La semana pasada tuve el gran placer de entrevistar a Beatrice Fihn de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares, y hacia el final de esa entrevista, Beatrice dijo con toda naturalidad que nadie consideraría tender puentes hacia el nazismo y crear un consenso en el que está bien ser un poco nazi, así que ¿por qué trataríamos de tender puentes con aquellos que mantendrían al mundo armado con armas nucleares?

Creo que Beatrice quedó bastante sorprendida por lo directa y fuerte que sonó su declaración, dado su comentario posterior en twitter.

(Traducción – Descargo: No creo que las personas que se oponen a la prohibición sean nazis. Me dejé llevar un poco allí… ?)

En nuestro mundo de hoy, denunciar a alguien como nazi es casi lo peor que se puede decir, comparable a usar la palabra «N» contra alguien de herencia negra africana, una palabra tan fuerte que ni siquiera se puede escribir. Sin embargo, si miramos más profundamente en lo que ella está diciendo, podemos encontrar que la comparación es realmente correcta y puede justificarse.

La acusación del nazismo viene con todas las connotaciones que de hecho los nazis no sólo fueron responsables del Holocausto, cuyo daño y escala son inimaginables, sino también de la Segunda Guerra Mundial en su conjunto que, en total, supuso la muerte de 60 millones de personas, o un estimado 3% de la población mundial.

Este tipo de asesinato en masa a escala industrial parece impensable hoy en día. Sin embargo, los que promueven las armas nucleares como instrumento útil para la paz y la seguridad son ciegos ante la incoherencia de sus argumentos.

El trabajo de mayor autoridad realizado sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares fue realizado por los Médicos Internacionales para la Prevención de la Guerra Nuclear, en su informe «Hambruna Nuclear: dos mil millones de personas en riesgo», preparado por el Dr. Ira Hefland en noviembre de 2013.

Revisemos una vez más los puntos más destacados de ese estudio.

En una guerra nuclear limitada entre India y Pakistán en la que cada bando lanzaría 50 bombas, se expulsaría suficiente humo y polvo a la atmósfera para causar un invierno nuclear en el que:

  • La producción estadounidense de maíz disminuiría en un 10% en promedio durante una década. La soja se vería igualmente afectada.
  • La producción china de arroz de media estación descendería, en promedio, un 21% a lo largo de cuatro años y luego se reduciría a un 10% durante otros seis años.
  • La producción china de trigo de invierno descendería un 31% en 10 años.
  • El número de personas desnutridas en el mundo aumentaría en 215 millones, sumados a los 870 millones de personas que ya están desnutridas y que viven con menos de 1.750 calorías diarias.
  • Además, mil millones de personas en China se enfrentarían a la perspectiva de hambruna

Este total de más de 2.000 millones de personas en riesgo de hambruna (alrededor del 25% de la población mundial para compararlo con la Segunda Guerra Mundial) debe añadirse al hecho de que el mundo simplemente dejará de funcionar como lo hace hoy en día. El comercio mundial se detendría virtualmente y la confianza global dejaría de existir: nadie compraría acciones y títulos.  Nadie compraría oro.  La comida y los medicamentos serían la nueva moneda.  Las guerras locales y la violencia a gran escala florecerían.  Las centrales nucleares afectadas por la guerra se derretirían y estallarían, expulsando su veneno radioactivo a la atmósfera.  La civilización humana en la forma en que actualmente la entendemos, se detendría.

Los datos que se recogen en este informe se han presentado en conferencia tras conferencia durante los últimos cinco años y, según tengo entendido, nadie lo ha refutado o tratado de minimizarlo.

Es esta información la que ha llevado, este año, a la creación de un Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares que se abre a la firma el 20 de septiembre durante las reuniones de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Incluso desde el momento de su aprobación, diplomáticos de los Estados Unidos, Francia y el Reino Unido se apresuraron a decir a los medios de comunicación del mundo: «No pretendemos firmar, ratificar o formar parte de ella».

Añadieron que «la adhesión al tratado de prohibición es incompatible con la política de disuasión nuclear, que ha sido esencial para mantener la paz en Europa y Asia del Norte durante más de 70 años».

Entonces, ¿cuál es el argumento de disuasión nuclear del que hablan? Vamos a ver esto.

El argumento más convincente en contra de la disuasión nuclear fue escrito por el autor estadounidense Ward Wilson en su excelente libro «Cinco mitos sobre las armas nucleares». En ella destruye sistemáticamente, no sólo el mito de que las bombas Hiroshima y Nagasaki fueron lo que llevó a Japón a rendirse al final de la Segunda Guerra Mundial, sino que también destruye los argumentos utilizados para apoyar la disuasión nuclear.

Sólo pregúntese, ¿cómo detuvo la disuasión la colocación de bombas en Cuba por parte de la URSS? La Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, la Guerra de Irak y la Guerra de las Falklands; ninguna de estas guerras fue prevenida por un bando o por ambos poseedores de armas nucleares.

La repetición dogmática de la «disuasión nuclear» por parte de los Estados poseedores de armas nucleares tiene más que ver con sus propios sentimientos de autoimportancia ante su capacidad de destruir el planeta que con una verdadera consideración por la seguridad de sus propios ciudadanos.

Por lo tanto, a medida que el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares se abre a la firma, nos corresponde a todos los que nos oponemos a las armas nucleares señalar estos hechos, y cuando nos encontremos con aquellos que se quedarían con las armas nucleares, tenemos que preguntarles en qué escenario utilizarán las armas nucleares.

Porque un arma nuclear lanzada sobre Nueva York, Londres, París, Moscú, Pekín, Mumbai o Karachi bastaría para matar a 6 millones de personas. Y si este tipo de estadísticas no justifican la comparación con el nazismo, entonces nada lo hace.