Entre la decisión del Gobierno de impugnar los estatutos del sindicato de trabajadoras sexuales OTRAS y el debate social generado, hablamos con varias mujeres que ejercen o han ejercido la prostitución para preguntarles su opinión.

«Nosotras decimos que esto es trabajo para no sentirnos marginadas pero en realidad no es un trabajo», dice Susi, de 42 años.

«Vivimos en un sistema capitalista donde estás obligado a trabajar para tener que comer. Pues yo decido con qué parte de mi cuerpo obtengo más rentabilidad», defiende Janet, de 58 años.

«Aunque se legalizara, no creo que esto sea un trabajo. Prácticamente tienes que ser una máquina, psicológicamente es muy duro», señala María, de 31 años.

Por Ana Requena Aguilar, Pau Rodríguez, Javier Ramajo y Alejandro López para eldiario.es

El registro del sindicato de trabajadoras sexuales OTRAS ha vuelto a poner la prostitución en el foco. Entre la decisión del Gobierno de impugnar sus estatutos -y de cesar a la Directora General de Trabajo, que los firmó- y el debate social generado, hablamos con varias mujeres que ejercen o han ejercido la prostitución para preguntarles su opinión sobre el sindicato, pero también su posición sobre la abolición o la regularización.

Susi, 42 años

Susi es el nombre falso de esta mujer brasileña que ha ejercido la prostitución en España durante diez años. Hace cuatro, consiguió dejarlo. «Vine a España y contraje una deuda. No fui víctima de trata exactamente, o al menos no como otras compañeras, pero sí fui explotada. Se quedaban con el 50% de lo que ganaba. Una vez pagas la deuda, está el problema de los papeles. Yo tenía miedo, no sabía el idioma…», relata. Susi, que es transgénero, invirtió sus pequeños ahorros en un curso de peluquería para «conseguir salir». Con ayuda de una asociación y de los recursos municipales de Madrid, abandonó la prostitución y ahora trabaja como administrativa.

«Nosotras decimos que esto es trabajo para no sentirnos marginadas pero en realidad no es un trabajo. La mayoría de las prostitutas nunca consigue salir. Incluso en los países donde está regulada, las prostitutas no se jubilan. El sistema está hecho para que lo seas mientras sirves, mientras estás bien físicamente, joven y guapa. Cuando no, te mandan a la calle. Un trabajo es algo que te llena, no que te vacía», dice con rotundidad.

Susi defiende que las relaciones sexuales deberían ser «un intercambio de sensaciones, de sentimientos entre las personas». «La prostitución mata a muchas chicas. Hay relaciones sexuales que son como una violación y que aceptas por el dinero. Esto es degradante, la persona que recibe el dinero tiene que callar y someterse porque lo necesita. Muchas mujeres para no pensar beben o usan sustancias, si no, se hace insoportable».

Durante un tiempo, vio con buenos ojos la idea de sindicarse, «porque las mujeres que ejercen  por necesidad también deberían poder darse de alta en la Seguridad Social y tener derechos futuros». Pero su posición ha cambiado: «¿Quién haría las propuestas de trabajo? Los que se iban a beneficiar son los proxenetas y los clientes, no las mujeres. Ya hay modelos europeos donde regulan y hay muchos problemas con todo esto. Por ejemplo, aunque las mujeres tienen contratos, no les alquilan pisos porque la sociedad las rechaza». «Cuando estaba en el piso con mi maleta, yo soñaba con dejar la prostitución. ¿Por qué no ofrecen cursos a estas mujeres? La mayoría quiere salir de ahí», concluye.

Janet, 58 años

Janet, de 58 años, lleva tres décadas ejerciendo la prostitución en el Raval. Cuando empezó, pensó hacerlo poco tiempo, «pero al cabo de dos meses ya tenía el dinero que necesitaba y continué». Se sacaba muchísimo más dinero que dedicándose a la limpieza, asegura, algo que le permitió pagar carreras universitarias a sus hijos. A su edad, ingresa alrededor de 1.000 euros al mes con clientes «viejos».

Ella es una de las cerca de 20 trabajadoras sexuales, algunas de ellas del colectivo Putas Indignadas, muy presente en el barrio del Raval, que en julio se afiliaron al sindicato Intersindical Alternativa de Catalunya (IAC). Su objetivo inicial, explica, es denunciar la falta de derechos en el ejercicio del trabajo sexual y sobre todo «acabar con la criminalización», que atribuyen principalmente a la ordenanza de civismo (que aprobó el Gobierno del PSC en 2006), que prohíbe ejercer la prostitución en la calle.

Aparte de la ordenanza, no se quieren pronunciar sobre una eventual regularización de la profesión. «Estamos en reuniones en IAC para ver cuál puede ser la incidencia a nivel laboral, pero de momento luchamos por la despenalización», explica. «Creemos que para regularlo tendríamos que sentarnos políticos, técnicos y trabajadoras y buscar un punto de encuentro».

