María Graciela Tellechea, traductora literaria de alemán, llegó a Berlín desde Argentina a trabajar en diversos proyectos de traducción. En esta entrevista habló con nosotros sobre el movimiento feminista en su país, el feminismo en general y sus experiencias en Alemania.

–¿Cómo comenzaste tu militancia en el feminismo?

–Lo que pasó en Argentina fue algo que no planificamos, sino que sucedió. En el 2015 hubo una explosión social en la que muchísima gente salió a la calle al grito de “ni una menos” por el caso particular de una chica –Chiara–, y como expresión del hartazgo total frente a los femicidios, las muertes de las adolescentes y las apariciones de sus cuerpos en zanjas, bolsas de basura, etc. Eso fue el 2015, pero en el país existen además, desde hace 33 años, los encuentros nacionales de mujeres, que en adelante se van a llamar plurinacionales para que el nombre incluya también a las mujeres de las comunidades indígenas y migrantas. Estos encuentros son federales y se hacen cada año en distintos lugares de Argentina.

Hacía muchos años que yo venía activando por el aborto legal, desde el 2009. Siempre me interesó el tema. En aquel momento no era algo de lo que en Argentina se hablara a viva voz como ahora. Ya a los 14 años una amiga mía tuvo que abortar y después, aunque no tuve ninguna experiencia personal con eso, en mi círculo próximo muchísimas chicas tuvieron que hacerlo, por supuesto en la clandestinidad. Me fui interesando más y a seguir el curso de la presentación del proyecto de ley en el Congreso, que se fue haciendo reiteradamente desde el 2007. Me acuerdo que en el 2011 estuvo a punto de ponerse en discusión, es decir de entrar a recinto, y es desde ese momento que tengo mi primer pañuelo, de aquella manifestación. Ahí me confronté por primera vez con el odio hacia las conquistas de derechos de las mujeres, con el extremismo absoluto, con el conservadurismo, la cerrazón del otro lado de la valla. Éramos muy pocas ese día.

Así empezó mi militancia, que básicamente era atender a cada artículo que salía sobre ese tema o hablar con gente cercana sobre el tema. Siempre eran notas de denuncia porque no se cumplía con la legalidad del aborto por causales, obviamente. Recuerdo por ejemplo a la chica discapacitada de 12 años, reiteradamente violada por el padrastro que no consigue hacerse el aborto porque el juez posterga su resolución, y posterga, y posterga… Ese tipo de casos aparecían todo el tiempo publicados casi exclusivamente por una periodista que admiro mucho, Mariana Carbajal, porque –como digo– en aquel momento prácticamente no se hablaba de eso.

En paralelo yo quería participar de los Encuentros de mujeres. Me acuerdo que cuando decía: “quiero ir a un encuentro de mujeres” la primera reacción de cualquier persona era: “¿Por qué de mujeres?” “¿Y los hombres?” Entonces tenía que salir a justificar, hasta que hablaba de aborto y de violencia y entonces “estaba bien”. Si era por eso… “De acuerdo, sí; dejamos que se encuentren solas, sin la presencia de un varón que vea si están haciendo todo bien, qué es lo que están diciendo, sin tener que aprobar sus discursos, su forma de hacer política, su forma de encontrarse”.

En el encuentro de 2015 (año electoral en Argentina), en Mar de Plata se estaba postulando un tal Arroyo (el actual intendente), un tipo al estilo Bolsonaro. Y allí pasó algo muy tremendo. Normalmente el Encuentro de mujeres termina con una marcha que llega hasta la catedral, para gritarle cosas a la Iglesia ahí. Siempre hay algún grupo que tira cosas, que arma quilombo, y siempre está todo vallado por la policía. Pero esta vez estaba la policía junto con unos tipos que eran lo mismo. Eran parapoliciales actuando junto a la policía, que llegaron a meter chicas adentro de la iglesia, prácticamente a torturarlas. Y ahí fue cuando me dije “yo el año que viene voy al encuentro pase lo que pase”. Además, el encuentro era en Rosario, una ciudad que queda a 3 horas de Buenos Aires, así que no tenía ninguna excusa.

Martes verde en el Congreso nacional, Abril 2018. Foto de Rocío Escobar

Fui con una amiga que para ese entonces no estaba para nada metida en todo esto. Y me acuerdo que el primer día de trabajo, cuando salimos del primer taller después de una charla de dos horas, ella se puso a llorar. Lo que pasa en los encuentros de mujeres es muy emocionante, es conmovedor y muy movilizante. Ella me agradeció que la hubiera llevado. Nos sentimos escuchadas, contenidas y celebradas por primera vez.

