Pressenza ha decidido abrir su redacción a todas aquellas personas que deseen compartir sus relatos y reflexiones inspiradas de este periodo de confinamiento.

Continuamos esta serie con esta historia enviada por Luis Carlos Almario, padre de familia, amante del ejercicio y de la buena lectura, actividad que el considera su mejor aliado para el buen humor. Sus conocidos lo consideran un excelente lider, muy humano y cooperador. Luis Carlos vive en Bogotá, Colombia.

Autopsia a lo esencial, por Luis Carlos Almario G.

Recuerdo una frase que escuché por allá en los primeros semestres de la universidad en el año 1996 cuando llevaba el cabello largo –que hoy es bien escaso- y lucía unos pantalones artesanales de colores que tanto odiaba mi madre, pues me hacían ver bastante hippie para su gusto. Considero que esa frase proferida por el profesor de Antropología es la síntesis de la situación que vivimos de confinamiento, fruto de la pandemia mundial que ha cambiado nuestras vidas de cabo a rabo: “Lo importante se esconde detrás de lo insignificante.”

Desde este punto quisiera contarles cómo han sido estos 30 días o más de aislamiento en casa y qué cosas insignificantes realmente guardan un valor personal mucho más fuerte y que antes no contemplaba. Por ejemplo, había tomado la costumbre de salir de la oficina y los días que no tenía vehículo caminaba de 20 a 25 minutos diarios a buen ritmo y velocidad que lograban hacerme transpirar como si estuviera en clima cálido, pese a enfrentar el frío de Bogotá pasadas las seis de la tarde. Extraño el aire de la caminata, el ruido de la ciudad, la gente que me encontraba en el camino, la sensación de vida que me daba el bombeo a toda marcha de mi corazón, que quizá se agitaba por el temor propio de la inseguridad de la capital o por los intentos de sentirse saludable en días de baja actividad física. Lo bueno, es que he acondicionado un espacio en casa para saltar lazo, hacer una que otra sentadilla, levantar maletas llenas de libros y hacer lagartijas con mi hijo a cuestas, para mover el corazón y recordarle que sigo vivo, confinado, pero más vivo que nunca.

Puede que muchas personas no estén de acuerdo con lo que voy a decir, incluso se ve raro al escribirlo, pero me hace falta el trabajo en la oficina, salir de casa y emprender ese viaje estelar en las mañanas para enfrentar reuniones en las que se necesitaba revisar indicadores de gestión, elaborar planes de trabajo para mejorar desempeño comercial, rendir cuentas, pedirlas de igual manera a mi equipo, subir y bajar escaleras para buscar personas que me ayudaran a resolver temas atascados por procesos del negocio, almorzar en un lugar diferente, “pecar” con una simple oblea o un helado. En fin, esa interacción con el mundo que no suple las herramientas colaborativas, esa necesidad de contacto que ningún medio virtual nos va a devolver. Lo bueno, es que el trabajo no se ha detenido y es una bendición contar con él, pues tengo una familia que necesita de mi aporte y productividad; llevo sesiones diarias virtuales, sin contacto pero mucha exigencia, mucho más que la de antes de estar encerrado en casa para atender todos los frentes propios de mi rol en la empresa donde soy empleado. Debo ser franco, y esta conexión eterna del día a día y el sonido de todas las voces con las que se interactúa en la jornada es aturdidor, no hay audífonos que suavicen la contaminación auditiva, estar frente a la pantalla del computador atendiendo las reuniones, contestando correos electrónicos, respondiendo el chat de whatsapp y adicionalmente cuidar de mi bebé de ocho meses mientras mi hijo mayor de cinco años recibe sus clases virtuales de colegio con mamá, sacan ese lado multitarea que pocos hombres podemos hacer tan bien como lo hacen las mujeres.

Creo que no hemos sido conscientes de la bondad de ser libres, movernos sin restricciones de género, pico y placa por cédula o cualquier otra figura para evitar el encuentro social que pueda disparar las cifras epidemiológicas; no habíamos caído en cuenta de la cantidad de kilómetros que recorríamos a campo abierto todos los días y que cambiamos hoy por los metros cuadrados de nuestra casa en un espacio que no conocíamos tanto como ahora y que pasamos a limpiar y ordenar como en un ritual de iniciación a la pulcritud. En estos momentos realmente convivimos, no nos vemos solamente en la mañana y en la noche, sino que estamos 7*24 soportando el mal carácter, la tristeza de algunos momentos, pero también la oportunidad de ser padre y maestro, amo de casa y motivador, entrenador personal además de niñero y gran parte de esto no lo hubiera vivido hasta los huesos sin el empujón que nos dio el COVID. He podido comprobar la afirmación de Borges quien dijo “El paraíso es una biblioteca” pues he leído mucho y eso ha sido un gran alivio en las horas de libertad conmigo mismo; compré unos libros vía web que pronto llegarán a casa y que pasarán por la calurosa bienvenida del atomizador y la desinfección, pues existe el miedo de que el enemigo llegue a casa por la rendija de la puerta. Reconozco que sufro de síndrome de abstinencia lectora una enfermedad que he adquirido en casa.

Me gustaría cerrar este escrito con algunas reflexiones en general de este momento que vivimos y que seguramente otros como yo han descubierto: usar mejor la tecnología para estar en contacto con quienes queremos y extrañamos, seleccionar las fuentes de información para no llenarnos de pánico e incertidumbre, crear mejores espacios de diversión para niños y adultos, implementar rutinas de ejercicio como expertos entrenadores personalizados para sentirnos saludables, criticar menos y agradecer mucho más, orar en familia en silencio o en voz alta, valorar el tiempo y la comida, ser más solidarios y entender que con lo pequeño se puede ser feliz, que lo importante está a la vista y merece nuestra atención, que el tiempo y la vida son muy cortos para desperdiciarlos que hay que viajar y disfrutar cuando podamos hacerlo respetando la tierra y cuidando el planeta. Vamos a encontrar un mundo diferente al salir de casa en el que por más insignificante que parezca el aleteo de una mariposa, siempre será un milagro verlo.

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Hay vivencias que dejan una marca en nosotros, y que sin duda pueden servir de inspiración para muchas otras personas. Les invitamos entonces a enviar sus historias al siguiente correo electrónico: mauricio.alvarez@pressenza.com 

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