“Jardines de plomo»: documental sobre la contaminación en La Oroya se estrena en el Festival de Málaga 

El documental Jardines de plomo del director italiano radicado en España, Alessandro Pugno, nos lleva a Huayhuay, uno de los distritos del centro del (Perú) que vive las duras consecuencias de la contaminación causada por la actividad minera: ver crecer a sus niños con plomo en la sangre.

Esta producción entre Perú, España e Italia tendrá su estreno mundial en la próxima edición del Festival de Málaga, que inicia el 17 de marzo, donde competirá junto a otros siete filmes en la sección Documental – Sección Oficial Largometrajes.

“Jardines de plomo” fue rodada entre el 2014 y 2015 en Huayhuay, provincia de Yauli, en las alturas de Junín, contando con la participación de estudiantes de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

El trabajo de Alessandro Pugno no nos es ajeno: el 2013 formó parte de la Competencia Internacional del Festival Lima Independiente con su anterior película “A la sombra de la cruz”. Es con esa cinta que Pugno gana la Biznaga de Plata al mejor documental en el Festival de Málaga del 2013. Hoy vuelve al festival español con su nueva película.

Vean a continuación el tráiler de “Jardines de plomo”, seguido de una entrevista que sostuvimos con su director Alessandro Pugno:

 

Sinopsis: 4000 metros encima del nivel del mar. Donde antaño pastaban las llamas, hoy la montaña escupe veneno. Armados con cubos y redes, una maestra y sus alumnos recogen muestras en los arroyos y más tarde, en el laboratorio de la escuela, extraen pequeños bichos del agua turbia: se trata de macroinvertebrados que revelan la presencia metales pesados. En Huayhuay, Perú, los animales mueren y los niños enferman: todos tienen plomo en la sangre.

Silvia, la maestra y Edeluz, su mejor alumna, presentan sus resultados a la “minera”. Pero en esta lucha de David contra Goliat, la verdad no tiene peso frente a los intereses en juego – los de la empresa, y los del pueblo también: al fin y al cabo, todos viven de la mina. Mientras la comunidad intenta negociar con la empresa, el padre de Edeluz, minero, exige que la joven deje el laboratorio. El ambiente se caldea, arranca la huelga… Luego pasa lo de siempre: basta la promesa de algún puesto de trabajo adicional para que todo vuelva a la normalidad.

Sin embargo, algo ha cambiado: el trabajo de una sencilla maestra ha conseguido despertar la curiosidad y las ganas de luchar en sus alumnos. Edeluz se enfrenta a su padre: quiere seguir estudiando.

–Alessandro, ¿qué te impulsó a hacer esta película sobre la contaminación ambiental en La Oroya?

–La gente. Sobretodo los niños. Me enamoré de ellos. Viven en un mundo desolador; el plomo tiene consecuencias terribles sobre su crecimiento, su desarrollo intelectual y su sistema nervioso; son víctimas antes siquiera de nacer. Pero ríen y juegan y estudian. Quieren tener un futuro.

Un tarde, en el pueblo, me crucé con un padre y su hijo. De espaldas, parecía que el hombre inclinado abrazaba al niño. Cuando me giré para mirarles, me quedé parado: en realidad el niño llevaba a su padre borracho a cuestas. La imagen era un símbolo del valor, de la resiliencia de esos chicos. Al final, con los adultos atrapados en la lucha por la supervivencia, la esperanza recae sobre sus pequeñas espaldas. Y cuando descubrí a Edeluz, su padre Iván, y Silvia, la maravillosa maestra de la película, supe que tenía una historia.

Hay otra razón quizás, que viene de más atrás. Nací en Casale Monferrato, una ciudad de Italia con una contaminación igual de insidiosa y asesina. Mi ciudad tuvo durante décadas una de las mayores fábricas de amianto de Europa – el amianto (o asbesto) es un fibrocemento con el que se hace la “uralita” española por ejemplo [N.E: Con este fibrocemento también se hacían las calaminas que usamos en Perú]. Ya por los años treinta se supo que la inhalación de fibras de amianto causa un cáncer: el mesotelioma. La enfermedad se puede declarar hasta 30 años después de la exposición. Cuando era pequeño, el paisaje estaba siempre cubierto de polvo blanco. Pasábamos por allí en bicicleta y recuerdo cómo pedaleábamos aguantando la respiración. Hoy todos sabemos que muchos de nosotros llevamos una bomba dentro. Sólo que nadie sabe a quién le ha tocado ni cuando la bomba estallará. Mientras nosotros aguantábamos la respiración, los hijos de los mineros andinos cantan canciones que les recuerdan que tienen que lavarse las manos para quitar el plomo. Igual de irrisorio. Igual de trágico. Cuando llegué a Huayhuay, el parentesco con mi propia historia y la de mi comunidad me golpeó. Y cuando vi a los niños tuve ganas de rescatarlos todos. No podía. Pero supe que quiera contarlo.

–¿Y cómo fue que llegaste a esta zona de los Andes peruanos?

