Las llamas se agarran de las vigas de roble milenario trepando por la aguja para consumirla y derribarla, y la vencen. Así se quema Notre Dame, un fragmento fundamental de la cultura de Francia y del mundo, una pérdida enorme, como pasó con el Museo de Historia Natural de Río de Janeiro hace un tiempo y así o peor han sucumbido otras miles de magníficas obras de la humanidad por terremotos, fuegos, guerras y saqueos. Miré con tristeza las imágenes como todos, sin embargo no con el esperable asombro que podría ameritar la escena. Y esto simplemente porque una destrucción cultural igual o más atroz se ha estado produciendo en Chile, desde el 11 de septiembre de 1973 y no se ha detenido porque así ha sido el pacto de cambio de formas que se acordó hace ya ¡29 años!, entre la Derecha, las FFAA y los civiles que se quedarían a administrar los intereses del Capital a cambio de un buen botín.

Nuestra cultura ha estado siendo consumida por el fuego aniquilador desde esa fecha y a pesar de todo el duro trabajo de quienes siguen sosteniéndola, la destrucción es tan profunda como lo ha sido en Notre Dame, no obstante que al igual que en su caso, las estructuras de piedra se han mantenido firmes y otorgan una luz de reconstrucción. Pero hay que trabajar tan profundamente como el daño ocasionado, o más.

Desde el inicio de toda esta barbarie destructiva Cívico-Militar urdida en las sombras por años y concretada en 1973, cuando la traición venció a la lealtad (uno de los principales pilares que estábamos construyendo a partir del fortalecimiento de la confianza entre nosotros, armando el gran colectivo de nuestro pueblo), para dar paso a la acción destructiva directa que comienza con el bombardeo al Palacio de Gobierno, a su pabellón patrio, al Presidente democrático Salvador Allende y su pequeño ejército de voluntarios, a la Democracia participativa, consolidada luego de más de 100 años de duro trabajo de organización popular, a la República levantada por el hombro de quienes estaban gobernando legítimamente luego de las elecciones de 1970, a la Patria y sus compatriotas, a la vida humana misma, al alma del País. Esa es la imagen que coronaría los años de destrucción y horror que comenzaríamos a vivir en Chile: la bandera nacional flameando entre las llamas, bombardeada por los mismos que juraron y han jurado defenderla, respetarla y honrarla.

Ese fuego iniciado por militares de todas las ramas de las Fuerzas Armadas y Policiales de Chile se esparció por el territorio arrasando nuestra identidad. La quema de libros es tal vez el icono que corona esta hoguera desatada por las fuerzas del mal, bajo las órdenes de la Oligarquía chilena y sus jefes y socios de Estados Unidos. La captura del Complejo Centro Cultural Gabriela Mistral (construido originalmente para acoger a la UNCTAD III en 1972), donde las obras creadas por artistas nacionales e internacionales de primera línea para vestir sus espacios, fueron destruidas o robadas por los ocupantes; su perímetro, explanada pública para el desarrollo del arte y la creación fue cercado por rejas y torretas de vigilancia armada; los ventanales de La Placa fueron tapiados con ladrillo, encarcelando el Casino Popular; los puños del triunfo del poder popular en las puertas fueron sometidos, la brutalidad ignorante se impone y la barbarie se asentaba en el Complejo UNCTAD III a dirigir el país. Era el comienzo del incendio que consumiría a Nuestra Dama, la Cultura. Como broche de coincidencia, el fuego será finalmente el que terminara la destrucción de este espacio del pueblo, estando aun en manos de las FFAA, en el incendio que consumió La Placa que se desploma vencida para siempre, en el año 2006. Su demolición y posterior transformación al grotesco estilo neoliberal, pusieron el sello final del sinsentido para este edificio, ícono del poder popular en el gobierno de Salvador Allende.

 

Esta ruta trazada por el Gobierno Cívico-Militar y que mantuvieran y profundizaran los posteriores gobiernos civiles que han tenido el poder desde 1990 hasta la fecha, comenzó a ser combatida tal vez desde el 12 de septiembre de 1973 (luego de superar apenas el espasmo que generó la barbarie del día anterior), por quienes asumieron que había que resistir al horror, cada uno en su propia forma y de acuerdo a sus posibilidades, pero conscientes de que debía hacerse en la unidad.

