«Giulio es uno de nosotros». El presidente egipcio al-Sisi era realmente el último hombre con derecho a decir esta frase. Al contrario, ni siquiera la última. Acaba de salir de la clasificación.

Esa sentencia podría haber sido pronunciada por los sobrevivientes de las desapariciones forzadas y la tortura, el «Giulio» y la «Giulia» de Egipto. Las madres, los padres, los maridos, las esposas, las hermanas, los hermanos, los amigos y amigas de aquellos que no sobrevivieron a las desapariciones forzadas y a la tortura podrían haberlo dicho.

Y en cambio, el 29 de agosto -según lo que le dijo a la prensa el Viceprimer Ministro Di Maio con la expresión, desgraciadamente, de alguien que dio la idea de creer realmente en ella-, lo dijo el mismo hombre que preside y supervisa un sistema represivo cada vez más feroz. Aquel sistema que hace 31 meses secuestró, hizo desaparecer, torturó y asesinó a Giulio Regeni.

Esas palabras son ofensivas e inaceptables. Sin embargo, el Presidente al-Sisi pudo pronunciarlas a fuerza de haber sido embriagado, homenajeado y reverenciado por tres gobiernos italianos consecutivos.