Comienza en Río Negro el juicio contra ocho integrantes del Pueblo Mapuche. Se los acusa de «usurpación» de su propio territorio —reconocido incluso por organismos oficiales—. Mauro Millán, histórico luchador originario, es uno de los acusados. Recorrido por su historia, la articulación entre comunidades, la defensa de los espacios de vida y el futuro de un pueblo.

Por Adrián Moyano

Con alguna dificultad la Trafic avanzaba por la huella que se filtraba entre coirones y neneos. Por momentos, el tapiz irregular se interrumpía del todo para dar paso a extensos arenales. La famosa desertificación era un hecho concreto en el paraje y mi rostro debió traslucir alguna perplejidad porque Mauro Millán miró y preguntó: «¿Viste dónde vinimos a reivindicar territorio?» Era abril de 2002. Las recuperaciones territoriales mapuches no solían ser, dos décadas atrás, noticia en Buenos Aires. Algunas veces ni siquiera merecían la atención de los medios regionales más significativos. Nos dirigíamos a Futa Huao (Cañadón Grande) con el cometido de grabar música mapuche tradicional que años después terminó por editarse en el disco “Feley”. Al comienzo del siglo Mauro Millán todavía no era lonco, se presentaba como werken (vocero) de la Organización de Comunidades Mapuche-Tehuelche 11 de Octubre. Y, cuando uno andaba por el campo en su compañía, parecía que esas inmensidades no tenían secretos. Cuarto de siglo más tarde, está clarísimo.

Aquella trafic tenía como destino la Costa del Lepá, donde vivía Celinda Lefiu, una mujer sabia poseedora de conocimientos muy antiguos. Y la parada final era la comunidad que tenía como lonco a Agustín Sánchez, cuyo toque de trutruca (instrumento de viento) era capaz de despertar al newen (energía o poder) más dormido.

En los años siguientes, tanto Celinda como Agustín guiaron decenas de ceremonias en momentos de lucha o durante la celebración de parlamentos mapuches. Tanta sabiduría poseían aquellos ancianos que Mauro sólo tenía que preocuparse por la faceta política de la resistencia: visitaba una comunidad, vinculaba a una con otra, ubicaba mapuches en Esquel y en pueblos patagónicos más pequeños, se plantaba frente a funcionarios, viajaba o buscaba compañeros fuera del ámbito mapuche, pero durante las ceremonias seguía en silencio la guía de los mayores que hoy no están. Aprendía.

Las 50 hectáreas que recuperó la comunidad Futa Huao en 1997 alrededor de una vieja escuela rural parecen insignificantes si se las compara con las centenares de miles que acumula la corporación Benetton, pero el Poder Judicial de Chubut procesó a varios de los protagonistas de la movilización, entre ellos, a Mauro Millán, porque la organización 11 de Octubre acompañó a la comunidad en su proceso.

En conjunto, la reivindicación involucraba mil hectáreas. Al igual que en el presente —con el juicio que comienza esta semana—, la causa se abrió por “usurpación”, aunque varios de aquellas y aquellos ancianos tenían sus placentas enterradas en ese Cañadón Grande y hostil, de ventarrón omnipresente. Aquel fue el debut del werken en sedes judiciales, pero su involuntario periplo continúa.

Foto de Denali Degraf

Ayuda mutua punible

La zona sur de Bariloche se extiende sobre la llamada Pampa de Huenuleo. Es donde se diseminan los barrios del Alto, es decir, los que nunca salen en las fotos turísticas y habitan los descendientes de migrantes chilenos y chilenas. También, las familias que llegan de la llamada Línea Sur, el área que en la provincia de Río Negro se deja atravesar de este a oeste por el ferrocarril y la Ruta Nacional 23. Los respectivos trazados siguen viejos senderos mapuche tehuelches que unían la cordillera con el mar. El paisaje emula al estereotipo de la Patagonia: vastas extensiones sin poblado alguno, mesetas, caminos polvorientos, guanacos, choiques y decenas de comunidades indígenas que viven de ovejas y chivos, peleándole a la eterna sequía.

Los mayores de los Huenuleo ya estaban en la zona cuando la Campaña al Desierto aún no se extinguía; de ahí la toponimia. En la actualidad, sus descendientes se identifican como Buenuleo y en 2019 iniciaron un proceso de reivindicación territorial que tiene como contraparte a un puñado de conspicuos especuladores inmobiliarios.

Para entonces, hacía rato que Mauro “se había levantado” como lonco de la comunidad Pillan Mawiza (Montaña Sagrada) y ponía en común todos los conocimientos sobre la espiritualidad de su pueblo que a mediados de los 90 echaban a circular las pillankuze (ancianas conocedoras de la espiritualidad) y los viejos loncos que ya abandonaron el plano sensible.

El espacio territorial de la comunidad que tiene a Millán como responsable político queda a 500 kilómetros de la Pampa de Huenuleo. Es cruzado por el río Carrenleufú, a pasos de la localidad de Corcovado y a unos doce kilómetros del límite con Chile. Atractivo para pescadores de élite, el agua viaja tan rauda que es apetecida por los extractivistas de turno para represarla y generar energía. El lonco está convencido de que va a consagrar el resto de su existencia a la defensa del río y de todas las vidas, animadas o no, que magnifican el territorio. Cuando confía su certeza sonríe con amargura, pero sonríe.

