por Javier Tolcachier

Las señales son inequívocas. De no mediar profundos cambios, se avizora un escenario mundial de elevada desocupación, masiva precarización laboral y ampliación de las desigualdades.

El capital financiero internacional hiperconcentrado, los efectos de la pandemia y la monopolización de las nuevas tecnologías están entre las principales causas del cataclismo social inminente.

En medio de este panorama, ¿cuál es el destino de Argentina, país periférico, endeudado, de matriz productiva frágil y extremadamente vulnerable a las mezquinas apetencias de una oligarquía agroganadera?

¿Cuáles son las posibilidades de éxito del programa de reformas del gobierno de Alberto Fernández frente a la guerra cotidiana por el dominio de la subjetividad que protagonizan los multimedios hegemónicos al servicio del capital y los poderes extranjeros?

¿Es posible conciliar agendas comunes en una argentinidad objetivamente dividida por el aumento de odios viscerales e identidades férreas?

Por lo demás, se avecinan el año próximo elecciones de medio término, en las que la oposición intentará jugar sus cartas para continuar bloqueando la agenda legislativa progresista mientras que la alianza gobernante deberá revalidar su unidad.

Protagonismo popular con un programa firme y sin ambigüedades

La incertidumbre es hoy el sentir predominante en las poblaciones. La volatilidad del entorno social y personal impide aferrarse a situaciones estables y proyectar la propia vida. La incerteza exige un mástil al cual aferrarse en la tormenta. Ese es sin duda uno de los motivos del avance de las corrientes retrógradas y el fundamentalismo. Para no sucumbir al influjo del irracionalismo derechista, los progresismos deben afirmarse en sus convicciones con programas claros, sin tibiezas.

Argentina podría convertirse en pionera mundial ante la innegable necesidad de un Ingreso Universal para todes como derecho humano efectivo. Lejos de abarcar solamente la población vulnerada, la idea de que cada habitante del suelo argentino la reciba, habla de un sentido no asistencialista, ponderando la responsabilidad del todo social de garantizar la existencia humana y la libertad de opciones vitales como principio básico.

El financiamiento de esta medida revolucionaria podría operar como nivelador de desigualdades, revirtiendo la regresividad tributaria de gravar el consumo, operando sobre la actividad especulativa, los sectores de altos ingresos y sobre todo, con medidas para evitar la fuga, la evasión y elusión fiscal de los conglomerados corporativos.

El protagonismo popular debería cristalizar en una alianza entre el sector comunitario y el sector público, una asociación público-comunitaria, reemplazando la amañada “asociación público-privada”, utilizada por la doctrina neoliberal para mercantilizar áreas de servicio del Estado para beneficio privado.

En línea con lo proclamado por el actual gobierno, esa alianza público-comunitaria podría generar múltiples desarrollos productivos a nivel federal para contrarrestar la dominancia del capital y la centralidad capitalina heredada de la colonia.

Más allá de los aspectos de infraestructura básica planificados como vivienda y conectividad, podrían fortalecerse a través de esta asociación entre el Estado y la base social programas educativos, de cuidado humano y medioambiental y de aumento de la calidad de vida.

La idea rectora de la asociación público-comunitaria es la de trasladar crecientemente el poder y la soberanía a manos del pueblo, para que esta no dependa de alternancias políticas, sino que, a la inversa, aquéllas dependan verdaderamente de las decisiones del pueblo empoderado, convertido en sujeto efectivo de una democracia real.

En el mismo sentido, es imprescindible retomar las premisas hacia la democratización de la comunicación. La libertad de expresión no puede ser restringida y manipulada por una minoría elitesca. El concepto de asociación público-comunitaria debe reflejarse como política de Estado permanente en el fortalecimiento de los medios comunitarios, cooperativos, universitarios para que éstos ocupen el lugar de alternativa comunicacional al discurso único del capital, conservando capacidad crítica frente al accionar gubernamental.

Para avanzar y profundizar por la senda de la ya enunciada declaración de internet, la telefonía y el cable como servicio público esencial, es preciso promover pasos hacia una Internet Ciudadana, avanzando en la sensibilización de las implicancias del impacto digital y en la consecución de medidas y leyes que actúen como protección ante el avasallamiento monopólico de las transnacionales del rubro.

La legalización de la interrupción voluntaria del embarazo es un imperativo que no admite dilaciones, como así también un decidido y unívoco accionar que reivindique, sin medias tintas, un nuevo tipo de relación hacia el entorno medioambiental.

Este horizonte de mínima podría servir para emerger del pantano en el que la oposición pretende sumergir al gobierno, concitando además un fuerte apoyo por parte de las nuevas generaciones, sujetas y sujetos fundamentales del mundo por venir.

Sin embargo, todo esto será difícil sin proponer una revolución en la interioridad de les argentines.

Una revolución sicosocial

Toda transformación social, aún cuando justa y necesaria, encuentra resistencias. Estas fuerzas contrarias no sólo provienen de los sectores que a primera vista serían damnificados, sino de vectores que operan internamente en las sociedades, desde sus sustratos culturales, sus creencias anquilosadas y hábitos perimidos, incluso en sus segmentos más progresistas.

El capitalismo se encuentra en una crisis de proporciones sistémicas y sin embargo, no logramos dar un paso al futuro y desembarazarnos de él. La matriz en la que abreva el capitalismo es la acumulación de objetos como sinónimo de felicidad, el dinero como valor central y el individualismo como insignia. Una condición importante para avanzar hacia un nuevo modo de organización social es desplazar estos contenidos mentales en nuestra práctica cotidiana, haciendo coincidir lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos.

Para superar las barreras culturales que arrastra una sociedad en apariencia uniforme, tenemos que reconocer la real pluriculturalidad argentina y el modo como actúa. Gran parte de los abismos clasistas tienen que ver con esas corrientes subterráneas de discriminación.

En definitiva, para evitar que el poder logre consolidar sus privilegios por enésima vez en la llamada nueva normalidad, es menester hacer crecer el humanismo en la conciencia y la práctica política y que éste sea la nueva raíz sobre la cual emerja el mundo que soñamos y merecemos.