Desde muy pequeña,mi mamá me enseñaba a ser más libre o a buscar la libertad desde un lugar poco común para la época.

Yo tenía entre siete y ocho años, vivíamos en la ciudad de Neuquén. Éramos una familia «tipo»: papá, mamá, tres hijos (dos mujeres y un varón); yo, la del medio. Mi papá trabajaba todo el día en la fábrica y mi mamá, en la casa. Mi hermana y yo la ayudábamos en algunas tareas cuando volvíamos del colegio y los fines de semana. Mi contextura física era pequeña por eso cuando la ayudaba en la cocina, me tenía que subir a un pequeño banquito para alcanzar la pileta o un escalón que había al lado de donde ella cocinaba. Desde ahí, la miraba de frente mientras ella me contaba sus historias. Ella, enojada y en contradicción por la vida que llevaba aprovechaba para decirme:

–Nunca te cases, hija, no tengas hijos joven, estudia, viajá, divertite, disfrutá de la vida, espera mucho tiempo para casarte, sino mirame a mi, esclavizada a una casa solo para  trabajar y sacrificarme.

Así fue como comencé a ver al mundo desde otro lugar, distinto al de mis amiguitas, vecinitas, compañeras de colegio; siempre me sentía diferente, siempre miraba para el lado contrario al resto. Mis ensueños e ilusiones eran raras para ellas, yo viajaba por un mundo de ilusiones distintas. Fui creciendo y viendo cosas no solo que no me gustaban sino a padecerlas. Empezaban a formarse contradicciones entre lo que sentía y lo que el sistema me imponía como modelo de mujer. Siempre navegaba entre lo que quería, lo qué sentía y lo que debía hacer, sufriendo mucho, sin darme cuenta que esa misma incoherencia era por lo que sentía dolor y sufrimiento.

Ahora la veo a ella, mi madre, durante años quejándose por haber tomado un modelo de vida que le era sufriente, esclavizante. Es posible que, tal vez, hubiera querido cantar, estudiar, bailar o vaya a saber qué, pero… para la época eso estaba prohibido para las “mujeres decentes”. La veo a mediados del siglo XX, donde el proyecto destinado a las mujeres era atender al hombre y sus hijos, lo demás era considerado indecente.

Desde muy chica, fui viendo modelos y valores que hacían sufriente la vida de las mujeres. De todas maneras nunca dejó de parecerme extraño que yo y otras registremos esto pero otras miles no lo registren ni lo ven.

Podría escribir un libro sobre estas experiencias en particular, pero sólo comentaré algunas de ellas:

Trabajaba para una institución civil, todos hombres. El país pasaba por una crisis financiera importante, entonces con el tesorero y el secretario fuimos al banco a retirar el dinero para trasladarlo a otro más seguro; mientras caminábamos dirigiéndonos al otro banco, yo llevaba el efectivo en moneda extranjera que habíamos retirado en un portafolio. Entonces, les digo: «¿Por qué no llevamos este dinero y lo guardamos en la caja fuerte de la institución?»

Como siempre sucedía, mis sugerencias eran degradadas o no escuchadas. Ese año toda la economía del país entró en una tremenda crisis: el dinero no se pudo sacar. Uno de los “Señores importantes” que había estado ese día, comentaba la anécdota como propia, la sugerencia que me correspondía a mi. Todos se reían, aplaudían  y yo me quedé mirando.

En otro ámbito de mi vida, participando en diferentes organizaciones donde los varones eran mayoría, mis sugerencias o proyectos eran descalificados con adjetivos degradantes.

–Sr. Muy Importante I: vos no sabes, sos confusa, no se te entiende.

–Sr. Importante II: ustedes son como un movimiento animalista (despojandome de toda humanidad, de toda intencionalidad), las campañas y movilizaciones que hacen no tienen resultados como no lo tuvo la movilización a la plaza de Tiananmen*. (Las campañas feministas con movilizaciones tienen la fuerza y convicción de la construcción colectiva. El clamor de las mujeres pidiendo por “Ni una Menos” provocó una expansiòn en todo el planeta.)