A partir del 5 de marzo próximo, el lonco volverá a comparecer frente a un tribunal del Estado (jueces Ignacio Gandolfi, Víctor Gangarrossa y Romina Martini) que usurpó la totalidad del territorio mapuche. Primero, se hizo de tantos campos un puñado de especuladores cercanos a Julio Roca y su gobierno, para después generalizarse el régimen de propiedad privada, hasta entonces ajeno a los pueblos que aquí viven hace milenios.

En la manera mapuche de entender las cosas, el vocablo kelluwün puede traducirse como ayuda mutua o reciprocidad. En 2019, cuando todavía no finalizaba el invierno y ante el pedido de la comunidad Buenuleo, Mauro Millán realizó (“levantó”, según la costumbre mapuche) una ceremonia durante su proceso de reivindicación territorial.

Cuando se retorna a determinado espacio es menester retomar el diálogo con las fuerzas de la naturaleza que allí están presentes y también con el espíritu de las y los ancestros que moraron antaño. Se pide permiso, sabiduría y entendimiento. Pero en la manera huinca de entender las cosas todavía se responde con matones, policías y funcionarios del Poder Judicial. Aunque Mauro no tiene pedazo de tierra alguno en el predio en disputa (unas 90 hectáreas), deberá responder por cargos de “usurpación”, una vez más.

Foto: Sebastián Hacher

El Poder Judicial no es justicia

El 11 de octubre de 2002 más de un centenar de personas, en su mayoría mapuche, se concentró en la entrada del Museo Benetton para respaldar a la familia (encabezada por Rosa Rua Nahuelquir y Atilio Curiñanco) que, a instancias de la trasnacional, había sufrido un desalojo en el paraje Santa Rosa semanas atrás.

Llovió toda la noche y la lluvia persistía al amanecer siguiente, pero a pesar del aparente castigo, varias voces se levantaron para indicar que el llellipun (rogativa) no tenía que hacerse en el portal de la estancia, sino en el lugar que reivindicaban los directamente involucrados en el conflicto, distante unos doce kilómetros. El campo permanecía bajo la custodia de efectivos policiales. Pero la ceremonia se hizo igual, y contó con la guía de Carmen Calfupan, pillankuze de Cushamen, cuyo canto y palabras también alcanzaron a plasmarse en “Feley”, aquel disco.

No dejó de llover en ningún momento. Cuando el corte de la Ruta 40 finalizaba, llegó Gendarmería. No pasó gran cosa. Pero cuatro meses después, cuando se reiteraron ceremonia, corte y movilización, los uniformados fueron más rápidos y sacaron fotos. Días después, Mauro recibió una citación para comparecer ante el Juzgado Federal de Bariloche.

En aquellos días la derecha todavía no consideraba al Pueblo Mapuche como enemigo público. No había vallas ni demasiada seguridad. La audiencia fue relativamente breve. Tomó declaraciones un Secretario que después de leer la acusación esgrimió una serie de fotos como toda prueba, pero el peñi (hermano mapuche) que aparecía en las imágenes no era Millán. La argumentación del Fiscal se cayó.

Foto: Denali Degraf

Mauro Millán y el juicio actual

Aunque está claro que el lonco no vive en las orillas de la Pampa de Huenuleo —donde está el territorio en disputa—, el trámite que arrancará el próximo jueves será más extenso que la causa de dos décadas atrás. El Superior Tribunal de Justicia de Río Negro y hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación pusieron particular esmero (ambos tribunales dejaron sin efecto el sobreseimiento de instancias anteriores) en que se juzgara al lonco de Pillan Mawiza y otras siete personas mapuche, la mayoría integrantes de la comunidad Buenuleo. De haber condena, las penas podrían ser de hasta tres años de prisión.

Para los jueces no importa demasiado que las 90 hectáreas en disputa sean parte de las 480 que le reconoció el Relevamiento Territorial de Comunidades Indígenas (Reteci) a través de una resolución del INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas). Cuando las normas amparan los derechos de los pueblos preexistentes al Estado, siempre quedan en el fondo más recóndito de los cajones. Un paso más es el intento del Gobierno de que deje de funcionar el INAI.

Probablemente, mucha gente se haga presente en el tribunal hasta el próximo 13 de marzo, mientras se celebra el juicio, pero no solamente por esa solidaridad Mauro y los demás estarán acompañados. Entre aquellos mayores, como Celinda Lefiu, Agustín Sánchez, Carmen Calfupan y muchos otros, solía decirse kizungenelan, es decir, “no me mando solo” o sola. Ante los jueces habrá ocho mapuche, pero también, una multitud de newenes y varias filas interminables de ancestros. Hay que ver si el brazo jurídico del Estado —la justicia es otra cosa— se anima a culpabilizar las convicciones de todo un pueblo.

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