Es una realidad por todos aceptada la existencia de brechas en los sistemas educacional en nuestros países, las que se han profundizado aun más con la suspensión de clases presenciales debido a la pandemia de covid-19. Desgraciadamente, las autoridades solo están apostando a detener que dicho proceso no se siga profundizando por la vía de forzar el retorno a las aulas, pero, hasta hoy no hemos escuchado de ningún cambio significativo en la política pública educacional para acortarlas.

Se necesita creatividad e innovación para hacernos cargo la inmoralidad que significa mantener las diferencias gigantescas entre escuelas y grupos sociales. Si bien en Chile la cobertura en educación básica hay solo dos puntos porcentuales de diferencia entre el quintil más rico y el más pobre, esta se agranda en media llegando a quince puntos porcentuales. Y esto tiene un impacto directo en los aprendizajes y, por lo tanto, en el futuro de dichos estudiantes.

En efecto, de acuerdo con el reciente informe de la OCDE (2018), existe contundente evidencia de que la educación de alta calidad en las etapas tempranas está asociada al desarrollo y al aprendizaje de los niños y niñas, especialmente, para el caso de quienes provienen de sectores deprivados socioculturalmente.

Pero, ¿qué es una educación de calidad? La primera respuesta es que no basta con volver a clases presenciales para seguir haciendo más de lo mismo. La Agencia de Calidad de la Educación de Chile ha establecido que la variable de control que mejor explica el aprendizaje es el clima en las comunidades educativas. Mientras esta dimensión no esté presente de manera innovadora, los esfuerzos pedagógicos y pecuniarios serán poco efectivos.

En Fundación Semilla hemos elaborado un decálogo para la nueva escuela post crisis sanitaria. Proponemos que en cada una de las dimensiones educativas debe estar presente el objetivo de generar un ambiente acogedor, de convivencia y socialización. Los cinco primeros son:

Primero, más aprendizaje y menos contenidos dejando más libertad a las comunidades educativas para desarrollar experiencias significativas que desarrollen sujetos activos frente a los desafíos de socialización. Segundo, la escuela debe ser una comunidad y no una suma de individualidades y, para ello, tercero, desarrollar relaciones basadas en emociones que permitan establecer vínculos afectivos permanentes entre todos sus componentes. Cuarto, la escuela debe ser parte del territorio en que está inserta tanto en lo social como de su entorno ambiental. Y quinto, validar y educar en las tecnologías de la información reconociendo a los grupos de “chats” y los juegos, como una nueva forma de socialización y aprendizaje.

Para introducir estas prácticas en la habitualidad de las escuelas se requiere coraje y cultura de cambio. Pero por sobre todo se necesita de liderazgo de parte de las autoridades públicas y gremiales al igual que desde la academia y de las escuelas de formación pedagógica. Para lograrlo hay herramientas disponibles y en Fundación Semilla hemos tomado el camino de desarrollar metodologías lúdico participativas para apoyar a las comunidades educativas en este proceso.