Por Olimpia Palmar*

Hace unos años, después de un ritual sagrado que representa mi renacimiento como mujer indígena, mi madre me envió tras un sueño de ella, un reto que, como madre wayuu, ella se impuso y me impuso llevarme a la universidad. Su principal razón es que ella no quería tener una hija maría, pues ella, para la sociedad ya era una maría.

Debo hacer un paréntesis en este párrafo, para contarles sobre esa mujer quien no quería una maría en casa. Mi madre se llama Francia Palmar, ha sido siempre una artesana y que luego de 11 partos no tuvo remedio que salir de su comunidad ancestral, vestida con unas coloridas wayuushein (mantas) a embarcarse encima de un camión y apretarse el cuerpo con mercancías que compraba en Maicao (Colombia) para vender en Maracaibo (Venezuela) y convertirse en lo que ella llama Camellas y la sociedad «maría»; para mí en una acción arriesgada de madre que lo dio todo por sus hijos.

Cuando comencé en ese sueño impuesto, trataba de pronunciar muy bien mi nombre para que nadie me dijera “maría”, y en la calle mucha gente me reclamó mi negación de asumirme como maría, como un acto de vergüenza étnica. Tenía los prototipos que me hacían una «maría».

Terminé la universidad, aprendí el español y emprendo sueños por la justicia, pero la sociedad me sigue llamando con el adjetivo calificativo de «maría». María es una mujer indígena que no tiene oportunidad laboral o de emprendimiento. Pero además esta María la pueden vender, tiene precio, es despeinada y desarreglada, no puede hablar español, no puede ir a la universidad, si va vestida de wayuushein es una simple María, si va de pantalón es una maría hecha pa´lante.

Esa maría no muere, revive en todas las generaciones, no puede caminar sola por la ciudad sin perderse, no tiene nada que hacer en las calles élites de la ciudad a menos que vaya a bachaquear. Esta maría sirve para trabajar en el contrabando o en la casa como doméstica; esta maría es caliente, sólo basta echarle el cuento para que afloje según la imagen despectiva que se ha creado en torno a ella en la sociedad discriminadora.

María es la aceptación de la negación de la existencia de las mujeres wayuu. No eres quién eres, si no quien te ha dicho que eres. María, es el obstáculo para que las mujeres wayuu accedan desde su identidad al ejercicio libre de sus derechos, es un aberrante acto misógino.

María, no es más que una forma de naturalizar la discriminación hacia las mujeres indígenas, legalmente la discriminación viola los principios de la igualdad de derechos y es la encarnación del irrespeto a la dignidad humana.

La iniciativa #lasmujereswayuuNOsomosmarias pretende hacer visible esta discriminación que constantemente vivimos por ser mujeres indígenas; pero, además queremos estimular procesos organizativos de emprendimientos con mujeres wayuu en las comunidades de la Guajira para erradicar con nuestro sentir y participación la desigualdad de género y promover el bienestar social.


*Olimpia Palmar es indígena wayuu Ipuana, miembro de la Red de Comunicación Wayuu Putchimaajana y del Comité de Derechos Humanos de la Guajira

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