–Sr. Importante III (cientos de hombres representados en uno solo): Lo que vos querés decir es que… dejame que te explique tus intenciones… (siempre explicandome cuales eran mis intenciones.O cuando no, intentar seducirnos, porque para ellos, solo servimos para eso, lucirnos como “hembras”; no como mujeres pensantes o dispuestas a resolver temas trascendentales para la vida humana.)

“Generaciones de mujeres han escuchado cómo se les repetía que deliran, que están confusas, que son manipuladoras, maliciosas, conspiradoras, congénitamente mentirosas, o todo a la vez: podríamos llamarlo el síndrome de Casandra”, me vinieron a la mente las palabras de la escritora Rebecca Solnit. Ella elige el mito de Casandra, mujer condenada por el despecho de Apolo a que sus clarividencias y visiones no fueran creíbles por nadie.

Mientras recorría caminos interminables sobre este tema de la violencia de todo tipo ejercida hacia nosotras, me encontré con que la credibilidad es una de ellas y porque de manera frecuente se nos acusa de no  ser verosìmiles. Es frecuente, que cuando ponemos en cuestión a un hombre- especialmente si es uno poderoso en distintos aspectos-; si nuestras palabras cuestionan una institución, o si lo que decimos tiene que ver con el sexo: la reacción del hombre probablemente pondrá en duda no solo los hechos expuestos por nosotras sino también nuestra capacidad de hablar y nuestro derecho a hacerlo.

El mito de Casandra sigue operando en la co-presencia en el modo de actuar de esta cultura patriarcal.

Desde mi punto de vista, surge un profundo sin-sentido de la vida generado por la violencia y desde el sufrimiento no se transforma, por eso, necesitamos crear un fuerte sentido de la vida, un cambio profundo de paradigma.

Según los estudios de los Focus group, Fórum, ONU, consultoras, entre otros grupos de investigación que este cambio, el fin del patriarcado “llegará”  en cien años, y se terminará de consolidar en 250 años… Dictaminan los academicistas, los científicos occidentales, los que hacen estadísticas; en fin, todos “ellos” pero la historia siempre muestra otras cosas. No es lineal: suceden acontecimientos muy importantes que cambian las direcciones de los pueblos. Estos grupos evalúan desde investigaciones científicas eurocéntricas con lenguajes de género patriarcales. Sabemos por descripciones históricas que hay hechos que permiten dar un salto cualitativo, a través de conductas de conjuntos humanos que lo generan.

Hacia ese punto de inflexión de la historia estamos yendo las mujeres.

Para que esta civilización se transforme  no queremos la evolución a tiempos naturales, exponenciales, logaritmicos o como le quieran llamar.

La violencia sobre las mujeres impide el avance de una nueva civilización planetaria. La civilización no se mejora, el sistema patriarcal no se cambia; se intenciona para transformarlo totalmente. Necesitamos una revolución, dejar de ir al ritmo de la “evolución natural”: vamos hacia un cambio de paradigma trascendental.


* Las protestas de la plaza de Tiananmén de 1989, también conocidas como la masacre de Tiananmén,  consistieron en una serie de manifestaciones lideradas por estudiantes chinos. La protesta recibe el nombre del lugar en que el ejército chino disolvió la movilización: la plaza de Tiananmén, en Pekín, capital de China. Los manifestantes provenían de diferentes grupos, desde intelectuales que creían que el Gobierno era demasiado represivo y corrupto, a trabajadores de la ciudad que creían que las reformas económicas en China habían ido demasiado lejos y que la inflación y el desempleo estaban amenazando sus formas de vida.

Las citas que inspiraron a la autora fueron extraídas del  libro “Los hombres me explican cosas” de la escritora Rebecca Solnit.