por Javier Tolcachier

El G20 es hoy una reunión que representa políticamente al interés de las grandes corporaciones y las finanzas globales. Es decir, lo que le sirve a los negocios del capital y de ninguna manera tiene en cuenta el bienestar de los pueblos que habitamos la tierra. Las pequeñas o grandes diferencias que pueda haber en él no modifica en nada el marco de deliberación.

A esto se agrega que el G20 es antidemocrático, no sólo por el espíritu que anima a la mayor parte de sus miembros sino porque no respeta la arquitectura multilateral mundial compuesta por más de 200 países soberanos y diferentes bloques de interés regional aunque en esta oportunidad hayan sido invitados, como convidados de piedra, representantes de la Unión Africana, la ASEAN o el CARICOM.

El G20 es generador de violencia inaudita, agrupa prácticamente al 100% de los fabricantes de armas y a los principales promotores de la guerra.

Es en este contexto, de ilegitimidad plutocrática, que debe leerse lo ocurrido en Buenos Aires el 30 de Noviembre y el 1 de Diciembre.

En relación al trasfondo de guerra comercial declarada por EEUU a China – una muestra más del matonaje de Trump – la disyuntiva Libre Comercio versus Proteccionismo es una falsa disyuntiva, no debería ser el centro de nuestra preocupación ni de nuestras propias deliberaciones.

El «libre comercio» no existe. Es una guerra permanente por prebendas, es un comercio de servicios que se prestan a mercados cautivos, es una puja de poderes concentrados que destruyen toda posibilidad de real competencia desde los países en desarrollo.

El libre comercio es un mercado zoológico donde sólo sobreviven los más crueles, un mercado de esclavos donde el trabajo, verdadero creador de valor, es reducido a variable de ajuste.

Un tema que nos afecta y profundamente, es la decisión irracional y unilateral del actual gobierno estadounidense de desconocer el cambio climático y las consecuencias del abuso de combustibles fósiles para la atmósfera y la depredación medioambiental en general.

Depredación capitalista cuyo motor es la avaricia y cuyo daño colateral son la miseria, la desertificación, el derretimiento de los polos, la hambruna, las inundaciones, en suma el sufrimiento de millones de personas, condenadas a migrar o a morir. Depredación de la que también son parte China, Arabia Saudita, Rusia, Alemania, Francia, el FMI y otros jerarquizados integrantes de ese club.

El G20 y su «paper» 

A contrario de lo que quiso mostrar el gobierno argentino con su desmedido protagonismo, en el que confundió hospitalidad con adulación cortesana, los intereses de América Latina y el Caribe estuvieron ausentes de la Cumbre.

Dos de los tres países latinoamericanos participantes, México y Brasil, enviaron a presidentes que en un día y un mes respectivamente, dejan de serlo. Presidentes además ilegítimos, impopulares y antipopulares. El gobierno argentino, preocupado por la seguridad y la mirada internacional, escondió la pobreza, el ajuste y el cinismo tras los gruesos cortinados del Teatro Colón y detrás de un muro policial feroz dispuesto a reprimir ante la menor señal de desacato público.

No tienen ninguna importancia los desatinos en el protocolo que circularon por las redes, tampoco si alguno saludó a otro no, es una pérdida de tiempo perderse en esas secundariedades. Mucho más interesante es señalar la mentira que escenificaron los medios cartelizados con una cobertura pomposa, al estilo de las bodas monárquicas, con la que promovió el supuesto éxito del cónclave, estrategia funcional a la muy devaluada imagen de Macri.

Lo «consensuado» entre los socios mayores y sus padrinos transnacionales y  asentado en el documento final, se centra en los siguientes puntos, que comentamos  a continuación:

La adaptabilidad a un nuevo mundo de trabajo, digital, tecnológico, que implica la precarización laboral de aquellos que no logren adaptarse en el corto plazo.

Se promueve el valor del emprendedurismo, es decir la competencia salvaje del todos contra todos, encubierta en los neones de la innovación.

El desarrollo de infraestructura para el desarrollo anuncia megaproyectos cuyo diseño tendrá severo impacto ambiental y serán negocios para grandes corporaciones.

Otro punto es el de la Alimentación sustentable, que no indica de que modo superarán el hambre los mil millones de hambrientos al día de hoy, y pone la alfombra roja a la expansión del agronegocio tecnificado y a gran escala. En nuestros países, con una matriz dependientes de la exportación de productos primarios, esto significa ampliación del cultivo especulativo, deforestación, privatización de extensiones de tierra y expulsión o explotación del campesinado remanente. Además de ello, persecución a líderes sociales que intenten resistir. Es decir, una nueva oleada de migración hacia las periferias de las grandes ciudades y hacia el exterior.

La posición sobre el tema migratorio, crucial en el momento actual, fue postergada para próximas reuniones.

Por último, se incluyó a último momento una agenda de género, que aunque habla de la necesidad de combatir la discriminación y explotación de mujeres y niñas, destaca finalmente el papel de las mujeres empresarias y emprendedoras como modelo a seguir.

Dos frases casi imperceptibles en el texto muestran la visión de esta Cumbre, frases que parecen irrelevantes pero señalan la crudeza del ajuste futuro. Indica el documento: “Garantizar que la deuda pública se mantenga en un camino sustentable.” Punto seguido y sigue: “la continua implementación de reformas estructurales que mejoren nuestro potencial de crecimiento”. Traducido en palabras simples: que la banca pueda cobrar los intereses de deuda puntualmente y achicar el gasto social de salud, educación, vivienda, jubilaciones, cultura al mínimo imprescindible para evitar una explosión social.

Por si fuera poco, el texto defiende «políticas fiscales favorables al crecimiento» (o sea la conocida extorsión de «bajos impuestos o fuga») y el fortalecimiento del Fondo Monetario Internacional. Todo entre buenos amigos, Lagarde presente.

La conclusión sobre lo ocurrido en este nuevo capítulo de hipocresía transnacional, es que este G20 fracasó una vez más en concertar un recorrido útil a los pueblos.

Lejos de constituir un real acuerdo, el documento pretendió esconder la discordia incluyendo posiciones encontradas, mostrando en definitiva lo que el G20 representa, un “sálvese quien pueda” del caos global.

Caos que empeorará severamente, de no mediar una redistribución global y generalizada del poder de las cúpulas económicas y políticas hacia la base social.