Los momentos históricos son como una suerte de grandes naves dentro de las cuales viajamos sin a veces siquiera darnos cuenta. Llevan una dirección determinante que resulta ilusorio tratar de modificar desde dentro de los pequeños compartimentos en los que nos encontramos. Hace falta un impulso contundente, a menudo un shock externo, un desgaste irreversible, en otras oportunidades se requiere la construcción de una enorme convergencia de los distintos actores, la irrupción de nuevas creencias y de una mística movilizadora, para que pueda tomar la fuerza suficiente y lograr que la época cambie de rumbo.

Lo habitual es que se imponga la forma, los valores, las aspiraciones, las banderas y los temas que están en boga y se logran percibir desde el horizonte epocal.

Así, en un mundo señado por el poder del dinero, por la discriminación, la violencia y la marginalidad, en el que una enorme distancia separa las oportunidades de las grandes mayorías mientras se privilegia cada vez a elites más estrechas, un mundo gobernado por líderes casi grotescos y apoyados por las derechas más cavernarias, no es de sorprenderse que en un pequeño país latinoamericano, poco sintonizado con respecto a las tendencias mundiales, en las elecciones de hoy Chile haya querido ponerse al mismo tono del resto del Continente, eligiendo para su inmediato futuro a un gobernante que resulta ser de los mejores amigos de Macri, de Temer, seguramente también de Macron y ¿por qué no? en breve de Trump.

Sebastián Piñera representa perfectamente al tipo de presidentes que encabezan actualmente a la región y promete llevar adelante las mismas políticas que en todo el barrio, de modo que ya sabemos cómo se orientará en los próximos cuatro años y del retroceso que significará para el país. El 54,58% de los chilenos que fueron a las urnas lo favoreció con su confianza, sorprendiendo a los analistas por el simple hecho de confirmar la tendencia neoliberal, cristiana, militarista, extractivista y de libre mercado, capaz de barrer con los derechos sociales y de ser descaradamente xenófobica, siguiendo el modelo imperante en estos años por todas partes.

Los que queremos un mundo humanista, inclusivo, no violento, redistributivo, descentralizado, en el que los conjuntos mejoren a los individuos y lo colectivo prime sobre lo particular, tendremos que apelar a nuestra mayor inspiración para trabajar a favor del futuro, de la transformación de las condiciones que operan en este momento.

Afortunadamente una incipiente nueva fuerza está en condiciones de comenzar a abrirse paso, desde abajo, desde la base, de los movimientos sociales, las corrientes emergentes, ecologistas, feministas, animalistas, indigenistas, a los profesores y los jubilados que no quieren más AFP, a los estudiantes, y tantos otros con quienes los humanistas buscan dar cauce al impulso por la libertad desde hace algo menos de un año, dando forma política al Frente Amplio. Es todavía una corriente frágil, joven, pero ya con una interesante representación como para ser una decidida oposición al nuevo gobierno e ir germinando, para llegar a desplegarse con toda su potencia cuando sea posible avizorar la nueva época y avanzar con mucha resolución.