Javier Tolcachier

Mucho se ha escrito por estos días acerca de los logros de la economía boliviana durante el gobierno de Evo Morales. Y no es para menos. Entre 2006 y 2018, el PIB de Bolivia creció anualmente 4.9% promedio, encabezando a los países de la región en este rubro desde 2014. Esto significó cuadruplicar el volumen económico del país y pasar de un PIB de algo más de mil dólares per cápita (2005) a 3589 en 2018.

Las reservas del Banco Central de Bolivia aumentaron considerablemente de magros 1174 (2005) a los actuales 8008 millones de dólares, llegando a ser de más de quince mil en 2014. Los créditos productivos se multiplicaron por diez, llegando además la inversión pública a ser del 11% del PIB (2018), también la primera del continente. Tremendo dato: Tres cuartas partes de la inversión pública se financia hoy con recursos internos. Esto trae aparejado que luego de catorce años de importantes obras en todas las regiones del país, la deuda pública externa de mediano y largo plazo ascienda sólo a algo más de diez mil millones de dólares, representando un 23.6% del PIB.

Pese al fuerte ciclo expansivo, la inflación se redujo en 2019 a apenas el uno por ciento anual, contradiciendo la supuesta lógica monetarista y mostrando la fuerza de un sistema financiero progresivamente nacionalizado, resistente a los vaivenes especulativos de las divisas extranjeras: actualmente 99% de los créditos y el 88% de los ahorros están en moneda nacional. Para dimensionar el alcance, en 2005, las cifras eran de 7 y 15% respectivamente.

La idea guía fue (y es), en palabras del vicepresidente Álvaro García Linera, “la construcción de un Estado fuerte, que regule la expansión de la economía industrial, extraiga sus excedentes y los transfiera al ámbito comunitario para potenciar formas de autoorganización y de desarrollo mercantil propiamente andino y amazónico.”[1], línea de acción que se plasmó en el Modelo Económico Social Comunitario Productivo, vigente hasta la actualidad.

Como está previsto en ese modelo desde un punto de vista netamente humanista, aún cuando el desempeño de políticas públicas económicamente eficaces es una base insustituible,  las cifras macroeconómicas no tendrían ningún significado si no estuvieran apareadas con efectivos avances sociales.

Humanismo Social

En Bolivia, la pobreza extrema se redujo de 39% (2005) a 15,2% (2018). El salario mínimo nacional casi llegó a sextuplicarse, de un equivalente a u$54 en 2005 a los actuales 305, ascendiendo del último al quinto lugar del continente.

La población con ingresos medios pasó a constituir el 62% del total, porcentaje similar a la que tenía ingresos bajos en 2005. El 10% más rico del país, percibía entonces 128 veces más que el 10% más pobre. Hacia 2017 la desigualdad no desapareció, pero se redujo a tres veces menos: el decil más rico capta ahora cuarenta veces el ingreso del decil más desfavorecido. En resumidas cuentas, el índice de Gini, que mide la desigualdad de ingresos, se redujo de 0.60 a 0.46, siendo, una vez más, el mayor avance en América Latina.

Hablando de indicadores sociales, Bolivia consiguió la cobertura efectiva del cien por ciento de pensiones para sus mayores, muy por encima de la media regional (59%). El 51,5 de los bolivianos se ve beneficiado por programas de transferencia directa como el Bono Juancito Pinto, la Renta Dignidad y el Bono Juana Azurduy. El primero, ayuda a costear los materiales educativos o el transporte de niñas y niños en edad escolar (hasta el segundo año del secundario) fortaleciendo las posibilidades educativas de segmentos alejados y de pocos recursos, saliendo al paso de la deserción escolar y el peligro de trabajo infantil. La Renta Dignidad, por su parte, mejora los ingresos de los adultos mayores.

El Bono Juana Azurduy apoya a las mujeres gestantes y a los bebés hasta los dos años sin seguro de salud. Tratándose de una transferencia condicionada, con carácter de acción positiva, se exigen 4 controles prenatales, parto institucional y control post parto. Los niños y niñas menores de dos años deben atestar 12 controles integrales de salud bimensual, todo lo cual mejora enormemente las condiciones básicas de la natalidad y los primeros años de vida. Así se explica en gran parte que, en los últimos 12 años, la mortalidad en niños menores de cinco años se haya reducido en un 61%.

Otra conquista social irreversible ha sido el programa de alfabetización “Yo Sí Puedo”, que benefició a más de 800 mil bolivianos, logrando el status UNESCO de “territorio libre de analfabetismo”. Una herramienta indispensable para la consecución y ejercicio de derechos.

Una amplia red de más de 3000 centros públicos de salud incluyendo regiones de difícil acceso, casi 90% de la población disponiendo de agua potable, la construcción de miles de viviendas sociales; Sería excesivo abundar en el extendido catálogo de mejoras en términos de calidad de vida experimentadas por el pueblo boliviano en los casi catorce años transcurridos desde que Evo Morales Ayma asumió la presidencia del país. Un dato final lo sintetiza todo: la esperanza de vida al nacer de una persona en Bolivia aumentó en diez años.[2]

El Proceso de Cambio, sin embargo, ha significado mucho más que números y resultados socioeconómicos tangibles.