Janet, que acude a la entrevista con dos compañeras de Putas Indignadas, Ana y Aura, acusa a los sectores del feminismo contrarios a la prostitución de ser «elitistas» y estar lejos la realidad de muchas mujeres. «Vivimos en un sistema capitalista donde estás obligado a trabajar para tener que comer. Pues yo decido con qué parte de mi cuerpo obtengo más rentabilidad. Sin estudios no puedo usar la cabeza, con el cuerpo gano 700 euros [de limpiadora], y con el sexo muchísimo más», resume.

«No todas las prostitutas son prisioneras y víctimas de trata», reivindica Janet, que detalla que ella y sus compañeras trabajan en pisos alquilados en los que asumen gastos de forma compartida

María José Barrera, 44 años

Lleva ejerciendo la prostitución durante unos diez años, en pisos y en prostíbulos, siempre para terceros. Es una de las fundadoras del Colectivo de Prostitutas de Sevilla (CPS) y aboga principalmente por mejorar la situación de las prostitutas. Ni regularización ni abolición, sino herramientas para proteger sus derechos. A su juicio, no hay alternativa para las putas ni la ha habido en cuarenta años de democracia.

«Las herramientas para defender nuestros derechos nos la tienen que proporcionar las administraciones pero no lo hacen. Nosotras estamos creando nuestras propias herramientas porque las necesitamos y los sindicatos no han hecho nada. No tenemos derecho como nada. A nosotras nadie nos protege de los abusos que estamos recibiendo, de las ordenanzas de los ayuntamientos que nos persiguen. Queremos herramientas para compañeras que no son tan privilegiadas como las que han montado el sindicato”.

¿Regular?, ¿abolir? «Lo que está pasando es que las putas nos hemos cansado de vivir la realidad en la que estamos viviendo. Los ideales están muy bien, pero son ideales. No queremos esperar otros cuarenta años esperando ideales, porque llevamos todo ese tiempo para que nos ofrezcan alternativa laboral. Hay mujeres que lo están pasando fatal, hay otras que viven la prostitución como la única alternativa, que lo quieren dejar, y hay otras mujeres que la viven como una profesión, pero no hay alternativa para ninguna. Lo queremos son herramientas para que, tanto unas como otras, puedan defenderse”.

“Nosotras no queremos la regularización de la prostitución, ni tampoco la abolición. Queremos un reconocimiento de nuestros derechos. Está comprobado que la regularización al único que beneficia es al empresariado, por eso la defiende Ciudadanos. Tener a este partido apoyándonos no es ningún apoyo, porque no está pensando en los derechos de las mujeres, sino en el PIB que generamos y en el empresario”.

Barrera denuncia que muy pocas mujeres han recibido asilo político por denunciar a proxenetas. «No tenemos protección ni siquiera por denunciar. Nuestra lucha es por todas las mujeres que ejercen la prostitución, no solo las privilegiadas. Ojalá muchas mujeres no se vieran avocadas a ejercerla. Hablamos de abolición pero, ¿qué vamos a hacer con las 500.000 putas que hay en España según las estadísticas?, ¿las van a mandar a los servicios sociales con las que ya hay?».

Beyoncé, 32 años

Beyoncé habla pausadamente. En su semblante de rasgos finos se adivina la marca cansada de quien dedica las noches al trabajo. «Porque somos trabajadoras, trabajadoras sexuales», declara esta ecuatoriana de 32 años. Ni a ella ni a «las chicas de mi acera», como ella misma denomina al resto de mujeres con las que comparte espacio en el distrito de Villaverde, les es ajeno el debate generado. «Claro que lo hablamos entre nosotras y estamos a favor. Ojalá se consiga, estamos necesitadas de un apoyo, algo que nos permita exigir…», comenta.

La relación entre ella y sus compañeras está marcada por una armonía alejada del tópico de la lucha por el territorio. «Entre nosotras siempre nos apoyamos. Si llega una chica nueva se le explica la relación de servicios y precios, dónde puede ir a ocuparse de los clientes, o con la ropa… que no vayan desnudas, por razones de convivencia con los vecinos», cuenta. «Sindicarnos nos podría ayudar a liberarnos del estigma social que sufrimos y reclamar derechos que nos son necesarios como ciudadanas», valora. La ausencia de mecanismos para reclamar derechos laborales le obliga a interrogarse sobre algo más que sus problemas cotidianos. «Podríamos cotizar, tener acceso a una pensión, al paro, a tener bajas por enfermedad… lo que cualquier otro trabajador», enumera Beyoncé.

Llegó a Madrid junto a su familia a los 14 años. «Comencé con 18 o 19 años, no lo tengo claro, para conseguir independencia económica. Empecé un curso en una escuela de peluquería, para perfeccionar la técnica. Estuve seis meses trabajando sin estar dada de alta en la Seguridad Social. Tampoco me pagaban. Cuando terminó el curso no me hicieron contrato. Después de haberme explotado me pusieron en la calle».

