Por Marco Weissheimer/Sul21. Traducción de Pressenza

Diariamente, una escena se repite en las márgenes de carreteras gaúchas, mostrando un lado oculto de la historia de colonización del Estado. Familias indígenas mbya guaraní y kaingang viven acampadas en pequeñas franjas de tierra a la orilla de carreteras o en pequeñas porciones de tierra y montes, en una situación de extrema vulnerabilidad. En el artículo “Demarcación de las tierras y derechos de los pueblos indígenas”, publicado en el Informe Azul 2017 (de la Comisión de Ciudadanía y Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa gaúcha), el profesor João Mauricio Harías y Roberto Liebgott, coordinador del CIMI Sur, presentan una síntesis sobre la realidad de 25 comunidades indígenas que están viviendo en campamentos o áreas degradadas. Esas familias conviven diariamente con el hambre, la falta de vivienda, de salud, educación, de tierra para plantar y cultivar su cultura, además de otros riesgos como el de la amenaza de ser atropellados en rutas de intenso movimiento.

La mayoría de las tierras indígenas en Río Grande do Sul –señalan también João Mauricio Harías y Roberto Liebgott–, no están demarcardas. De un total de 90 zonas, sólo 14% están regularizadas. Las restantes están envueltas en expedientes paralizados o en estudios de identificación que todavía ni siquiera comenzaron. Aunque la suma de esas áreas no alcance el 1% del territorio gaúcho, los terratenientes y sus representantes políticos trabajan contra las demarcaciones. El olvido al que esas comunidades son relegadas, parece ir de la mano con la tentativa de esconder la historia de cómo esas familias indígenas llegaron allí, a vivir al margen de las rutas, acorraladas entre el asfalto y el alambrado de las estancias. En este proceso, las tierras indígenas fueron divididas entre las oligarquías regionales y loteadas por empresas de colonización. Es un capítulo de la historia del Estado que mucha gente prefiere no conocer o fingir que no existe. En el siglo XVII vivían aquí por lo menos 40 pueblos indígenas diferentes. Cuatro siglos después, restan poco más de 30 mil indígenas viviendo en el Estado.

Famílias guaraníes viven en situación de extrema vulnerabilidad y en peligro constante, al margen de la BR 290 y de otras rutas en Rio Grande do Sul. Foto: captura de video Sul21

Durante dos días Sul21 visitó cuatro campamentos de guaraníes mbya localizados a la vera de movidas carreteras de Río Grande do Sul y la primera recuperación guaraní en el Estado, un símbolo de esperanza y resistencia para los indígenas. Todos los días, una parte importante de la economía gaúcha pasa a alta velocidad por esos campamentos que reúnen a los descendientes de pueblos originarios que fueron masacrados y expulsados de sus territorios y que luchan hasta hoy por un pedazo de tierra inferior al 1% del territorio del Estado. Pero la lucha guaraní no se reduce a la tierra. En la aldea Tekoà Ka Aguy Porá, que surgió de la recuperación en Maquiné –litoral norte del Estado–, se desenvuelve también una lucha silenciosa por la supervivencia de la lengua, de la cultura y de la espiritualidad guaraní.

Viviendo en riesgo permanente en la BR 290

En 1995, seis familias guaraníes iniciaron un campamento en una estrecha franja de tierra en los márgenes de la BR 290, cerca del municipio de Arroio dos Ratos (Arroyo de los Ratones). Desde aquel año viven en condiciones precarias, aguardando que se cumplan las promesas de demarcación de tierra. El cacique Estevan Garai cuenta que las familias viven bajo peligro constante, a la orilla de ruta BR 290 que presenta un intenso y prácticamente incesante flujo de automóviles y camiones que transitan a alta velocidad con cargas de eucalipto, automóviles y otros diversos productos. Esa comunidad guaraní vive en un pequeño espacio de tierra entre el arroyo de la Divisa, la BR y el alambrado de una estancia que no permite a los indígenas recoger la materia prima para hacer artesanía, su única fuente de renta.

Estevan agradece a Nhanderu (dios guaraní) el hecho de que ninguna de las 28 personas de su comunidad, haya sido atropellada aún en la BR 290 como ya sucedió en otros campamentos los últimos años. En cuanto a la perspectiva de tierra, el cacique cita la posibilidad de obtener del gobierno federal un área de 300 hectáreas, como parte de una compensación (dentro de la licencia ambiental) del proyecto de duplicación de la BR 290. Mientras tanto, las familias resisten en la pequeña franja de tierra vendiendo artesanías al borde de la carretera, plantando un poco de mandioca, maíz, papas y sandías para su subsistencia y pescando en el arroyo de la Divisa, cuyas aguas sufren el impacto de los cultivos de la región. Uno de los escasos apoyos gubernamentales que el grupo recibe hoy, es una canasta básica mensual para cada familia, que entrega el Departamento Nacional de Infraestructura de Transportes (DNIT). “Es muy complicado, pero no perdemos la esperanza de conseguir una tierra para vivir con nuestras familias lejos de la carretera”, dice Estevan.

