Escuelita VI: Delitos de Lesa Humanidad en la mal llamada Patagonia Argentina

Neuquén, Puel Mapu. El testimonio de las víctimas de la última dictadura militar que fueron secuestradas y torturadas en la región, configura un precedente jurídico y social con características propias.

En primer lugar (y esto es recurrente en este tipo de delitos), los testigos son también víctimas directas.

En segundo lugar, estos delitos son expansivos; es decir, no quedaron alojados y recluidos sólo en el cuerpo y la psiquis de las víctimas directas, sino que además indirectamente alcanzaron a sus familiares.

En tercer lugar, los escenarios en donde estos testigos–víctimas sufrieron delitos de lesa humanidad son escenarios locales, regionales, un hecho que en términos comunicacionales no está muy difundido. A Oscar Olivera, por ejemplo, lo fue a buscar un escuadrón de hombres de civil a su puesto de empacador en una empresa frutícola ubicada en la ciudad de Fiske Menuko (mal llamada General Roca). “Querían llevarme caminando 15 cuadras para que toda la ciudad me viera”. En cambio, Marina Ubaldini nació en plena dictadura y antes de tomar conciencia de la realidad ya se encontraba en México, exiliada junto a su padre y madre. “Mi familia fue la única familia de San Martín de los Andes detenida y exiliada”. “Martínez de Hoz venía recorriendo distintas ciudades de la Patagonia en conmemoración al cumplirse 100 años del inicio de la Campaña Expedicionaria al Desierto (1879)”, insistió y detalló Estela Solanas, amiga de la mamá y el papá de Marina. En este contexto detuvieron a Eduardo Ubaldini (el papá de Marina) por tercera vez.

Por último, quizás el relato de María Cristina Parente represente el testimonio más doloroso (aunque difícilmente se pueda establecer una jerarquía del dolor) y angustiante de todos. “Me ataron las piernas y los brazos a una silla para que no me moviera. Me pusieron una cinta alrededor de la cabeza, me colocaron unas cosas a ambos lados de la sien y me enchufaron a 220w. A partir de ahí empecé a desmayarme. Me desataron. ‘Ahora vamos a jugar a otra cosa’, me advirtieron riéndose. Le sacaron las balas a un arma. ‘A ver si esta vez tenes suerte’. Dejaron sólo una bala, hicieron girar el tambor, me apoyaron el arma en la sien y dispararon. Lo hicieron varias veces. Yo me caía del miedo. ¡Que perversión! Me levantaban de los pelos y me metían la cabeza adentro del agua. ¡Ellos se reían! Lo peor de todo era que ellos se reían”. La risa como gesto despectivo y deshumanizante, constituye finalmente la tercera particularidad de estos testimonios; una particularidad que no sólo delata el grado de conciencia de los verdugos a la hora de cometer sus actos, sino que también evidencia la alevosía en su accionar, un accionar que disfrutaban y que hoy mantienen orgullosamente  en silencio.

Introducción

Durante las primeras cuatro audiencias de la sexta parte del juicio por delitos de lesa humanidad perpetrados en la región (provincias de Neuquén y Río Negro) durante la última dictadura cívico militar (Escuelita VI) se leyeron las requisitorias y la elevación a juicio, con las respectivas acusaciones contra ocho represores comprometidos. Incluso se les cedió la palabra para que emitieran un testimonio. Sin embargo, éstos decidieron mantenerse en silencio. También, durante las últimas dos audiencias, declararon 8 testigos–víctimas.

Alejandro Silva, Orlando Coscia y Alejandro Cabral son los tres jueces que representan al tribunal de justicia. Foto Gustavo Figueroa

Antes de que cada uno de los testigos iniciara su testimonio, el juez que preside el tribunal, Orlando Coscia, les hacía saber la nómina con los nombres de los 8 represores acusados: Oscar Reinhold (ex jefe del Destacamento de Inteligencia del Comando de la Sexta Brigada de Neuquén), Jorge Di Pascuale, Jorge Molina Ezcurra, Sergio San Martín y Carlos Benavides (ex miembros de inteligencia). Nestor Castelli (ex jefe de la Escuela Andina de Instrucción de San Carlos de Bariloche), Emilio Sacchitella (ex comandante de Gendarmería de Junín de los Andes) y Marcelo Zárraga (ex interventor de la Municipalidad de General Roca).

