La historia no la hace un solo hombre, ni una sola mujer. Pero hay personas que con su determinación aceleran su avance.

Un 15 de Enero de 1929 nació en el seno de una familia baptista Martin Luther King Jr., quien inspirado en el ejemplo de Mahatma Gandhi y las ideas de desobediencia civil de David Thoreau se convirtió en el principal referente de la lucha no violenta por los derechos civiles y la igualdad racial en los Estados Unidos.

Luego de la detención de Rosa Parks en 1955, King organizó en Montgomery un boicot a las compañías de autobuses que duró más de un año.

Poco después asumió la conducción del movimiento contra la segregación, primero a través de la Southern Cristian Leadership Conference y más tarde del Congreso por la Igualdad Racial. Desde la Asociación para el Progreso de la Gente de Color (NAACP, por su sigla en inglés), de la cual ya su padre Martin Luther King Senior había sido líder en Atlanta, impulsó además acciones para mejorar las condiciones de vida deplorables en las que vivía la comunidad negra.

En 1960 aprovechó una sentada espontánea de estudiantes negros en Birmingham, Alabama, para iniciar una campaña de alcance nacional. En esa ocasión, King fue encarcelado y posteriormente liberado por la intercesión de John Fitgerald Kennedy, entonces candidato a la presidencia de Estados Unidos, pero logró para los negros la igualdad de acceso a las bibliotecas, los comedores y los estacionamientos.

En 1963, su lucha alcanzó uno de sus momentos cumbres al encabezar una imponente marcha sobre Washington en la que participaron unas 250.000 personas. Allí, un 28 de Agosto, en las escalinatas del monumento a Abraham Lincoln pronunció el discurso conocido como I have a dream (Tengo un sueño), que pasaría  a la historia como un hermoso alegato en favor de la paz y la igualdad entre los seres humanos.

El lugar y el tiempo elegido para el mensaje no eran fortuitos. Cien años antes, el 1º de enero de 1863, Lincoln, decimosexto presidente de los Estados Unidos de América, emitió la Proclamación de Emancipación en medio de una guerra civil sangrienta, entre cuyos motivos se encontraba precisamente la lucha contra la perpetuación de la esclavitud. La proclamación declaró “que todas las personas detenidas como esclavos” dentro de los estados rebeldes “son, y en adelante serán libres.”

Un siglo después, se levantaría un enorme clamor contra la discriminación y contra la guerra en Vietnam, en el que King y sus arengas cumplirían un papel central. La mayor parte de los derechos reclamados por el movimiento serían aprobados con la promulgación de la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de derecho de voto de 1965.

King adaptó y desarrolló el concepto de Gandhi de la no violencia, que supo aplicar a través de una serie de campañas y marchas antisegregacionistas que le convirtieron en el líder más prestigioso del movimiento americano para los derechos civiles.

Por sus esfuerzos y en apoyo a la lucha contra la segregación racial, King recibió el Premio Nobel de la Paz en 1964.

Al igual que Gandhi dos décadas antes, un 4 de abril de 1968 fue asesinado en Memphis por el delincuente común James Earl Ray.

Tras su fallecimiento, una importante facción del movimiento negro estadounidense emprendió un camino  violento, alejado de la inspiración de King.

¿Qué falló, Dr. King?

A pesar de los avances, de las conquistas formales y hasta nuestros días, el terrible sello de la esclavitud pervive en la enorme desigualdad social que padecen las comunidades afrodescendientes en los Estados unidos.

Lejos de promover la convivencia pacífica, el país devino en el principal promotor de la guerra, el armamentismo y la portación civil de armas en el mundo.

Más allá del discurso hipócrita sobre democracia y derechos humanos, la política gubernamental de los Estados Unidos de América ha instalado bases militares e interferido activamente en todas las regiones del planeta, minando la autonomía, la libertad y el legítimo deseo de autodeterminación de los demás pueblos.

