por Martín Ruano

Teorías

Corren ideas por doquier que explican la situación política Latinoamericana. Desde la derecha gritan que los pueblos creemos que “la democracia no funciona”, o en su versión extrema: “la gente rechaza la democracia”. En ambos casos no puede tomarse más que como una amenaza de clase, ya que detrás de ellas no hay mucha argumentación, ni hechos que la respalden.

Los progresistas explican que los sectores que han ascendido en su clase social tienen mayores pretensiones y por eso mudan sus votos a la derecha. Sería un voto aspiracional. Pero la verdad que esto se da de bruces contra la experiencia histórica. El peronismo en la Argentina es fiel reflejo de que la movilidad social deja durante generaciones a fieles seguidores. Además, es difícil de pensar que alguien que en 2 o 3 o 5 años sale de la pobreza y pasa a las clases medias, mejorando sus condiciones de vida de décadas, “se venda” en los 3 o 4 u 8 años subsiguientes. Evidentemente algo más sucede en el entramado social.

Otros dicen que el problema de los pueblos americanos no es la democracia sino sus dirigentes. Esto suena un poco más coherente. Deberíamos puntualizar quiénes son esos dirigentes. Si por esto entendemos la estructura política de los gobiernos progresistas, debemos estar parcialmente de acuerdo. Es que estas estructuras no escapan a muchos de los “vicios” de las dirigencias “neoliberales”. Además, la vara es más alta para los gobiernos populares que para la derecha, y está bien que sea así. Esto no quita que las condiciones de vida y desarrollo del pueblo son sensiblemente superiores en los gobiernos populares que en los neoliberales. También habría que decir que en los estallidos sociales se escucha la impugnación a toda la dirigencia (económica, mediática, etc.), el reclamo no es solo al estado sino a toda la clase dirigente y su proyecto.

Hay una explicación más, también desde el sector progresista. Una relectura atemperada de las de la derecha: el pueblo no rechaza la democracia, lo que rechaza son los oficialismos. Así se podría explicar bajo el mismo lente la situación en Chile y en Bolivia, la difícil coyuntura electoral en Uruguay, la compleja actualidad en Brasil, Venezuela, Colombia, Perú…etc. La crítica de nuestros pueblos no es a los gobiernos populares o a los liberales sino a los oficialismos.

Puestas así, estas lecturas parecen poca cosa. Pero hay que señalar que han impulsado la industria de los libros de sociología y politología. Aquí están sucinta e injustamente descritas, y va de suyo que todas tienen buenos datos estadísticos en los que se basan. Salvo las primeras, de la derecha, que son solo certezas de clase, y por lo tanto no necesitan argumentos, no es ese su terreno.

Otros datos

La primera “patología” de estas explicaciones es que intentan explicar la obra Hamlet de Shakespeare, sin el personaje de Hamlet. Cualquier explicación de lo que pase en el continente latinoamericano que no parta del injerencismo norteamericano en la región, no puede ser tomada en serio. A lo sumo da un punto de vista extremadamente parcial y puntual sobre alguno de los procesos que estamos viviendo. El intervencionismo de Estados Unidos marca una agenda mediática y política profunda. Allí donde los intereses de los gobiernos no se alinean a los del Pentágono, los líderes son tratados de dictadores, corruptos, atrasados, aislacionistas, torturadores, asesinos, etc., etc., etc. (casualmente todo lo que han hecho las dictaduras que ellos pusieron en América Latina, y lo que tienden a hacer sus gobiernos títeres). La derecha continental, amparada en las operaciones del Comando Sur y del esquema “diplomático” y empresarial norteamericano, con la lanza mediática en una mano, y el escudo mediático en la otra (nacional e internacional), no cesa en las agresiones y descalificaciones, no respeta tiempos institucionales y no escatima ni en medios ni en formas de desestabilización y o directamente en golpes de estado. Ninguno de sus métodos calificable como democrático, republicano o institucional, por más que traten de ponerle esos ponchos.

