Por Ignacio Torres

Tomás Hirsch y Darío Ergas afirmaron en una columna veraniega que “la no violencia activa es la única respuesta válida para transformar este momento histórico. Es la opción de lucha que nos eleva y nos obliga a mejorarnos como personas, a organizarnos como pueblo, a transformarnos como sociedad. Decimos que la violencia frente a la violencia simplemente conserva el sistema de poder cambiando el bando de los protagonistas, pero no produce transformaciones reales en el sistema económico y educativo, y mucho menos a nivel personal y espiritual”. Pese a ser publicada en pleno febrero, no faltó alguna crítica en las redes sociales a lo planteado, a esa defensa de la no violencia.

Y aquella crítica venía de militantes o adherentes de organizaciones o corrientes de pensamiento de izquierda, algo nada novedoso al respecto pues, mal que mal, en un sector político que tiene como conceptos clave hasta el día de hoy nociones como “lucha de clases”, “revolución” o “dictadura del proletariado”, no parece encajar a primera vista la no violencia. Menos aún cuando el mismo Marx dijo que “la violencia era la partera de la Historia” y resulta evidente que la izquierda quiere cambiar la historia, y por tanto habrá de llegar tarde o temprano a la violencia. ¿Puede haber, entonces, cabida al concepto de no violencia en la izquierda?

Habría que comenzar aquella discusión, ante todo, por lo básico –que por básico suele quedar fuera de la discusión misma–. En cualquier debate sobre violencia y no violencia se suele “entrar en materia” sin aclarar lo mínimo, aquello anterior incluso a la no violencia, esto es, ¿qué es la violencia? En principio, parece evidente lo que es la violencia y, sin duda, se podría ejemplificar con cualquier acto de agresión física. Pero es ampliamente aceptado que hay violencia más allá de lo físico (la violencia religiosa, política, económica, etc.), y hay actos evidentemente agresivos contra el cuerpo de una persona que en determinadas circunstancias nadie calificaría como violencia (una operación para tratar una apendicitis es un procedimiento donde un médico entierra un arma cortopunzante –el bisturí– para amputar una parte del cuerpo al paciente –el apéndice–). Así, tratando en profundidad el tema, es fácil darse cuenta de que conceptualmente “violencia” es algo más complejo que su mera reducción a un golpe, y que no es lo mismo que una agresión, aunque muchas veces vayan de la mano.

La corriente de pensamiento a la que adhieren Hirsch y Ergas, el Humanismo Universalista, ha trabajado el concepto y recogido las reflexiones de pensadores no violentos como Tolstoi, Gandhi y Luther King, junto a las observaciones de Silo, llegando a una propuesta de definición de violencia, que podríamos sintetizar aquí como “la violencia es la anulación de la intención de una persona”, o sea, la negación de su condición de sujeto para convertirla en objeto u herramienta para la realización de intenciones ajenas a la propia. Dicho en otras palabras, más cercanas a debates académicos quizá, la violencia es el cercenamiento de la libertad y, por tanto, es la realización concreta y material de la dominación.

Violencia, entonces, es la objetivación de personas y conjuntos humanos como meros instrumentos de otros. Matar a alguien para cumplir cierto fin es claramente un acto violento, pues la muerte es la más radical forma de anular completamente la intencionalidad de alguien; pero reducir e inmovilizar a quien está agrediendo a otro no es un acto violento, pues claramente es distinto detener la violencia que ejercerla (aunque sin duda no faltará a quien se le pase la mano y quiera en venganza agredir de vuelta). Así las cosas, la violencia es parte de la experiencia de vida, de la cotidianeidad, de la inmensa mayoría de las personas (¿de la totalidad incluso?), y es ejercida tanto por los individuos entre sí como por organizaciones y por sistemas institucionales, algunos de los cuales producen, además, discursos de legitimación de la violencia que ejercen. Si la violencia es la anulación de la intencionalidad, la objetivación de personas o conjuntos humanos en meros instrumentos de las intenciones de otros, tiene sentido hablar de violencia económica, política, sexual, religiosa y tantas más, porque son tantos los planos donde se cercena la libertad humana a través de diversas formas y con diferentes recursos, siendo la violencia física apenas la más burda y evidente forma de violencia, pero ni de lejos la más extendida ni la más intensa. La explotación, la discriminación, la persecución, en fin, muchos fenómenos sociales son expresiones concretas y materiales del concepto de violencia que, entonces, no es una excepcionalidad, sino la normalidad en el sistema social en el que vivimos.

