Ilustración de Gustavo Napoli

En los tiempos en que el Homo supuestamente Sapiens no había aparecido, muchos animales ya habían “inventado” algunos de los pasos de la economía: por lo menos tenían sus cuentas en orden y guardaban cuando había que guardar. Un oso come mucho y engorda antes de invernar; una ardilla guarda bellotas en un agujero de un árbol; un pingüino pone huevos en el mismo sitio que el año anterior, a sabiendas de que es un buen sitio; una tortuga pone muchos huevos porque la mayoría se hacen inviables al nacer. O sea, que hay leyes de la economía que los seres humanos sólo hemos venido a este Planeta para arruinarlas. Y descuartizar a los que proponen la vuelta a las fuentes de las cosas simples, que ya estaban inventadas antes de que a un mono se le ocurriera pararse burdamente en dos patas.

Cuántas cosas se perdieron

Algo que pronto descubrió el Pitecántropo era que había una cadena alimentaria. Lo descubrió por necesidad: la necesidad de comer y la de no ser comido. Ambas cosas requerían, por lo que observó, de que los individuos parecidos entre sí se abroquelaran, beneficiándose en conjunto de la mutua protección que la habilidad de cada quien aportaba al conjunto. Así, se podía cazar y pescar, juntar vegetales comestibles, y cuidar que otros seres no se llevaran lo que se hubo conseguido. Se supone que la mayoría de estos pitecántropos aprovecharon la protección de la naturaleza, y habitaron lugares que les protegían de las inclemencias y de los otros pobladores del lugar.

Sin embargo, la realidad que nos envuelve nos prueba que un día, uno de estos parientes nuestros resolvió anunciar: “ESTA CUEVA ES MÍA”. Probablemente se quedó con el contenido recolectado por todos, se aseguró un ser del sexo opuesto, Y ALLI NACIÓ LA RUINA DE LA ESPECIE. Nació la diferencia de clases. Tuvo que defender su postura de la lógica ira de los demás, y para ello contó con dos tipos de pitecántropos de los que aún hay: los socios minoritarios y los represores. Es decir: sin una serie de especímenes útiles y una fuerza para atacar a los que se quejasen, el Padre de Todos los Males no hubiese podido iniciar una era que, pasando por mil mutaciones, aún no termina.

El reclamo de la propiedad privada por sobre los bienes que todos habían producido ha ido cambiando de protagonistas pero no de guión. Tal como vengo diciendo desde hace tiempo, el anarquista español Rafael Barret, quien vivió la mayor parte de su vida entre Uruguay, Argentina y Paraguay, dijo hace más de un siglo que “la historia sirve para demostrarnos que no somos ni más ni menos bestias que nuestros antepasados”.

El mayor beneficiario de las supuestas transformaciones de la sociedad humana, siempre ha estado inmerso en una clase. Esa clase generalmente muta su estilo de dominación, pero poco cambian los grupos sociales que los libros de Historia que leen nuestros educandos refieren con cierta letanía como COSAS YA ESTABLECIDAS.

Y aquí es donde la especie nuevamente tiene que lamentar una pérdida: la del civismo. Porque si los chicos estudian las sociedades, encontrarán un soporífero parecido entre todas las descripciones: un rey, los nobles, los guerreros, los religiosos…y los que trabajan. Así los jóvenes se duermen sobre los libros, a raíz de esta repetición cadenciosa de una estructura que parece que, por iterativa, es buena.

Lo que parece de afuera, como la hermosa decoración de una torta de cumpleaños, es que estos estratos sociales están bien porque siempre se repitieron. Sin embargo, cortada la torta, se puede observar que no todos los bizcochos ni los rellenos son buenos: hasta pueden estar contaminados y provocar enfermedades a los que la ingieran. No porque siempre hubo reyes, nobles, militares y religiones, la gente vivió en paz y armonía, ni entre sí ni con su hábitat.

