En algunas ocasiones, solo en algunas, los seres humanos se sintonizan en torno a un único sueño, ideal de justicia o sentimiento de rebelión. Y cuando eso sucede… no hay rey, cadena u opresor que pueda detenerlos.

Sin lugar a duda que el 18 de octubre en Chile fue uno de esos momentos, en este caso, una abrumadora mayoría se sintonizó en un hastío con la institucionalidad vigente y salió a la calle cuestionando toda o gran parte de la normalidad construida en los últimos 30 años. Estos momentos, conocidos también como procesos destituyentes, se pueden observar en distintos momentos de la historia y cuando surgen adoptan los contextos propios de su época, algunas veces con guillotinas cortando cientos de cabezas, otras tantas incendiando palacios y cuarteles y, más recientemente, con helicópteros rescatando presidentes.

¿Estos momentos destituyentes son la antesala de procesos revolucionarios? No necesariamente, pues son momentos muy inorgánicos y desordenados, en donde convergen una heterogeneidad de identidades que solo coinciden en el hastío con lo establecido. Por eso en las movilizaciones de Plaza Dignidad se observa a la militancia orgánica que por años planteo AC, junto con las y los estudiantes endeudados, los jóvenes cesantes que no creen en la política, los profesionales que no pueden educar a sus hijos y atender a sus padres ancianos. También están las barras bravas junto con los medianos empresarios asfixiados por las deudas con los bancos, las feministas cansadas del patriarcado, al lado de animalistas, cleteros y veganos. En definitiva, una gran diversidad de personas solo sintonizadas en el hastío con un modelo económico, político y social.

Hay que entender que los momentos destituyentes buscan reemplazar lo establecido, y que ese reemplazo puede ser por algo revolucionario o simplemente progresista; pero también puede ser por un cambio engañosamente gatopardiano o incluso regresivamente neofascista. Es decir, la sintonía de los momentos destituyentes es en torno a lo que ya NO se quiere más, pero no siempre hay sintonía en torno a lo que se quiere construir.

Entonces nuestro momento destituyente se gatilla el 18 de octubre, llega a su máxima expresión con la marcha del millón de personas y el Paro Nacional de noviembre, hasta que el 15 de noviembre se firma el mal llamado acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. Este acuerdo lo que busca, y lamentablemente logra, es institucionalizar una salida amañada, propia de un cambio gatopardiano, para así cerrar y clausurar el proceso destituyente. Esa noche ya todos entendían que Chile había cambiado y que ahora la disputa era por el Chile de los próximos 30 años.

Es muy importante entender que esa noche con olor a cocina nuestro “momento destituyente” fue clausurado y de eso se dieron cuenta hasta Longueira y Lavín y es por eso que están por el Apruebo. La única duda que queda, aunque muy importante, es saber cuánta gente votará este domingo y los porcentajes por los que ganarán el Apruebo y la Convención Constitucional.

Sin dudas que el llamado Acuerdo por la Paz fue un gran retroceso y que -nos guste o no – cerró el momento destituyente. Pero lo más importante de entender es que tal acuerdo generó la condición de origen del nuevo ciclo, en este caso, el ciclo de disputa por la nueva normalidad que se intentará construir. Y esto es muy importante, pues la condición de origen de cualquier proceso social actúa caracterizando y condicionando todas las etapas posteriores de ese proceso. La condición de origen es una suerte de fuerza de gravedad de los procesos, todo ocurrirá dentro de una cierta atmosfera, sin lograr escapar hacia otros espacios. Todos los cándidos, incautos o irresponsables que intenten salir de esta condición de origen sin tener la fuerza necesaria para romperla, en el mejor de los casos lograrán la intrascendencia o derechamente – y esto es lo grave – jugarán a favor de las fuerzas conservadoras que solo intentan salvar la vieja institucionalidad. Estos son los casos de los llamados a marcar AC sin tener la fuerza para levantar una red de apoderados, la introducción de una tercera papeleta o el nefasto “Yo no voto, me organizo”.

Para este nuevo ciclo, la disputa por la nueva normalidad es necesaria entenderla desde todas sus dimensiones. Quien piense que es solo una disputa institucional se dará cuenta, tarde o temprano, que va derecho a una derrota. Por otro lado, a aquellos que reniegan de la disputa institucional hay que recordarle lo sucedido en la madrugada del 15 de noviembre, la foto de la veintena de diputados y presidentes de partidos, guste o no, tuvo mucho más “poder o incidencia” que la foto del millón de personas en Plaza Dignidad. En esa foto de la cocina, hay que explicitarlo, hubo varios partidos y diputados que no quisieron estar, que expresamente se bajaron de la foto, pero lamentablemente fueron muy pocos y su peso específico insuficiente para inclinar la balanza en dirección de la gente.

Estos partidos y parlamentarios son imprescindibles para la etapa que viene, pero tienen que ser muchos más, tenemos que llegar a un cierto número crítico que permita en un futuro intento de cocina, inclinar la balanza hacia el otro lado, y esa es la importancia de la lucha institucional, llegada la hora nona: dar la señal hacia la gente y no hacia lo establecido, o como decía nuestra diputada humanista, de cara a la gente y de espaldas al parlamento.

¿La convención que se elija en abril será una asamblea constituyente?, tal como está concebida sin dudas que no, y – peor aún – está llena de trampas y de vacíos, pero hay que entender que es parte imprescindible de la disputa institucional del nuevo ciclo y que habrá que tensionar y empujar para que se parezca lo más posible a una Asamblea Constituyente.

Mientras más constituyentes elijamos y mientras menos convencionales elijan ellos, más nos acercaremos a una Asamblea Constituyente. Nuestros representantes deben ir ya desde sus candidaturas con el chip de constituyentes, es decir, legitimados y elegidos en las asambleas y cabildos, en las organizaciones sociales y territoriales. Dispuestos a que, si salen electos, su labor constituyente irá más allá de lo que dice la institucionalidad, manteniendo siempre su conexión con el territorio y la gente que lo eligió, exigiendo la hoja en blanco, las sesiones públicas, trasmitidas a todo Chile y usando los perversos quórums supramayoritarios en favor y en defensa de nuestras propias propuestas.

¿Todo lo anterior nos asegura un avance en el Chile que viene?, sin dudas que no, pero son los elementos imprescindibles de tener en cuenta para el nuevo ciclo que se inicia el día después del plebiscito.

Los procesos sociales son caprichosos e impredecibles. Muchos fueron los elementos que precedieron y que impulsaron a nuestros escolares para saltar el torniquete, y ellos ni siquiera se imaginaron que el salto que estaban dando iría más allá de lo imaginado, rompiendo con la fuerza de gravedad de su época y lanzándolos a ellos y a todo un país, a espacios absolutamente nuevos y desconocidos.