Por Sergio Alvez

El jueves 9 de noviembre de 2017 , cerca de las 21 horas, personal de la comisaría de Azara (pueblo del sur de Misiones),  comunica haber “encontrado ahorcado con una media” en una de las celdas de esa dependencia, a Facundo Sequeira, un joven deportista del pueblo, de tan solo 18 años. El muchacho estaba detenido desde hacía una hora antes. Tomó el caso el Juzgado de Instrucción Judicial 4, de la localidad de Apóstoles.

Tras salir del shock emocional que provocó la muerte de Facundo, sus familiares y amigos del barrio decidieron romper la barrera del miedo y el silencio, y se organizaron para protagonizar una manifestación frente a la comisaría de Azara, llevada a cabo en la tarde miércoles 15 de noviembre. “Justicia por Facundo. Él no se mató”, “Que todo salga a la luz”, “Que la verdad se sepa y paguen los culpables”, “Lo mató la policía” rezaron algunos carteles en alto, en manos de familiares y amigos que entre llantos de rabia y tristeza, denunciaron que tras la muerte de Facundo, se esconde un  trasfondo de hostigamiento policial y violencia institucional hacia los jóvenes humildes del pueblo.

Alejandro Sequeira, uno de los hermanos de Facundo, relató a este periodista que “a Facundo lo detuvieron el jueves a las ocho de la noche y a las nueve ya estaba muerto. Le inventaron una causa por supuesta violencia de género, que nunca ocurrió.  Para nosotros lo mataron. A Facundo la policía lo tenía amenazado. Porque acá a los jóvenes se los agarra cada dos por tres, por andar por la calle, por tomar una cerveza, o cuando había una pelea, siempre lo perseguían. Llevaban a los chicos y los golpeaban, los castigaban. Y estaban todos amenazados, incluso a los menores le decían que no le cuenten a los padres o que sino le iban a hacer viajar”.

“Mi hermano trabajaba en una frutería, era arquero de un equipo de la liga regional, y tenía planes de irse a vivir a y trabajar a Buenos Aires. La policía le tiene bronca. Un suboficial nos llegó a decir a ustedes los Sequeira los vamos a eliminar uno a uno” añadió el joven.

En relación al estado del cuerpo de su hermano tras la muerte, Alejandro indicó que “tenía signos de haber sido golpeado en varias partes de cuerpo, mi papá pudo ver el cuerpo y aseguró que se notaba que lo habían golpeado mucho. Estamos pidiendo que se haga otra autopsia porque no hay explicaciones”.

Varias madres de los jóvenes hostigados por la policía de Azara, estuvieron presentes en la manifestación, y remarcaron que sus hijos padecen el autoritarismo y la violencia policial cotidianamente. “A la gurizada se les amenaza, no quieren verlos en la calle y cada tanto les llevan presos, le pegan, les dicen que le van a matar, quieren que les tengan miedo”:

Una de las personas presentes pidió que “las autoridades investiguen porque esta no es la primera muerte en esta comisaría, acá hay muchas cosas que no salen a la luz”.

Foto Sergio Alvez

Antecedentes

La última vez que la comisaría de Azara llegó a ser noticia provincial, fue el 24 de marzo de 2014, cuando el joven Miguel Angel Pezuk (20) y su padre Mario Pezuk (48), ambos agricultores domiciliados en la zona rural de la localidad, denunciaron en la Fiscalía de Instrucción Nº 4, de Apóstoles, que fueron torturados con picanas eléctricas Y “submarinos”, en la comisaría de Azara.

En su denuncia Miguel Pezuk afirma que: “Siendo las doce del mediodía aproximadamente, me encontraba en mi domicilio junto a mis hermanos, en el hall, cuando llegan tres patrulleros, abren el portón y entran directamente, con sus armas a la vista” (…) “Los que estaban con uniformes eran los policías de apellido Portillo, Piyuka, Piris, Señuk, y Sequeira. Sin decir nada, me agarran, me esposan, y comienzan a pegarme. Cuando íbamos en el patrullero me asfixiaban con las manos el cuello, y me decían que les diga dónde está Camargo” agrega.

El interrogatorio policial sobre Camargo, es para apresar a un joven de 18 años que estaba detenido en la comisaría de Azara y que horas antes se fugó de esa dependencia.

Sigue explicando Miguel: “En la comisaría me pusieron en una celda, hasta que vino mi papá, y ahí nos llevaron a los dos a una oficina, donde nos interrogaron, preguntaban por Camargo, nos pusieron bolsas en la cabeza para asfixiarnos y nos picanearon con picana eléctrica. Además nos daban patadas, sopapos, nos decían que nos iban a matar, y apagaban las luces para que no veamos quienes eran”.

Por su parte, su padre, Mario, agregó: “vinieron a buscar a mi hijo porque un vecino nuestro de apellido Wdoviak les dijo que quizás nosotros sabíamos dónde estaba, pero nada que ver. Nos picanearon, nos hicieron arrodillarnos y nos castigaron, nos dieron piñas, y patadas por todo el cuerpo”.