Un diálogo intercultural sobre las identidades que nos atraviesan como sociedad. Segundo capítulo. 

Neuquén, Puel Mapu. ¿Sacrificio? ¿Vergüenza? ¿Nos da vergüenza pensarnos mapuche? ¿La vergüenza la sentimos cuando gritamos marícheweu? ¿O la sentimos cuando nos arrodillamos mirando hacía el sol para saludarlo? ¿Sentimos vergüenza cuando es pronunciado nuestro apellido? ¿O la sentimos cuando intentamos bailar como un ñandu (choique)? ¿Sentimos vergüenza y dolor, hasta lloramos en los encuentros, cuando tenemos que hablar de la pena de nuestros abuelos y nuestras abuelas? ¿Sentimos vergüenza de nuestros abuelos y nuestras abuelas? “¡No tienen que sentir vergüenza!”, aconsejan longkos. “¡No tengan vergüenza pu peñi, pu lanmgen!”, insisten pillan cushe en el Puel Mapu (Tierra del Este). ¡Los y las jóvenes mapuche de la warria (ciudad) también disputamos poder discursivo! Intentamos encontrar una representación social en donde puedan ser visualizada nuestra moreneidad (mestiza), nuestro silencio contemplativo, la íntima necesidad de entender las palabras del mapudungun; porque entender nuestra lengua materna significa poder comprender los presentes mensajes de la tierra, para abordar, más profundo aún, las milenarias observaciones filosóficas de un Pueblo Nación que ha pretendido desde siempre sustentar una vida digna, compleja y perdurable.

–¡Me invitaron a una fiesta!

–¿Compañeros de la escuela?

–No, no. Una amiga que es mapuche. En realidad, no se llama “fiesta”.

–¿Ceremonia mapuche?

–Jajajaja… ¡Claro! Igual usaron otro palabra más difícil.

–Wiñoy xipantv.

–¡Esa fue la frase!

–¿Fuiste?

–Sí.

–¿Y? ¿Qué te pareció?

–¡Raro!

–¿Diferente?

–Sí, pero hubo cosas que me costó comprender, que no las entendí.

–¿Por ejemplo?

–No supe qué hacer en varios momentos de la ceremonia.

–Bueno, a veces las comunidades que abren las convocatorias al público en general dan por sobreentendido que se entiende la estructura de la ceremonia y no explican qué es lo qué se va a hacer, ni por qué se hace. ¡Puede ocurrir! ¡Pero no debe frustrarte! ¿Qué más te llamó la atención?

–En un momento nos arrodillamos, nos dieron una vasija de madera y la llenaron de yerba.

–¿Quién la llenó?

–Una nena.

–¡Kalfümalen!

–¿Qué?

–Así se llama la nena en la ceremonia.

–Ah…

–“Niña azul”, quiere decir. ¿Qué pasó con la yerba?

–Yo hice igual que todos: rocíe la yerba sobre la tierra húmeda, mientras un pequeño hilo de luz asomaba entre las bardas y me caía sobre la cara.

–¡Sos una poeta!

–¡No! ¡Fue así! ¡Paso así! ¡Yo lo viví así!

–¿Qué no comprendiste?

–Por qué estaba haciendo eso.

–Digamos que es un acto de retribución. Uno, como persona, no puede estar continuamente extrayendo cosas de la tierra y no tener un mínimo gesto de atención. ¡No hay que ser avaro!

–¡Canuto!

–Jajajaja… Claro. No hay que ser tan ‘canuto”, querer todo para uno y pretender no dar nada. Además, hay que ser considerado con las nuevas generaciones venideras que también necesitarán servirse de la mapu (tierra).

–Creo que entiendo; más o menos, pero voy entendiendo.

–Volvamos a la poesía. En algún punto te pudiste conectar con la contemplación y los che de la naturaleza que te acompañaban. Lo poético en la cosmovisión mapuche está vinculado con ese “dialogo visual”, con esa dedicación destinada a contemplar lo que nos rodea. Pero de eso vamos a hablar más adelante. ¡Ahora seguí! ¿Qué más?

–¡Y no sólo eso! Además, en un momento comenzaron a hablar raro, y como que ahí me perdí del todo.

–¿Cómo a hablar raro?

–Sí, en mapudungun.

–Ah. Bueno, pero volvamos a la yerba. ¿Qué te pasó ahí?

–Y yo hacia lo que hacían todos, pero no sé por qué lo hacíamos.

–¿Y los demás?

–¡Los demás si! ¡Yo nomás! Y un chico que estaba medio perdido como yo.

–¿Y qué más te resultó raro?

–Cuando bailamos.

–¿Qué bailaron? ¿Dónde?

–Alrededor del rewe.

–¡Muy bien!

–Jajaja… Gracias.

–¿Qué bailaron?

–Purruqueamos, pero yo no sabía los pasos.

–¡Muy bien! ¿Qué otra palabra aprendiste?

–Saludé dos o tres veces en mapudungun.

–¡Marí marí!

–¡Marí marí!

–¡Es un avance! ¿Qué pasó cuando purruquearon?

–No sabía los pasos.

–Jajaja… ¿Y qué hiciste?

–¡No te rías! ¡Es difícil!

–Disculpá. Seguime contando.

–La seguí a una señora que iba delante mío. Iba tocando el kultrüm. A lo último como que le agarré el ritmo. Pero sentía un poco de vergüenza. No sabía bien lo que estaba haciendo.

