Así como Gabriel García Márquez escribió “El amor en los tiempos del cólera”, ojalá en el futuro alguien pueda escribir “La Revolución en los tiempos del coronavirus”. Algunos afirman que ya nada será igual después de esta pandemia y otros suponen que la vida seguirá su curso tal como antes. En el breve tiempo en que se expandió la pandemia, hemos visto el contraste entre las mejores y las peores actitudes humanas. Por una parte la solidaridad y la nobleza de los trabajadores de la salud, y por la otra el egoísmo de los especuladores que aumentaron los precios de insumos vitales. La disposición de buena parte de la población para cuidarse mutuamente, frente a las mezquindades de los individualistas. Hemos visto gobernantes que se pusieron al frente de la crisis sanitaria y económica para proteger a los más débiles; y también hemos visto a muchos otros que no tomaron conciencia de la gravedad de la situación, o que muy tarde se dieron cuenta de que ya habían sacrificado su sistema de salud en el altar neoliberal. Posiblemente quede mucho por ver aún; porque hasta ahora el virus se ha expandido en regiones del mundo desarrollado, pero ¿Qué pasará si se extiende con igual virulencia en algunos países de África, Asia o Latinoamérica, que no cuentan con una mínima infraestructura sanitaria? O más allá de la cuestión sanitaria ¿Qué pasará en los países menos desarrollados si la crisis económica se sigue profundizando? Está claro que todo eso implicaría un desastre humanitario; y ante eso, ¿El mundo desarrollado responderá solidariamente, o con indiferencia? ¿Miraremos impávidos la catástrofe por TV, o exigiremos que la comunidad internacional actúe? El futuro será según lo construyamos, y los tiempos de crisis suelen ser una oportunidad de cambio.

Hace unos 10 años, poco antes de partir, Silo manifestaba que el ser humano ya estaba en condiciones de dar un salto evolutivo transformando profundamente la organización social, y que tal cambio ocurriría por la propia necesidad humana de vivir de otro modo. Pero agregaba que tal vez, para que ello ocurriese, sería necesaria una “caída en cuenta colectiva” provocada por un detonante, tal vez un “gran susto” que hiciera que todos tomáramos conciencia del verdadero sentido de nuestra vida en el planeta. Está claro que con las profundas contradicciones que tiene hoy el mundo, no son pocos los factores que podrían colocar a la humanidad en esa situación; un conflicto nuclear, una catástrofe natural, el desastre ecológico, una crisis económica terminal, o tal vez una pandemia. Pues estamos frente a este último caso, y tal vez todo lo que estamos viviendo nos ayude a caer en cuenta de que además de luchar contra esta enfermedad, podríamos librar una batalla contra lo que podríamos denominar, valga el juego de palabras, el Virus de la Corona. Porque sabemos que los gobernantes, por complicidad o por imperio de las circunstancias, son condicionados por un poder supremo mundial no institucionalizado, el poder económico y financiero, al que a veces llamamos genéricamente “La Banca”, pero que por la creciente inserción de sus tentáculos en los poderes institucionalizados, y jugando con las palabras denominaremos “La Corona”, una Corona invisible que fue acumulando poder en el mundo, disciplinando a los gobiernos, pero también sometiendo la voluntad de las personas manipulando la subjetividad a través de los medios de comunicación, inoculando otro tipo de virus: el del individualismo, el consumismo, la indiferencia, la discriminación.

Ese Virus de La Corona se ha arraigado en nuestras sociedades porque ha penetrado en nuestra subjetividad al punto de hacernos creer que somos librepensadores, cuando pensamos y sentimos lo que los poderosos nos hacen sentir y pensar. Ese virus es difícil de combatir, porque su ADN es el mismo para los poderosos y para las poblaciones. En otros tiempos se hablaba del derecho divino de los monarcas, y como la gente creía en Dios, por carácter transitivo creía en el poder del rey. Pero desde que se instauró el culto al Dios-Dinero, la fe en él es la que mueve a las personas, que buscan ganar, consumir y acumular cada vez más. Y como el poder de esa Corona invisible que gobierna al mundo, deriva de la concentración de riqueza, ¿Cómo no aceptar su legitimidad, si su poder proviene del mismo Dios que todos adoramos?

Pues bien, tal vez ésta sea una oportunidad para combatir también a este virus. Porque la actual situación de emergencia y de crisis nos evidencia lo efímero y secundario que resulta lo material, cuando está en riesgo nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Porque hemos visto el contraste entre las conductas solidarias y las individualistas, y cada vez somos más los que valoramos las primeras y abominamos de las segundas. Porque paradójicamente, la cuarentena que restringe el contacto físico con mucha gente, incrementa la necesidad de comunicación directa o virtual. Porque la posibilidad de la muerte nos pone en situación de preguntarnos por el sentido de la existencia, y las prioridades de nuestra vida se ordenan. También nos preguntamos por las contradicciones sociales, cuando vemos que mientras faltan recursos para la salud, se gastan fortunas en armamentos o en pagarle intereses a la banca usurera; cuando vemos que unos pocos acumulan la riqueza en el mundo, mientras millones son marginados y no acceden a un sistema de salud. Y todas estas comprensiones no son individuales, se comparten con gente de todo el mundo, porque así como la globalización ha facilitado el contagio, también facilitará la toma de conciencia global, y tal vez despertemos como especie ante la necesidad de dar un salto cualitativo, transformando nuestra vida y nuestra sociedad.

Todo está en desarrollo y aún no sabemos las consecuencias finales, pero una vez que se supere la pandemia, además de poder sortear el test del coronavirus, sería un buen desafío intentar con el test del Virus de la Corona, respondiendo a las siguientes preguntas:

¿Seremos capaces de frenar nuestra carrera detrás del dinero, liberando esa energía para humanizar nuestra relación con otros, tratando a los demás como queremos ser tratados?

¿Estamos dispuestos a frenar nuestra adicción al consumo, a cambio de una vida saludable para los seres humanos y el medio ambiente?

¿Podremos, además de aplaudir a los trabajadores de la salud, elegir gobernantes que aumenten su presupuesto en salarios y equipamiento?

¿Somos conscientes que la única manera de que los marginados del mundo tengan una vida digna y saludable, será desmantelando el poder económico y financiero?

Esperemos que el aprendizaje de estos tiempos nos sirva para el futuro.