La gran pérdida de la Humanidad ha sido la de la su OPORTUNIDAD. La oportunidad de romper con la conducta animal para mejor. La oportunidad de interactuar con criterio ecuánime ante todas las criaturas. La oportunidad de usar los recursos del reino vegetal y del suelo todo, incluso el agua, en beneficio de todos los seres vivos. Y todo ello ha fracasado porque la dominación ha conducido a la re-dominación.

Nunca la separación en grupos de diferente poder iba a posibilitar la estabilidad interna de los conglomerados humanos; menos aun cuando éstos fueron creciendo en número y cada uno de ellos a su vez en cantidad de miembros. Era obvio que la mayor ocupación de los territorios más favorables iba a provocar una falsa sensación de bienestar, tendiente a la concentración urbana. A su vez, la conquista de los mejores hábitats iba a terminar en confrontaciones de grupos humanos. Lo que se había esbozado en la apropiación de la primera caverna, se traslada a la toma de vastos terrenos con mejor perspectiva económica. El método: me gusta-me lo quedo. La forma: te opones-te mando la fuerza armada. Las justificaciones: me manda Dios.

Y así, gracias a aquel primer humano intemperante, los nuevos intemperantes caminan el Mundo con su séquito de cretinos receptores de sus migajas, sus soldados prepotentes con la consigna criminal de la obediencia debida, y sus monjes y hechiceros que gritan a los cuatro vientos la existencia de dioses punitivos, castigadores, que sólo te aceptan en sus paraísos si te quedas quietito hasta el día de tu muerte.

¿No era un artículo sobre economía?

Pues sí, lo es. La economía comenzó sobre la faz de la Tierra con la nobleza de los animales, que sólo respetaban una cadena nutricional para depredar lo justo y necesario. Siguió con el intento de los primeros humanos de defenderse abroquelándose, con el respeto que significaba que cada uno en su puesto era lo mejor para todos. Pero el imperio de la fuerza bruta (que surgió de la supuesta inteligencia de la especie) degeneró en una continua batalla por el poder, que obligó a los poderosos a rodearse de mercenarios, a los mercenarios a querer quedar siempre bien con sus amos, y a las masas a soportar la humillación de ceder en sus proyectos de vida para conservar la vida misma.

Ahora, ¿cómo es que la especie va inventando cosas y sin embargo camina hacia su extinción? Pues por la economía equivocada. Porque el invento, que allá en los orígenes era patrimonio de todos, hoy es patrimonio de los poderosos. No importa qué humano descubre algo, ni a quién quiera beneficiar. El beneficio se lo tomarán los que, al enterarse del invento, finjan financiarlo para bien de la humanidad y lo hagan para bien de unos pocos.

Diesel se suicidó tirándose de un barco (o lo tiraron) antes de entregar los planos de su motor. Nobel instituyó un premio cuando se dio cuenta de para qué se usaba la dinamita. Y hoy asistimos a la vergonzante campaña de la industria farmacéutica por sacar el mayor partido posible del desarrollo de las vacunas frente a una enfermedad que, obviamente, termina por destruir el futuro de los pobres aunque haya formas de controlarla a mediano plazo.

La clave económica de la post-pandemia es una cuenta más en el rosario del daño que los poderosos le hacen a las masas. Cuanto más ha progresado el virus en el planeta, más alejó a los pobres de los ricos, más obligó a los pobres a ir a sus trabajos a riesgo de matar a sus convivientes, peor concentró a los necesitados en ambientes malsanos, y más mató a los viejos, que son los que menos consumen y los que reciben dinero no por su explotación actual, sino por lo que ya fueron explotados antes, volviéndose, según la teoría neoliberal, un gasto.

¿Y la formación cómo participa de esta cadena?

Después de todo, esta reseña sobre los orígenes “bestiales” de la economía y la comprobación de que todo hasta el presente ha cambiado para no cambiar nada salvo en honrosas excepciones, es para que las futuras generaciones tomen a su cargo la verdadera transformación. La misma debe sumar igualdad real, conocimiento universal y difusión objetiva. Las bases materiales que dimos en llamar “inventos” en este texto, son fruto de la mente libre; falta que los jóvenes trasladen la mente libre al interior de cuerpos libres y sanos, cosa que hoy está muy lejos de la realidad y vive bajo amenaza de unos pocos sobre la voluntad de los más.