Sin embargo el sistema imperante estaba preparado. Como la organización social era el arma más peligrosa para el nuevo modelo de Estado impuesto por las armas (según el manual de Friedman), el poder se esmeró en impedirla y vigilarla, mediante bandos, decretos y la atroz acción de organismos diseñados especialmente para ello (como lo fueron entre otras, la CNI y la DINA y la ANI o La Oficina, que fue la continuidad de las anteriores en el gobierno de Aylwin). Y así sucedió desde el primer momento del Golpe. Los 44 disparos con que fue asesinado Víctor Jara luego de ser torturado sin piedad durante varios días, fue un claro mensaje de que el fuego arrasaría nuestra cultura, Nuestra Dama, hasta callarla. Anunció que sería implacable, tenaz y eficiente en borrar todo lo que pudiese sostener, en cuanto a contenido, la estructura sociocultural de Chile que se había estado construyendo en más de un siglo. Era un camino propio que, a diferencia de la Oligarquía que había gobernado hasta 1970 cuya cultura se sostenía en una imitación, muchas veces burda y grotesca, del modelo de Europa (principalmente) y de manera emergente en el modelo de Estados Unidos (este mismo por su parte y en muchos casos, con una mirada burda de su origen anglosajón), se alimentaba de una creación desde las raíces ancestrales del territorio y el continente sudamericano, pasando por la resultante de la transculturización y llegando a un constructo cultural que lograba una identidad muy poderosa, donde la lucidez respecto del estado contemporáneo (es decir de lo que estaba sucediendo, las influencias y los referentes de todo el mundo y lo que hacíamos en términos culturales en ese momento), lograba integrar los elementos necesarios para modelar algo propio y vigente, nacía la imagen del hombre nuevo (o dicho de otra forma, de la persona nueva, para no dejar dudas respecto de la lógica inclusiva actual). Por esta razón la tarea del poder instalado en la figura de la Junta Militar la cual actuaba sin lugar a dudas bajo las instrucciones emanadas desde la torre de control de la oligarquía civil, era estratégica. Había que minar los cimientos de esta construcción sociocultural. Sin embargo como en Notre Dame, ésta era de piedra.

 

No obstante la adversidad extrema reinante en el país, hubo quienes se atrevieron a sofocar las llamas o a reconstruir inmediatamente desde los escombros. Esos “resistentes” supieron cómo mantener la unidad sobre la base de la conservación de la confianza mutua. Sin más recursos comunicacionales que la palabra hablada frente a frente, el compromiso adquirido desde el profundo sentir del valor colectivo; desde el espacio o el territorio, la comunidad se mantuvo reconstruyendo y construyendo. Esa unidad y energía fue la que sostuvo la lucha de miles de organizaciones de toda índole contra la Dictadura y todo lo horrendo que ella significaba. La cultura de la resistencia y la resistencia de la cultura estaban en acción.

Agrupaciones como la Brigada Ramona Parra, Taller Sol, Agrupación Cultural Universitaria, Las Peñas y el Movimiento Canto Nuevo, publicaciones culturales como revista La Bicicleta, Pluma y Pincel y políticas como las Revistas Análisis y Cauce, Fortín Mapocho, El Siglo, Punto Final, agrupaciones de teatro como Ictus, innumerables seminarios y encuentros, las ollas comunes en las poblaciones, etcétera, muchas de ellas clandestinas inicialmente, otras directas y evidentes, valientes y perseverantes, fueron construyendo un camino de consolidación de la estructura sociocultural que habíamos logrado alcanzar en los años 70. Los contenidos que daban el sentido a los objetivos sociales que se buscaban en esa época, fueron completados con aquellos que un escenario de tiranía y horror obligaba a incorporar para poder derrocar el mal que había llegado a Chile (o que había vuelto a despertar, considerando honestamente que siempre estuvo.