–En 2013 cuando presenté mi anterior película “A la sombra de la cruz” en el Festival Lima Independiente, el Instituto Italiano de Cultura -que había apoyado en los costos de mi viaje- me invitó a dar una charla en la Facultad de Letras de San Marcos. Los estudiantes me parecieron brillantes y con la docente de italiano Maria Antonietta Tamburello y el director del Fondo Italo Peruano pensamos que podía ser una buena idea dar la posibilidad a algunos de estos estudiantes de practicar lo aprendido (a veces las universidades son muy teóricas) en el proceso de realización de una película. Realicé entonces un taller en la Universidad y seleccioné algunos alumnos para que se vinieran a La Oroya conmigo. Algunos apoyaron en la investigación. Otros fueron ayudantes de cámara, de producción o sonidistas. Muchas de ellos eran chicas, para revertir un poco el machismo que existe en los rodajes. El grupo se afianzó mucho y seguimos en contacto. Espero que esta experiencia les haya servido; yo aprendí muchísimo con ellos.

Por otra parte, conocí la labor de un organismo oficial que hace allí un trabajo impresionante. El Fondo Italo-Peruano, dirigido actualmente por Riccardo Moro, fue creado como herramienta de canje de la deuda de Perú con Italia. Ahora ese dinero se emplea para ayudar al desarrollo del país. Lo pude ver con mis propios ojos cuando visité la región minera de Junín. Financian por ejemplo el laboratorio que se ve en la película. Dan apoyo médico a las madres para reducir la contaminación por plomo en la alimentación de los niños. También promueven mesas de diálogo en los conflictos sociales y medioambientales. Creo que es importante dar a conocer su labor.

Escena de «Jardines de plomo», de Alessandro Pugno.

–Cuéntanos algo más sobre el proceso de realización de la película.

–Desde la idea a la edición definitiva de la película pasaron más de dos años. Hice un primer viaje en junio del 2014 por La Oroya, y de allí empecé a tomar notas para un primer guión. A finales de 2014 realicé otro viaje en el que conocí a la maestra de Huayhuay y pude observar las labores que desempeñó. Luego a finales de 2015 terminamos el rodaje, el clima en los Andes a 4,000 msnm no permitía filmar todos los meses. A finales de 2015 hicimos un primer corte de la película. La edición fue un proceso muy largo que duró hasta mayo 2016. Entre julio y octubre del 2016 terminamos música, color y finalización.

–¿Cómo fue el trabajo con la población local?

–Los andinos son reservados –en los últimos siglos sus relaciones con los europeos y sus descendientes han sido difíciles. El racismo es casi universal. Ahora sufren contaminación, frío, pobreza, trabajos embrutecedores. Pero tienen dignidad. Como les contaba recién, hice dos viajes a La Oroya de varios meses cada uno y poco a poco llegó la confianza de la gente. Nos lo pasamos bien. Un día, hasta alquilamos un horno de pan e hicimos pizza. Me gusta cocinar y no suelo hacerlo mal. Pero esa noche triunfé de verdad. Fue muy divertido.

–¿Y qué tal les fue con las empresas mineras?

–No fue exactamente fácil. Al contar con el apoyo oficial del FIP (el Fondo Italo-Peruano), pudimos conseguir algunos permisos. Pero también hubo incidentes bastantes serios. Vigilantes armados –una especia de ejército privado– nos retuvieron durante horas y horas, y casi acabamos en el calabozo. Tuvo que intervenir el obispo de Huancayo para que la cosa no fuera a mayores. Salimos de allí temblando.

–Leí que tienes un especial interés por historias que involucren niños y adolescentes. ¿A qué crees que se deba esta preocupación tuya?

–A veces los cineastas, o los que contamos historias, nos damos cuenta de “nuestros temas” sólo a posteriori: mi anterior película iba de niños, esta tiene como protagonistas unos adolescentes y estoy ahora desarrollando otra película de ficción que tiene como protagonistas dos niños. Creo que me interesa la mirada que tienen ellos hacia el mundo. Es fresca y muchas veces me maravillan sus reacciones. Y también los niños en historias tan dramáticas como esta, representan la esperanza.

–En el Perú se ha abordado anteriormente el tema de la contaminación en La Oroya, en documentales como el dirigido por Álvaro Sarmiento. ¿Tuviste algunos filmes de referencia al realizar tu película?

–Sí, conozco ese trabajo, me pareció que su autor tuvo mucho valor en enfrentarse a ese tema en un momento donde la tensión social era aun más alta. Yo sabía que no quería hacer un reportaje sobre la contaminación sino más bien contar una historia que enseñara la radicalidad del conflicto humano que hay allí. Vi varias películas de minería y empecé a mirar mucho cine peruano para saber que se había hecho sobre el tema, pero no creo que me inspiré en ningún modelo concreto.

–En Lima vimos tu documental previo “A la sombra de la cruz”. ¿Qué conexiones encuentras entre esa película y tu nuevo trabajo?

–Las dos películas creo que tienen en común el hecho de que miran una realidad muy conflictiva sin maniqueísmo ni juicios ideológicos.

–¿Y qué tal fue la experiencia de presentar aquella película en el Festival Lima Independiente el 2013?

–Lima Independiente es un festival genial. Muy acogedor desde un punto de vista humano. Estreché buenas amistades y relaciones que sigo cultivando. Espero que también “Jardines de plomo” se pueda ver algún día en Lima y en el Perú. Me encantaría poder hacer una proyección en La Oroya y en Huayhuay.

–Estuviste en el Berlinale Talents el 2014. Antolín Prieto, editor peruano que también fue seleccionado al Talents ese año, colaboró en el montaje de tu película, ¿no es así?

–Sí, nos conocimos en Berlinale y nos caímos bien. Antolín es una persona muy cauta y reflexiona mucho, me encanta esta cualidad a la hora de colaborar con alguien. Le enseñé el material y empezamos a conversar y conversar de las posibilidades. Esto es lo más importante del proceso de edición creo.

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