En treinta años de posdictadura, los chilenos nunca han podido comprobar cuál es el peso ciudadano real de nuestros partidos políticos. La competencia democrática ha estado acotada siempre por los acuerdos cupulares que se pactan antes de cada evento electoral, en los cuales se reparten las cuotas de poder y se impide la sana renovación de los actores políticos. La edad promedio de los parlamentarios se ha ido elevando preocupantemente a causa de esta cantidad de transacciones entre las colectividades, lo que abunda también en el envejecimiento de las mismas instituciones y la corrupción de quienes buscan aferrarse a sus cargos. Esto explica la actual apatía ciudadana y que hoy los militantes efectivos de los partidos difícilmente excedan el 4 o 5 por ciento del padrón electoral.

En los últimos días, hemos tenido la saludable noticia de que los partidos de oposición no lograron un acuerdo para encarar todos juntos las elecciones primarias para gobernadores regionales. De esta forma, todo indica que en la autodenominada centro izquierda, al menos habrán tres o cuatro referentes que, por supuesto, ahora no solo tendrán que competir con el oficialismo sino entre ellos. En la derecha, en cambio, los acuerdos suelen ser más fluidos, puesto que los más ruidosos disensos entre sus integrantes finalmente concluyen en acuerdos electorales forzados por La Moneda y los poderosos grupos empresariales que fielmente todos representan en el Gobierno, el Poder Legislativo y también en muchos municipios.

Pero en este incordio nada es muy definitivo. Ya sabemos cómo la clase política hace algunos años logró una legislación express que en muy pocas horas extendió el plazo de inscripción de sus candidatos ante el Servicio Electoral, para así salvar a la Democracia Cristiana, cuyas reyertas internas le hacían imposible armar a tiempo su nómina de postulantes. No sería extraño, entonces, que los partidos de la ex Concertación, el Partido Comunista y el Frente Amplio pudieran alcanzar más adelante alguna forma de soslayar esta división en busca de un mejor escrutinio. En todos ellos también opera la incertidumbre de cuánto realmente pesa cada uno en la opinión pública y, en algunos casos, poder despejar si podrán siquiera alcanzar un mínimo caudal de sufragios para no desaparecer del mapa electoral.

Creemos, en cambio, que los próximos comicios puedan responder esta y otras incógnitas. Tal vez, una mayor diversidad de opciones pudiera despertar, además, el interés de ese sesenta por ciento de ciudadanos que ya no concurre a las urnas y siente un intenso desprecio por los que, a fuerza de inicuas componendas, se reeligen incesantemente y no dudan en proclamarse representantes del pueblo.

En las democracias serias, los pactos entre partidos se alcanzan una vez en que se instala el Ejecutivo y las cámaras legislativas, lo que debe ser así para darle gobernabilidad a sus países, sobre todo cuando no hay ningún referente que alcance la mayoría absoluta de los votos. Entre otros propósitos, ojalá que la nueva Constitución le garantice a los ciudadanos la posibilidad de remover a sus representantes cuando éstos incumplan sus promesas electorales o simplemente hayan perdido la confianza del electorado. En Chile, se da el caso de que el propio Piñera está resuelto a completar su segundo gobierno, pese a que fue elegido por menos del  35 por ciento del padrón electoral y su pésima gestión lo ha llevado a derrumbarse estrepitosamente en las encuestas. Sin duda que la pandemia y los estados de emergencia contribuyen a su cometido.

Pensamos que resultaría muy importante, entre otros, conocer por fin la gravitación de los comunistas y de ese multifacético Frente Amplio que para muchos todavía promete una esperanzadora renovación en la política. También podrá ser útil comprobar si todavía existe, realmente, un añoso partido como el de los radicales, tanto como evaluar si el PPD, el Partido Socialista y la Democracia Cristiana tienen alguna razón de seguir existiendo. Cuando lo que se aprecia en ellos es una  mera afluencia de ambiciones personales ,y ya desde hace mucho tiempo no se distinguen sus perfiles doctrinarios y programáticos. Baste para ello observar la continuidad de acciones y omisiones entre todos los últimos mandatarios. No en vano, algunos dicen que la principal oposición a Piñera es Piñera mismo. Lo que dice y decide.

Dimensionar electoralmente lo que son, podría facilitar la posibilidad de que visualicemos un líder y abanderado presidencial que logre derrotar a quienes con tanta opacidad se vienen rotando en La Moneda, cuando los que barajan los medios de comunicación son caudillos de suyo presuntuosos, sin ideario definido y cuya aparente popularidad está dada más por los matinales de la televisión que por los sus logros y solvencia ética. Por algo las mismas encuestas no logran ser muy coherentes en sus mediciones de un mes a otro.

La gran duda que ahora surge es si los partidos serán capaces de encontrar tantos candidatos para postular a los altos cargos públicos o si para ello deberán recurrir nuevamente a cantantes, deportistas y figuras de los mismos vodeviles criollos para confeccionar sus listas. A pesar de que se asume ampliamente que el más seguro oficio e ingreso lo otorgan los altos cargos del Estado.

Democracia debe ser diversidad informativa, libertad de expresión y de asociación más que comicios perpetuamente determinados en Chile por el dinero y la creciente apatía electoral. De allí que nuestro sistema institucional esté tan desacreditado y el país se haya visto forzado a irrumpir en las calles y ciudades para expresar sus frustrados anhelos y demandas sociales. Por lo mismo es que el pueblo fue capaz de imponer a las autoridades un proceso constituyente y el plebiscito de de este fin de mes; aunque en las numerosas trampas impuestas por el Ejecutivo y  el Parlamento nada asegura que este evento logre consolidar posteriormente la voluntad soberana y reúna un caudal de votos para legitimarse. Por algo quienes temen su inminente derrota en esta consulta están activando los peligros del coronavirus para que los ciudadanos desistan de votar. Así como se negaron a permitir el sufragio virtual o a distancia, como ocurre ya en varias naciones del mundo.

Quizás si lo único que se pueda asegurar, por ahora, sea un masivo “apruebo “ a una nueva Carta Básica, además de desahuciar que la Convención Constitucional quede integrada por representantes designados por el Poder Legislativo. Confiamos que ello termine con la desmedida influencia de la actual clase política, estimule el alejamiento de la administración pública de decenas de personajes que por mucho tiempo vienen medrando del poder, como de las reglas del juego que les heredara el pinochetismo. De lo que llaman “estado de derecho”.

De todas maneras, de prevalecer los leoninos quórums y otras zancadillas en el proceso de redactar la nueva Constitución, estos saludables desacuerdos al interior de la oligarquía, así como los resultados del mismo plebiscito, lo que más pueden es volver a alentar la organización social como su movilización y protesta, los verdaderos motores del cambio que Chile se merece. Porque después de treinta años de echar el mismo cántaro al agua, este terminó quebrándose.