La inspiración esenio-cristiana de amor al prójimo desapareció de los púlpitos, siendo usado éstos para el discurso de odio y la propagación de una rígida moralina retrógrada.

¿Qué falló, Dr. King?

No hay dudas que no es el mensaje de igualdad entre los seres humanos, ni la coherencia de la metodología no violenta para expandir el derecho a una vida digna para todas y todos. Metodología que hoy es abrazada por la inmensa mayoría de los movimientos sociales en sus luchas por la humanización de las condiciones de vida.

Por otra parte, la No Violencia no debe ser apreciada solo en función de los resultados, sino sobre todo en su indiscutido carácter de elevado precepto de relación entre los seres humanos.

Nos preguntábamos en el libro “La Caída del Dragón y el Águila”: “¿Qué sucede realmente en esta nación sorprendente, brillante y tenebrosa al mismo tiempo, donde el éxito es el único horizonte posible y el fracaso constituye una realidad permanente? ¿Qué está pasando en este país tan temido, admirado, amado y odiado? ¿Qué fuerzas actúan en las entrañas de este Águila mundialmente activa, apoyada por muchos como símbolo de progreso y rechazada por tantos otros como principal agente de opresión y violencia? ¿Qué ocurre en esa tierra que concentra al mismo tiempo las ansias de muchos que allí quisieran vivir y el repudio total y absoluto de quienes creen que su sola existencia es la fuente de todos sus males?”

¿Qué falló entonces, cómo se torció el destino de este pueblo?

¿Acaso la búsqueda interminable de triunfos, de fama y reconocimiento social ha llevado a una desproporción monstruosa? ¿Acaso ese status que se alcanza con el consumo de bienes y placeres cada vez más sofisticados está convirtiendo a este país en una torre de Babel cada vez más inclinada y pronta a derrumbarse? ¿Acaso el puritanismo, la moral republicana y la hacendosa creencia en el progreso que sirvieron de cimientos a este trozo de civilización sintética ya no sirven para protegerse del cataclismo valórico de fin de ciclo?

¿Acaso es la terrible carga de la creencia en un destino manifiesto, en un autopromulgado excepcionalismo, la que condena a este pueblo a pensarse superiores a los demás? ¿Es la herencia bíblica de querer ser la legítima sucesión del “pueblo elegido” por supuesta decisión divina, la que impide abandonar la diferenciación acérrima y vivir como iguales? ¿O es la primacía del poder de las corporaciones, del tan mentado y temido “complejo militar-industrial (hoy también digital)”, lo que constriñe cualquier posibilidad de elección libre?

¿Llegará el día donde el pueblo estadounidense abiertamente se rebele contra este macabro círculo vicioso de dominación y dependencia de la capacidad de dominación?

No cabe duda que así será. Seguramente esa otra gran tendencia, genuinamente libertaria (palabra hoy manipulada por sectores que nada tienen que ver con la libertad), que vive en el pueblo norteamericano y que afloró históricamente con distintas vestimentas, subirá una vez más a la superficie.

Lo mejor del alma estadounidense fue lo que generó en su momento el movimiento abolicionista y encarnó luego en aquella indetenible corriente por el derecho al sufragio femenino. Esa misma fuerza emergió nuevamente en contra de la segregación racial, motorizó aquella correntada juvenil pacifista de finales de los años 60` del siglo pasado y tuvo mucho que ver, más recientemente, – más allá de la cosmética propagandística y los ínfimos cambios operados – en la muy simbólica elección del primer presidente negro.

Ese poderoso impulso influirá con potencia en los futuros e inevitables cambios que acaecerán en las tierras del Águila, ayudando con ello a abrir un nuevo momento de la historia humana.

Por ello, la memoria de Martin Luther King sigue viva y brilla con luz propia. Con la misma luz que habita en el corazón de aquellos que trabajan sin cesar por un mundo no violento.