Fotos de Gustavo Figueroa

Una obra de teatro de la compañía «Chile-No» y dirigida por Patricia Cuyul

Neuquén, Puel Mapu. Aún está la manzana posada sobre mi mesa. Siento su aroma a la distancia; un aroma a manzana madura que penetró en el recinto teatral como un hedor  melancólico del pasado. ¿Cómo desconocer el aroma a una manzana madura en el Puel Mapu? “¡Los manzaneros!” Así se definía al pueblo mapuche por los relatores de la historia oficial en la Argentina: “¡los manzaneros!” ¡Nunca pensé sentir tristeza por un aroma de una fruta que ya no volveré a sentir! ¡Nunca pensé sentir dolor por el río que ha sido contaminado! Mucho menos pensé sentir aflicción por un arroyo que fluye hacia el cauce de un perecimiento constante. ¿Cómo puede ser pensado el espíritu de una comunidad sin contemplar el agua (ko) que la acompaña? ¡Nunca pensé sentir dolor por arrojar una piedra lejos de otra! ¡Hay que resignificar los elementos católicos del pecado! ¿Son pecado? La piedra, la manzana, la serpiente, el cuerpo hereje (de la mujer). La iglesia católica impuso el pecado y con ello la culpa. Luego se quedó con nuestras tierras. ¿El cuerpo es una Mapu? ¡El ciclo de la muerte avanza sobre el territorio y los cuerpos! ¿Quién pretende los cuerpos en el territorio? “Confieso que me he comido todas las manzanas”, se lee en el poema “Yo, pecadora” de Roxana Rupailaf. Y continua: “confieso que me vendí por dinero / que ya no soy yo / y que he pecado de pensamiento, palabra y omisión, / y confieso que no me arrepiento”.

¡El agua, las piedras, los peces, las serpientes y las personas son una Mapu!

Introducción

En el escenario dos mujeres vestidas de negro. Permanecen todo el tiempo en el espacio (teatral). Se dividen las escenas en función de los elementos que aparecen en las poesías de Roxana Rupailaf. “Es un espacio performatico intimo y único. Vamos narrando y contando a medida que avanza la puesta en escena”, sostiene Patricia Cuyul. Primero las piedras, luego las manzanas. Aparece brevemente el fuego. De tanto en tanto, en el fondo de la escena aparecen imágenes fijas y las mismas mujeres representando otros papeles, otros roles femeninos. “¿Quieres una mujer con experiencia? (…) ¿La quieres inteligente, y con personalidad? ¿Quieres una mujer…? Yo soy una mujer, a veces animal, a veces pájaro”, responde Roxana Rupailaf.

Uno. Kiñe

La(s) piedra(s)

Cuando era niño solía jugar con piedras. Me escapaba de mi casa para construir fortalezas sobre un patio de tierra. Era un ejercicio cotidiano y solitario. Una mañana lejana en el recuerdo intenté tomar una piedra y arrojarla lejos, pero un sentimiento de tristeza y de nostalgia me invadió el cuerpo. ¡No podía quitar esa piedra del lugar…! Nunca recordaré si finalmente arrojé esa piedra o no, pero una sospecha indescriptible quedó en mi mente; una sospecha que se mantuvo hasta estos días.

Mientras que para la filosofía occidental la piedra, como elemento simbólico, representa un herramienta de castigo sobre el cuerpo hereje (lapidación), para la filosofía originaria mapuche representa un che (gente) territorial. “Tomar la piedra como otro elemento, como un hijo, como un padre, como la madre, como una abuela, como un ancestro”, asegura Patricia Cuyul, la directora de la obra teatral “Inche Vilu”.

¿Cómo resignifican el pensamiento que nos impusieron? ¿Cómo resignificar los elementos que sostienen la filosofía que nos impusieron como propia?

Una calle de luz y piedras. Al final del camino las dos interpretes vestidas de negro con dos pañuelos azul sobre la cabeza.

Figura en el inicio, en la creación de la historia del pueblo mapuche la presencia de dos serpientes enfrentadas: Kai Kai y Treng Treng. Mientras una intentaba elevar las aguas del océano gélido, la otra elevaba los cerros para que las personas pudieran sobrevivir. Durante ese combate de fuerzas, muchas personas cayeron al agua. Algunas se convirtieron en piedras, otras en peces. “En algas, en lobos marinos… ¡Shumpall! (custodios del agua), en todo”, agrega la poeta Roxana Miranda Rupailaf.

La lucha de las dos mujeres interpretando el enfrentamiento de las serpientes Kai Kai y Treng Treng.

“Las piedras representan la culpa, el cuerpo lacerado, María Magdalena. Pero más allá de haber sido utilizados como un objeto de violencia, también representan la vida que hay en ellas”, asegura la poeta Roxana Rupailaf. Por un lado, la filosofía occidental utiliza a las piedras como un objeto de tortura, por otro, desde el territorio usurpado, el pueblo mapuche, como otros pueblos originarios, reconocen el valor vida también en ellas. En la obra Inche Vilu las piedras son trasladadas una detrás de la otra. Se cargan dentro de un carretilla. Son un peso, una carga dolorosa.