La formación de los niños y adolescentes se halla en permanente riesgo, porque convive con la desigualdad de las sociedades en que mayoritariamente nos encontramos. Se supone que la educación pública, gratuita, laica y obligatoria, es el eje sobre el que rota la formación de los menores, y que requiere de una inclusividad donde las individualidades no sirvan para ser señaladas con un dedo. Pero es obvio que hay grupos que están interesados en que haya otra educación privada, paga, étnico-religiosa y que diferencie en el tiempo a sus herederos de los demás, desigualando para su sesgo.

Lo malo es que, en la mayor parte de la superficie del planeta, los poderosos en lo económico intentan generar una educación pública “a los tumbos” en lo edilicio, en la formación y en el salario de sus docentes, en el acceso al material didáctico y lo que es peor para este siglo, EN EL ACCESO A LA CONECTIVIDAD.

Los noticieros, de los que deberíamos hablar unas cien páginas aparte, relatan con asombro cómo un chico cruza un arroyo por un vado o va a la escuela diez kilómetros a lomo de mula. Y concluyen: ”qué honorable sacrificio”. No, hipócritas. No es un loable sacrificio. Es el resultado de la existencia de los patrones que explotan al progenitor y que te pagan buena plata para que desvíes siempre la atención. O sea, la falta de igualdad real conduce a una educación para ricos y otra para pobres; no una pública y otra privada, porque yo no estoy negando que si en Argentina viven japoneses y quieren una escuela para japoneses, la tengan. Lo que digo es que desde los estratos de poder económico, dos premisas bajan hacia sus lacayos: una, que los pobres deben saber lo menos posible del mundo y dos, mis hijos van a estudiar especializaciones en el extranjero, en donde le enseñen mejor que aquí a ser tan explotadores como yo.

Por eso es que a la igualdad, le sumo la universalidad. El conocimiento en tiempo real de los sucesos mundiales es hoy posible. Y debe ser trasladado a la educación también en tiempo real, para que haya verdadera libertad de conocimiento. Los libros los escriben unos pocos. Las imágenes y los audios los pueden discutir maestros y alumnos. Los libros cuentan una historia que ya fue, y que suele detenerse cuando al que genera los programas curriculares se le ocurre, no vaya a ser cosa que algún alumno pregunte qué pasó en 1976. ¿Se entiende? Una educación menos encorsetada en la currícula y más atenta a los eventos diarios es posible. Pero necesita de una economía que entregue mejores armas a los docentes, les pague mejor, y permita un diálogo con la familia de los educandos, buscando el eje de las necesidades de la comunidad en materia de conocimientos. La abulia que genera la ortodoxia de los programas escolares y secundarios es el alma de la deserción.

Como apéndice a este capítulo, digamos que la objetividad ha dejado de existir hace rato. Es un fósil que se desentierra en pequeños pedacitos, y que data del mismo momento histórico de nuestro patético primer pitecántropo acaparador. La deformación de la verdad está en boga, y tiene como punta de lanza a un sector selecto de los sumisos: los dueños de medios. Pobre Gutenberg, que inventó la imprenta. Él tampoco sabía, como Nobel, el uso indebido que los poderosos iban a hacer de su invento. Dinamitar un pueblo es lo mismo que malinformarlo. Mata lo mismo la dinamita que la mentira repetida y repartida.

Es por eso que, al fin de este resumen de la historia de la economía, diremos que uno de los resortes del poder global es acaparar los medios de comunicación, e incomunicar a los pueblos entre sí. El método desinformante es invisibilizar los hechos reales y sustituirlos por un invento que hoy se conoce como relato o fake news, utilizando la acaparación de formas de medios. Un mismo grupo de poder tiene la radio, la tv, el diario y los medios digitales bajo la atenta mirada del “inversor”. Mientras no formemos una prensa alternativa que cuente las verdades que los dueños de la primera caverna apropiada han desarrollado por siglos, no esperemos que la educación pueda con los poderes que no deben invadirla: el dinero, la fuerza ciega y la religión punitiva.