Esta política continental recrudece al ritmo del enfrentamiento comercial que la potencia del norte mantiene con China por la hegemonía económico política mundial. Si no partimos de este señalamiento, nada puede comprenderse.

Su método es imponer una sensación de que hay un empate trágico entre los progresistas y los neoliberales que se define por pocos votos. No importa el resultado electoral, si las elecciones las gana el progresismo por 47 a 37, entonces se dirá que el 53% de la población está contra el progresismo. Es la forma de fundamentar golpes de estado: simplemente “tomó” el poder “la otra mitad del pueblo”. Pero en la otra mitad no está realmente el pueblo. Tampoco importan las formas, se puede destituir un presidente/a por procesos de impeachment en 24 hs, o en una semana, o sin pruebas, y se puede poner en su lugar a un “presidente/a” que haya sacado menos de un 2% en las elecciones sin que ninguno de ellos se alarme ni que nadie sea acusado de dictador/a o antidemocrático/a. En el camino al golpe se llenarán medios nacionales e internacionales de acusaciones y declamaciones de que son los defensores de la democracia los que están dando un golpe de estado. Se usan organismos internacionales afines para tratar de darle institucionalidad y los gobiernos más obsecuentes que se tengan a mano para reconocer a las autoridades golpistas.

Sobre la situación del continente

Estallidos

En este marco del intervencionismo norteamericano hay varios escenarios diferentes que es necesario diferenciar. El primero es el clásico de la explosión de los pueblos ante un gobierno neoliberal. Cuando sucede es porque las condiciones económicas básicamente han sido vulneradas de tal modo que a los pueblos no nos queda otra que el estallido: El caso de referencia para nosotros es Argentina en 2001. Pero también se ve palpable esto en Chile y Ecuador este año. Una vez que los pueblos estallan, la solución ya no es económica, como se dice en Chile, no son 30 pesos, son 30 años. El problema deja de ser la gota económica que ahorcó e impulsó el estallido sino, además, el marco institucional y político que sostiene un estado neoliberal que pareciera tener como único destino el garantizar la explotación de recursos y trabajo en beneficio de las potencias, al menor costo posible. No es que los pueblos no deseamos la democracia. Lo que no nos bancamos más es esa simulación berreta que protege los privilegios de las clases que siempre ganan.

El otro escenario es el contrario. En un gobierno popular que es enfrentado por la población en las calles. Esto nos tratan de decir que sucede en Venezuela y que sucedió en Bolivia. En Bolivia ya está quedando claro que esta no es la situación, y que esto solo es un discurso para intentar disimular un golpe de estado preparado desde el gran hermano del norte, con las características fascistoides de siempre. En Venezuela, si bien las manifestaciones de algunos sectores han sido de importancia, no llegan a la mitad de la población. Prueba de ello no solo son las elecciones, en las que nunca la oposición logra superar al chavismo, sino que el gobierno se sostenga luego de tantos años pese a la trágica situación económica, al bloqueo norteamericano y a las repetidas amenazas de golpe. Aquí no hay un pueblo que se rebela frente a un gobierno que lo asfixia, como en la anterior, sino un sector más o menos grande que no quiere perder sus privilegios y ve al gobierno popular como una amenaza. Los argumentos suelen ser que no se respeta la libertad de prensa, pese a que los medios sostienen una campaña en extremo hostil contra los gobiernos populares, dentro y fuera del país. Que no hay elecciones limpias, pese a que en general los organismos internacionales controlan las urnas etc, etc. etc….

Elecciones

Por último, los escenarios electorales. En los casos anteriores la situación está bastante saldada me parece, lo extremo de las situaciones pone en evidencia para todo aquel con honestidad intelectual lo que sucede. Pero en los escenarios electorales la situación cambia. El hecho de que sectores neoliberales puedan empatar y/o pelear balotajes con los gobiernos populares y ganar elecciones nos deja perplejos.

