Los neoliberales intentarán recuperarse, volver a lo anterior. Pero su manifiesta ineficiencia durante la pandemia abre espacio a la izquierda. Es preciso reconstruir comunidad e impulsar un Estado activo que se comprometa con tareas ineludibles: industrializar la economía, proteger los ecosistemas, renta básica universal, nacionalización del agua y los servicios públicos, políticas sociales universales, términos de la AFP. Estas propuestas ya habían sido validadas durante la rebelión del 18 de octubre. La crisis del coronavirus las ratifica.

Confinados, pegados a la televisión y a las redes sociales vivimos en la incertidumbre. Esperando salir del confinamiento pensamos, con preocupación, en lo que vendrá al término de la pandemia, especialmente a nivel económico y social. La derecha, su gobierno y los fácticos hacen esfuerzos desde ahora por mantener lo existente: privilegian los negocios antes que la salud de las personas. La mayoría nacional, en cambio, espera algo distinto: construir un país en el que la vida de las personas sea lo principal.

Después de la rebeldía del 18 de octubre, la crisis sanitaria confirmó las desigualdades e injusticias que vivimos desde hace 40 años. Es cierto que ahora el Covid-19 nos está ocurriendo a todos, pero las consecuencias del virus distinguen entre clases sociales. Los pobres en Puente Alto, La Granja, La Pintana y El Bosque son los que acumulan los contaminados y muertos.

Los hacinados, cesantes, y quienes no tienen ahorros buscan desesperados en la calle alguna fuente de ingresos para alimentar a la familia. El confinamiento no puede cumplirse y el gobierno, con irracionalidad y avaricia, dilata hasta el cansancio entregar ingresos para la subsistencia de los desamparados.
No es de sorprender el desastre actual. Ahora se hacen más evidentes los bajos salarios, las pensiones miserables, las casas de 40 metros y esas esperas interminables en los hospitales. Para que decir los extranjeros, ese millón de personas que llagaron a territorio chileno buscando el cielo y encontraron el infierno. Los inmigrantes se han convertido en mano de obra esclava para los acumuladores de capital: con trabajos sin contrato, salarios bajo el mínimo legal y residencias postergadas al infinito. Ello son los más desamparados.

El Covid-19 surgió en medio de una grave crisis económica y social. La ira y frustración contra el sistema y las elites se habían hecho manifiestas el 18 de octubre. La pandemia salvó al gobierno de rebeldías mayores, pero, ahora, frente a su incapacidad por frenarlo las protestas vuelve a crecer.

El coronavirus no es un golpe al capitalismo a lo Kill Bill, como cree Slavoj Zizek en su libro Pandemia. Pero es indudable que en esta pasada los neoliberales perdieron. Después de 40 años de políticas deliberadas para destruir el Estado y minimizar las organizaciones de la sociedad civil, se consumen ahora en la más completa ineficiencia. Con hospitales deplorables, hacinamiento habitacional y sin redes ciudadanas la pandemia está matando a los más pobres. La política de focalización social ha focalizado la muerte en los más pobres.
Por eso al término del encierro abrigamos la esperanza de una sociedad distinta y una mejor vida para la familia chilena. Ello exige construir una estrategia de desarrollo para cambiar el país y responder a las exigencias ciudadanas. Esa propuesta sólo puede impulsarla una izquierda transformadora, sin compromisos con las elites.

Los neoliberales intentarán recuperarse, volver a lo anterior. Pero su manifiesta ineficiencia durante la pandemia abre espacio a la izquierda. Es preciso reconstruir comunidad e impulsar un Estado activo que se comprometa con tareas ineludibles: industrializar la economía, proteger los ecosistemas, renta básica universal, nacionalización del agua y los servicios públicos, políticas sociales universales, términos de la AFP. Estas propuestas ya habían sido validadas durante la rebelión del 18 de octubre. La crisis del coronavirus las ratifica.

La defensa de la vida, así como la sed de justicia e igualdad, presentes el 18 de octubre y con la pandemia, sólo puede liderarlas una verdadera izquierda. Una izquierda comprometida con la transformación productiva, defensora de los ecosistemas y del feminismo, promotora de políticas sociales universales, aliada a los movimientos sociales y lejos de toda forma de corrupción.