Kiñe | Uno

La tortura, el trato deshumanizado y la “falsa suerte”

El salón blanco de la Asociación Mutual de la Universidad del Comahue (A.M.U.C.) se encuentra ubicado en uno de los extremos de la ciudad de Neuquén, cerca del casco urbano céntrico. Éste salón es amplio y espacioso. Al ingresar se pueden diferenciar tres grandes bloques: en el primer bloque se ubican el público y los familiares de las víctimas. En el segundo bloque se posicionan los acusados y los abogados (incluidos fiscales). Finalmente, el tercer bloque, en el fondo de la sala, casi a oscuras, están sentados los tres jueces que escuchan atentos el relato de cada testigo.

Teresa Oliva fue la primer testigo en declarar. En la jornada anterior habían tenido la posibilidad de exponer los 8 represores acusados. Ninguno habló. Todos se mantuvieron en silencio. Oliva, en cambio, se sentó al frente de los jueces y comenzó a relatar sobre su llegada a Neuquén para luego detenerse y profundizar en su detención.

“Yo vine a vivir a Neuquén cuando tenía 10 años. Vine junto a mis padres. Después me fui a estudiar y en la facultad conocí a mi marido que estudiaba periodismo. Él era platense y el padre salteño. Ahí nos pusimos de novios. En el ’74 nos casamos. Y en el ’75 nos recibimos en la universidad de periodismo. A fines del ’74 dejamos de militar, nos recibimos y ya en el ’75 nos instalamos acá en Neuquén. ¡Llegamos recibidos! Ingresé a trabajar en la Legislatura. Mi marido fue designado a cargo de la corresponsalía de Clarín. En esos años también trabajó en la radio LU5, en el diario Sur Argentino e hizo un programa con un amigo de la facultad sobre temas agropecuarios. Hasta que en el ’76 a mi me despiden de la legislatura. Pero como ya estaba embarazada de 6 meses, apelé el despido y presenté un recurso por estar embarazada. Reconocieron que había sido injusto mi despido y me terminaron incorporando al área de prensa de la gobernación. A mediados del ’76 el gobernador José Martínez Waldner decidió despedir a todo el personal del área de prensa de la gobernación”.

Las tres fuerzas de seguridad de la Nación estuvieron presentes sugestivamente en cada una de las audiencias judiciales. Foto Gustavo Figueroa

Oliva describió cómo su compañero rápidamente forjó una profesión y un renombre en Neuquén. “Era un periodista de perfil alto”, aseguró Oliva. De la misma forma, Oliva indicó que donde él anduviera dejaba en claro sus definiciones ideológicas. “En el ’78 ocurrió el secuestro. Enrique nunca negó su ideología. Como el decía, era peronista hasta la médula. E inclusive durante el golpe, delante de los milicos, él se presentaba como peronista”. En el momento de la detención Oliva y Enrique estaban juntos, pero rápidamente las fuerzas militares los separaron.

“En la madrugada del 23 de julio, habíamos asistido al casamiento de una pareja de periodistas en el Club Santafesino y volviendo a nuestra casa, paramos a tomar un café, dimos unas vueltas y tipo cinco de la mañana llegamos a nuestro departamento en Alta Barda. Cuando estábamos bajando del auto, dos autos más se estacionaron detrás del nuestro, colocaron una baliza y nos pidieron los documentos. Les dijimos que nos lo teníamos. Enrique tenía su credencial de periodista, pero querían los documentos. Les dijimos que estábamos a unos metros del departamento, que si nos esperaban. Dijeron que no, que necesitaban hacernos algunas preguntas, que los acompañáramos. A Enrique lo subieron a uno de esos autos. Yo salí en mi auto. Salimos rumbo a la Coordinación Federal. Me dijeron que los siguiera y me advirtieron que si no hacía ninguna cosa extraña y mientras me comportara bien no iba a pasar nada, pero en una rotonda cercana a la ruta que une Neuquén y Centenario se desviaron por un camino de tierra. Avanzaron unos metros. Pararon. Me bajan del auto y me suben a otro auto donde me colocan una capucha y me tiran abajo del asiento. Antes de subir al auto, lo vi a mi marido en el otro automóvil. Ahí comenzaron a circular. Me pusieron los pies en el cuerpo para que no me parara. Hicieron algunas paradas. Pasaron por la Av. Argentina, dieron más vueltas hasta que se detuvieron. Me advirtieron que si me sacaba la venda me iban a hacer boleta. Dentro de ese mismo auto empezó un interrogatorio. Primero me entrevistaron sobre Enrique, dónde lo había conocido y después me pidieron que hiciera un listado de personas que yo conocía. Mencioné varias veces a Guglielminetti, porque en ese tiempo ya era muy conocido por las patoteadas que se mandaba y por los operativos en los que decía que había participado. Comuníquese con Guglielminetti porque conocía a mi marido, había trabajado con él, lo conoce muy bien. Ellos insistían con que Enrique le había pasado dinero a un supuesto subversivo (Luis Borri). Yo negaba eso principalmente porque yo era la que administraba la plata. ¡Me la tenía que haber pedido a mi!”