El trabajo realizado por estas miles de semillas en todo el país logró consolidar la conservación de nuestros contenidos socioculturales y aportar una cantidad gigantesca de nuevos contenidos en los ámbitos organizacional, artístico, literario, poblacional, epistemológico, valórico, etc. Sin lugar a dudas, independiente de que el plan de Estados Unidos ya tenía trazado el cambio de forma de poder con la salida de Pinochet y las FFAA como la cara del gobierno, esta construcción de 17 años fue determinante para sostener la fuerza social que terminó con la Dictadura.

Lo que nunca pudo derrotar la tiranía de Pinochet y sus secuaces, fue precisamente la cultura. Pudo meter sus manos en todos los demás ámbitos de la sociedad chilena, pero fruto de la acción de resistencia cultural y de la cultura de la resistencia, le fue imposible debilitarla siquiera. El fuego estuvo encendido siempre, pero no logró consumirla. Nuestra Dama, La Cultura sobrevivió y en una vorágine de entusiasmo, en un renacer del alma libre de la mayoría indiscutible de los chilenos, comenzamos a caminar por el arcoíris prometido

Pero, ¿qué pasó después? La alegría nunca llegó. Fue una maqueta inteligentemente preparada, planificada hasta el último detalle, usufructuando de los rostros que en algún momento habían significado un referente de resistencia en diversos ámbitos, como es el caso emblemático del periodista Patricio Bañados, con el objetivo de avalar con nuestro voto, con nuestra participación, una trama igual de oscura que la que se había diseñado en Estados Unidos al asumir la Unidad Popular. Entonces para la nueva forma de poder que instaló Estados Unidos en Chile a partir de 1990 con lo que se denominó “la vuelta a la Democracia”, era fundamental completar la destrucción social del país. Con el camino trazado por este acuerdo secreto, el “nuevo poder” avanzó directamente hacia la des-culturización de las conciencias de todos nosotros, raptando los contenidos construidos, desfinanciando los proyectos culturales, bloqueando la comunicación a través de las dificultades y la des-financiación hacia muchos medios de prensa, comprando los principales y cerrando otros y deformando todo hacia una “cultura de mercado”. Ahí se reactivó el fuego y Nuestra Dama, La Cultura chilena, comenzó a arder de nuevo y hasta ahora, sin detenerse.

Entonces, ¿cómo podríamos asombrarnos de que Notre Dame arda sin reparo si hemos sido y seguimos siendo testigos de la devastación de nuestra propia Cultura en manos del Capitalismo? ¿Acaso no son dos hechos semejantes desde nuestra perspectiva e intereses?, o tal vez, ¿no sea nuestro caso una experiencia superior a la francesa ocurrida en Notre Dame? Desde mi punto de vista es indiscutiblemente superior, pues nos afecta más directamente que la pérdida de una obra de valor patrimonial de la humanidad, porque nuestra cultura rige nuestras vidas, determina nuestras relaciones y sostiene nuestros valores, todos los cuales son la fundación de nuestro pasado, presente y futuro como sociedad y por lo tanto el combustible de nuestro desarrollo. Pero aquí no me sitúo en el escenario de las meras comparaciones, pues sería absurdo y sin sentido. Lo que hago es establecer el realce de lo que debiera importarnos realmente. Sostengo en este sentido que las prioridades son otras, que la atención debe volver a nuestro territorio y a nuestra realidad, y que debemos exigir esa atención en todos los ámbitos de nuestra República. Hemos perdido la asociación entre nosotros y la República, un primer ejemplo de la eficacia del modelo de destrucción cultural.

La abulia generalizada que se alimenta de los contenidos que los medios globales de comunicación (la televisión, las redes sociales, la prensa y los mismos canales de comunicación tecnológicos que ahora tenemos) y que han sido el pilar fundamental de esta destrucción sociocultural en Chile junto con las normas y leyes que ha impuesto el modelo económico, establece un escenario complejo de abordar para la generación de cambios profundos que debemos realizar para revertir la situación.