Fue entonces cuando comenzó a ejercer la prostitución, a través de una amiga. Aunque casi toda su actividad la ha desarrollado en las proximidades de polígonos industriales también tiene experiencia en pisos donde recibía a clientes junto a otras chicas: «Hay una madame que te dice qué tienes que hacer, cómo, cuánto tienes que cobrar y te exige un reparto del 50% o 60% de lo que cobras por tus servicios. Sin un sindicato se pierde la posibilidad de negociar, incluso en lo que no te puedes negar a hacer porque el cliente lo espera… Trabajando en la calle tú eliges tu trabajo, cómo lo haces, lo que pactas y acuerdas con el cliente es cosa tuya. No me desvisto hasta que tengo el dinero en la mano. El mayor riesgo al que nos enfrentamos son chavales que tiran piedras desde el coche. Nunca me ha agredido un cliente. En la mayoría de los casos, el putero va y va nervioso. Muchos son primerizos. Tú eres la profesional y ellos se entregan», relata Beyoncé.

Cuando se le plantea la abolición, la expresión de agravio y cólera mezcladas que aflora en su rostro anticipa su respuesta: «Abolir no. Soy una trabajadora del sexo, libremente y por decisión propia, y así muchas de mi alrededor», manifiesta. En su percepción de las situaciones de explotación hay cierto escepticismo: «Pasan, pero no son las cantidades ni las situaciones que cuentan los medios de comunicación. Hay que normalizar. Somos trabajadoras, somos clase obrera, con un trabajo como cualquier otro, pero sin derechos. La gente que habla de explotación lo ve desde el otro lado del trabajo sexual. Yo lo veo como puta. Nuestra percepción es otra y siempre falta esta, porque no hay putas en los debates. Sindicarnos nos daría nuestra propia voz», zanja antes de terminar.

María, 31 años

Es de Rumanía y María no es su nombre real. Hace solo tres meses que dejó atrás ochos años dedicados a la prostitución. «Aunque se legalizara, no creo que esto sea un trabajo. Prácticamente tienes que ser una máquina, psicológicamente es muy duro. Sin hablar de lo que haces, que también lo es», señala.

Para María, la mejor opción es abolirla: «Hay que dar alternativas a las chicas, ayudarlas, ofrecerles trabajos, formación. Lo de los papeles es un problema muy grande, muchas no tenemos. En mi caso por ejemplo he salido porque me ha ayudado la Fundación Cruz Blanca».

Esta mujer conoce dos caras de la prostitución. Cuando comenzó, lo hizo a cargo de alguien. «Fue la persona que me trajo a España. Cuando llegamos, esa persona no fue agresiva, pero me quitaba todo el dinero que ganaba». Volvió a Rumanía y, meses más tarde, decidió regresar a España para ejercer la prostitución por su cuenta. «Lo hice para mantener a mi hija. Ya por cuenta propia podía manejar mis horarios y todo el dinero era para mí. Claro que hay mujeres que hacen dinero. También conocí a muchas que estaban obligadas. Sea como sea, aunque eso se legalizara, algo más habría ahí detrás. Mentalmente es difícil estar mucho tiempo ahí. Los hombres te hablan mal, estás todo el rato tensa, pensando en si pasa algo. Yo no digo que todas quieran salir, pero muchas sí, aunque ahora no pueden».

Wallada, 45 años

Bajo este nombre, esta mujer lleva años ejerciendo la prostitución. Antes, en clubes; ahora, por cuenta propia y combinándolo con otros trabajos. Wallada defiende la sindicación de las prostitutas: «Lo veo útil. Somos trabajadoras en locales y clubes que están legalizados y con patronos que están asociados legalmente. No entiendo este escándalo porque nosotras queramos organizarnos y defender nuestros derechos frente a estos empresarios que nos explotan».

Wallada critica la «hipocresía social» y el «nivel de violencia» contra las prostitutas y contra «quienes defiende que debemos tener derechos». Para ella, la abolición «es una utopía». «No entiendo cómo pueden decir que a mí los clientes me violan. A mí no me violen. Mi cuerpo y mi sexualidad son míos. ¿Qué argumentos ha dado el feminismo para apoyar el aborto? Que el cuerpo es nuestro. Es nuestro para abortar y por qué no para follar con o sin deseo. ¿O es que las amas de casa siempre follan con deseo?», lanza.

Conoce de cerca el abolicionismo, algunas de sus amigas lo defienden. Wallada no comparte sus argumentos y responde a algunos de ellos. «Cuando dicen que si es lo que quieres para tu hija pues yo lo que quiero es que me hija decida ella misma en este mundo y que decida lo que decida esté respaldada por derechos», dice. Sobre si la regularización tendría efectos para la igualdad y para todas las mujeres, Wallada se muestra escéptica. «No te lo ofrecerían en una oficia de empleo. Allí te ofrecen los puestos relacionados con el perfil que tú has dado. Yo entiendo el patriarcado como un sistema que no nos da derechos a las mujeres», añade.

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