NOVELA ILUSTRADA

 

 

 

La ciudad estaba circundada por agua, pero diversos puentes permitían acceder a ella. Se erguía orgullosa con sus torres majestuosas contrastando con el cielo de la tarde, en el que los dorados se fundian con los carmesí y azul.

Pudimos respirar la nostalgia, notábamos que penetraba el paisaje como algo congénito e invadía el alma del viajero empujándole hasta el centro del corazón. 

Y luego la luz del atardecer se fue volviendo niebla, niebla oscura y húmeda. Los puentes aparecian  fantasmagóricos, sobre las aguas sin fondo. 

Nos detuvimos junto a una farola  de luz amarillenta y vimos a lo lejos la  figura de alguien que nos miraba. Caminaba por un puente con un farolillo en la mano.

Nos aproximamos hasta ella con mucho cuidado, manteniéndonos  a una cierta distancia. No queríamos que se asustara ni romper el encantamiento en el que parecía absorta. 

 Ella era una  hermosa dama encapuchada con una capa de terciopelo negro, su piel era de  porcelana blanca y de sus ojos no cesaban de caer lágrimas. 

Descendió por unas escalinatas anexadas al puente hasta una plataforma al nivel del agua. Subió a una barquita alargada y estrecha. Remó y empezó a desplazarse sin resistencia por aquellas aguas quietas. Se alejó perdiéndose en la niebla, solo se veía la luz de su farolillo como un punto cada vez más diminuto. 

Cerca del puente un viejo palacio llamó nuestra atención. En sus enormes ventanales  no había cristales, en el exterior no quedaban resto alguno de pintura, solo la piedra ocre descarnada. 

A pesar de que desde el interior no llegaba ninguna luz o sonido, presentíamos que allí había alguien.

Nos acercamos a la puerta y ésta cedió con un crujido lastimero y melancólico. El palacio era enorme. Dos escaleras ascendían en suave curva hacía el fondo  desde el lado derecho e izquierdo del recibidor. Los peldaños de mármol, cubiertos de un polvo ceniza, eran amplios. La  barandilla estaba desvencijada.

Nos encaminamos hacia el fondo, atraídos por una tenue luz. 

Un hombre de unos treinta años vestido de guerrero medieval bebía en una copa de plata con incrustaciones de piedras preciosas. 

Estaba sentado en una mesa rectangular de madera en la que se apoyaba el candelabro que iluminaba la estancia. 

Cuando nos acercamos ni siquiera levanto los ojos. En el suelo vimos  su espada abandonada. Al ver su hermoso cabello negro y su complexión fuerte y atlética le reconocimos: era a él a quien buscábamos.

Tomamos  asiento discretamente sin mirar directamente al guerrero. Sacamos de las capas la esfera envuelta en un paño y la dejamos sobre la mesa.

 La fuerza de la esfera  atrajo la mirada del guerrero que  miró con alivio en su interior y al hacerlo vio una pradera extensa llena de luz y vida. Una dama danzando con un vestido ligero y  un tocado de flores en el pelo dorado. Alegre como el agua risueña, sus pies descalzos despertaban la verde hierba. 

Entonces el guerrero levantó la cabeza y nos miró inquisitivo con sus ojos negros:-¿Dónde está mi primavera? ¿Qué viento la llevó? Mirad como me marchitó, como voy muriendo aun estando vivo, desde que se fue todo se apagó.-

-Deberías dejar de beber ese líquido embriagador, respondió Alator, te está envenenando. Acompáñanos e intentaremos aclarar este embrollo-.

El guerrero accedió y nos  dirigimos a una posada cercana que permanecía abierta. Sentados junto al fuego pedimos agua pura para refrescarle y sacarle de su aturdimiento.

-¿Te internarías en la noche oscura para encontrar a tu dama?-. Allí no hay nada ni nadie conocido. Allí solo un punto lejano de luz, su farolillo, puede guiarte. ¿Tienes ese valor? Pregúntate esto: ¿Que tiene más fuerza en tu corazón el miedo o el amor?

-Debo irme a descansar, nos dijo el guerrero, gracias por vuestra visita.-

El guerrero se quedó profundamente dormido. Se sentía flotando en un cielo cálido y suave, viajando hacia un centro palpitante en el que estaba todo. Todo lo que amaba: Ella, él, un paraíso. Un paisaje pleno, en el  que habitaban seres  perfectos. Al despertar se dijo: Debo llegar ahí.

Al narrarnos su sueño supimos que estaba preparado y le recomendamos que hiciera su equipaje.

Subimos a una barca y le pedimos que se desprendiera de sus objetos innecesarios. Solo se quedó con lo puesto y un cuaderno de notas. 

-¿Ves aquella isla a lo lejos? Vamos allá, explico Alator- 

Nos desplazamos en diagonal por el mar completamente plano y aquietado.

Al llegar allí estaba la dama del farolillo sentada en la orilla. El le destapó el rostro oculto por la capucha. Se miraron, se reconocieron y al querer tocarse, al querer besarla, la dama desapareció.

-El camino es largo, el destino lejano. Esto son espejismos, anticipos, mensajes que debes descifrar. Agradece a tu amada por haber permitido que la veas, le sugirió Alator.

Quizá

quizá un día, un día llegará

y veremos

de pronto surgirá como un sol en la noche

será la libertad.

Un impulso de luz, un vuelo celestial

se acercará en silencio y se revelará

amor total, eterno

sin palabras ni edad.

Los capítulos anteriores:    Capítulo 1.  Los elementos mágicos        Capítulo 2.   La sombra y el unicornio      Capítulo 3. La ciudad de los magos