El Monumento a Rafael Casanova es una escultura que rememora el último consejero de Barcelona. El conjunto monumental está situado actualmente en el cruce de la Ronda de San Pedro con las calles de Ali Bei y de Girona, en la ciudad de Barcelona. Es obra del escultor Rossend Nobas, y se creó en 1888.

Por Enric Feliu.-

No soy independentista, pero exijo la liberación de los políticos catalanes encarcelados.

No soy independentista, pero Catalunya será lo que democrática y libremente decida la gente.

No soy independentista, pero el 11 de septiembre es mi Fiesta Nacional.

He vivido la mayor parte de mi vida a medio camino entre la estatua de Rafael Casanova y el “Fossar de les Moreres”. Ha habido veces en las que he ido a hacer la ofrenda foral a la estatua como acompañante de entidades, y otras en las que he ido quedándome detrás de la valla para ver como los políticos hacían la ofrenda y unos eran aplaudidos y otros eran silbados e incluso insultados. Por cierto, por seguridad, cada año la valla está más alejada. Un año ayudé a los “castellers” de un barrio de Barcelona a hacer un pilar en el “Fossar” y he contemplado con cierta curiosidad como diferentes sectores independentistas se abroncaban entre ellos. Pero desde el año de la “via catalana” ya no me he sentido cómodo. Me he encontrado mejor en el acto matinal en el que se recuerda a Salvador Allende. La idea mantra de que con la independencia se resolverán todos los problemas nunca me ha convencido.

Creo que Catalunya es una nación, y no porque nos podamos remontar a no se sabe qué siglo o qué rey, o por un tema cultural o de idioma. Estos son elementos que pueden ayudar a conformar una nación, pero lo imprescindible y necesario es la voluntad de la gente. Y la gente lo reconoce mayoritariamente así. Otra cuestión es cómo se materializa políticamente esta nación, y también qué nación visualiza cada cual desde su punto de vista subjetivo. La experiencia de aquel que vive en un barrio de Barcelona como Gràcia, no es la misma que la de aquel que lo hace en un barrio de Badalona como la Salud o Llefià. O de quien vive en un pueblo del Baix Penedès. La realidad catalana es diversa y muchas veces contradictoria. El actual punto débil del independentismo es que podemos discutir si este está alrededor del 50%, punto arriba o punto abajo, pero lo que es incuestionable es que a pesar de los esfuerzos, unos bienintencionados y otros paternalistas, el independentismo en una ciudad como Santa Coloma de Gramenet, por ejemplo, no supera el 25% del electorado.

Ignorar esta realidad es casi tan grave como ignorar que hay un independentismo sociológico de la mitad de la población catalana.

Los resultados de las elecciones del 21 de diciembre de 2017 eran más que previsibles. La gran sorpresa fue el apoyo a Puigdemont con “Junts per Catalunya”, gracias a una impresentable gestión de los políticos españoles en general y a las decisiones erróneas de algunas fuerzas políticas catalanas.

Si no reconocemos uno y otro hecho es imposible avanzar. Sin el respeto a la dignidad de las personas diversas y a su derecho democrático a pensar y sentirse diferente no podremos intentar encontrar una solución en nuestra realidad. Y no se podrá intentar con gente encarcelada injustamente. Cuando arbitrariamente se abusa del Código Penal, interpretándolo más por criterios “adrenalíticos” y de “testiculina” que no jurídicos, esta sociedad va mal. En la Facultad de Derecho se decía “buen abogado es aquel que no va nunca a juicio”. Se les pasó por alto. A buen seguro, y cómo está sucediendo con la torpe internacionalización de la instrucción del caso, el tema se acabará enderezando, pero esto será lento. Y la lentitud es sinónimo de injusticia cuando se está en prisión.

Pero ellos no han sido los únicos. Los últimos años hemos visto una represión generalizada de movimientos sociales y sindicales. Sindicalistas, activistas, titiriteros, músicos… han ido más veces a juicio que algunos banqueros estafadores. Esta ha sido la respuesta del sistema a la exigencia de justicia social.

Quiero reivindicar mi Diada nacional. Lo que soy. Pero también lo que quiero ser y lo que espero. Una sociedad más justa y democrática. Que los derechos no sean declaraciones retóricas escritas en un papel, ya se escriban en catalán, en castellano o en inglés. Y asumir los nuevos retos que ya están aquí y que inevitablemente tendremos que encarar, a pesar de que no queramos hablar de ellos hasta que sea demasiado tarde. Igual en 2040 no discutiremos sobre que somos sino sobre si podemos ser como seres humanos.