Por Rodrigo Arce Rojas*

Todo lo que estamos viviendo en estos difíciles momentos nos pone en evidencia la importancia de una visión ecologizada y podemos percibir claramente el gran tejido del universo en el que todo está entrelazado.
Como civilización occidental hemos tratado de negar el gran tejido y hemos ensalzado la individualidad, nos hemos inventando fórmulas sociales, políticas y económicas que generan distancias y barreras, nos hemos generado las taxonomías de la asimetría.
Pero ahora nos damos cuenta que aquellas ficciones del individualismo absoluto, aquellos mitos de superioridad no son tales y esta pandemia nos demuestra que todos estamos interconectados sin distinción alguna. No importa en qué lugar del mundo te encuentres tu felicidad o tu desdicha me importa porque somos uno. No importa cuánto puedas mostrar tu éxito material frente a la democracia de la pandemia. No importa cuán antropocéntrico te creas igual la naturaleza te hace recordar que somos naturaleza.
Frente a las disyunciones artificiales que nos hemos creado están los valores de unidad, de colaboración, de dialogicidad, de las sinergias. Oportunidad invalorable para repensar nuestro sistema mundo.
Como conciencia de la naturaleza tenemos la hermosa misión del gran rediseño universal en el que gozosos los animales humanos, los animales no humanos y los seres tierra entramos a deliberar cómo recuperar la fluidez de la armonía cósmica. En esta ontología armónica podemos escuchar la voz inclusive de los que no tienen voz pero son parte de la relacionalidad universal. Los animales, los bosques, las montañas y las rocas saben sonreír si dejamos de lado nuestro reduccionismo ontológico.
Paradójicamente, estar enclaustrados por necesidad nos hace comprender el valor de la libertad. Pero no es solo libertad en términos físicos, sino libertad en el más amplio sentido de la palabra, libertad para pensar, libertad para sentir, libertad para proponer más allá del pensamiento hegemónico y la dominación de los medios de comunicación que nos hicieron creer que estábamos en el mejor de los mundos y que no había nada que mover porque ese pensamiento nos había traído el éxito del crecimiento económico.

Hemos sentido en carne y en alma propia lo que significa negar la libertad a los animales en los zoológicos, en los acuarios, en las jaulas, en las peceras, en las granjas en nombre de nuestros deseos ilimitados de control y de dominio. Ahora somos nosotros los enjaulados y nos damos cuenta que no se requieren jaulas para estar encerrados en pensamientos que niegan nuestra interdependencia con la naturaleza.

Las conmovedoras e impactantes imágenes sobre la presencia de animales en los ecosistemas humanizados terrestres y acuáticos nos están diciendo que somos nosotros los que los hemos desplazado y perturbado.
Nuestro carácter de conquistadores de territorios y culturas lo hemos trasladado a la conquista y transformación de los hábitats de las especies animales. Pero no solo les arrancamos sus territorios sino también los atacamos con lluvias de sustancias químicas que envenenan los suelos, el agua, el aire y en esta ilusa guerra de dominio de la naturaleza somos nosotros los que terminamos afectando nuestras propias posibilidades de vida plena pero simplemente no lo queremos ver pensando que más adelante todo será posible revertir mediante la tecnociencia.
Para vergüenza mundial estamos viendo gobernantes de países “desarrollados” que prefieren la “salud” de la economía antes que la salud de las personas ¿Son estos líderes mundiales representantes del éxito de nuestra civilización? ¿O son representantes de la estulticia humana?
Absolutamente todos queremos que pase pronto esta situación. Pero necesitamos demostrarnos y demostrar al mundo que algo grande ha sucedido en la conciencia personal y colectiva. No queremos que esto signifique una nueva oportunidad perdida de repensar cómo queremos establecer nuestra relación con nosotros mismos y con la naturaleza. Necesitamos demostrarnos y demostrar al cosmos que hemos aprendido.

Si volver a la normalidad significa seguir haciendo lo que siempre hemos hecho entonces no quiero volver a la normalidad. O al menos esta normalidad que hemos institucionalizado.

No quiero volver a la normalidad si lo normal es que nos sigamos sintiendo y actuando como los dueños abusivos de la tierra alterándola, degradándola, destruyéndola, contaminándola. Si lo normal es que consideremos a la naturaleza como recursos, como bienes que deben seguir explotándose con productividad, eficiencia y sin consideraciones éticas. Si lo normal es que decidamos el destino y la vida de plantas y animales solo por satisfacer nuestros deseos o crecer económicamente de manera ilimitada. Si lo normal es que se premie el individualismo, el materialismo, el consumismo, el derrochismo. Si lo normal es que unos concentren todo y otros sean marginados y ninguneados. Si lo normal es el egoísmo, la apatía, la indiferencia. Si lo normal es convivir con la corrupción, privilegiar el bien personal sobre el bien común.

Esta es la gran oportunidad para que la humanidad podamos recrear nuestros sentidos, nuestros propósitos, nuestros valores y nuestra esencia. Más que procesos tibios de enverdecimiento, de maquillaje, de ajustes o acomodos parciales y fragmentarios necesitamos un compromiso genuino por la sustentabilidad profunda tomando en cuenta que todos somos parte de la gran urdimbre universal que se manifiesta en pluriversos.

Nunca será fácil generar un sentimiento colectivo de una nueva conciencia porque hay fuerzas muy poderosas que quieren mantener este orden injusto para la vida pero beneficioso para sus intereses personales y de grupo. Pero la ventaja es que ahora son muchas voces y sentimientos que sin distinción de ningún tipo están pensando que ya nada será igual. Aprovechemos esta energía de una nueva conciencia colectiva para soñar y plasmar una civilización universal que haga honor nuestro apellido sapiens.

 

* Doctor en Pensamiento Complejo por la Multidiversidad Mundo Real Edgar Morín de México. Magister en Conservación de Recursos Forestales por la Universidad Agraria La Molina, Perú.