Epu. Dos

Las serpientes (pu vilu)

La serpiente, como la manzana, es un elemento pecaminoso dentro de la religión católica y la filosofía occidental. “La viuda negra”, “el veneno de la serpiente”, “la traición”. ¡La connotación siempre es despectiva y lastimosa. ¡Recae siempre sobre el cuerpo de la mujer! “¡El ardid femenino se asemeja a los movimientos de una serpiente!”, afirman los más insistentes. Especifica un engaño, una traición, una treta que se la adjudica sólo a la mujer. ¿Cuántas mujeres han sido lápidadas, a lo largo de la historia, acusadas de adulterio? En cambio la filosofía originaria mapuche ve en la serpiente una figura suprema, protectora del pueblo. Reside en ella el inicio, el origen. “¡Representa el equilibrio!”, advierte la interprete Alejandra Vera Osorio. “En toda las cosas existe una energía negativa y una positiva”, resume el poeta mapuche Elicura Chihuailaf.

Alejandra Vera Osorno interpretando un fragmento de las poesías de Rupailaf.

“Inche vilu”, es decir “Yo, serpiente” representa el inicio del pecado. Nosotros pu mapuche (los mapuche) reinvindicamos nuestra identidad que se contrapone a los preceptos de la iglesia católica y la filosofía occidental. “Soy la maldita! La que te puso la manzana en la boca”, sentencia la poeta. No es el hombre y la mujer el todo. ¡Somos parte de un todo! ¡El agua, las piedras, los peces, las serpientes y las personas son una Mapu! “Las mariposas cuando mueren emigran a tu alma”, pronuncia una de las interpretes vestidas de negro.

Küla. Tres

Ko (agua)

“Espero que aparezcas en la tercer ola niño-pez”, reza y escribe la poeta Roxana Rupailaf. La poeta invoca a los che que habitan en el agua.

En el fondo de la obra, mientras dos intérpretes se mueven vestidas de negro (“vestidos semilares al vestido de la mujer mapuche”, según la propia directora), una imagen fija se detiene en la corriente de un arroyo que surca piedras y flora verdosa.

La forma del agua no concluye en el agua, se extiende hasta otras formas indefinidas. ¡El río es un ngen (fuerza protectora que armoniza un espacio territorial)! “Dejame en ese instante donde me vuelvo agua”, insiste la poeta.

Ko significa agua, que, en definitiva, es el sonido que hacen las gotas cuando chocan contra la tierra (mapu).

Meli. Cuatro

Kütral. Fuego

“El fuego reúne, convoca, invita”, define Patricia Cuyul. En la gestualidad de las intérpretes se puede reconocer esa energía que atrae. Esa energía no está alojada en un solo cuerpo. ¡No somos cuerpos cerrados…! ¡No estamos delimitados por…! ¿De qué esta constituida nuestra conciencia? ¿Qué es un pewma (sueño premonitorio)? ¿No residen acaso en los sueños las palabras de los ríos, los lagos y los cerros? “Hay el aire que embriaga los sentidos y derrama las memorias sobre el viento”, define Rupailaf. “El ensimismamiento de ser uno sobre el aire”, agrega conmovida. “Nosotros nos mostramos desde un lugar no físico –como puede ser la espiritualidad de cualquier pueblo originario–, con el imaginario, con las sensaciones, con el deseo, con la muerte”, concluye la directora Patricia Cuyul.

Patricia Cuyul interpretando un fragmento poético de Roxana Rupailaf.

El fuego es rojo, el azul es sagrado. ¡Kalfü (azul) sagrado ¡El kalfü de la wenu mapu (tierra de arriba). “Venimos del oriente, del país azul”, sentencia Elicura. Un día volveremos al país azul. ¡Volveremos al inicio de las cosas! Un día nos vendrá a buscar el balsero de la muerte para atravesar el río de las lagrimas. “Espero que todo lo rojo se vuelva azul”, interpela la poeta.

¿Cómo es volver al inicio? ¡El pensamiento es circular! “La historia no tiene un comienzo y un fin”, interviene la interprete Vera Osorno. Y continúa: “puede ser (el círculo) la tierra, puede ser el círculo de la vida, puede ser un ovulo, un kultrüm. ¿Es un espejo?”.

El espejo que apunta al publico, las manzanas sueltas sobre la escena, las dos interpretes vestidas de negro.

“Un espejo no te dice quién eres. Si tú te miras a un espejo no te da esa radiografía de quién eres. Estás lejos de un espejo, estás cercano a otra cosa, a otra materia que quizás no es tangible”, confiesa Cuyul. Y piensa en voz alta: “uno se arma un discurso al observarse. No eres lo que ves en ese espejo”. En definitiva, ¿qué somos en función de todos los elementos que nos rodean? ¿Cómo los nombramos? ¿Constituye un río parte de nuestra identidad territorial (tügün)? ¿Tenemos, las personas, una identidad territorial? ¿Puedo pensar a un pez y a una piedra como un hermano? ¿El sueño que me despierta por las madrugadas sólo está delimitado y subsumido por mis propias palabras y represiones? ¿Dónde concluyen nuestros cuerpos? ¿Concluyen? ¿Cuándo nos animaremos a, viviendo en territorio mapuche, aprender a pedir permiso a los ríos y a las montañas antes de encaminarnos sobre ellas?

Vuelvo a mirar el patio de tierra donde hace muchos años jugaba. Una luz dura recae sobre el cemento. El patio de tierra ha sido invadido por edificaciones. Antes por ese patio pasaba un arroyo. Ahora el arroyo y el río (Lifmay) están contaminados. ¿Puede una persona pensar su evolución sin contemplar(se) junto a estos ngen indispensables? Cada interrogante, como las escenas de “Inche Vilu”, intentan conmover, intentan despertar la ternura acongojada en el piuke (corazón). En ese rüpü (camino) andamos. Wewayin (venceremos).