–¿Por qué sentías vergüenza?

–No sé. Me sentía ridícula o imaginaba que estaba haciendo el ridículo y que alguien me iba a ver. Me imaginaba a mi familia y a mis compañeros de escuela mirándome. ¡No lo entenderían! ¡Se burlarían!

–¿Y alguien se rió? ¿se burlaron de vos?

–No, nadie. ¡Para nada! ¡Todo lo contrario! Me trataron muy bien. Era extraño el vínculo que se creó. No sé como explicarlo, pero me sentí un poco culpable por no entender.

–¡Vergüenza y culpa! Vas por el camino correcto. Te estás enfrentando de cerca a las estímulos y la construcción con que nos formó la sociedad occidental.

–¿Cómo?

–Vergüenza y culpa significa enfrentarse, por un lado, al sistema de control que nos observa y por otro lado, a la iglesia eclesiástica que intentó (y que en un sentido lo logró) evangelizarnos.

–¿Por qué decís que lo logró? ¡Yo soy atea! Nunca creí en un Dios.

–Pero no hace falta que vos creas. Las concepciones de la iglesia están sumergidas en muchos espacios y prácticas culturales de la sociedad. En nuestra educación, en los principios de nuestras familias, en la constitución, en la televisión. Incluso en las publicidades están inmersas. Por eso sentís culpa aunque vos te definas atea o no creyente.

–Sí, fue raro. Como que pasaron un montón de cosas en pocos días.

–¿Qué cosas?

–No cosas en sí, sino sentimientos, sensaciones.

–¿Contradicciones? Como cuando te encontras con una persona que habla otro idioma, se intentan comunicar y no lo logran; te vas como con una sonrisa, que luego se convierte en culpa y vergüenza.

–¡Exacto! ¡Tal cual! Con esa misma intensidad.

–Esa escena representa el encuentro entre dos cosmovisiones totalmente disímiles, con el agregado de que vos, en un lugar muy íntimo, deseas aprender de esa “cultura nueva” que te parece ajena o “rara”, como la definíste vos.

–Pero no me refiero a rara despectivamente.

–No, obvio. Te entiendo. Vos pensá qué habrá sentido el pueblo mapuche cuando se topó por primera vez con los colonos europeos. Seguramente antes del dolor y el ultraje, hubo extrañamiento del más profundo

–En un momento me querían pasar el ‘vestidito’, pero yo no me anime a usarlo.

–¿”Vestidito”?

–Perdón. No me acuerdo como se llama.

–¡Küpal!

–Claro. No me animé a usarlo. Me parecía que iba a faltarle el respeto a alguien.

–Está bien que sientas ese sentimiento. La idea es que sientas el deseo, que ese deseo llegue con el conocimiento y el tiempo. Si no, tu voluntad puede ser interpretada como una imposición abrupta. ¡No te sientas mal por eso! Pero más adelante lo vas a tener que usar si seguís yendo a las “fiestas” mapuche.

–Jajajaja…

–¿Volvés?

–Sí, claro. Ya tengo ganas de ir de nuevo. Como que me surgieron más preguntas. Quizás si no hubiera hablado con vos, me hubiera quedado con la vergüenza y la culpa y no hubiera vuelta a ir.

–Todas esas preguntas, específicamente sobre lo que hacías en cada tramo de la ceremonia, las vas a ir respondiendo con el tiempo. Yo te podría explicar cada tramo, pero se trata de algo mucho más complejo que un simple explicación. Hay que sentir y observar los que nos dice la naturaleza. “Hay que aprender a leer el libro de la naturaleza”, recomienda el poeta Elicura Chihuailaf.

–¿Lo decís por la yerba y el baile?

–Claro. Son dos momentos en el que mantenés una forma de diálogo con los otros che (gente) del territorio, una forma de vínculo no tangible e inteligible. Eso, por lo tanto, no tiene una definición acabada. Yo te podría decir que realizaste una ofrenda y te representaste el baile que hace un animal que habita este territorio, pero esa definición es, en definitiva, una definición inconclusa.

–¿Qué es no tangible e intelegible?

–Que no se puede tocar, pero que aparece un mensaje claro. Es una forma de comunicación en la que las palabras como las hemos aprendido no sirven. Aparecen como alertas signos visuales, sensaciones, el mundo que nos rodea comienza a hablarnos, pero esa será una charla que mantendremos, si te sigue interesando claro, más adelante. Por ahora debes estar alerta a todo lo que ves y ser fiel a esos interrogantes que se aparecen como pequeñas chispas rojas.

–Sí, por supuesto que me interesa. Se trata en definitiva de la identidad de mis abuelos y abuelas ¿no?

–Volver al inicio.

–Y a la del territorio donde nací.

–¡Bien ¡Muy bien!

–Jajajaja…

–¿Nos vamos a ver pronto?

–Muy pronto. Pero para el año nuevo falta mucho aún.

–Pasan otras cosas en el territorio también.

–¡Mucha violencia!

–La violencia es un buen ejemplo. ¿Vas a anotar todas las preguntas que te surjan sobre lo que hemos hablado?

–Sí, cada cosa. ¡Tengo muchas preguntas!

–Pero las tenés que anotar en el momento. No después, ni mañana, ni al otro día, porque después te olvidás y te quedás diciendo: “encima estaba re buena la pregunta”.

–Sí profesor.

–May kimche.

–May kimche.

–Peukallal.

–Peukallal.