En ese momento viajé con unas pibas de un centro cultural y político próximo a mi casa. No todas ellas formaban parte de la agrupación, pero, como yo, se juntaron para ir en grupo. Y fue hermoso, participábamos de talleres y después nos juntábamos a conversar. En general nos reuníamos en el patio de la escuela, porque en general nos hospedamos en escuelas. Algunos lugares públicos abren las puertas para las mujeres que van, y es ahí donde el encuentro llena la ciudad. Imagínense, somos una invasión de mujeres: dormimos en el piso de las escuelas, nos juntamos a hacer una ronda y compartir las experiencias que hicimos en cada taller, estamos en las plazas, en los bares, en las calles.

Yo creo que a partir de ahí ya fue una cuestión de días, como mucho un mes para autodenominarme feminista. No me costó nada. Fue una cuestión muy natural y nos pasó a todas. A partir de Rosario, nos conformamos como grupo.

–¿Antes ya eras de alguna manera activista política o fue el tema del feminismo…?

–Bueno… ahí tenía una contradicción. Siempre fui muy comprometida políticamente, por lo menos a nivel ideológico. Fui a un secundario público que era medio de derecha. Me acuerdo que participaba del centro de estudiantes y si por ahí hacíamos un cartel que dijera la palabra “revolución”, nos lo sacaban. Eso fue en los 90, que fue una década de neoliberalismo feroz en Argentina, de vaciamiento, privatización de todo y también de la educación. Participé de muchísimas marchas. Iba a todas las marchas del 24 de marzo –en repudio a la impunidad que había dejado libres a los genocidas del golpe militar– y a las marchas en contra de la ley federal de educación que pretendía hacer unas reformas muy grandes que iban en detrimento de la educación pública, gratuita y de calidad.

En 2001 yo estudiaba artes en la universidad. Ahí estuve en la calle en diciembre del 2001 y después de unos años me empecé a conectar con Alemania y a estudiar alemán. Estudiaba en el Lenguas Vivas, una institución que en ese momento no tenía centro de estudiantes y estaba intervenida por el Gobierno de la Ciudad. Tengo muchas críticas a las organizaciones universitarias porque la forma de hacer política no es con la que comulgo. Pero esto puedo decirlo ahora que soy feminista y que conozco la forma de hacer política que estamos construyendo en el feminismo.

–Estás diciendo que también en organizaciones políticas progresistas domina la forma patriarcal…

–Exactamente, exactamente. Lo podemos ver en la práctica. Yo me sentía incómoda conmigo misma por no comprometerme políticamente, lo que para mí sería afiliarse a algún partido con el que por lo menos estuviera en un 80% de acuerdo. Sin embargo había algo que siempre me hacía ruido de la forma que tenían de desenvolverse, siempre patriarcal, jerárquica, desde “el que sabe más”, “el que manda más”, siempre dominada por varones. Para mí el feminismo fue poder sentirme al mismo tiempo representada desde el punto de vista ideológico, político, cultural, en forma y contenido, porque lo que yo siento es que venimos a cambiar todo, absolutamente todo. No es que “nosotras las mujeres mandamos ahora” porque eso sería actuar igual, desde la misma lógica patriarcal, como que “nosotras venimos ahora a instruir y a decir lo que hay que hacer”. Si hay algo que me enseñaron, que nos está enseñando esta forma de hacer, de construir el feminismo, es que se hace camino al andar, que no hay un librito para ir a hojear y decir “a ver ahora cómo tenemos que hacer las cosas”.

Nosotras decimos que “nos mueve el deseo”, nos mueven cosas que son el hartazgo, cuya expresión es el grito desesperado de “basta de matarnos”, de “nos queremos vivas”, de “ni una menos”. Porque queremos ser libres, queremos gozar, queremos tener nuestros proyectos de vida, queremos decidir por nosotras. Eso es así por más que suene absolutamente ridículo en el Siglo XXI y cualquiera pueda decirte “pero vos sos una mujer profesional, universitaria… ¿dónde no está tu libertad?”

El feminismo no es individualista y cuando yo me emociono y lloro por conseguir una media sanción en la cámara de diputados para la ley de legalización del aborto, con todo lo que eso costó, lloro por mi abuela, lloro por mi bisabuela, por todas las que nos precedieron y porque quiero que mi sobrina y las hijas de mi sobrina y todas las generaciones que vengan lo tengan.

Y también hay algo sanador en esto que nos pasa con este grupo en donde yo milito. Tenemos un encuentro mensual que se llama “ranchana”. Es una palabra compuesta de “rancho” –que es como se le dice por allá a la vivienda humilde de campo– y “chana” –así nos llamamos entre nosotras–, que significa hermana, compañera y amiga en quechua. Nosotras hacemos rancho aparte entre nosotras, hacemos “ranchana”. Lo que quiero decir es que hacemos alguna actividad, respondemos o reaccionamos a algo que esté pasando en la actualidad, lo que sea que haga falta hablar o compartir, y después comemos cosas ricas, tomamos algo y nos ponemos a charlar de cualquier cosa… sobre todas las cosas nos sentimos libres, podemos empezar a hablar desde la cosa más pequeña, la que te parezca más pelotuda, hasta decir algo como “me abusaron de pequeña”. Es decir, tener un espacio donde sentimos que podemos decir todo y sentirnos contenidas: saber muy bien que no hay, no existe la buena o la mala feminista, de ahí la libertad de poder ser como queremos. No hay un “feministómetro”.