La testigo Teresa Oliva observa a las abogadas querellantes mientras estás le realizan preguntas. Foto Gustavo Figueroa

Teresa oliva estuvo secuestrada un día. Cuando la policía se cansó de hostigarla, la dejaron cerca de Ingeniero Huergo. Totalmente confundida, Teresa Oliva logró llegar hasta Cipolletti.

“Me bajaron del auto, choque con una pared (o sea que estábamos en una cochera) y me subieron a otro auto. Y otra vez ahí empezó el traslado. Ellos hablaban por radio. Hablaban del auto celeste, del auto naranja. Hablaban de los paquetes que llevaban en los autos. Sospeché que en algún otro auto podría estar mi marido o más personas. Retomaron la ruta. Y en un momento dado pararon y me dijeron que bajara. Luego me indicaron que caminará en una dirección, que no me diera vuelta y que cuando no sintiera ningún ruido que me sacara la venda. Me saqué el vendaje cuando no escuché más ruido. Pero no sabía dónde estaba. ¡Estaba muy desorientada! No sabía para qué lado estaba Neuquén. Pasaron algunos autos, pero me daba miedo pararlos, así que me limité a caminar. ¡En algún lado iba a encontrar algún cartel que me indicara dónde estaba! Pero no lo encontré. Así que ahí me anime a parar a un auto. Dije que me habían asaltado, que el auto se había descompuesto, no sé qué historia dije. Y dije que necesitaba llegar a Neuquén. Creo que me llevaron hasta Allen o Villa Regina. Me dejaron en la terminal y ahí tomé un colectivo hasta Cipolletti. Desde ahí me pude ir hasta la casa de un fotógrafo amigo. Ahí me pude relajar. Lloré. ”

Enrique tuvo otra suerte. Esteban Enrique estuvo secuestrado y detenido en la U9. Ahí lo torturaron a mano limpia y con picana eléctrica. Durante el tiempo que Enrique estuvo detenido su compañera intentó por distintas vías (comunicacionales) exigir su liberación. Incluso se reunió con el General Sexton y el Mayor Guiñazu, quienes le aseguraron que la gendarmería no tenía nada que ver con la detención de Enrique.

“¡Hay un tiempo límite! Si Enrique no aparece a los tres meses es porque fue sentenciado a muerte”, le advirtieron a Teresa. Teresa Oliva llevaba un tiempo diciéndole a sus hijas que el padre estaba de viaje. “Seguí manteniendo la fantasía con mis hijas de que mi marido seguía de viaje. Y Enrique apareció justo a los tres meses. El apareció abandonado, atado y amordazado en el auto. ¡En mi auto!”

Retrato de Teresa Oliva durante su testimonio. En el fondo se puede ver una pantalla con el rostro de testigo e imputados que declararon por videoconferencia. Foto Gustavo Figueroa

Cuando lo vio Oliva, Enrique estaba notoriamente deteriorado. Pesaba 23 kilos menos y tenía la misma ropa de la noche del casamiento. El deterioro de Enrique no representa un hecho aislado, ni erróneo. Tampoco se trata de una decisión arbitraria de un grupo de personas. La tortura, el deterioro paulatino que padece el cuerpo de la víctima, el trato deshumanizado y la “falsa suerte” en la que aparentemente salvan sus vidas los secuestrados, representan acciones y hechos concretos dentro del Plan Sistemático de Exterminio de ese/a otro/a subversivo/a. Nada queda librado al azar dentro del Plan Sistemático de Exterminio que impuso la extensa jerarquía de la estructura militar. La tortura, el deterioro paulatino del cuerpo de la víctima, el trato deshumanizado y la “falsa suerte” en la que aparentemente salvan sus vidas los secuestrados representan acciones y hechos que conforman un “engranaje delictivo” que perdura hasta nuestro días, activándose inclusive en la actualidad dentro de cada caso de gatillo fácil y desaparición forzada que se ejecutan dentro del país.

