por Ivy Cángaro

El día que todo colapse en Tandil, que será más pronto de lo que creemos, no quiero escuchar una voz culpando al personal sanitario que nos atiende exponiendo su propia salud, tiempo, vida.

Los responsables del espanto son muchos, y no son ellos.

Cuando los muertos no puedan ocultarse, cuando haya muertos porque no hay camas ni respiradores, cuando las secuelas que nos queden sean permanentes en nuestro cuerpo y nuestra mente, cuando sintamos que si zafamos fue por puro azar, cuando veamos que no seremos nunca más los mismos y que hay gente que deberá esquivarnos la mirada, sepamos que los responsables serán los irresponsables, los mezquinos, los perversos, los cómplices.

Los que nunca entendieron que nadie se salva solo.

Los que les importó más una birrita y «todo me chupa un huevo» que la vida de sus abuelos, hermanos, amigos.

Los mezquinos que envalentonados por otros iguales, sostuvieron que «esto no se aguanta más». Como si «no aguantar más» fuese una opción de límite muy cercano, faltándole el respeto a los que no tienen más remedio que aguantar, a los que aguantaron cosas mucho peores: guerras, hambrunas, desapariciones, torturas, y siguen bregando.

Los que priorizan vender un par de zapatos más, a costa de la vida de Matilde, o Augusto, o Brian. Porque los zapatos son zapatos pero las personas no son números, tienen nombre y tienen historia. ¿Cuánto vale una vida? ¿Un par de zapatos más? ¿Un auto? ¿Una casa? ¿Nada vale más que tu negocito abierto, sin que pienses y pensemos entre todos una alternativa a tu única visión de subsistencia?

Cuando en Tandil dicen: Hace seis meses que no tenemos ingresos, y lo dicen los comerciantes, mienten. Los comercios funcionaron prácticamente siempre. Sin trabajar estuvieron algunos sectores que, encima, son los que menos se escuchan quejar. ¿Quien troca un hijo por una venta? Nadie, ¿verdad? ¿Entonces por qué yo tengo que inmolar la vida del mío en función de tu negocio?

Responsables serán los perversos que sabiendo, mienten. Y mienten por interés político, personal, chiquito, oscuro. Por un puesto futuro a vicegobernador, o a un quinto mandato de intendente. O a diputado provincial, o a director de un hospital, o vaya a saber qué mierda que pretendan sin pensar que no hay banca, ni título, ni dinero que justifique que tarde o temprano, o en el ultimo segundo de sus vidas, tengan que mirar a sus hijos, y ser mirado por ellos, y no poder sostenerles la mirada.

Serán responsables también los cómplices, los negadores, los que hacen ominoso silencio por imbecilidad o especulación política.

Nadie se salva solo. Nadie trabaja mucho, si no es del personal de salud. Decir eso en cualquier otra función, es miserable. Si creen que están a salvo, lamento decirles que no. La pandemia no es democrática. No lo es. Quien decide desde la Cámara Empresaria que se abra todo, va a quedarse a resguardo en su casa, y mandará al muere a su empleado, que para él es un número, y que irá a trabajar porque no tiene de dónde agarrarse, ni quién lo defienda, ni cuide el plato de morfi de sus hijos. Pero aunque no sea democrática, igual, no estás a salvo. Si no te contagiás de covid, ya estás contagiado de una enfermedad peor: la miserabilidad.

Mi solidaridad con los que batallan, los que luchan en el frente, los que hacen honor a un juramento hipocrático y no lo mancillan como algunos pocos pero muy visibles. Mi abrazo a los que vamos a contrapelo, a contramano, a contravida, con un costo alto en desprestigio, críticas, olvidos, retos, y que para plantarnos en donde nuestro deber ordena, tarde o temprano tendremos que cortar lazos.

Hace unos días mencioné una frase de Ezequiel Martínez Estrada que por otra circunstancia me dijo mi padre cuando tenía quince años, y no olvidé nunca. Hoy me la digo a mí, y se la digo a todos: QUIEN TENGA SANGRE EN LA CARA, SABRÁ QUÉ COSAS LO OCUPAN.