Esta consideración es fundamental en cualquier discusión sobre violencia o no violencia: la claridad de que la sociedad actual (capitalista, neoliberal, posmoderna o como quiera que se la caracterice) es una sociedad violenta, pues la violencia existe como un fenómeno habitual y la sociedad estructuralmente es violenta; por lo que los actos deliberadamente violentos que una persona, grupo u organización realiza son una reproducción, una reiteración de lo que pasa en la sociedad habitualmente. Así, se da la paradoja de que tratar de cambiar el orden de cosas existente a través de la violencia, lo que hace es reafirmarlo, repitiendo la lógica ya existente; por lo que Hirsch y Ergas tienen razón: se podrá cambiar a los protagonistas de la violencia, pero como situación social se sigue viviendo en una situación violenta. Es por ello que sí es posible afirmar con certeza que la no violencia Activa, en tanto metodología de acción, postura ética y propuesta teórica, es una vía para quebrar la situación existente y transformar el sistema social en que vivimos, ya que la no violencia Activa consiste en generar relaciones solidarias, horizontales y no impositivas, de manera activa y valiente (y no una vacía crítica discursiva a la violencia), que puede generar un efecto demostrativo y performativo de que los actos y las relaciones humanas pueden estar exentos de violencia y, por lo tanto, el mundo puede superar el estado violento en el que se encuentra, posibilitando un cambio profundo. A ello apuntan nuestros columnistas citados cuando hablan de que la no violencia es la vía para producir transformaciones reales en el sistema económico y educativo y en el nivel personal y social, pues ciertamente el problema de la violencia no se resuelve con el mero cambio de un gobierno, sino que hay que apuntar a una transformación cultural profunda que implica varios planos, incluyendo por cierto las mentalidades y creencias personales y colectivas.

Luego de toda esta reflexión, es posible considerar que sí hay cabida de la no violencia en el campo de la izquierda. En primer lugar, en un plano conceptual, pues permite entender que el problema social de raíz es la violencia, y que es ella la que debe ser superada, no solo cierto sistema productivo ni cierta forma de propiedad. Alguien podría decir que superando el capitalismo la violencia se acaba, pero hay fuentes de violencia que no son capitalistas –y que incluso son contrarias al capitalismo, como la moral conservadora de origen cristiano–, que un análisis centrado sólo en lo económico pasa por alto. Así, la no violencia aporta a la izquierda la noción de que lo que ha de superarse no es sólo la explotación, sino que la violencia en todo sentido, ampliando la lucha de la izquierda desde lo político a lo cultural: hay que transformar toda la sociedad, no sólo el gobierno de la misma. Y con esta perspectiva, una posición de izquierda no violenta se posiciona como una izquierda de liberación, pues lo que busca es la liberación personal y social de la violencia.

En segundo lugar, la no violencia le aporta a la izquierda una metodología distintiva y coherente, la no violencia Activa, que permite un accionar de acuerdo con el mundo nuevo buscado. La historia del siglo XX está plagada de tragedias militantes en las que miles de comprometidos luchadores por la justicia social hicieron exactamente lo contrario al mundo que querían construir creyendo que “el fin justifica los medios”. La no violencia Activa permite también entender la acción de la izquierda de manera mucho más amplia que la estrecha acción política limitada a partidos en busca de ganar el control del Estado, pues entiende que el Estado es solo una parte del problema, abarcando muchas otras áreas del quehacer social. Con esta perspectiva, levantar una biblioteca popular, una organización comunitaria, una red autogestionada, un centro cultural, son acciones transformadoras porque permiten la organización de las personas en torno a relaciones horizontales y colaborativas, que crean redes que las fortalecen como sujetos individuales y colectivos y que reducen la imposición violenta de algunos sobre la mayoría (una población organizada es menos vulnerable a ser violentada por alguna autoridad que aquella población atomizada). Así, la organización popular es un valor en sí mismo y no una acción instrumental para el fortalecimiento de una organización macro (típicamente el partido), porque desde la mirada de la no violencia la transformación de la sociedad se realiza en cada acto y en cada momento, que generan efectos de demostración, y no a través de la acumulación de fuerzas hasta un mítico momento refundacional. La transformación es ahora y en este momento, hasta la generalización y el paso a un nuevo momento histórico.

Y en tercer lugar, la no violencia le aporta a la izquierda la consideración de la dimensión personal o interna de cada individuo como un aporte a la lucha por el cambio profundo. Porque superar la violencia implica, por cierto, la superación de formas de ver el mundo, de maneras de pensar y hasta de creencias. La transformación que permita superar la violencia es una transformación personal y social simultánea. Así, temas como la reconciliación, la superación del miedo, el sentido de la vida, la autopercepción, la autovaloración y tantos otros más de tanta trascendencia personal y familiar, no son cuestiones separadas del mundo, no son consideraciones reducidas a “lo privado”, sino que pueden entenderse como parte del cambio profundo que construye la izquierda, pues si la izquierda construye un mundo que supere la violencia, construye un mundo donde la felicidad de las personas sea plena y profunda. Donde el mundo sea cálidamente humano.

Así, la no violencia sí es una postura de izquierda, de una izquierda de liberación.

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