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Las compañías telefónicas son el paradigma del abuso. No cumplen con los contratos, violan la privacidad de nuestros datos, entregándoselos a otras empresas. Nos acosan mañana, tarde y noche. Sus operadores globalizados no tienen piedad con los clientes.

En Chile los abusos son cotidianos. Se repiten sin cesar. Las AFP e isapres nos estafan. Las AFP ofrecen el cielo a los pensionados y los condenan al infierno. Las isapres desprecian a los ancianos y mujeres embarazadas, y sus contratos son engañosos: siempre existe alguna trampa a la hora de pagar algún servicio médico (un examen que no está incluido, una enfermedad que no está cubierta). También, gracias al CAE, los jóvenes universitarios viven un futuro incierto, al contraer deudas de por vida con la banca.

Las tarjetas de crédito de retailers y supermercados cobran tasas de interés usureras. Ello explica su presión permanente para que compremos a crédito en vez de al contado. Sus ejecutivos son felices cuando el cliente se endeuda. La Polar es el mejor ejemplo. Los bancos nos dan un interés miserable por el dinero que depositamos y, sin embargo, cobran elevadas tasas por los créditos al consumidor y al pequeño empresario; de allí provienen sus ganancias estratosféricas.

Los peajes de las carreteras suben de precio todos los años, bastante más allá del alza inflacionaria, consecuencia de la mala negociación del Estado con las concesionarias. Los cobros de las compañías de electricidad, agua y teléfonos siempre tienen alguna trampita y no hay devolución de dineros cuando se corta la luz o el agua se envenena con las lluvias.

En el capitalismo chileno los precios de los bienes de consumo no se rigen por el mercado, sino los fija la colusión empresarial. El libre mercado es una ficción. Conocemos los casos de las farmacias, el papel higiénico, los pañales y pollos. Pero, como la impunidad protege al empresariado es seguro que las colusiones no se detendrán.

Las compañías telefónicas son el paradigma del abuso. No cumplen con los contratos, violan la privacidad de nuestros datos, entregándoselos a otras empresas. Nos acosan mañana, tarde y noche. Sus operadores globalizados no tienen piedad con los clientes. Es la “externalización”. Nos llaman de distintos países para ofrecer el mejor de los servicios y al más bajo costo. Todo es mentira. Se nos esquilma y se nos molesta.

El Estado es complaciente con los abusadores. El Sernac, las superintendencias de los servicios públicos y de bancos y el Serviu no sirven de mucho. Todos los directores del Sernac se parecen. Van a los programas mañaneros de la televisión. Hablan con fuerza, casi gritando, todos por igual, y repiten con insistencia: hay que leer bien los contratos, hay que informarse, hay que saber elegir.

Las majaderas recomendaciones del Sernac son inútiles. Se sabe que el 75% de los jóvenes son analfabetos financieros. A la señora de la población no le alcanza el dinero para lentes y no puede leer la letra chica; y, cuando se es pobre la única alternativa es comprar con tarjeta de crédito o sea con el principal instrumento de abuso al consumidor. El director del Sernac está lejos de la realidad.

La “libre expresión” incluso se ha transformado en escenario de concentración y colusión, cuando tres grandes conglomerados controlan la prensa escrita, la radio y la televisión. La información concentrada se convierte en otra forma de abuso, cuando se nos trata de imponer un pensamiento uniforme, en vez de ofrecernos una visión plural, propia de una sociedad diversa.

A la hora de los reclamos las instituciones que deben atender a las personas afectadas por abusos son lentas y burocráticas. El ciudadano, con tiempo escaso, al final se cansa y asume la pérdida. Incluso en las demandas por colusión, aunque paguen los estafadores, no se sabe bien como compensar a los afectados. El caso de la Papelera es un buen ejemplo. Mucha plata, pero poca para cada cliente engañado y todavía no se sabe cómo restituirla a cada uno de los afectados.

El capitalismo chileno ha alcanzado tal grado de concentración que convirtió en dominante el monopolio, la colusión y el engaño. El libre mercado es estrangulado en manos de los inescrupulosos. Su poderío también capturó al mundo político, lo que ha impedido contar con una legislación que frene los abusos. Ello explica la emergencia de nuevas organizaciones políticas que desafían el orden existente y abren camino a la esperanza.