“1984” de George Orwell, publicado en 1949, fue uno de esos libros de la llamada literatura distópica, que alcanzó a varias generaciones prendidas por la estética de tonos sombríos del existencialismo, los acordes de Pink Floyd y los “somas” de la época.

Orwel hizo una recreación de “Un mundo feliz” de otro escritor británico. En esta novela de 1932 Aldous Huxley mostró un marxismo que representaba la chispa de la inteligencia, a través de Bernard Marx, frente a un leninismo frío al servicio del todo social, representado por Lenina Crowne.

Pero Orwell, con su “gran hermano” se dejó de matices ideológicos para denunciar al “gran estado protector” ya fuera fascista o comunista. Por aquellos tiempos era ya sólo comunista, dado que el fascismo quedó como un proyecto recién aniquilado por las fuerzas aliadas; o al menos así se presentaron las cosas. Solo quedaba ya vencer al segundo totalitarismo que asfixiaba a la humanidad; lo cual llevaría a una “guerra fría” que se prolongaría hasta principios de los 90 con la caída del muro de Berlín y la desmembración parcial de la URSS.

Más allá de la literatura, en este periodo la humanidad se entregó sin freno a variados despropósitos involutivos. Jugueteando con sus recientes descubrimientos radioactivos se olvidó de atender a su propio misterio y a todo cuanto había para aprender desde una observación activa de la naturaleza.

El mundo consecuente resultó ser sumamente violento. Millones de personas sucumbieron a un nuevo totalitarismo que pasaba desapercibido, encubierto por una capa de libertad y hedonismo, cuyo potencial no tenía ni límites ni fronteras.

La parte no placentera del asunto fue la que se llevaron las víctimas de centenares de intervenciones militares, golpes de estado encubiertos y acciones terroristas por parte de EEUU, en nombre de la libertad y el rock and roll, o del humanitarismo, o de la democracia. Por cierto que también se dijo actuar en nombre de la venganza en lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki; 4 años después del ataque de la Armada Imperial Japonesa sobre Pearl Harbor. Posteriormente se desmintió que fuera por venganza, lo cual era la guinda de un pastel miserable, pero el pastel de víctimas civiles inocentes quedará por los siglos.

La “venganza” ha sido también el argumento básico de la mayoría de producciones de Hollywood, grabando a fuego, generación tras generación, ese sentimiento de que hay algo no resuelto que debe ser resarcido una y otra vez, siempre en el eterno retorno, azuzando un falso victimismo para poder experimentar de nuevo el placer de la venganza. Funciona como un “pecado original” a la inversa en la sociedad norteamericana; es el mundo el que está en culpa respecto al pueblo elegido. Por eso es que el concepto de “supremacía racial” no se limita solamente al episodio histórico nazi.

EE.UU durante el siglo XX construye su imperio en base a la hegemonía militar; cuenta con alrededor de 1.000 bases militares, distribuidas en 100 países en los cinco continentes; dispone de armas y tropas para actuar masivamente en cualquier lugar del mundo y su presupuesto militar es el 41% del total mundial. Además, cuenta con el mando supremo de la OTAN, bajo su dirección, lo que le confiere el mando militar sobre 28 de los países más desarrollados del mundo.

China 1945-49, Italia 1947-48, Grecia 1947-49, Filipinas 1945-53, Corea 1945-53, Albania 1949-53, Irán 1953, Guatemala 1953-90’s, Cercano Oriente 1956-58, Indonesia 1957-58, Guyana 1953-54, Vietnam 1950-73, Camboya 1955-73, Congo 1960-65, Brasil 1961-64, R. Dominicana 1963-66, Cuba 1960-hasta hoy, Indonesia 1965, Chile 1964-73, Grecia 1964-74, Timor 1975-hasta hoy, Nicaragua 1978-79 y 1982-87, Granada 1979-84, Libia 1981-89, Panamá 1989, Irak 1990-hasta hoy, Afganistán 1979-1992 y 2001-hasta hoy, El Salvador 1987-92, Haití 1987-94, etc. Son parte de la cronología de campañas bélicas e instigaciones de EEUU recogida en el informe del TPPCGIO. (1)

Este legado tiene como consecuencia actual la postergación de la humanidad y el sufrimiento innecesario de millones de personas. Así Llegamos a nuestro momento actual con nuestro sistema de vida, especialmente en occidente, que se sustenta en una “distopía” que supera con creces a la que atisbaron a intuir aquellos escritores futuristas.

Paradojas del destino, los movimientos emergentes de varios países empobrecidos de la Europa actual abogan por un “gran estado protector” que se preocupe por dotar a las poblaciones de sus necesidades básicas, frente a un débil estado controlado por corporaciones supranacionales.

Son precisamente estados próximos al totalitarismo, como China –ya sea definida comunista o capitalista o ambas– o la nueva Rusia del siglo XXI, o la inflexible Corea de Norte, quienes tienen cierta capacidad de parar a la gran maquinaria del bloque atlántico sobre el terreno.

La situación de alerta por parte de Rusia y sus aliados, se viene dando de manera cada vez más acentuada, tras la observación de las devastadoras consecuencias que sufrió Europa del Este, Oriente Medio y África en un periodo relativamente breve, que coincidió con la etapa de declive y recuperación de Rusia en la que los asuntos internos y externos excedían a su capacidad de reacción, entre finales del siglo XX e inicios del XXI.

Ahora para Rusia se trata de evitar su propia destrucción, no es un asunto sobre el que se pueda elegir, no es una cuestión de abogar por una determinada “utopía” o “distopía”, sino una cuestión de supervivencia. (2)

Pero más allá de la violencia dominante que envuelve gran parte de nuestras vidas, existe otra humanidad con características evolutivas, que a pesar de todo, se empeña en progresar en múltiples campos, pasando también por el espiritual. Es como si hubiera un algo no definido que sería el propósito de la especie humana.

Me pregunto: o no tenemos ningún propósito, porque siempre estamos enzarzados en la destrucción –y a fin de cuentas la muerte natural o no natural es lo que nos espera– o tal vez tenemos un propósito que va más allá de nuestra vida individual misma. Ahí nos encontramos frente al sí y al no.

Para evaluar esta posibilidad los sabios han recomendado pasar por otros caminos distintos a la razón, próximos a la identificación con los demás y a la compasión sincera. Al hacerlo, tal vez no encontremos ya lugar para el odio y la venganza, tan solo una preocupación por aportar algo de otro nivel en una situación tan primitiva como la actual.

¿Ese algo podrá parar el desastre? ¿Qué otra cosa podría?…