Epu | Dos

El exilio y la vuelta a la raíz

Marina Ubaldini se crió prácticamente en México. Su mamá y su papá se exiliaron cuando ella tenía tan sólo 6 meses. “Mi familia fue la única familia detenida y exiliada de San Martín de los Andes”. Marina hoy tiene 41 años y volvió a la Argentina para reconstituir una raíz usurpada, atentada. “A las personas que nos tuvimos que ir exiliadas la vida se nos partió en dos. ¡Tenemos dos patrias! Tenemos familiares por todos lados. ¡Es raro no tener patria, no tener raíz! Yo vine a Argentina a curar mi raíz, porque fue cortada de tajo”. Todo lo que sabe Marina sobre la dictadura es por el relato de sus familiares. “El apellido Sacchitella lo escuché muchas veces en el relato de ellos. En el ’76, la misma noche del golpe, mi mamá y mi papá fueron detenidos en el mismo tiempo, pero en diferentes lugares. En el ’78 los volvieron a detener. Esta vez golpearon la puerta a patadas. Entraron muchos militares. Entre ellos estaba Sacchitella. ¡Fumaba pipa! Mi papá se levantó conmigo a upa. Los militares revisaron bajo de la cama, y sacaron unos panfletos; panfletos que pusieron ellos (los militares)”. Tanto María Luján Gómez, como Eduardo Ubaldini fueron acusados de participar en un atentado producido en el inicio del mundial ’78. Específicamente se los acusaba de haber intentado sabotear el inicio del evento cortando la transmisión de los partidos.

“Los trajeron a Neuquén. Los separaron. Mi mamá no recuerda mucho. Tomaba Valium para soportar el encierro. Mi papá, en cambio, tenía recuerdos más nítidos. Recuerda que estaba en una habitación pequeña, que tenía una ventana que también era pequeña. En un momento los subieron a un camión. Mi papá rezaba para que el camión fuera para San Martín de los Andes y no para otro lado. Los soltaron. Pero al año siguiente, lo detienen a mi papá por tercera vez”.

Periodistas de Neuquén anotan en sus cuadernos los datos relevantes de cada uno de los testimonios. Foto Gustavo Figueroa

Resulta sorprendente e inquietante cómo en la actualidad el Ministerio de Seguridad de la Nación aplica el mismo protocolo para criminalizar a jóvenes periodistas, como Fermín Martínez y Nadia París, reconocidos comunicadores de la región acusados de ser parte de una célula terrorista que atentó contra distintas instalaciones petroleras y una concesionaria de autos. La prueba: una serie de volantes escritos a mano (véase “El hombre más peligroso del país”).

Marina recuerda que sus padres no militaban. “No había partidos políticos en San Martín. Yo sé que mi papá había sido parte del Partido Comunista. Él estudió en Bahía Blanca. Él es de Cipolletti. En cambio, Sacchitella vivía en Junín de los Andes. Iba a San Martín de los Andes a hacer operativos”.

Por su parte, Estela Solanas (amiga del padre y la madre de Marina) aportó durante su testimonio (realizado por videoconferencia) que la Gendarmería ingresó a su casa de madrugada, que la persona que estaba a cargo de las detenciones era Sacchitella y que éste tenía un trato soberbio con los y las detenidas. Solanas al igual que sus amigos también estuvo detenida en el Escuadrón 33 de San Martín de los Andes. “Recuerdo que a Ubaldini y a María se los llevaron a Junín y luego a Neuquén, pero no sé cuál fue el destino de Marina”.

Marina es bióloga y ejerce como docente. Ella decidió volver a San Martín de los Andes y tener a su hijo en esta ciudad. Ella fue la que decidió iniciar la denuncia como una forma también de reparar y reconstruir el daño que los militares y una parte de la sociedad habían producido en su familia. ¡El silencio es impunidad y dolor que se transforma en enfermedad! Marina demuestra estar atravesada por ambas consignas y actúa en consecuencia. Su testimonio, como una forma de denuncia, intenta construir Memoria, Verdad y Justicia. Sin testimonios no hay memoria (o sobrevive una memoria parcial); si no hay memoria completa de los hechos no puede haber verdad. A partir de la verdad se llega a la justicia (por lo menos a una justicia jurídica); la justicia permite acceder a distintas formas de reparación histórica, cultural y social. Sobre estos principios se sostiene la reparación individual y personal que, como advierte Marina, en gran medida es un trabajo doloroso que debe emprender la propia persona; un trabajo doloroso que posiblemente perdure toda su existencia.