“El sueño de la tierra, para mí, ya está muy lejos”

También en la BR 290, en el límite entre (los municipios de) Cachoeira y Caçapava do Sul, otro grupo de familias guaraníes vive en situación de extrema vulnerabilidad en el campamento de Irapuá. Ocho familias, totalizando 40 personas, viven a la orilla de la ruta. A pesar de tener su tierra ya demarcada en la región por el gobierno federal, estancieros de la zona impiden efectivizar la demarcación. El cacique Valdomiro Karai, de 64 años, cuenta que llegó a la región de Irapuá en 1999 para trabajar con artesanías. Ya estando ahí, escuchó decir que había una tierra en la región que sería demarcada para los guaraníes. La espera por esa tierra sigue hasta hoy. “El sueño de la tierra, ya está muy lejos para mí. Tenemos que avanzar para abrir camino más adelante”, afirma Valdomiro. De momento, las familias intentan conseguir alguna renta vendiendo artesanía a la orilla de la BR. Según el cacique, desde hace cerca de tres meses ya no reciben canastas básicas de la Funai*.

El cacique Estevan Garai agradece a Nhanderu que nadie de su comunidad haya sido atropellado hasta hoy. Foto: captura de video Sul21.

La falta de tierras obliga a muchas familias a desplazarse de aldeas y campamentos a otras zonas, generando nuevos campamentos. Ese es el caso, por ejemplo, del campamento del Papagaio, que incluye diez personas integrantes de dos familias. “Hace tres años que estamos aquí. Tenemos la aldea Araxaty, cerca de Cascada, pero ahí el espacio es muy pequeño para 13 familias, por eso vinimos para acá. Lo que más necesitamos es tierra para plantar. Sólo la artesanía no alcanza para vivir”, dice Albino Gimenez. Desde que están ahí –agrega–, la Funai nunca apareció. La supervivencia de las dos familias depende fundamentalmente de la venta de piezas de artesanía como animalitos de madera y cestos. “Con eso compramos alimento cuando conseguimos vender, pero está difícil”. Como la renta resultante de esas ventas es baja, la pesca y alguna caza son alternativas de supervivencia. “Nuestra situación es muy precaria. Además del alimento, tenemos que comprar lonas y es todo muy caro para nosotros”, resume Albino.

“No tenemos dónde vivir. Todo es difícil”

En los relatos de los guaraníes de diferentes campamentos destacan los mismos problemas. Raúl Benitez vive hace cerca de 30 años en el campamento localizado a las márgenes de la RS 40, en Capivari do Sul. Ocho familias viven ahí. “Vivo aquí desde niño. No me acuerdo qué edad tenía cuando comencé a vivir aquí. Ya había campamento guaraní aquí hace muchos años. Nuestra situación es muy difícil. Falta tierra, no tenemos dónde vivir. Todo es difícil para nosotros” cuenta Raúl, que trabaja como agente de salud de la Sesai (Secretaría Especial de Salud Indígena).

Raul Benitez: «Falta terra, nos falta espacio para vivir». Foto: captura de video Sul21.

“Sabemos plantar y conocemos nuestra cultura de plantación –añade Raul–, pero no tenemos lugar para plantar. Hay blancos que dicen que los indios no saben plantar, que no trabajan y son vagos. Nosotros somos trabajadores, pero no tenemos tierra para construir ese trabajo y nuestra cultura. Hay muchos campamentos que están sufriendo como nosotros. No tenemos cómo criar a nuestros hijos con una educación mejor por la falta de espacio. Nosotros conocemos nuestra cultura y no la olvidamos. Primero tenemos que conseguir la tierra para construir el lugar de oración, para la pipa, el tabaco. Todo eso es sagrado para nosotros”.

