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Porque “apresaron” a Pamela Jiles. La enjuiciaron y la castigaron a pagar una suma por su acción. Le pusieron un precio contante y sonante a su camino por la sala. Los diputados de la Nueva Mayoría (y de manera mucho más extrema) del Frente Amplio que votaron por el castigo (sanción lo llaman) mostraron una forma de domesticación asombrosa. Optaron, desde mi perspectiva, por un innecesario servilismo a los estatutos. Más allá de los actuales arrepentimientos, la errada votación de estos personaros fue, a mi juicio, demasiado parlante y será, cómo no, inolvidable.

Cuando ya se cumplen 45 años del golpe de Estado me parece necesario revisitar el presente. Examinar un hecho que es lateral y la vez central. Un día. Unos minutos. Un gesto.  El diputado Ignacio Urrutia habita el Congreso Nacional  de la República como memoria activa de los desmanes irreparables cometidos durante la dictadura chilena.  Pero, su figura no remite solo al  pasado sino muestra en el presente un tipo de violencia peligrosa, latente, destructiva. Una violencia institucionalizada por su condición de Diputado de la República, elegido democráticamente. Pienso que hay que leer a este “representante” y a sus representados para entender una cierta fragilidad que porta el “Nunca Más”, donde Urrutia encarna la punta de un iceberg que permanece ensimismado en un afán absorto y aniquilador.

Pienso que Ignacio Urrutia, sentado en la sala del Congreso, cuando se refirió a  los presos políticos como “terroristas con  aguinaldo”, abarcó mucho más. Fue una declaración que justificó cada una de las vulneraciones de los derechos humanos sintetizada en su frase mortífera. Puso de manifiesto, a su vez, que no consideraba reparación alguna (pienso en términos simbólicos no económicos ) para la ciudadanía antidictatorial. Pienso que su mente está plagada de “enemigos a muerte”.

En ese sentido, cuando la diputada Pamela Jiles, cruzó el hemiciclo para encarar al diputado, mostró de manera crucial que se había vulnerado un límite. O que todo tenía un límite. Que había expresiones que eran insoportables, que constituían una tortura. Porque el diputado Urrutia con sus palabras afrentó la memoria y repuso la tortura síquica en el presente.

El minuto en que Pamela Jiles, se levantó de su (cómodo) asiento y se dirigió hacia el extremo opuesto de la sala, marcó un punto de inflexión. Realizó un gesto auténtico, irreprimible, necesario. Dejó atrás la farándula, los peluches, el divismo, la abuelidad. Reapareció la fuerza política que porta y demostró precisamente que había sucedido en esa sala y ante ella, algo insoportable. Como insoportable (torturador) resultó para millones de nosotros conocer las palabras del diputado Urrutia. Nadie la acompañó, la siguió o la aplaudió.  Fue un acto solitario.

Efectivamente el gran riesgo de la institucionalización parlamentaria, como diría Michel Foucault, es la docilidad, el convertir a la política en una simple burocracia o en un tipo de escalera para acumular poder sin más horizonte que el poder mismo. En cierto modo esa política institucionalizada afecta el aura de sus participantes. Los vuelve estadistas, negociadores, artífices de acuerdos. Pero también los vuelven transparentes. Y se puede establecer una analítica en torno los comportamientos políticos y se lee,  con una extrema facilidad, cómo administran y cursan el personaje que quieren representar ante la ciudadanía.

En ese sentido, parte de los votos de la comisión de ética, resultan incomprensibles. Resultan, hay que decirlo, agresivos. Porque “apresaron” a Pamela Jiles. La enjuiciaron y la castigaron a pagar una suma por su acción. Le pusieron un precio contante y sonante a su camino por la sala. Los diputados de la Nueva Mayoría (y de manera mucho más extrema) del Frente Amplio que votaron por el castigo (sanción lo llaman) mostraron una forma de domesticación asombrosa. Optaron, desde mi perspectiva, por un innecesario servilismo a los estatutos. Más allá de los actuales arrepentimientos, la errada votación de estos personaros fue, a mi juicio,  demasiado parlante y será, cómo no, inolvidable.

Y en otro registro, desde la importante actualidad del feminismo, me parece pertinente abrir un escenario hipotético, imposible de dilucidar. Y en ese escenario me pregunto qué  habría pasado si  hubiese sido un diputado del Frente amplio, uno de los “barones” así con “b”, el que se hubiese levantado de su (cómodo) asiento, hubiese atravesado la sala y hubiese increpado al diputado Urrutia por sus feroces y dañinas palabras. ¿Cómo habrían votado esa sanción a uno de su “barones” al menos los representantes del Frente Amplio? Aunque hipotética, no parece demasiado difícil presagiar una respuesta.