Foto de Reto Thumiger/Pressenza

–¿Y cómo lo ves? ¿Es para ti un tema argentino o te sientes parte de algo más grande?

–Me siento parte de un movimiento más amplio. Los movimientos feministas no tienen nacionalidad. En todo caso hay cuestiones culturales, creo que por eso yo hablo siempre de Latinoamérica. Porque creo que Latinoamérica tiene miles de diferencias internas pero hay cuestiones propias de la condición de la mujer que nos hermanan mucho a las latinoamericanas. Hay opresiones históricas de violencias muy determinadas y definidas, que no estoy diciendo que no existan en otras partes del mundo. Estoy diciendo que la forma en que las conocemos, el acoso callejero, el abuso, la expresión cotidiana del machismo básicamente, es algo que para nosotras está clarísimo desde el día cero, desde que nacés “nena”. Con esto quiero decir que desde que nacés y el mundo determina que sos mujer, se desencadena una serie de cosas, se te imponen modos de conducta y estereotipos por el hecho de “ser mujer“. Es por eso que las feministas solemos entender de inmediato la frase de Simone de Beauvoir “no se nace mujer, se llega a serlo“.

Esto de la forma de ser y de sentir ser mujer lo hablo en general, porque puedo hablar de cuerpos feminizados, porque también existen –obviamente– las disidencias, las mujeres transgénero. El cuerpo y la persona de la mujer tienen para mí en Latinoamérica una característica muy distintiva. No sé si lo puedo transpolar tan fácilmente a Estados Unidos, por ejemplo (nunca estuve ahí), o si lo puedo transpolar acá, a Europa. Lo puedo pensar un poco más ahora que soy feminista y estoy en Alemania y la vivo. Te puedo decir cosas muy de la cotidianidad de mi primera experiencia en Alemania. Tenía 23 años y me quedé acá en Berlín porque me enamoré de Berlín y me enamoré de un chico. Cuando volví después de 5 meses de haber estado acá, me di cuenta de que hay ciertas cosas, por ejemplo el acoso callejero, que no las tenía cuando estaba acá. No me daba cuenta afuera, pero en el momento en que pisé suelo en Buenos Aires me di cuenta de las diferencias. Hay mucha opresión. No estoy diciendo que Alemania sea un paraíso, pero en ese punto es otra la situación.

–El populismo de derecha está avanzando en todo el mundo, irracional, regresivo, muy misantrópico y misógino. Esto es observable en muchos países de América y Europa. ¿Crees que los movimientos de mujeres pueden ser una contrapropuesta a todo eso?

–Sí, estoy convencida. Es la única opción visible y real. El primer paro nacional que tuvo Macri, se lo hicimos las mujeres. Lo hicimos a raíz de otro femicidio atroz. El tipo asumió en diciembre de 2015 y hasta ese momento –octubre de 2016– la CGT, la gran central sindical que conglomera a todos los gremios, no había hecho un solo paro, solo alguna que otra movilización. ¡Y ya había despidos masivos! Sin embargo, el primer paro fue un paro de mujeres, y lo hicimos nosotras. La primera manifestación que yo recuerdo –y eso es lo único que recuerdo–, cuando asumió Trump, fue una manifestación masiva en contra de él, sí, todo lo que quieras, pero las protagonistas y las que la organizaron fueron las mujeres. Las manifestaciones contra Bolsonaro, las grandes movilizaciones, las generan las mujeres, el movimiento «Ele Não». Digo, ya está sucediendo. No nos quedamos preguntándonos “cómo lo vamos a hacer”, calculando, especulando, nosotras no tranzamos. Digo que el feminismo tiene algo en su esencia que es la acción, en lugar de detenernos a pensar primero cómo derrotar al enemigo. Estamos hartas y ya no hay vuelta atrás. Sentimos algo así como que no se puede no ser feminista, es algo inevitable el feminismo. En los tiempos que corren yo no entiendo cómo toda la gente que piensa ideológicamente para ese lado, para el lado de la izquierda, del progresismo, no se autodenomina feminista inmediatamente. Y creo que eso sucede porque el sistema patriarcal está enraizado en todos lados. No está solo en la derecha facha, está también en la izquierda más izquierda de todas, de una forma de lo más recalcitrante. Y eso es un camino que no sé cuánto va a durar, ni cuántos de los compañeros estarán dispuestos a caminarlo porque es un camino doloroso, difícil, duro. Porque los varones –también estoy hablando en términos muy generales cuando digo varones– también tienen un camino para hacer dentro del feminismo. El feminismo es un movimiento de todos, no es un movimiento de las mujeres porque somos más, porque somos las víctimas o porque estuvimos tanto tiempo oprimidas que ahora queremos ocupar el lugar de los hombres. Queremos ocupar el poder porque creemos que desde el lugar del poder se pueden hacer las cosas, pero también queremos volar todo por los aires, hablando simbólicamente. Pero no lo vamos a hacer del mismo modo porque sabemos que ese modo es opresivo, es violento. No nos interesa ese ejercicio del poder. Son formas distintas de ejercer poder, si es que lo podemos denominar con la misma palabra y no necesitamos una categoría nueva. No tiene que ver con la vagina o con el pene.