La distorsión cultural es profunda y todo se tranza desde el mercantilismo y por lo tanto aquello que no satisfaga los requerimientos del modelo, tiene nula o poca potencia en el inconsciente colectivo, pues el foco de atención de los intereses individuales de una mayoría de la población está orientado al consumo, donde lo simple y superfluo, lo rápido, fugaz, lo fácil y tangencial se prefiere a todo aquello que signifique un mayor esfuerzo, compromiso, profundidad e involucramiento. El valor del bien colectivo se basa en la entrega personal en pos de ese valor y requiere por tanto un trabajo individual pero integrado en una comunidad que busca el mismo bien. El consumo asociado al “tener”, es la definición de la propiedad privada llevada al extremo donde el valor de la persona y del grupo de personas se establece por los objetos que posee y no por sus ideas, principios y acciones. Así se reduce la responsabilidad respecto de estos últimos y se potencia la responsabilidad respecto de la propiedad. Es más importante la responsabilidad de poseer riqueza que la responsabilidad respecto de los medios para obtenerla. El individuo social, es decir la persona, queda totalmente desdibujada, deforme en el sentido de su condición sociocultural. Finalmente terminamos aislados, sin percatarnos de los que están a nuestro lado. Cuando cada uno está aislado, todos los demás están ausentes.

Esta destrucción permanente y sistemática ha actuado en todas las dimensiones de la sociedad Chilena incluyendo a los pueblos originarios de esta tierra para los cuales y en su máximo extremo, se busca su exterminio. Es la destrucción que ha permitido al mercado, apropiarse en primer lugar del espacio público, principal componente del desarrollo cultural de la comunidad, con un modelo inmobiliario que rentabiliza cada centímetro cuadrado del territorio y lo define en su rol, reduciéndolo al máximo y encerrando todo lo que sea posible de encerrar y aprovechando de cobrar por su uso. Apropiarse también de nuestros recursos naturales que nos permitían un desarrollo sustentable a todos los habitantes del país. Le ha permitido capturar la educación en todos sus niveles y diferenciarla socioeconómicamente capturando además a los niños para llevarlos por dos caminos de desarrollo totalmente opuestos desde los primeros años de la infancia. Ya nada o muy poco es público. La transformación de la Res Pública en la Res Privada ha sido invisible y eficiente y por lo tanto dañina en extremo.

También ha penetrado como un gusano subterráneo en todas las expresiones de las artes, denominando a cada rama junto al concepto de “industria”, y ya no se habla del arte de la música o del cine, sino de la “industria musical” o la “industria del cine”, convirtiendo toda expresión de arte en un bien transable y por lo tanto administrado por “el mercado”, arrebatado de las manos del autor y distanciado de la comunidad a la que la obra está dirigida definiendo el acceso según las posibilidades económicas. El mercado es quien define lo que se hace o no se hace, desde el poder que tiene paras suministrar recursos que permitan el desarrollo del arte y la cultura, donde sólo cabe lo que es rentable y lo que no, debe lograr sus resultados con recursos propios, los que siempre son escasos o inexistentes. La poesía lucha por volar y ser leída y cantada.

Por otra parte, el modelo ha desarrollado una “industria” con contenidos fabricados de acuerdo a sus intereses para saturar la “oferta” y a la audiencia y contribuir al debilitamiento de la conciencia crítica y analítica de la sociedad con una propuesta superflua y común, plana y primaria. Podemos volver a mencionar como ejemplo de esto, lo que se terminó llamando “El GAM”, que fue la propuesta de “continuidad” o “remodelación” del complejo UNCTAD III luego del incendio, y que Allende destinara al pueblo como “Centro Cultural Gabriela Mistral”. En una decisión insolente, Gabriela Mistral, nuestro primer Premio Nobel de Literatura pasa a ser reducida a una sigla, como una empresa más del Capitalismo, ¿acaso un centro cultural de Pablo Neruda podría llamarse PAN? Considerando nuestra experiencia en este ejemplo, tendremos que rogar para que la reconstrucción de Notre Dame no quede en manos de capitalistas.

