Por Dr. Tito Tricot *

Puede que dos más dos sean cuatro, pero en el Congreso chileno suman y restan como quieren cuando se trata de los pueblos originarios. O mejor dicho, siempre se llega a cero, porque el tema de los escaños reservados para la Convención Constitucional no es asunto de Matemáticas, es Racismo. Y punto. Lo demás es simplemente lírica.

Aunque pareciera que los números y las palabras no son compatibles, la verdad es que sí son útiles para enredar las cosas, que es otra forma de decir política. Política de palacio, de madrugadas, cálculos, una copa de vino ¿Por qué no? Mientras tanto nos dicen con la mirada entornada que todos anhelan profundamente que “nuestros” pueblos originarios sean partícipes de esta Convención que debe ser lo más pluralista posible.

¿Pero no iba a ser tan pluralista, cómo entonces la clase política se apropió de los pueblos originarios y ahora son “nuestros”, o sea son chilenos? Por ende ya apriorísticamente se excluye la posibilidad de que se pueda construir un Estado plurinacional. Y, además, es tal la profundidad de sus deseos que ahí ocultan, en aquellos oscuros laberintos soterrados, una ideología racista y colonial, cubriendola con un manto de números que carecen de importancia.

Por eso, cuánta razón tiene la lingüista mapuche Jaqueline Caniguan cuando señala que “si a los chilenos se les ha engañado diez veces, a los pueblos originarios se nos ha engañado cien”. ¡Hay que tener ojo de cóndor!, dice. Un ojo agudo, preciso, siempre abierto; un ojo que jamás duerme porque cuando se descuida, la clase política de la noche a la mañana le puede cambiar la Asamblea Constituyente por una Convención Constitucional.

Del mismo modo que en aquel breve momento en que miró hacia el lado equivocado, el gobierno dijo que los Escaños Reservados serían 15 y no más. La oposición hizo como que se oponía, pero en realidad no tuvo el coraje de hacerlo. Los pueblos originarios, donde algunos aspiran a tener paridad de género de acuerdo a su cosmovisión, representación en proporcionalidad demográfica, es decir al menos el 12,8 de la población del país, o escaños supernumerarios, sencillamente no cuentan pues no es un problema de matemáticas, sino que de racismo, de política, de poder.

Y el poder no lo tienen ni los mapuche, los diaguita, los aymara o los likan antay ni ninguno de los diez pueblos originarios y afrodescendientes que habitan estos territorios. Lo tienen los que negociaron el Acuerdo por la Paz en noviembre de 2019, la Paz de una Guerra inventada. Los que redactaron la Ley 21.200 en diciembre de ese mismo año que diseñó todo el itinerario constitucional y, luego, los consiguientes cambios relacionados con paridad de género.

Para el último se dejó a los indios. Claro, total tienen paciencia de indio. Sin embargo, no es esa la razón, sino que el Estado-nación chileno surgió y se consolidó negando a los pueblos originarios, usurpó sus tierras, intentando aniquilar sus culturas y sus identidades.

Por la violencia fue, como lo ha sido ahora en lo concerniente a los escaños reservados porque no pueden aceptar que su blancura no es tan blanca, que los originarios no son ellos. Que los pueblos originarios estaban antes, que quizás los escaños reservados deberían ser para los chilenos.

Pero no son todos los chilenos, es el Estado, es la clase política, por ello esto no es un problema de matemáticas, sino que de racismo. No todos los integrantes y organizaciones de los pueblos originarios creen o quieren participar en el proceso constitucional, ya que son muy diversos, pero es dable suponer que al ojo del cóndor se le han adicionado sus colosales alas y está volando cada vez más bajo.

Y todos sabemos de qué se alimenta el cóndor.

 

* Sociólogo, Director Centro de Estudios de América Latina y el Caribe-CEALC