El escenario es mucho más complicado de segmentar. La explicación de que los sectores que mejoraron su nivel de vida ahora tienen otras aspiraciones es en exceso cómoda. Además, arma un destino trágico imposible de modificar. García Linera ensayó otra idea para su Bolivia: Son los sectores acomodados que ven en el ascenso de los sectores originarios un peligro para su estar y sus privilegios. Ponen así todos sus temores en un odio racial contra el indio. Algo de ello sucede sin dudas no solo en Bolivia, sino en todos nuestros países, las clases medias y acomodadas ven peligrar sus privilegios frente al ascenso de los sectores populares, a que se disminuyan las diferencias. Pero otra vez, termina siendo una verdad cómoda y un destino trágico demasiado facilista.

Vamos a ensayar otra respuesta, mucho menos cómoda y alegre. Los gobiernos populares latinoamericanos han hecho mucho por nuestros pueblos. Han reducido la pobreza y sobre todo la indigencia. Han mejorado los sistemas de salud, y por lo general el de educación. Le han dado acceso a mayor cantidad de personas a ellos. También por lo general han mejorado la situación económica y, sobre todo, y esto es lo que más molesta al imperio, le han dado un sentido y un interés nacional a la economía. Nuestros países con gobiernos populares han logrado que empiece a vislumbrarse un destino propio de desarrollo, que haya inicios de agrupamientos independientes de las instituciones que EEUU impuso a nuestro continente, y que uno pueda imaginarse que con solidaridad y unidad continental Latinoamérica puede empezar su propio camino de independencia política y económica.

Pero todo esto fue a media máquina. No se cuestionó más que de palabra la matriz económica neoliberal en América, incluso se mejoraron algunos de sus resortes y apenas se afectó su distribución. Se crearon organizaciones internacionales, pero no se les dio un fundamento económico profundo y se elaboraron varios proyectos interesantes que quedaron solo en papeles durante años, mucho antes de que vuelva la restauración conservadora. Se nacionalizaron empresas, pero muchas veces se sostuvo su privatización. No se impulsó de lleno una industrialización o desarrollo productivo. Se sostuvieron niveles de corrupción muchas veces incompatibles con tal desarrollo y sin dudas por fuera de los soportables por un gobierno progresista (que insisto tiene la vara mucho más alta que para los neoliberales, y está bien que así sea).

No quiero decir ni mucho menos que los gobiernos progresistas, a pesar de todo esto, sean ni remotamente comparables al saqueo, corrupción y destrucción a la que someten los gobiernos neoliberales a los pueblos de la región. Solo me interesa señalar que los pueblos tienen mucho más para reclamar a nuestros gobiernos populares, y que lo hacen. Si además el espejo con el que se mide el progreso de los países periféricos es el de los países centrales, que tienen un discurso neoliberal y destacadamente agresivo contra nuestros gobiernos. Así el estado de cosas, parece que el engaño está preparado para que cada tanto aparezca algún empresario o evangelista neofascistoide y prometa la panacea liberal, aunque por lo general con un engañoso discurso progresista, y tenga sus chances electorales (siempre lanza y escudos mediáticos mediante).

En este momento donde el avance de nuestros pueblos sucede por vía democrática, no es posible exigir cambios más drásticos que los que se dieron incluso por vías revolucionarias. Por supuesto que no es a ello a lo que me refiero, ni supongo que los pueblos están esperando este tipo de acciones repentinas. Pero sí creo que los pueblos latinoamericanos somos mucho más sensibles a las señales que dan los gobiernos progresistas de lo que estos creen, y mucho menos tolerantes a sus “desvíos”. No solo miramos cuál es el fundamento de una medida, sino a la justicia detrás de ella, a su coherencia. Muy por el contrario de lo que se dice en base a las explosiones en las que terminan los gobiernos neoliberales, creo que los pueblos estamos dispuestos a soportar muchas, demasiadas, privaciones. Lo que no estamos dispuestos a soportar es que estas privaciones sean los privilegios de quienes las piden o imponen.