Otro ejemplo tanto o más severo que el del GAM, es el Reggaetón, creación “artística” cuyo principal contenido está en torno al maltrato a la mujer, la humillación, el sexismo, la violencia, la discriminación y el abuso verbal (y por tanto real), que construye una forma de relación social definitivamente destructiva. Una industria “musical” que sin importar su origen y dispersión en el continente, por sus características y nocividad proviene de un modelo Capitalista y está a su servicio, enajenando las mentes de todos (sobran los videos de personas bailando Reggaetón desde los 2 años en adelante, por eso digo “todos”). Así ha sido su explosiva expansión en todos los países del continente y en muchos otros, como una plaga nauseabunda. Sustentando esto, hace poco apareció en el diario La Tercera, perteneciente a la Derecha Capitalista, una noticia de que la tienda RecoMúsica (tienda de música y cine que la Municipalidad de Recoleta inauguró hace poco en su plan de puntos de venta de precio justo, como la librería Recoletras), estaba contra en Reggaetón, en una clara maniobra de utilización política de una decisión cultural, que el equipo del alcalde Daniel Jadue con José Antonio Sabat a la cabeza de la tienda, ¡Gran iniciativa sociocultural por lo demás!, tomó sabiamente al definir su línea cultural, como corresponde a cualquier iniciativa de este tipo y con una argumentación muy sólida que confirma la urgencia de reconstruir nuestra cultura de manera coherente y consecuente con lo que sabemos que podemos y queremos ser. ¿Quién más interesado en defender un “arte” que se basa en la violencia, que un medio de Derecha como la Tercera? El Capitalismo requiere de la violencia en todos los ámbitos, les faltaba la cultura y lo lograron. La cultura que produce la Derecha Capitalista debiera ser comercializada con advertencias como los cigarrillos, pero que en este caso el daño es a la salud mental de los chilenos.

La capacidad de asombro es fundamental y esta situación debe asombrarnos y motivarnos a actuar lo antes posible. La unidad que necesitamos volver a construir y consolidar en torno al bien colectivo, requiere que recuperemos los contenidos que nos han hecho tocar la libertad y la independencia en el pasado, pues como especie hemos llegado hasta hoy gracias a que trabajamos unidos por nuestro propio desarrollo, y como chilenos, después de un duro y muchas veces trágico camino de más de 100 años, con el liderazgo de miles de dirigentes sociales que con la palabra de la paz y la armonía social, lograron construir una vida más digna para todos con la ruta que marcó Salvador Allende, aunque haya sido boicoteada y destruida, lo lograron. Por lo tanto, siempre hemos sabido cómo hacerlo, y sin unidad no podremos.

Nuestra Cultura es la que contiene todos los elementos para saber el camino a seguir y la estrategia del capitalismo es cada vez más sofisticada y profunda. La fuerza de nuestro conocimiento ancestral es la que nos da la clave, volvamos a reconocer la sabiduría de nuestras acciones anteriores. Volvamos a escuchar las voces de quienes nos anteceden, revisemos las páginas de nuestra historia y dejemos de lado los paradigmas recibidos contra nuestra voluntad. Si dejamos de saber por qué, de dónde y para qué hacemos lo que hacemos, allanamos el camino para los paradigmas y así el modelo cada tanto nos impone otros nuevos. Cuando una sociedad se inunda de paradigmas, es una sociedad programada y así, está perdida. Así las cosas, la República no puede ser fundada en el living de la casa, en un centro comercial o un bar y por lo tanto si no volvemos a trabajar unidos, es más difícil, por no decir imposible, que podamos refundarla.

Nuestra Dama, Nuestra Cultura, se consume en las llamas de una hoguera encendida hace 46 años y es urgente rescatar nuestra esencia. La memoria está siendo socavada y el trabajo de recuperación es de cada uno de nosotros. Transmitamos los contenidos unos a otros, a la antigua, al calor de la palabra y en el texto escrito, lejos del mundo virtual que no existe, volvamos al objeto, mirándonos a la cara, recuperando la confianza y estableciendo nuevamente el compromiso. Volvamos a sentirnos cerca.

 Osvaldo Rodríguez Zúñiga

Realizador Documentales: «ACU, recuperando el sueño», año 2016    «El corazón de un militante», año 2018 
http://www.orzcinema.cl