Estancieros consiguieron paralizar la demarcación de tierras

Mauricio de Silva Gonçalves, líder guaraní, relata que hoy existen diversos campamentos a lo largo de carreteras como la BR 290 y la BR 116. “La situación es complicada. Los campamentos tienen una estructura mínima con casitas de madera o hechas con lonas de plástico. Hay algunas tierras en proceso de demarcación, como ocurre aquí en Irapuá, con una área de 22 hectáreas donde prácticamente sólo falta la demarcación física. Sin embargo hay una resistencia muy grande de los que se dicen dueños de esa tierra ya limitada, que no dejan que los guaraníes entremos en el área. Hasta hoy no existe solución para esa situación y los guaraníes seguimos a la orilla de la carretera, corriendo el riesgo de ser atropellados por camiones que pasan a alta velocidad. En todos los campamentos hay ese riesgo. En la BR 116, ya ocurrieron varios atropellos de indígenas guaraní”.

Albino Gimenez: “necesitamos tierra para plantar”. Foto: captura de video Sul21.

Hay diversos estudios relativos a demarcaciones de tierras para los indígenas, pero los estancieros, con el apoyo de la bancada ruralista y del gobierno Temer, consiguieron paralizar ese proceso. Con eso, señala Mauricio de Silva Gonçalves, viene aumentando el número de campamentos al margen de las carreteras. Sólo en el tramo de la BR 290 entre Arroio dos Ratos y Caçapava do Sul, hay tres campamentos (Divisa, Papagaio y Irapuá) que reúnen cerca de 30 familias. “La lucha de los guaraníes es para que la Funai tome las medidas necesarias para que esas tierras que ya tienen avanzados los estudios de demarcación, sean liberadas. El guaraní es un pueblo que respeta mucho lo que no es suyo, pero necesitamos ir a esas tierras que tienen los estudios prácticamente termnados. Hay una resistencia muy grande de los estancieros a eso, especialmente aquí en Irapuá donde hay una tierra prácticamente demarcada del otro lado de la ruta, pero los guaraníes no pueden ir ahí. Si intentamos entrar podemos ser objeto de violencia. Ya hubo dos tentativas de ocupar esa zona. En una de ellas, el estanciero llegó y prendió fuego las carpas”, relata.

Hay otras situaciones relativas a zonas adquiridas como parte del proceso de compensación por las obras de duplicación de la BR 116. Fueron adquiridas ocho áreas que ya fueron ocupadas por cerca de 300 familias guaraníes. Aún faltan recursos para construir viviendas y centros culturales en estas aldeas, dice aún Mauricio Gonçalves. “Las familias que fueron a esas zonas están en una situación mejor, porque estaban viviendo también a la orilla de la ruta. Ya están pudiendo plantar alguna cosa, pero todavía falta mucho. Son áreas muy pequeñas. Lo que realmente resolvería la situación sería la liberación de las tierras que están en fase de demarcación, pero ese proceso está prácticamente paralizado hace cinco años aquí en el Estado. Y también hay familias acampadas al margen de la carretera en la BR 116, en Passo Grande, donde también hay un proceso de delimitación en curso”.

Mauricio da Silva Gonçalves: “Hay uma resistencia muy grande por parte de los estancieros”. Foto: captura de video Sul21.

“El lugar donde se es”

Además de presionar el gobierno federal para que se reanuden las demarcaciones, los guaraníes iniciaron también un proceso de recuperación de tierras en Río Grande do Sul. En total, son cinco reocupaciones. “Estamos viviendo un momento muy importante. Ya no podemos quedarnos simplemente esperando las demarcaciones. Las familias se están organizando para ocupar esas zonas que tienen montes que deben ser preservados y cuidados y poseen un espacio adecuado para que los guaraníes vivan”, señala Mauricio.

Ese proceso de recuperaciones no está relacionado únicamente con la búsqueda de tierra. Está conectado a una dimensión más profunda que es la lucha por la supervivencia de la lengua, de la cultura y la espiritualidad guaraní. La confluencia y articulación entre esas luchas aparece de modo ejemplar en la primera recuperación Guaraní Mbya en Río Grande do Sul –iniciada el 27 de enero de 2017–, en parte del municipio de Maquine, litoral norte del Estado. Esa tierra pertenencia a la Fundación Estatal de Investigación Agropecuaria (Fepagro), una de las fundaciones de investigación desarticulada por el gobierno de José Ivo Sartori (MDB). La aldea creada con la recuperación recibió el nombre de Tekoà Ka Aguy Porá (Aldea Monte Sagrado). El sentido del término “Tekoà” no se reduce a la palabra “aldea”: significa el lugar del modo de ser guaraní, el lugar donde se es.

Cacique André Benitez: “Ningún pueblo nació para ser dueño de la tierra”. Foto: captura de video Sul21.