Humanismo cultural y político

El gobierno de Evo Morales ha dignificado las identidades indígenas, esforzándose por superar cinco siglos de vejación colonial. La lucha contra el racismo existente bajo los pliegos de la formalidad de iguales derechos ha constituido la principal batalla. Batalla en la que hermanas y hermanos supieron levantar a los suyos para animarse a protagonizar su propia historia. Visión que generó herramientas clave de participación política igualitaria en el transcurso de la Asamblea Constituyente 2006-2007 y avanzó contra la segregación y la violencia racial con la Ley contra el racismo y toda forma de discriminación en Octubre 2010.

La Nueva Constitución Política del Estado, surgida de la Asamblea Constituyente y ratificada en referéndum, ha posibilitado la participación indígena en el parlamento, la vigencia de una jurisdicción indígena campesina y el derecho a la autonomía y el autogobierno indígena. El reconocimiento de la plurinacionalidad del país, de mayoría indígena y mestiza, ha sido un vector fundacional del Proceso de Cambio, que generó, pese a la adversidad de sectores y amenazas secesionistas de carácter racista, un modelo de interacción cultural respetuoso de la diversidad y convergente de su pluralidad.

La fortaleza política del gobierno revolucionario fue la alianza con movimientos sociales indígenas y campesinos, los que en sus luchas históricas y en su participación política llevan el sello de una organicidad fundada en estamentos comunitarios. Esto propició una conexión permanente con la base social más postergada, con el pueblo anteriormente distante de toda incidencia y decisión. ¿Acaso no debe ser esto catalogado como democracia real y participativa? Sin duda con problemas y defectos perfectibles, pero seguramente más representativa que la habitual “democracia formal” del capitalismo occidental y mucho más justa que los regímenes plutocráticos instalados durante doscientos años, luego de las primeras independencias criollas en América Latina y el Caribe.

Pero hay más. Bolivianos y bolivianas eligen por voto directo no sólo autoridades ejecutivas y legislativas. También sus jueces deben someterse al escrutinio de la voluntad popular, hecho inédito y pionero que abre las puertas a la oxigenación del ámbito judicial, coto habitualmente reservado a la corrupción y las componendas.

En definitiva, luchar contra el racismo y la discriminación, descolonizar el Estado y las mentalidades, dignificar la condición de las mayorías y posibilitar la unidad en la diversidad han sido rasgos centrales de un gobierno humanizador.

Humanismo con enfoque de género

La violencia contra las mujeres y el carácter patriarcal de la sociedad boliviana son un cáncer muy arraigado y difícil de extirpar. Bolivia es el país de Sudamérica con mayor proporción de feminicidios, donde dos de cada cien mil mujeres son asesinadas por año. A pesar de contar con una clara normativa contra la violencia machista, los casos de violencia doméstica cotidiana se cuentan por miles. Estimaciones conservadoras señalan que 7 de cada 10 mujeres bolivianas han sufrido violencia física, además de la tortuosa violencia cotidiana de comentarios groseros, manoseo, la opresión y las múltiples formas de acoso ejecutado desde cualquier posición de poder masculina.

Durante el gobierno de Evo, como parte de una política de múltiples acciones positivas de empoderamiento y despatriarcalización, se ha favorecido el acceso paritario de la mujer a lugares de decisión. Mediante la alternancia obligatoria en las listas de candidatos, se ha logrado la institucionalización del lema “Democracia paritaria”. De este modo hoy el Senado se compone de un 46% de mujeres y la Cámara de Diputados ostenta ya una proporción femenina del 55%, obteniendo el reconocimiento de la ONU por ser uno de los dos países del mundo que ha logrado paridad de género en esta instancia.[3]

Sin embargo, la persistencia endémica de esta aberración ha llevado a una conclusión taxativa: aunque bienvenidas y necesarias, no bastan las leyes, los gabinetes especializados, los planes de gobierno, no alcanzan las medidas punitivas o destinar mayores presupuestos para combatir la violencia contra la mujer. Hay que escarbar más adentro, producir una transformación interior, en la que la violencia en todas sus formas quede efectivamente desterrada del alma.

Humanismo y Medio Ambiente

Hay una tensión propia de la relación entre la conservación medioambiental y la transformación inherente a la condición humana, en su intención histórica permanente de superación de limitaciones, dolor y sufrimiento. Dicha tensión se expresa con fuerza en culturas ancestrales, conectadas profundamente con su entorno y conscientes de que la preservación del mismo es fuente de supervivencia y por tanto, precepto moral y espiritual arraigado.

