Si el hermano del ministro de salud fuera acusado de violación. Si el proceso estuviera empantanado en la papelería burocrática durante décadas. Si las víctimas menores de edad lo hubieran reconocido. Si cuando fueron a detenerlo hubiera disparado contra la policía lo más alto de su casa. Si hubiera sido liberado al día siguiente. Si fuera socio de su hermano (ministro de salud y general del ejército) en tres empresas: una naviera en la cuenca del Amazonas; una concesionaria de gasolineras y una empresa financiera. Si el hermano del ministro estuviera involucrado no sólo en la violación de menores, sino también en asesinatos y secuestros. Si ese ministro de salud fuera un general de división sin experiencia en el área a su cargo. Si el ministro fuera el responsable directo de boicotear sistemáticamente todas las formas de prevención y tratamiento. Si su actitud, sus declaraciones, sus iniciativas, sus omisiones deliberadas, hubieran causado trescientos mil muertos. Si fuera relevado de sus funciones porque su base de apoyo parlamentario hubiera comprendido, finalmente, lo insostenible de su situación y silenciosamente –para no darle la razón a la oposición–, presionara para que fuera sustituido. Si una médica de reconocida competencia fuera llamada a reemplazarlo. Si esa médica, tras una larga conversación con el presidente hubiera rechazado la invitación. Si ella declarase públicamente su incompatibilidad con el negacionismo presidencial. Si ella declarase públicamente el peligro de las acciones gubernamentales en la gestión de la pandemia. Si la propia doctora contara frente a las cámaras que había sido amenazada por paramilitares. Si esos paramilitares hubieran tratado de asaltar el hotel donde ella se alojaba, si hubieran amenazado a su familia. Si unas horas después el presidente hubiera convocado a otro médico –amigo personal y jefe de una importante asociación de cardiología–, para ocupar el puesto de general hermano y socio de un violador. Y si este médico aceptara el puesto con el único propósito de dar el aval institucional de la ciencia a los delirios presidenciales. Y si aquel ministro general, en su último discurso, afirmara que el sistema sanitario no está sufriendo ningún colapso como propaga la prensa. Si los partidarios del presidente hubieran organizado una marcha a su favor, una larga procesión de automóviles frente a las entradas de los hospitales impidiendo el paso de ambulancias y pacientes. Si estos enfermos estuvieran muriendo por docenas en las salas de espera de todo el Brasil por falta de camas, estructura y oxígeno. Si definir a Bolsonaro como genocida derivara en una denuncia según la ley antiterrorista como sucedió con el joven “influencer” Felipe Neto. Si en solidaridad con él yo terminara esta nota con las mismas palabras por las que él fue encuadrado en la Ley de Seguridad Nacional: Bolsonaro genocida…

Si yo escribiera todo esto, ¿alguien me creería?

 

El día en que se anunció que en 67 ciudades no hay más camas de terapia intensiva, el Tribunal de Cuentas de la Unión –responsable de controlar el presupuesto del Estado–, decidió iniciar una investigación contra las Fuerzas Armadas. Se les acusa de omisión, de no poner a disposición su red sanitaria de hospitales y médicos. Se las acusa de no informar la cantidad de personal potencialmente disponible para ayudar en el control de la pandemia. Tres mil muertes diarias por una enfermedad para la que ya existe una vacuna que el gobierno se negó a comprar en su momento mientras, con palabras y actos concretos, se empeñó en una verdadera campaña de sabotaje transformando el Brasil en una amenaza mundial. Esta vez no soy el único que lo dice, sino que baso mis declaraciones en un artículo del Washington Post, titulado “Brazil’s rolling coronavirus disaster is a threat to the World” (“El desastre del coronavirus en Brasil es una amenaza para el mundo” ) en el que se destacan los errores de las acciones gubernamentales en la gestión de la emergencia, se habla del colapso de los hospitales y se citan las palabras de Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS: si el Brasil no se decide a abordar seriamente la situación, se convertirá en una amenaza para todos sus vecinos. El deseo del ministro de Asuntos Exteriores se hizo realidad: “Si nuestra política exterior va a convertirnos en parias internacionales, espero que eso suceda lo antes posible”, declaró el pasado octubre, refiriéndose a la lucha del país contra “las fuerzas comunistas que quieren socavar los principios de la civilización cristiana sobre los que se fundó la nación”.

El Washington Post informa que el número de tests es prácticamente insignificante. Yo agrego que siete millones de kits para realizar esas pruebas fueron abandonados en almacenes del ejército hasta el punto de ser inservibles. El artículo del prestigioso diario norteamericano define al presidente Bolsonaro como “el incendiario de extrema derecha” y va más allá afrimando que bajo su supervisión, Brasil se hundió en el negacionismo, la desorganización, la apatía, el hedonismo y la charlatanería médica”. Continúa acusando al presidente y a sus aliados de promover la desinformación, minimizando la amenaza del virus y la eficacia de normas preventivas como el uso de mascarillas, y el distanciamiento social.

Hasta la BBC informa de la catástrofe brasilera en su página web, habla de la insuficiencia de camas hospitalarias ante el creciente número de enfermos, acusa a Bolsonaro de oponerse sistemáticamente a las medidas de cuarentena propuestas por gobernadores y alcaldes, dando prioridad a la continuidad de las actividades económicas “cuya interrupción causaría daños mucho peores que los provocados por el propio virus”.

The Guardian, el famoso diario conservador británico, se pregunta qué ha pasado con Zé Gotinha, la simpática mascota símbolo de toda la campaña de vacunación. The Guardian cuenta el intento del gobierno de transformar a nuestro querido Zé Gotinha en un guerrero, un miliciano armado con una ametralladora disfrazada de jeringa.

El ministro de Sanidad fue reemplazado. El cambio se hizo en base a la continuidad. Las palabras del ministro Pazuello respecto a su colega sucesor no dejan lugar a dudas: “reza el mismo libreto”.

Bolsonaro genocida.

https://www.washingtonpost.com/world/2021/03/17/brazil-coronavirus-disaster-bolsonaro/

https://www.bbc.com/news/world-latin-america-56424611 

https://www.theguardian.com/world/2021/mar/15/ze-gotinha-brazil-cartoon-promotes-vaccines-missing