, lo que finalmente lo llevó a aterrizar en México.

El taxista que nos trae esta madrugada del aeropuerto de El Alto a la Paz, nos cobra el doble de la tarifa. “Es que no hay gasolina”, dice, y da su versión: “La situación está muy difícil, no se ve salida, más que para empeorar”. Se le pregunta a quién apoya. Y responde: “A la señora Áñez no, tiene que renunciar. Pero tampoco al Evo, él no tenía que haberse reelegido. Falló. Nuevas elecciones, y pronto, para que no se ponga peor”. Porque La Paz pende de un hilo.

Fotos: Gerardo Magallón

 

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