Tal es así que, cuando muy pocos dirigentes a nivel mundial hablaban del cuidado medioambiental, Evo Morales defendía la visión holística andina de armonía y complemento entre el ser humano y la Pachamama. Así diría en su primera intervención en la Asamblea General de Naciones Unidas (Septiembre 2006): “Esperamos que este milenio realmente sea para defender la vida y para salvar a la humanidad, y si queremos salvar a la humanidad tenemos la obligación de salvar al planeta tierra. Los pueblos indígenas vivimos en armonía con la Madre Tierra, no solamente en reciprocidad, en solidaridad con el ser humano”.

Convicción que llevaría a que Morales sea reconocido por la ONU como “Héroe Mundial de la Madre Tierra” en 2009 y el parlamento boliviano sancione la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra en 2012, promoviéndola como derecho universal.

Hace pocos días, el presidente boliviano, lejos de todo eufemismo o discurso vago señaló: “El problema de fondo está en el modelo de producción y en el consumismo, en la propiedad de los recursos naturales y en la distribución inequitativa de la riqueza. Digámoslo con mucha claridad: la raíz del problema está en el capitalismo”. Afirmación que sin duda comparten los humanistas en las distintas latitudes.

Humanismo geopolítico

La valiente postura en defensa de la soberanía nacional que asumió el gobierno de Evo es manifiesta. La nacionalización de los recursos hidrocarburíferos,  la expulsión del embajador estadounidense Philip Goldberg – denunciado por conspirar con los separatistas de la así llamada “Media Luna” en 2008, la interrupción de la actuación de la DEA y la USAID en territorio boliviano, fueron marcas indelebles en esa dirección.

No abandonar el derecho de acceso soberano al mar, extirpado por intereses mercantiles coloniales y asumir un papel protagónico en defensa de la cooperación internacional y el multilateralismo han sido pilares de su gestión. En particular, el rol fundamental de Bolivia en UNASUR, CELAC, ALBA y en el Mercosur, ha sido esencial en la construcción y defensa de la integración regional de carácter soberano.

Frente a los ataques y la desintegración promovida desde el Norte, Bolivia denunció la injerencia, se solidarizó con sus revoluciones hermanas, conectando incluso en la diversidad con naciones vecinas de signo político opuesto a través de gabinetes binacionales.

Humanismo geopolítico que tiene en Bolivia carácter constitucional mediante la renuncia a la guerra y la afirmación de la solución pacífica de todo conflicto.

Humanismo sin muros, que hizo que Bolivia acompañara la iniciativa de los Movimientos Sociales, auspiciando la Conferencia Mundial de los Pueblos “Por un mundo sin muros hacia la ciudadanía universal” en Tiquipaya en Junio 2017.

La mejor elección

A estas alturas, resulta claro por qué Evo Morales concita un alto grado de adhesión popular. También por qué los sectores afectos a la colonización cultural, al estilo de vida estadounidense o europeo, aquellos que aspiran a estar siempre un peldaño por encima de otros, profesan un odio condensado hacia su gobierno.

Son sus orígenes, que simbolizan la victoria de los desposeídos, pero también su trayecto, trazado por la continuidad en el esfuerzo por una transformación social efectiva hacia una mayor justicia y derechos para todas y todos.

En el año 2007, en el transcurso del II Foro Humanista Latinoamericano, celebrado en La Paz, el presidente Evo Morales Ayma se definía de este modo: “De la derecha, jamás, nunca… De la izquierda, depende, porque acá en Bolivia hay algunos llamados izquierdistas, que son el mejor instrumento del imperialismo norteamericano. Ni derechista, ni izquierdista, sino humanista”. Damos fe que cumplió su palabra.

En estas elecciones, frente al presidente de origen humilde, se presenta una oposición que deja entrever a qué futuro quisiera llevar al país. Un futuro/pasado neoliberal, extranjerizado y servil, de regresión de derechos y oportunidades para las mayorías. Un futuro ya ocurrido, conocido con inmenso dolor por los sectores populares.

Las críticas contra el gobierno difundidas por la prensa privada canalla – aquí también controlada por el poder económico y digitada por el poder extranjero – son secundarias, ficticias o amañadas. También las encuestas que dudan de un triunfo de Morales en primera vuelta. El pueblo boliviano no dudará en elegir, entre tanta incertidumbre mundial, el futuro más seguro.

 

(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro de Estudios Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.

Referencias

[1] A. García Linera. “El capitalismo andino-amazónico”, Le Monde Diplomatique, Edición boliviana, Enero 2006.

[2] Datos extraídos de Arce C., Luis. Situación de la economía boliviana y perspectivas. Ministerio de Economía y Finanzas Públicas del Estado Plurinacional de Bolivia. Recuperado el 29/9 de https://medios.economiayfinanzas.gob.bo/MH/documentos/UTI/UAGRM_Business_School_Presentacion(12.08.19)_2.pdf

[3] Ester, Bárbara y Calderón Castillo, Javier (CELAG). Representación de mujeres y jóvenes en los Parlamentos de la región. Agosto 2018