Desde que las sociedades son tales, su desenvolvimiento se ha basado en algún modelo de estratificación. Toda estructura que movilice cultural y económicamente a un pueblo o etnia puede depender de la imposición de un sector sobre otro u otros. Podría también depender de una relación jerárquica basada en la línea moral y el ejemplo de quienes son ungidos. He allí el caso de los grandes líderes como Artigas, San Martín, Bolívar. Ellos fueron seguidos por sus cualidades de conducción hacia una vida independiente. Pero en un sentido general, lo que ha ocurrido en estas latitudes fue que esos liderazgos por virtudes humanísticas fueron desplazados bastante velozmente por grupos de poder, cuyas aspiraciones fluctuaban entre el entreguismo y la expoliación. Con épocas de imposición mucho más brusca, la exaltación de las virtudes incomprobables de una sociedad mezquina se torna un imperativo para distraer al público, hablando de los blasones de la Historia Patria para esconder una actualidad triste y peligrosa.

Haz méritos para que te acaricien el lomo

Al lograr “domar el potro” del conocimiento burlando la capacidad inquisitiva del pueblo, hemos vivido un Universo de orden, progreso y prosperidad, ficticio hasta la vergüenza. Todos los lectores pueden repasar su época de estudiante, y todos coincidirán conmigo en que cada sociedad se ha pintado a sí misma como un modelo de salud, educación, vivienda, y demás. Un lugar bucólico donde todo lo que tira uno en la tierra florece y donde todos los próceres nos provocan llanto por sus actos de valor, aderezado con la música de las canciones patrias, cuya letra ningún escolar ha descifrado jamás. Y aquí viene el eje de la cuestión: el mensaje es “sólo los vagos y atorrantes no progresan en este paraíso”. ¿Cómo que no tiene trabajo? Seguro que es un delincuente. O, solapadamente a veces y a veces con total caradurismo, “tu color de piel no es lo más adecuado para ese puesto por el que estudiaste”. Lo que jamás se dice es quiénes han sido los que han cuestionado el orden almidonado y pulcro para tratar de hacer caer el maquillaje del teatro oficial. Enormes franjas de la Historia real se han borrado como mágicamente, escondiendo bajo la alfombra los entuertos de guerras civiles que supuestamente siempre terminaron “sin vencedores ni vencidos”. En fin: el sofisma es “en este lugar inmensamente inclusivo, sólo no progresan los que no se han dado cuenta de qué enorme vergel pisan”. Y si encuentran un libro que diga lo contrario, es hora de quemar el libro, junto con su autor y su lector. La única historia es la que ensalza. La escriben los ganadores.

Autoconvencimiento antes que autoconmiseración

Por todo esto, la gente de estas regiones del Planeta anda a tientas buscando su propio eje. Le han forzado a creer que si no triunfa (en los términos de sus patrones) es porque es un eslabón perdido en la escala zoológica, incapaz de correr tras el hueso que le tiran los que ya comieron la carne. Ningún ser humano se merece que lo vapuleen por un ingreso miserable. Y como nadie merece eso, nadie lo acepta. Y como no lo acepta, desfigura la realidad para autoconvencerse de que “no es mi caso; no es todo tan así”. Y entonces, de en medio de un mundo polarizado, donde sólo existen los poderosos y sus exprimidos, emerge por una mezcla de mucha psicología y algo de sociología, la Clase Media. Mezcla rara de último descarte de los empoderados con primer emergente de los hundidos. Necesidad de pertenencia para la satisfacción personal y de su núcleo. Orgullosos de mostrar su carnet de socio del club de los ganadores, sin entender que la puerta principal de ese club está sólo abierta para sus fogoneros. Esos que los tratan bien justo lo necesario para que se lo crean. Esos que se apoyan en campañas masivas de prensa vendida, que desinforma contando el relato de que “triunfa el que más trabaja”, “triunfo es comprarse un auto”, etcétera. Campañas que esconden en realidad un mensaje que es “pisar la cabeza del otro es triunfar”. “No somos pobres” se vuelve un lema, que a veces parece volverse pregunta en el oleaje de una realidad competitiva.

Uso político del crédulo

Mimada falsamente por los políticos, a la clase media se le atribuye la función (imposible) de operar de motor del trabajo y del consumo, de ser siempre la castigada por el contrincante electoral, y otras características varias, en oposición a su vecino el desprolijo, que no tiene trabajo porque es vago. Le venden el relato de que él es Master en todo y de paso que no se junte con los otros, porque le pueden sacar el trabajo y/o el estatus. Si por casualidad el “otro” es un inmigrante, con más motivo. De sindicatos ni se le ocurra: eso también es de vagos. Y político no te hagas, porque la política es sucia. Este último elemento ha permitido, en todo el Orbe, el surgimiento de un neofascismo que hace creer a los sectores autodefinidos como “medios” del espectro económico que el hombre nuevo es una especie de militante antisistema (Trump, Salvini, Bolsonaro), cuando en realidad sólo se trata de una forma más violenta y descarnada del neoliberalismo, ultra-sistémico y ultra antipopular.

Uso económico del crédulo

Sin embargo lo que no le cuentan a quienes creen estar en este segmento económico ficticio es que su pertenencia está siempre al filo de la caída al precipicio de la pobreza: basta un paso en falso para perder su trabajo. Intentar solventar un gasto nuevo es como una pesadilla, alentada por quienes lo necesitan como consumidor de inutilidades varias. Pobre de él si quiere mejorar el nivel educativo de sus hijos. Ni hablar de tener un mejor sistema de salud. Esas cosas no son la prioridad de los patrones: banalidades como cinco pulgadas más de televisor o calzados deportivos a valor de zapatos de fiestas palaciegas, eso sí. Esas estupideces hacen acercarse al “pertenecer”. Recordemos las afirmaciones de la oposición argentina: “los que tuvieron que caer en la enseñanza pública”, “llenamos la Provincia de universidades, sabiendo que los pobres no llegan a la universidad” y “los maestros son personas que se deciden a estudiar magisterio ya de grandes, después de probar en otras tareas, sin éxito”. Si de estas afirmaciones surgidas de lo más profundo del inconsciente nazi de la derecha, uno no entiende la trampa que le están tendiendo cuando lo invitan a pertenecer a la supuesta Clase Media, aún le queda la prueba final.

La prueba final: a toda orquesta

Al señor Clase Media, el día que deja de aportar en el circuito extractivo de los dueños de todo (llámese volverse pasivo) se lo aparta con desprecio entregándole una cantidad de dinero que sólo sirva para que no muera antes de consumir los remedios que el poder farmacéutico (ese mismo que ha enloquecido en pos de una vacuna que los salve a ellos directamente, y de paso a sus consumidores) se encarga de producir. ¿Falta alguna prueba para que uno se cuestione si existe una verdadera clase media, o sólo es un “buffer”, o sea un amortiguador químico que hace demorar la explosión de una sociedad desigual, para mantener los privilegios de unos pocos, tironeando del pensamiento inducido de quienes entraron en la máquina infernal de la supuesta pertenencia?