La escandalera de algunos políticos chilenos por los dichos críticos de Giorgio Jackson sobre la generación de la transición es exagerada y el arrepentimiento del ministro me parece injustificado. La nueva generación, hoy día en el gobierno, tiene derecho a criticar políticamente a quienes fueron parte de la transición de los 30 años y, tampoco se le puede impedir cuestionar moralmente a quienes, durante este periodo, fueron parte de la corrupción o la avalaron. Eso no significa poseer una autoridad moral superior, pero sí distinta.

Una visión política y también moralmente distinta sobre los 30 años pasados no es nada extraño. De otra forma no se explica que hoy día, caras jóvenes, hombres y mujeres, aparezcan en paridad dirigiendo los destinos del país.

Como en otros periodos históricos, no debiera sorprender que la juventud haya asumido la vanguardia de la lucha política contra el régimen de injusticias de los 30 años de la transición. La joven generación ha aceptado asumir los retos de la transformación de Chile.

En lo político, Chile ha vivido una democracia a medias, tutelada por la derecha y los grandes empresarios. La “centroizquierda” se sumó al ordenamiento económico y político excluyente, junto a una mayoría de economistas, convertidos en empleados del gran empresariado, que avalaron el neoliberalismo.

En lo económico ya pocos creen que el crecimiento y el asistencialismo sean la solución a los males del país. En efecto, un crecimiento económico favorable a los grandes empresarios y las políticas de segregación social, fundadas en la Constitución de 1980, multiplicaron el capital del 1% de los poderosos, quienes hoy son dueños del 50% de la riqueza nacional. Ello es consecuencia de la complacencia con el neoliberalismo y de la aceptación de la Constitución de Pinochet, fortalecida con la firma del presidente Lagos.

En lo moral, tampoco se puede callar ante la corruptela político-empresarial. Por cierto, es delicado atacar al bulto; pero, hay que reconocer que la corrupción se hizo generalizada durante la transición, al punto que recibió protección institucional durante el Gobierno de la Nueva Mayoría. De hecho, tanto Impuestos Internos, como la Fiscalía favorecieron la impunidad de la mayor parte de los responsables de estos hechos.

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La corrupción no es casual. Es el resultado de un incontrarrestable poder empresarial, alimentado por un Estado inmóvil, incapaz de regular los excesos del mercado. Creció, con la captura de políticos por el gran empresariado y ese mal ejemplo se extendió a varias instituciones, entre las que destacan Carabineros y las Fuerzas Armadas.

Los jóvenes llegaron a salvar el país de su crisis política, económica y moral. Son los retos que se han comprometido enfrentar, para devolver el país a toda la sociedad.

Ellos nos dijeron que los asuntos en Chile no andaban bien. Primero, los estudiantes de la enseñanza media y luego los universitarios, abrieron el camino para reconstruir la democracia, para hacerla más plena y terminar con las injusticias sociales. Debiéramos estar agradecidos y sin embargo se los combate con saña, envidia y muchas mentiras.

Saltándose los torniquetes del Metro y movilizándose el 18-O, los jóvenes abrieron camino a la esperanza. Les siguieron las mujeres, los medioambientalistas, los defensores de la regionalización, pobladores, indígenas y luchadores contra las AFP. Es lo que permitió que se instalara la Convención Constitucional, con una mayoría de personas que antes habían estado ausentes de la vida política. La democracia se hizo más plena y, luego, se materializó en la redacción de la nueva Constitución (NC).

La política se democratizó, pero a la elite esto no le gusta.Por ello el Partido del Orden está asustado, porque se les desordena el sistema. Teme por sus privilegios de poder. Y, a los grupos económicos les duele que termine la sobre explotación de los trabajadores y que sus ganancias disminuyan.

A los poderosos de derecha y “centroizquierda”, les incomoda la paridad de derechos de la mujer, que los jóvenes comiencen a mandar y sobre todo que los desarrapados, los marginados de siempre, y los indígenas tengan representación en las instituciones de la República. Es lo que más les duele del texto de la Nueva Constitución. La elite no puede aceptar que una nueva dirigencia política los reemplace.

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Ello explica que la Convención Constitucional sufra una crítica implacable. La derecha, los grupos económicos, los medios de comunicación del establishment y una “centroizquierda”, convertida en amarilla, se esfuerzan en desprestigiar el trabajo de los constituyentes y anuncian el Rechazo o el Apruebo a medias de la nueva Constitución.

En efecto, la Nueva Constitución terminará con actual Estado subsidiario y los mercados sin regulación, lo que abre paso a una nueva economía. Se ha entendido bien que sólo un Estado activo podrá potenciar nuevos sectores productivos, que agreguen valor a los bienes, para generar empleo de calidad. Esto no gusta a los rentistas ni a los depredadores del medioambiente, a quienes acomoda un mercado, sin regulaciones del Estado.

Por otra parte, la Nueva Constitución ofrece una propuesta social integradora. Los constituyentes propusieron desarmar la muralla que divide socialmente a los chilenos. La Nueva Constitución apunta a la integración social cuando propone un Estado Social de Derecho, lo que también disgusta a los grandes empresarios, porque con ello se acaba la mercantilización de la salud, educación, previsión y el agua.

Por su parte, el Partido del Orden se ha puesto nervioso porque terminará el Senado y será reemplazado por una Cámara de las Regiones. Nada tan terrible. Se cumple así con una demanda histórica que otorgará poder a las regiones, agobiadas con un centralismo abrumador.

Hay que valorar y apoyar a la nueva generación, que tuvo la entereza de desafiar el poder dominante y enfrentar, con valentía, las desigualdades e injusticias del modelo económico y político, consagrado en la Constitución de 1980. Ello es lo que ha permitido que tengamos hoy una nueva Constitución, generada por primera vez en el país de forma democrática. Se lo debemos a la joven generación.