Retrato de Marina Ubaldini durante su testimonio. Foto Gustavo Figueroa

Küla | Tres

El dolor y la muerte se repliegan hasta el cuerpo de los familiares

A Oscar Olivera lo fueron a buscar a su puesto de trabajo. Durante la última dictadura militar Olivera trabajaba en dos lugares distintos: por un lado, como concejal en la Municipalidad de Fiske Menuko y, por otro, como empacador en un galpón de una empresa frutícola de la región (Valle Fértil).

“El 24 de marzo de 1976 cuando asume el Coronel Zárraga la Municipalidad de General Roca, quedan sin efecto todos los cargos de concejales. Luego, a medida que los concejales iban llegando, iban siendo detenidos. Detuvieron a todos los concejales peronistas. Lo recuerdo bien, porque los radicales nos iban a visitar”.

Olivera aclaró que él no se presentó en su puesto de la Municipalidad y que siguió trabajando con normalidad en la empresa frutícola. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes que un escuadrón de civiles lo fuera a buscar a él también. “Llegaron caminando. Querían llevarme caminando 15 cuadras para que toda la ciudad me viera”. Fue el capataz del galpón de empaque el que puso a disposición su auto para que los militares trasladarán a Olivera hasta la comisaría.

Durante su detención Olivera padeció violencia física. Sin embargo, Oscar Olivera reconoce que el verdadero dolor nace en las consecuencias de su detención que impactaron sobre su familia.

“El daño que produjo todo ésto es irreparable. ¡Mis secuelas están vivas aún! Perdí muchos amigos, perdí a mi familia. Yo perdí muchas cosas estando ahí adentro. Perdí a mi padre estando yo preso. Eso significó algo que no pude explicar por mucho tiempo. Nosotros éramos 12 hermanos. Una de mis hermanas, después de la muerte de mi padre, me hacía responsable de la muerte de él. Nunca lo entendí, y nunca le pregunté. Y mi hermana murió. Hace 45 días atrás viajamos con uno de mis hermanos hasta el Médano hasta la casa de mi hermana más chica. Ahí, le conté a ella que no entendía por qué nuestra hermana mayor me responsabilizaba de eso. ‘Yo te voy a contar’, me dijo ella. ‘Una madrugada vino el ejército y reventaron la casa’. ¡Pasaron 40 años! Me quedó esa impotencia. Lo entendí ahora.”

Oliva estuvo 8 meses preso en una cárcel de Fiske Menuko. La referencia a su familia es constante. El dolor y las muertes que produjo la última dictadura militar se extienden más allá de las víctimas directas, replegándose hasta el cuerpo de los familiares más cercanos. “Me duele en alma todo esto. Nosotros no hicimos nada. No matamos a nadie. Trabajamos honestamente. Venimos de la miseria. Mi padre era empleado municipal. Nos crió a los 12”.

Meli | Cuatro

La risa, el juego (perverso) y la “luna de los enamorados”

Cristina Parente ingresó al recinto desde una habitación interna que está en el lado derecho de la sala. Cuando ingresó, Cristina estaba acompañada por otra mujer, que se sentó al lado de ella y la acompañó durante toda su declaración. A Cristina se la notaba nerviosa y temerosa pero decidida, cargando una responsabilidad urgente “No me suicidé porque creí que era la única sobreviviente y alguien tenía que contar lo que había pasado”. Cristina no tardó mucho en quebrarse emocionalmente. Su relato fue breve, aunque intenso e hiriente.

“Me ataron las piernas y los brazos a una silla para que no me moviera. Me pusieron una cinta alrededor de la cabeza, me colocaron unas cosas a ambos lados de la sien y me enchufaron a 220w. A partir de ahí empecé a desmayarme. Me desataron. ‘Ahora vamos a jugar a otra cosa’, me advirtieron riéndose. Le sacaron las balas a un arma. ‘A ver si esta vez tenes suerte’. Dejaron sólo una bala, hicieron girar el tambor, me apoyaron el arma en la sien y dispararon. Lo hicieron varias veces. Yo me caía del miedo. ¡Que perversión! Me levantaban de los pelos y me metían la cabeza adentro del agua. ¡Ellos se reían! Lo peor de todo era que ellos se reían. Me subí al escritorio y me quedé ahí. Perdí la noción del tiempo. Venían de nuevo. ‘Ahora prepárate, porque hay una luna hermosa para los enamorados’, me decían”.