André Benitez, cacique de la Aldea Tekoà Ka Aguy Porá, resume así el sentido de la recuperación realizada en el municipio de Maquiné:

“Fuimos llamados por nuestro espíritu ancestral. Nuestra lucha es diferente de la de otros pueblos. Como nación guaraní somos pacíficos. El área que va desde aquí –de la región de Río Grande do Sul– hasta Espíritu Santo, históricamente siempre fue un territorio de paso de los pueblos originarios. Para nosotros toda América Latina es un territorio para vivir tranquilamente. Para las culturas indígenas, principalmente para los guaraníes, no existen fronteras. Por eso no puedo decir exactamente donde es nuestro territorio y donde no lo es. Este mundo fue creado para que todos vivamos en él. Ningún pueblo nació para ser el dueño de la tierra. Cada pueblo nació para ser guardián de la naturaleza y cada uno de ellos tiene su modo de cuidar y de entender”.

“La nuestra es una lucha callada, en el silencio”

El llamado del espíritu ancestral al cual el cacique guaraní se refiere, está asociado a la idea de sentimiento, que tiene una dimensión individual y colectiva a la vez. “Nosotros sentimos eso. Nuestra lucha es una lucha callada, en el silencio. El espíritu mismo empuja a uno hacia el otro. Él llama a la naturaleza y llama a las personas. No voy a conseguir explicar como fue ese llamado, pero nosotros sabemos que fuimos llamados y guiados por Nhanderu para hacer la recuperación. Cada familia sintió eso. No hubo un movimiento organizado para venir para acá. Yo dije que estaba viniendo a hacer la recuperación. Otras familias sintieron también ese llamado y también vinieron”.

André destaca esa dimensión de protección de la naturaleza al hablar de la decisión de reocupación en Maquiné. “Estamos haciendo la recuperación para cuidar de esta naturaleza que quedó. El no-indígena tiene un proyecto para terminar con la naturaleza vendiendo las tierras y haciendo lotes privados. Nosotros no queremos eso. Nuestra lucha es una lucha para toda la humanidad, no sólo para el pueblo indígena. De aquí a 50, 60 años, nuestros hijos y nuestros nietos necesitarán una naturaleza preservada para poder respirar. Sin tierra, sin monte, sin naturaleza, no tenemos vida. Por eso recuperamos este lugar. Nuestros ancestros ya pasaron por aquí para recoger semillas, frutas, remedios y material para artesanías”.

Los pueblos indígenas, agrega el cacique, dependen de la naturaleza para su supervivencia física y cultural. “No necesita armas de fuego para matarnos. Sin lugar, sin naturaleza, nos estamos muriendo. Por eso todos los pueblos indígenas van a continuar luchando por sus derechos, una lucha que es de toda la humanidad. Estamos aquí hace un año y siete meses más o menos, viviendo bien. Los niños no tiene ningún problema de salud. Todos los días se levantan, juegan, están felices. La recuperación es por eso también, por la felicidad de los niños. Cada familia tiene su casita, su terreno, está plantando. Estamos recuperando también nuestras actividades culturales, nuestro canto, nuestro baile. Y tenemos una escuela autónoma que se llama Teko Jeapó (cultura en acción), que conseguimos construir con el apoyo de nuestros amigos. La escuela, que funciona con reglas definidas por la propia comunidad, tiene hoy 32 alumnos”.

Escuela Teko Jeapó (cultura en acción), construida en la recuperación de Maquiné. Foto: captura de video Sul21.

“El Brasil no fue descubierto, fue destruido”

André no tiene ilusiones acerca de la posición del gobierno del Estado respecto a la recuperación. Prefiere pensar y concentrarse en la fuerza de lo que está construyendo la comunidad. “Sabemos que el gobierno del Estado nunca nos va a dar, pero no alimentamos nuestra cabeza con ese ‘no nos va a dar’. Alimentamos nuestra cabeza pensando que estamos yendo bien y vamos a lograrlo. Estamos luchando para la humanidad y por nuestra cultura, que casi perdimos. Sabemos que hay muchas familias sufriendo a la orilla de la ruta sin casa, sin agua, sin alimento. Estamos luchando por ellos también”.

Recuerda la presencia de los pueblos indígenas en ese territorio mucho antes de la llegada de portugueses y españoles. “El Brasil no fue descubierto, fue destruido. Para descubrir una cosa, tendría que no haber nada antes de ese descubrimiento. Antes de la llegada de los portugueses había pueblos originarios viviendo aquí. Pero nosotros no queremos reocupar Brasil. Queremos reocupar un lugarcito nomás, para nuestra sobrevivencia. Creemos y estamos felices por estar haciendo esta recuperación. No queremos luchar contra el Estado, sino ser reconocidos”.


Funai: Fundación Nacional del Indio

El artículo original se puede leer aquí