–¿Y cuál es la diferencia entonces?

–Bueno, yo creo que esta forma es la que conocemos, la de siempre. La que conocemos es violenta, opresiva, misógina, denigrante, básicamente jerárquica. Es militarista en ese sentido, de estructura militar, quiero decir, como que algo en la forma de las organizaciones políticas suelen repetir ese esquema. Está el líder que dice lo que hay que hacer y el resto responde. Desde el feminismo tenemos una forma horizontal de comunicarnos entre nosotras, y también de hacer las cosas. Por ejemplo ¿cómo nos manejamos en nuestro espacio de feminismo? Tenemos comisiones de trabajo. Hay algunas decisiones que por supuesto no consultamos cada vez con todas. Y otras que las vamos tomando en asambleas, en reuniones que hacemos una vez al mes. Desde siempre nos manejamos así.

“Hacer feminismo” también es sentir amor por las compañeras, a las mujeres solo nos enseñaron a competir entre nosotras. Sí, a competir por los hombres, a competir por quién es la mejor, quién lleva la mejor vida, la mejor carrera, quién es la mejor madre, quién es la mejor todo, quién cocina mejor, no sé… ¡todo! Y quién es la mujer maravilla, además, la que puede hacer todo al mismo tiempo. Lo que nos pasa ahora es que nos damos cuenta de que podemos ser, tenemos un lugar donde podemos ser, ser vulnerables, donde podemos ser como queramos, por ahí no queremos ser vulnerables, pero si queremos ser vulnerables, tenemos el espacio, ese lugar de contención y el feminismo nos hermana. Nos hermana directamente, o sea no hay intermediarios. En este sentido ninguna necesita leer una plataforma política, ningún programa partidario. Así somos las feministas, cuando estamos en una marcha, nos cuidamos entre nosotras, cuando cualquiera de nosotras lo necesita, también, somos una red. Otra de las frases más frecuentes es “nunca más sola”. Es algo tan simple como eso. No estás sola, te pase lo que pase aunque te parezca una boludez, si tenés ganas, vení a gritarlo, vomitarlo, contarlo, vení y contalo. Estoy aquí para escucharte así como sé que vos estás para escucharme. Así funciona, desde el deseo, desde el amor, desde la hermandad. Desde la sororidad, que es nuestra palabra.

Foto de Reto Thumiger / Pressenza

Lo horizontal es más difícil, la verticalidad es mas fácil, hay un jefe y manda.

–Sí, por supuesto, por supuesto. Se requiere más tiempo, más trabajo. Pero ¿sabés qué? Nos enriquece un montón esa forma de construir, insisto en esto. No hay nadie que esté diciendo “yo tengo la verdad de cómo hay que hacerlo”. Obvio que todo este proceso no está exento de conflicto. Insisto que esta es mi postura feminista; a la hora de pelear no podemos estar diciendo que nos discriminamos entre nosotras, que una es más feminista que la otra, que una sufre más que la otra. Cuando hablamos de cierta opresión hablamos de la misma opresión. No estamos desconociendo que además hay otras condiciones como la pobreza, el hecho de ser negra, el hecho de ser indígena, el hecho de ser lesbiana hay un montón de cosas que además contribuyen a que esta opresión sea aún peor. Eso no lo desconoce nadie pero eso no quiere decir que no estemos todas del mismo lado.

–Una última pregunta ¿de dónde sacas tu motivación, tu energía, como te inspiras personalmente?

Yo me inspiro en mi historia personal, pero más que nada me inspiran las mujeres, me inspiran las compañeras, me inspira lo que sucede, me emociona, me emociona profundamente. Puedo tener ejemplos de mi vida personal pero creo que no importan los ejemplos personales. A todas nos une lo mismo. Te digo una cosa: el feminismo no te quita energía, al contrario. En términos generales la militancia feminista –si me preguntas de dónde sacas la energía– me recarga energía y me motiva para seguir luchando.


Entrevista: Reto Thumiger / Transcripción: Mónica Lavin / Edición: Alicia Blanco