Las abogadas querellantes Natalia Holmazabal y Mariana Derni (representantes del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos) leen parte de los testimonios. Foto Gustavo Figueroa

Cristina Aparente se recibió en la Universidad de Comunicación Social de La Plata. Llegó a Neuquén por recomendación de sus amigos. ‘Tenía trabajo, tenía amigos, tenía futuro, tenía una profesión. ¡Fue una buena época! ¡Era feliz! Veía un futuro muy lindo hasta que llegó marzo de 1976.”

En el momento que la arrestaron en Neuquén, Cristina vivía en una pensión. Compartía habitación con una joven chilena. La persecución política e ideológica en su contra había comenzado y se mantuvo hasta el momento de la detención. Primero a Cristina la echaron de su trabajo en el área de prensa de la gobernación, después la fueron a buscar a la pensión. Cuando la detuvieron los militares le confesaron a Cristina que la detenían porque habían encontrado en su habitación papeles subversivos. Ella les juró que esos papeles no eran de ella, pero a ellos no les importó mucho. A Cristina Aparente la mantuvieron detenida. Durante ese tiempo ella pudo identificar a dos mujeres pertenecientes a la Policía Federal. “Las reconocí porque por debajo de la venda podía ver sus polleras”.

Cristina recuerda llorando y compungida el momento previo a que la liberaran. El comportamiento de uno de sus captores lo tiene presente aún incluso en su cuerpo. “Él me sentó sobre sus piernas y me empezó a manosear.” Luego a Cristina la dejaron tirada. “Estaba toda sucia. Hasta la gente de la calle se detenía a mirarme. Los milicos me advirtieron que si no me iba de Neuquén me iban a hacer boleta”.

María Goméz contiene y saluda a Cristina Aparente, luego de que ésta última diera su testimonio. Foto Gustavo Figueroa

Cristina Aparente estuvo detenida en el Centro Clandestino de Neuquén conocido como “La Escuelita”, ubicado en el Batallón de Ingenieros de Montaña. Durante su detención Cristina reconoció la dinámica que aplicaban sobre los detenidos. Por ejemplo, “cuando iban a torturar a alguien subían la música y la dejaban bien fuerte”. Fue en esas sesiones cuando Cristina pudo escuchar cómo el Sindicato de Prensa de Neuquén exigía por su liberación. “Creo que eso me salvó la vida”. La presión comunicacional que ejerció el Sindicato de Prensa, incluso en ese momento, fue relevante y decisivo. También Cristina recuerda con nitidez cuando la subieron en un camión y se la  llevaron en dirección desconocida. “Cuando llegamos a un lugar que me parece era un cuartel, dos militares comenzaron a discutir. ‘No tenemos más lugar acá’, le dijo uno al otro. ‘¿Y qué hacemos con este paquete?’, le pregunto el último. ‘¡Y tirenlo al rio!’, concluyó el primero.

El otro u otra es un paquete, una cosa, un ser tan despreciable que no merece ser reconocido como persona. La construcción de un/a otro/a terrorista, subversivo, enemigo, peligroso, no escapa a la construcción de enemigo interno que proyecta en la actualidad el Ministerio de Seguridad de la Nación sobre el Pueblo Nación Mapuche y las personas comprometidas con los despojos territoriales y la persecución étnica; más bien resulta, una continuación que –como advierte Solanas– no comienza en 1978, sino 100 años antes, como ley indispensable para la gestación del actual Estado Nacional.

La risa, el juego (perverso) y la “luna de los enamorados” como gestos despectivos y deshumanizantes ejercidos por miembros subalternos y los rangos superiores (militares) sobre víctimas indefensas (maniatadas), representan no sólo el grado de conciencia de los verdugos a la hora de cometer sus actos, sino que además evidencian la alevosía en su accionar, un accionar que disfrutaban y que hoy mantienen orgullosamente  en silencio; un silencio cómplice y lacerante que contradice contundentemente las teorías de los “dos demonios” y de la “obediencia debida”. Muchos de los acusados saben dónde fueron arrojados los cuerpos de los y las desaparecidas; cuerpos que, como Daniel Solano y Sergio Ávalos, pueden estar enterrados en cualquier punto de la mal llamada Patagonia Argentina. Conocer esos destinos resulta parte de un ciclo vital de existencia social, familiar e individual. ¡La verdad está en el pasado!